Hace siete décadas que a la radio se la comenzó a llamar de usted. Fue inmediatamente después del 30 de octubre de 1938, aquella víspera de Halloween en la que un jovenzuelo Orson Welles hizo creer a los neoyorquinos más despistados que los marcianos estaban atacando la Tierra. Pero todo hay que decirlo… la historia ha crecido con el paso de los años. La histeria no se apoderó de los estadounidenses porque la mayoría no oyó el programa, ni millones de oyentes acabaron de los nervios. Sólo fueron un puñado de miles, los menos espabilados; pero si aquello sirvió para que la radio dejara de ser el hermano tonto de la prensa, bienvenido sea.
Ahora se sabe que los periódicos del día siguiente exageraron con sus titulares. Vamos a ver, todos los domingos a las ocho de la tarde Orson Welles ponía en escena el guión adaptado de un libro de éxito. En eso consistía el programa y sus oyentes lo sabían. Lo había hecho con Drácula, con historias de Sherlock Holmes, con El conde de Montecristo… y lo hizo con La guerra de los mundos. La presentación fue como siempre: «La CBS y sus estaciones afiliadas presentan a Orson Welles y el Teatro Mercury en La guerra de los mundos, de H. G. Wells».
Y comenzó aquel programa de apenas cincuenta minutos. Lo que alarmó a los oyentes más aprensivos fue, primero, que algunos lo pillaron a la mitad; y, segundo, que Welles utilizó la fórmula del informativo radiofónico para relatar la historia. Cierto que algunas personas se echaron a la calle a ver si se veían ataques de hombrecitos verdes, y cierto también que hubo muchas llamadas a la policía, pero el susto duró un rato, hasta que el presentador despidió el programa diciendo: «Éste es Orson Welles, señoras y señores, fuera de personaje, para asegurarles que La guerra de los mundos no es otra cosa que la diversión de un día libre. Es la forma radial del Teatro Mercury de cubrirse con una sábana y aparecer detrás de un arbusto gritando ¡buu!».
No fue para tanto, pero a Orson Welles le vino de perlas.