Habiendo alcanzado cada una de las metas que especificaba la regla, don Juan y su grupo de guerreros estaban listos para la tarea final, abandonar el mundo. Lo que nos quedaba a la Gorda, a los demás aprendices y a mí era presenciar su salida. Había un solo problema irresoluto: ¿qué hacer con los aprendices? Don Juan decía que, propiamente, deberían acompañarlos incorporándose a su propio grupo; sin embargo, no estaban listos. Las reacciones que habían tenido al intentar cruzar el puente habían demostrado cuáles eran sus debilidades.
Don Juan decía que la decisión de su benefactor de esperar años para congregar el grupo de sus guerreros, había sido una decisión sensata que produjo resultados positivos, en tanto que su propia determinación de reunirme sin pérdida de tiempo con la mujer nagual y mi propio grupo había sido casi fatal para nosotros.
Don Juan no expresaba esto como una queja o una acusación sino como la afirmación de la libertad del guerrero de escoger y aceptar su selección. Dijo, además, que en un comienzo él consideró seriamente seguir el ejemplo de su benefactor, y que de haberlo hecho habría descubierto con la suficiente anticipación que yo no era un nagual como él, y que nadie más, a excepción mía, habría quedado enredado en su mundo. Como estaban las cosas, Lidia, Rosa, Benigno, Néstor y Pablito tenían serias desventajas; la Gorda y Josefina necesitaban tiempo para perfeccionarse; tan sólo Soledad y Eligio estaban a salvo, pues ellos quizás eran más hábiles que los guerreros viejos de su propio grupo. Don Juan añadió que les correspondía a los nueve sopesar las circunstancias desfavorables o favorables y, sin lamentarse ni desesperarse ni darse palma ditas en la espalda, convertir su maldición o bendición en un incentivo.
Don Juan señaló que no todo en nosotros había sido un fracaso: lo poco que nos tocó ver y hacer entre sus guerreros había sido un éxito completo en el sentido de que la regla encajaba en cada uno de mi grupo, a excepción mía. Estuve completamente de acuerdo con él. Para empezar, la mujer nagual era todo lo que la regla prescribía. Tenía gracia, control; era un ser en guerra y, sin embargo, completamente en paz. Sin ninguna preparación evidente, supo tratar y guiar a todos los dotados guerreros de don Juan a pesar de que éstos tenían la suficiente edad como para ser sus abuelos. Ellos aseguraban que ella era una copia al carbón de la otra mujer nagual que habían conocido. Reflejaba a la perfección a cada una de las ocho guerreras de don Juan y consecuentemente también podía reflejar a las cinco mujeres que él había hallado para mi grupo, pues éstas eran las réplicas de las mayores. Lidia era como Hermelinda, Josefina era como Zuleica, Rosa y la Gorda eran como Nélida, y Soledad era como Delia.
Los hombres también eran réplicas de los guerreros de don Juan: Néstor era una copia de Vicente; Pablito, de Genaro; Benigno, de Silvio Manuel, y Eligio era como Juan Tuma. La regla en verdad era el exponente de una fuerza inconcebible que había moldeado a esta gente. Sólo mediante una extraña vuelta del destino habían quedado desamparados, sin el guía que encontrara el paso hacia la otra conciencia.
Don Juan decía que los miembros de mi grupo tenían que entrar sin ayuda y por sí solos en la otra conciencia, y que ignoraba si podrían hacerlo, porque eso era algo que a cada quién le correspondía individualmente. Él los había ayudado a todos impecablemente; por lo tanto, su espíritu estaba libre de tribulaciones, y su mente libre de especulaciones inútiles. Todo lo que le quedaba por hacer era mostrarnos pragmáticamente lo que significaba cruzar las líneas paralelas en la totalidad de uno mismo.
Don Juan me dijo que, en el mejor de los casos, yo podía ayudar a uno de los aprendices, y que él había escogido a la Gorda a causa de su agilidad en la segunda atención y porque me hallaba familiarizado con ella en extremo. Me dijo que yo no disponía de energía para los demás, debido a que tenía otros deberes que llevar a cabo, otro camino. Don Juan me explicó que cada uno de sus guerreros sabía cuál era esa tarea pero que ninguno de ellos me lo podía revelar porque yo te nía que probar que la merecía. El hecho de que se hallaran al final de su sendero, y el hecho de que yo había seguido fielmente las instrucciones hacía imperativo que la revelación tomase lugar, aunque sólo fuera en una forma parcial.
