Imaginen que escriben una carta al director de un periódico para protestar por algo y al día siguiente se la encuentran en la primera página de ese diario de gran tirada a seis columnas y bajo el título «Yo acuso». Eso mismo le ocurrió al escritor francés Emilio Zola el 13 de enero de 1898. Su carta abierta para protestar por una de las mayores vergüenzas que salpicaron a Francia salió en la portada del diario La Aurora y aquella carta se convirtió en uno de los artículos más celebrados de toda la historia del periodismo. El origen de todo fue el «caso Dreyfus».
El «caso Dreyfus», ocurrido en Francia a finales del siglo XIX, fue uno de los mayores sinsentidos que se recuerdan. Un caso que dividió Francia y provocó una crisis social y política tremenda, porque jueces, militares, gobernantes y clero la emprendieron con un joven capitán, al que acusaron de ser espía de los alemanes. No repararon en gastos para demostrar que aquel oficial era un judío traidor, cuando el pobre tenía una trayectoria intachable. En el fondo subyacía un descomunal odio a los judíos y Alfred Dreyfus fue el chivo expiatorio. Se manipularon pruebas y se compraron delatores; Dreyfus fue humillado, degradado y condenado.
Aquella farsa, la mayor idiotez que cometió Francia, dividió a toda la opinión pública. Nadie quedó al margen, pero había tanto manipulador de las altas esferas implicado que hubo una negativa en rotundo a revisar el caso, porque entonces tendrían que reconocer la pantomima que habían orquestado. Emilio Zola fue uno de los que se infló y escribió aquel «Yo acuso», porque, dijo, no quería ser un ciudadano cómplice de aquel espantoso crimen judicial. Por supuesto, el texto le costó a Zola el exilio, pero movió muchas más conciencias y quedó para los anales del periodismo.
Si fue trascendente el «caso Dreyfus» que aquello desembocó en la separación definitiva de la Iglesia y el Estado en Francia y puso la semilla del sionismo y la creación del Estado de Israel. Con eso está todo dicho.