Ya sabemos lo que tienen las revoluciones, que suelen empezar bien, por algo por lo que merece la pena luchar, hasta que la lidia da un giro, la lucha original se olvida y se instala la lucha por el poder. Esto ocurrió con la Revolución francesa, y el 27 de julio de 1794, día 9 del mes de termidor en el calendario republicano francés, se produjo un golpe de Estado que terminó con la época del Terror. Pero terminó a medias, porque las guillotinas siguieron echando humo.
Cuando la Revolución francesa triunfó, cuando Luis XVI y María Antonieta ya eran historia guillotinada, se instaló en la Convención Nacional una tremenda lucha de poder. Los jacobinos se dividieron en radicales y en muy radicales. Tan radicales que los llamaban rabiosos. Los girondinos eran moderados unos y otros corruptos, y al final acabaron a tortas girondinos contra jacobinos y jacobinos entre sí. El que cortaba el bacalao en Francia era Maximiliano Robespierre, aquel que se inventó el lema «Libertad. Igualdad, Fraternidad». El mismo que se manifestó al principio enemigo de la pena de muerte, pero a la que luego le sacó gustillo, porque cortaba cabezas a dos manos. Cabezas de su partido, cabezas del partido contrario… cabezas en general.
Cuando ni uno solo de los diputados se vio libre de pasar por la guillotina porque Robespierre amenazó con cargarse a todos los corruptos, decidieron unirse para acabar con él antes de que Robespierre dejara la Convención vacía. Se produjo el golpe de mano, y allí mismo, en la Asamblea, se ordenó la detención del tirano.
Como aquella misma noche sus partidarios lo liberaron, la Asamblea dio un paso más: lo declaró a él y a sus partidarios «fuera de la ley», una excusa perfecta para ordenar su inmediata ejecución sin derecho a juicio. En la noche del día siguiente, 10 de termidor, 28 de julio, las cabezas de Robespierre y veintidós de los suyos rodaron como canicas. Luego cayeron muchos más terroristas, porque así se llamó a los que impusieron el Terror francés. El término «terrorista» procede de entonces, y entonces, como ahora, los terroristas habían perdido el norte de la lucha y la revolución.