Cuando llegó el momento de partir, don Juan me dijo cuál era mi tarea. Como me hallaba en un estado de conciencia normal, perdí el verdadero sentido de lo que me dijo. Hasta el último momento don Juan trató de inducirme a unir mis dos estados de conciencia. Todo habría sido muy simple si yo hubiera podido efectuar esa fusión. Como no pude, sólo fui tocado racionalmente por sus revelaciones. Don Juan me hizo luego cambiar de niveles de conciencia a fin de permitir me apreciar el evento de su partida total en términos más abarcantes.
Repetidamente me advirtió que estar en la con ciencia del lado izquierdo es una ventaja sólo en cuanto se acelera nuestra comprensión. Es una desventaja porque nos permite enfocar con inconcebible lucidez sólo una cosa a la vez, y esto nos vuelve vulnerables. No se puede actuar independientemente mientras se está en la conciencia del lado izquierdo; uno tiene que ser ayudado por guerreros que han obtenido la totalidad de sí mismos y saben cómo desempeñarse en ese estado.
La Gorda me dijo que un día el nagual Juan Matus y Genaro reunieron a todos los aprendices en su casa. Él nagual los hizo cambiar a la conciencia del lado izquierdo, y les dijo que su tiempo en la tierra había llegado a su fin.
La Gorda no le creyó en un principio. Estaba convencida de que don Juan trataba de asustarlos para que actuaran como guerreros. Pero después se dio cuenta de que había un brillo en sus ojos que nunca le había visto.
Después de hacerlos cambiar de niveles de conciencia, don Juan habló con cada uno de ellos individualmente y a cada uno le hizo un resumen de todos los conceptos y procedimientos que les había enseñado. Conmigo hizo lo mismo, pero en mi caso condujo el resumen en ambos estados de conciencia, el día anterior a su viaje definitivo. Por cierto, me hizo cambiar de su lado al otro varias veces, como si quisiera estar seguro de que yo me hallaba completamente saturado en los dos.
Por mucho tiempo me fue imposible recordar, lo que tuvo lugar después del resumen. Un día, la Gorda finalmente logró romper las barreras de mi memoria. Me dijo que ella había estado en mi mente, como si me leyera por dentro. Afirmó que lo que mantenía cerrada mi memoria era el miedo que yo tenía de recordar algo dolorosísimo. Lo que había ocurrido en casa de Silvio Manuel la noche previa al viaje definitivo se hallaba inseparablemente enredado con mi terror. Dijo que tenía la clarísima sensación de que ella también tuvo miedo, pero ignoraba la razón. Tampoco podía recordar exactamente qué había ocurrido en casa, específicamente en el cuarto donde tomamos asiento.
Conforme la Gorda hablaba sentí como si me estuviera cayendo dentro de un abismo. Comprendí que algo en mí trataba de establecer una conexión entre dos diferentes acontecimientos que yo había presenciado en los dos estados de conciencia. En mi lado izquierdo tenía encerrado los re cuerdos de don Juan y su grupo de guerreros en su último día en la tierra; en mi lado derecho estaba el recuerdo de haber saltado en una barranca. Al tratar de unir los dos lados experimenté una sensación total de descenso físico. Mis rodillas se doblaron y me desplomé en el suelo.
La Gorda dijo que lo que me pasaba era que había llegado a mi conciencia del lado derecho un recuerdo que surgió en ella cuando yo hablaba. Recordó que habíamos hecho un intento más de cruzar las líneas paralelas con el nagual Juan Matus y su grupo. Dijo que ella y yo juntos con el resto de los aprendices habíamos tratado una vez más de cruzar el puente.
Yo no podía enfocar ese recuerdo. Parecía haber una fuerza constrictora que me pedía organizar mis pensamientos. La Gorda dijo que Silvio Manuel le había dicho al nagual Juan Matus que me preparara a mí y a los demás aprendices para cruzar. No quería dejarme en el mundo, porque creía que yo no tenía la menor posibilidad de cumplir mi tarea. El nagual no estuvo de acuerdo con él, pero llevó a cabo las preparaciones no obstante lo que pensaba.
