Las tiranteces entre Inglaterra y sus colonos en América no tardaron mucho en manifestarse. A mediados del siglo XVIII comenzaron a mirarse de reojo, porque los impuestos que aplicaba la corona a sus súbditos del otro lado del Atlántico tenían fritos a los ciudadanos, que ya se sentían más americanos que europeos. El 16 de diciembre de 1773 saltó en Boston el primer chispazo de la revolución americana. Y la culpa la tuvo un cargamento de té.
¿Por qué un vulgar cargamento de té encendió los ánimos de los bostonianos? Porque esta infusión era carísima en las colonias americanas, debido a que Londres cargaba unos impuestos salvajes. Los colonos se buscaron la vida para conseguir de contrabando té holandés, más barato que el que suministraba la Compañía de las Indias Orientales, que era la que tenía el monopolio del producto. Para defender los intereses de la compañía, el gobierno británico aprobó la ley del té, y le permitió vender el producto directamente en América, sin pagar impuestos, con lo cual podrían ponerlo más barato que el que se vendía de contrabando. O sea, ¿que los colonos estaban fritos a impuestos, la compañía no pagaba ni un penique y encima fastidiaba los negocietes montados con el té holandés? Ni hablar.
El asunto encendió a comerciantes y contrabandistas que traían el té de Holanda. Y en mitad de todo este fregado llegaron a Boston tres barcos de la compañía con cuarenta toneladas de té. Los barcos estuvieron fondeados tres semanas sin atreverse a descargar, y los bostonianos no hacían más que merodear para evitar que el té desembarcara. Hasta que se lanzaron.
Cincuenta hombres disfrazados de indios asaltaron los barcos y allá que te fue el té, al agua. El episodio no habría pasado de mera anécdota de no haber sido porque aquel motín, el motín del té en Boston, puso de acuerdo a las colonias para iniciar la revolución y desembarazarse de Inglaterra. La peor consecuencia fue que los colonos dejaron de hablar inglés para comenzar a hablar americano. Suena casi igual, pero con un chicle en la boca.