Canal de Panamá: el buen ojo de Carlos V

Carlos I de España y V de Alemania no tenía un pelo de tonto. Es más, sentido del negocio tenía un rato, porque el 20 de febrero de 1534 firmó el decreto por el que ordenaba al gobernador regional de Panamá estudiar muy seriamente cómo unir el Atlántico con el Pacífico a través del istmo de Panamá. Textualmente, el emperador pidió que «se abriera una vía que uniera los dos océanos», y el encarguito recayó en el gobernador Antonio de la Gama. La idea inicial no fue de Carlos I, sino del navegante español Saavedra y del portugués Galvao, que estaban hartos de dar la vuelta a América por abajo, cuando los dos océanos sólo estaban separados por un miserable hilillo de tierra de 50 kilómetros.

La idea era buena, buenísima, porque así España podría llegar en línea recta a sus posesiones asiáticas navegando hacia el oeste, sin pasar por el infernal estrecho de Magallanes. Pero una cosa es que la idea fuera brillante y otra cómo y quién la hacía. El gobernador le pasó la patata caliente al regidor de Panamá, a Pascual de Andagoya, y le dijo, anda, hazme un estudio topográfico para ver cómo podemos para llegar en barco al otro lado. Andagoya se mordió la lengua para no hacerle una rima y a cambio emitió un informe totalmente desfavorable. Argumentó que se trataba de una obra, más que gigantesca, desmesurada, y que no había dinero en el mundo para realizarla.

El proyecto no se materializó, pero los españoles, durante la realización del estudio topográfico construyeron caminos pavimentados con guijarros que el tiempo ha demostrado que circulan muy cerca de donde ahora está el Canal de Panamá. Descaminados no iban, pero en aquellos años resultó materialmente imposible convertir en navegable aquella franja mínima de tierra. Y continuó siendo imposible durante los cuatrocientos ochenta y cinco años siguientes. Hasta que en agosto de 1914 el buque a vapor Ancón inauguró oficialmente el Canal. Entró por el Caribe y salió al Pacífico. Panamá se había partido en dos a cambio de acercar un poco más el mundo, pero Carlos I no lo vio.