La Gorda me dijo que recordaba que yo había ido en mi auto a su casa para llevarla a ella y a los demás aprendices a casa de Silvio Manuel. Ellos se quedaron allí mientras yo regresaba con el nagual Juan Matus y con Genaro a fin de prepararme para el cruce.
No pude recordar nada. Ella insistió en que debía de utilizarla como guía, puesto que nos hallábamos íntimamente unidos; me aseguró que yo podía leerle la mente y encontrar algo allí que podría despertar la totalidad de mi recuerdo.
Mi mente se hallaba en un estado de gran turbación. Una sensación de ansiedad me prevenía incluso concentrarme en lo que la Gorda decía. Ella siguió hablando, describiendo lo que recordaba de nuestro segundo intento por cruzar el puente. Refirió que Silvio Manuel los había arengado. Les dijo que el entrenamiento que tenían era suficiente como para tratar de cruzar nuevamente; lo que necesitaban para entrar plena mente en el otro yo era abandonar el intento de la primera atención. Una vez que se hallaran en la conciencia del otro yo, el poder del nagual Juan Matus y de su grupo los recogería y los elevaría a la tercera atención con gran facilidad: esto era algo que no podían hacer si los aprendices se hallaban en su conciencia normal.
De pronto, ya no escuchaba más a la Gorda. El sonido de su voz en verdad era como un vehículo para mí y trajo con sigo el recuerdo de todo el evento. Me tambaleé ante el impacto. La Gorda cesó de hablar, y conforme yo le describía mi recuerdo, ella también se acordó de todo. Habíamos final mente juntado las últimas piezas de los recuerdos separados de nuestros dos estados de conciencia.
Recordé que don Juan y don Genaro me prepararon para cruzar mientras yo me hallaba en el estado normal de con ciencia. Yo pensé racionalmente que me estaban preparando para dar un salto en un abismo.
La Gorda recordó que a fin de prepararlos a cruzar, Silvio Manuel los había colgado de las vigas del techo en arneses de cuero. Había uno de éstos en cada cuarto de su casa. Los aprendices estuvieron suspendidos en ellos casi todo el día.
La Gorda comentó que tener un arnés en el cuarto de uno es algo ideal. Los Genaros, sin saber realmente lo que estaban haciendo, habían acertado al construir un arnés, tuvieron un recuerdo a medias y crearon su juego.
Era un juego que combinaba las cualidades curativas y purificadoras de estar separado del suelo con la concentración que uno requiere para cambiar niveles de conciencia. El juego en realidad era un artificio que les ayudaba a recordar.
La Gorda me dijo que Silvio Manuel les hizo descender del arnés al atardecer, después de haber estado suspendidos todo el día. Todos fueron con él al puente y esperaron allí con el resto del grupo hasta que el nagual Juan Matus y Genaro llegaron conmigo. El nagual Juan Matus le explicó a todos que el prepararme había tomado más tiempo de lo que él anticipó.
Recordé que don Juan y sus guerreros cruzaron el puente antes que nosotros. Doña Soledad y Eligio automática mente fueron con ellos. La mujer nagual fue la última que cruzó. Desde el otro lado del puente, Silvio Manuel nos indicó que empezáramos a caminar. Sin decir una sola palabra, todos nosotros, empezamos. A la mitad del puente, Lidia, Rosa y Pablito parecieron no poder dar otro paso. Benigno y Néstor llegaron casi hasta el final y después se detuvieron. Solamente la Gorda, Josefina y yo llegamos a donde don Juan y los otros se encontraban.
Lo que ocurrió después fue bastante parecido a lo que sucedió la primera vez que intentamos cruzar. Silvio Manuel y Eligio habían abierto algo que yo creí que era una grieta real. Tuve la energía suficiente para concentrar mi atención en ella. No era la colina que se encontraba junto al puente, ni tampoco era una apertura en la pared de niebla, aunque podía distinguir un vapor neblinoso en torno a la grieta. Era una misteriosa y oscura apertura que se erguía por sí sola al margen de todo lo demás; era del tamaño de un hombre, pero estrecha. Don Genaro hizo una broma y la llamó «vagina cósmica», y esta observación produjo risas estentóreas de sus compañeros. La Gorda y Josefina se aferraron a mí y entramos.
Instantáneamente sentí que me trituraban. La misma fuerza incalculable que casi me hizo explotar la primera vez me había atrapado nuevamente. Podía sentir a la Gorda y Josefina fusionándose conmigo. Yo parecía ser más ancho que ellas y la fuerza me aplanó contra las dos juntas.
Cuando otra vez me di cuenta de mí mismo, yacía en el suelo con la Gorda y Josefina encima de mí. Silvio Manuel nos ayudó a ponernos en pie. Me dijo que no sería imposible unirnos a ellos en esa ocasión, pero que quizá después, cuando nos hubiéramos afinado hasta la perfección, el Águila nos dejaría pasar.
Cuando regresábamos a su casa, Silvio Manuel me dijo casi en un susurro que su camino y mi camino se habían separado esa noche y que jamás se volverían a cruzar. Me hallaba sólo. Me exhortó a ser frugal y a utilizar mi energía con gran mesura sin desperdiciar ni un ápice de ella. Me aseguró que si yo llegaba a la totalidad de mí mismo sin desgastes excesivos, tendría energía suficiente para cumplir mi tarea. Pero me agotaba excesivamente antes de perder mi forma humana, estaba perdido.
Le pregunté si había una manera de evitar el desgaste. Negó con la cabeza. Dijo que mi triunfo o mi fracaso no era asunto de mi voluntad. Después me reveló los detalles de mi tarea. Pero no me dijo cómo llevarla a cabo, sólo que algún día el Águila pondría a alguien en mi camino para decirme cómo cumplirla. Y hasta no haber triunfado, no sería libre.
Cuando llegamos a la casa, nos congregamos todos en una gran habitación. Don Juan tomó asiento en el centro con la cara hacia él sureste. Las ocho guerreras lo rodearon. Se acomodaron en pares en los puntos cardinales, con la cara también hacia el sureste. Después los tres guerreros hicieron un triángulo afuera del círculo, con Silvio Manuel en el vértice que apuntaba al sureste. Las dos mujeres propios se sentaron flanqueándolo, y los dos hombres propios se acomodaron frente a él, casi contra la pared.
La mujer nagual hizo que los aprendices hombres tomaran asiento contra la pared del Esté, e hizo que las mujeres se sentaran contra la pared del Oeste. Después me condujo a un lugar que se hallaba directamente atrás de don Juan. Allí nos sentamos juntos.
Permanecimos sentados lo que yo creí que sólo era un instante, y sin embargo sentí una oleada de extraña energía. Cuando le pregunté a la mujer nagual por qué nos habíamos levantado tan rápidamente, me contestó que habíamos estado sentados allí durante varias horas, y que algún día, antes de que entrara a la tercera atención, todo eso tendría sentido para mí.
La Gorda afirmó que ella no sólo tuvo la sensación de que estuvimos sentados sólo un instante, sino que nunca le dijeron que eso no había sido así. Lo único que el nagual le dijo después era que tenía la obligación de ayudar a los demás aprendices, especialmente a Josefina, y que un día yo regresaría para darle el empujón final para cruzar totalmente hacia el otro yo. Ella estaba atada a mí y a Josefina. En nuestro ensoñar juntos, bajo la supervisión de Zuleica, habíamos intercambiado enormidades de nuestra luminosidad. Por esa razón pudimos resistir juntos la presión del otro yo al entrar en él con todo y cuerpo. También le dijo que el poder de los guerreros de su grupo fue lo que hizo que el cruce fuera fácil esa vez, y que cuando ella tuviera que cruzar por sí misma tenía que hacerlo a través del ensueño.
Después de que nos pusimos en pie, Florinda se acercó a donde yo estaba. Me tomó del brazo y caminamos por el cuarto, mientras don Juan y sus guerreros hablaban con los otros aprendices.
Me dijo que no debía permitir que los eventos de esa noche, en el puente, me confundieran. Yo no debería de creer, como creyó una vez el nagual Juan Matus, que en realidad hay una entrada física hacia el otro yo. La grieta que yo había visto simplemente era una construcción del intento de todos ellos; un intento que fue atrapado por una combinación entre la observación del nagual Juan Matus con entradas reales y el grotesco sentido del humor de Silvio Manuel: la mezcla de ambos produjo la vagina cósmica. Hasta donde ella sabía, el paso de un yo al otro no tenía características físicas. La vagina cósmica era una expresión física del poder de los hombres para mover «la rueda del tiempo».
Florinda me explicó que cuando ella o sus compañeros hablaban del tiempo, no se referían a algo que se mide con los movimientos del reloj. El tiempo es la esencia de la atención; las emanaciones del Águila están compuestas de tiempo, y, propiamente hablando, cuando uno entra en cualquier aspecto del otro yo, uno empieza a familiarizarse con el tiempo.
Florinda me aseguró que esa noche, cuando estábamos sentados en formación, ellos tuvieron su última oportunidad de ayudarnos, a mí y a los aprendices, a encarar la rueda del tiempo. Dijo que la rueda del tiempo es como un estado de conciencia acrecentada del otro yo, así como la conciencia del lado izquierdo es el estado de conciencia acrecentada del yo de todos los días. La rueda del tiempo podía describirse físicamente como un túnel de largo infinito, un túnel con surcos reflectores. Casa surco es infinito, y hay cantidades infinitas de ellos. Las criaturas vivientes están obligadas, por la fuerza de la vida, a contemplar compulsivamente uno de esos surcos.
Contemplarlo significa ser atrapado por él, vivir ese surco.
Florinda aseveró que lo que los guerreros llaman voluntad pertenece a la rueda del tiempo. Es algo semejante a un tentáculo intangible que todos nosotros poseemos. Dijo que el designio final del guerrero consiste en aprender a concentrarlo en la rueda del tiempo con el fin de hacerla girar. Los guerreros que han logrado hacer girar la rueda del tiempo puede contemplar, cualquier surco y extraer de él lo que deseen, como, por ejemplo, la vagina cósmica. Ser atrapado compulsivamente en cualquier surco del tiempo implica ver las imágenes de ese surco conforme se alean. Ser libre de la fuerza fascinante de esos surcos significa que uno puede ver en cualquier dirección, ya sea cuando las imágenes se alejan o cuando se aproximan.
Florinda dejó de hablar y me abrazó. Me susurró al oído que regresaría a finalizar su instrucción algún día, cuando yo hubiese ganado la totalidad de mí mismo.
Don Juan pidió a todos que se acercaran a donde yo estaba. Me rodearon. Don Juan fue el primero en hablarme. Dijo que yo no podía ir con ellos en su viaje definitivo porque era imposible que retractara mi tarea. Bajo esas circunstancias lo único que ellos podían hacer por mí era darme sus mejores votos. Añadió que los guerreros no tienen vida propia. A partir del momento en que comprenden la naturaleza de la con ciencia, dejan de ser personas y la condición humana ya no forma parte de su visión. Yo tenía un deber como guerrero y sólo eso era lo que contaba a fin de cumplir la tenebrosa tarea que me había confiado. Puesto que yo había prescindido de mi vida, ellos ya no tenían nada que decirme, salvo que debería dar lo mejor de mí. Y yo tampoco tenía nada que decirles, salvo que había comprendido y qué aceptaba mi destino.
Después, Vicente vino a mi lado. Habló muy quedamente. Dijo que el reto de un guerrero consiste en llegar a un equilibrio muy sutil de fuerzas positivas y negativas. Este reto no quiere decir que un guerrero deba de luchar por tener todo bajo su control, sino que el guerrero debe de luchar por enfrentar cualquier situación concebible, lo esperado y lo inesperado, con igual eficiencia. Ser perfecto en circunstancias perfectas es ser un guerrero de papel. Mi desafío consistía en quedarme atrás. El de ellos era irrumpir en lo desconocido. Ambos desafíos eran agobiantes. Para los guerreros, la excitación de quedarse es igual a la excitación del viaje. Ambos son los mismos, porque los dos entrañan el cumplimiento de un cargo sagrado.
El siguiente que vino a hablarme fue Silvio Manuel; dijo que a él le importaba lo práctico. Me dio una fórmula, un encantamiento para las horas en que mi tarea fuese mayor que mi fuerza; ése fue el encantamiento que me vino a la mente la primera vez que recordé a la mujer nagual.
Ya me di al poder que a mi destino rige.
No me agarro ya de nada, para así no tener nada que defender.
No tengo pensamientos, para así poder ver.
No temo ya a nada, para así poder acordarme de mí.
Sereno y desprendido,
me dejará el águila pasar a la libertad.
Me dijo que iba a revelarme una maniobra práctica de la segunda atención. Y sin más ni más se convirtió en una bola de luz, en un huevo luminoso. Volvió a su apariencia normal y repitió la transformación tres o cuatro veces. Comprendí perfectamente bien lo que hacia. No necesitaba explicármelo y sin embargo me era imposible formular en palabras lo que yo sabía.
Silvio Manuel sonrió, consciente de mi problema. Dijo que se requería una enormidad de fuerza para abandonar el intento de la vida de todos los días. El secreto que me acababa de revelar era como facilitar el abandono del intento. Para poder hacer lo que él había hecho, uno debe enfocar la atención en la superficie del cascarón luminosa.
Una vez más se volvió una bola de luz y después se me hizo obvio lo que ya sabía desde el principio. Silvio Manuel volvió los ojos y por un instante los enfocó en el punto de la segunda atención. Su cabeza estaba erguida, encarando lo que estaba delante de sí, sólo sus ojos estaban sesgados. Dijo que un guerrero debe evocar el intento. En la mirada está el secreto. Los ojos convocan el intento.
Me puse eufórico. Por fin era yo capaz de considerar algo que yo sabía sin saberlo en verdad. La razón por la que el ver parece ser visual es porque necesitamos los ojos para enfocar el intento. Don Juan y su grupo de guerreros sabían cómo usar los ojos para atrapar otros aspectos del intento y a este acto le llamaban ver. Lo que Silvio Manuel me había mostrado era la verdadera función de los ojos, los atrapadores del intento.
Utilicé entonces mis ojos premeditadamente para convocar el intento. Los concentré en el punto de la segunda atención. De repente, don Juan, sus guerreros, doña Soledad y Eligió eran huevos luminosos, pero no la Gorda, las tres hermanitas y los Genaros. Seguí moviendo la mirada de un lado al otro; entre las burbujas de luz y la gente, hasta que escuché un crujido en la base de mi cuello, y todos los que estaban en mi cuarto eran huevos, luminosos. Por un instante sentí que no podía saber quién era quién, pero luego mis ojos lograron ajustarse y sostuve dos aspectos del intento, dos imágenes al mismo tiempo. Podía ver sus cuerpos físicos y también sus luminosidades. Las dos escenas no se hallaban una encima de la otra, sino que estaban separadas, y sin embargo no podía concebir cómo. Definitivamente tenía dos canales de visión; ver estaba íntimamente unido a mis ojos y no obstante era algo independiente de ellos. Si los cerraba, aún podía ver los huevos luminosos, pero no los cuerpos físicos.
En un momento tuve la sensación clarísima de que yo sabía cómo cambiar mi atención hacia mi luminosidad.
También sabía que para volver de nuevo al nivel físico todo lo que tenía que hacer era enfocar los ojos en mi cuerpo.
Don Juan vino luego a mi lado y me dijo que el nagual Juan Matus, como regalo de despedida, me había dado el deber, Vicente me dio el reto, Silvio Manuel me dio magia, y él iba a darme la gracia. Me miró de arriba abajo y comentó que yo era el nagual de apariencia más lamentable que hubiera visto. Examinó a los aprendices, meneó la cabeza y concluyó que con una apariencia tan deplorable lo único que nos que daba era ser optimista y ver el lado positivo de las cosas. Nos contó el chiste de una muchacha pueblerina que fue seducida por un agente viajero que le prometió matrimonio. Cuando llegó el día de la boda y le dijeron que el novio había huido del pueblo, ella no se inmutó, sonrió con fatalidad y dijo que no todo estaba perdido. Perdió la virginidad, sí, pero menos mal que todavía no había matado al lechón de la fiesta.
Don Genaro recomendó que lo único que podía ayudarnos a salir de esa situación, que era la de la novia vestida y albo rotada, era aferrarnos a nuestros lechones, cualesquiera que fuesen, y reírnos a carcajadas. Sólo a través de la risa podríamos cambiar nuestra condición.
Nos instó con gestos de la cabeza y de las manos a que nos riéramos. Se arrodilló y nos pidió una carcajadita.
Ver a don Genaro de rodillas y a los aprendices tratando de carcajearse era tan ridículo como mis propios intentos. Repentinamente yo estaba riendo estentóreamente con don Juan y sus guerreros.
Don Genaro, que siempre bromeaba que yo era poeta y loco, me pidió que le leyera un poema en voz alta. Dijo que quería resumir sus sentimientos y sus recomendaciones con el poema que celebra la vida, la muerte y la risa.
Se refería a un fragmento del poema de José Gorostiza Muerte sin fin.
La mujer nagual me tendió el libro y yo leí la parte que siempre le gustaba a don Juan y a don Genaro.
Ay, una ciega alegría,
un hambre de consumir
el aire que se respira,
la boca, el ojo, la mano;
estas pungentes cosquillas
de disfrutarnos enteros
en un solo golpe de risa,
ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde el gusto
que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia.
El efecto del poema fue aniquilante. Sentí un estremecimiento. Emilito y Juan Tuma fueron a mi lado. No dijeron una sola palabra. Sus ojos brillaban como canicas negras. Todos sus sentimientos parecían concentrarse en sus ojos. Juan Tuma dijo muy suavemente que una vez él me había introducido en su casa en los misterios de Mescalito y que eso había sido un precursor de otra ocasión en la rueda del tiempo en la que él me introduciría en el último de los misterios: la libertad.
Emilito dijo, como si su voz fuera un eco de Juan Tuma, que los dos confiaban en que yo podría cumplir mi tarea. Ellos me esperarían, pues algún día yo me les uniría. Juan Tuma añadió que el Águila me había puesto con el grupo del nagual Juan Matus porque ésa era mi unidad de rescate. Nuevamente me abrazaron y al unísono me susurraron que debía tener confianza en mí mismo.
Después vinieron las guerreras a mí. Cada una de ellas me abrazó y me susurró un deseo en el oído, un deseo de plenitud y logros.
La mujer nagual fue la última que se me acercó. Tomó asiento y me sentó en sus faldas como si yo fuera un niño. Exudaba afecto y pureza. Perdí el aliento. Nos pusimos en pie y caminamos por el cuarto. Hablamos y examinamos nuestro destino. Fuerzas imposibles de concebir nos habían guiado a ese momento culminante. El pavor que sentí fue inconmensurable. Y así era también mi tristeza.
Entonces me reveló una porción de la regla que se aplicaba al nagual de tres puntas. Ella se encontraba en un estado de agitación extrema y sin embargo estaba calmada. Su intelecto era impecable y sin embargo no trataba de razonar nada.
Su estado de ánimo en su último día en la tierra era inaudito y me lo transmitió. Era como si hasta ese momento yo no me hubiese dado cuenta de la finalidad de nuestra situación. Estar en el lado izquierdo implicaba que lo inmediato tomaba precedencia, lo cual hacía que para mí fuera prácticamente imposible prever más allá de ese momento. Sin embargo, el contacto con la mujer nagual atrapó algo de mi conciencia del lado derecho y su capacidad para prejuzgar lo mediato. Comprendí entonces por completo que nunca más la volvería a ver. ¡Y eso para mí era una angustia sin límite!
Don Juan decía que en el lado izquierdo no hay lugar para las lágrimas, que un guerrero no puede llorar, y que la única expresión de angustia es un estremecimiento que viene desde las profundidades mismas del universo. Es como si una de las emanaciones del Águila fuese la angustia. El estremecimiento del guerrero es infinito.
Mientras la mujer nagual me hablaba y me abrazaba, yo sentí ese estremecimiento.
Ella puso sus brazos en torno a mi cuello y apretó su cabeza contra la mía. Sentí que me estaba exprimiendo como un pedazo de trapo, y que algo emergía de mi cuerpo, o del de ella hacia el mío. Mi angustia fue tan intensa y me inundó tan rápido que perdí el control de los músculos. Caí al suelo, con la mujer nagual aún abrazada a mí.
Pensé, como si estuviera en un sueño, que debió haberse cortado la frente durante nuestra caída. Su rostro y el mío estaban cubiertos de sangre. La sangre había hecho un estanque en sus ojos.
Don Juan y don Genaro me alcanzaron con presteza. Me sostuvieron. Yo tenía espasmos incontrolables, como ataques. Las guerreras rodearon a la mujer nagual; después hicieron una hilera a la mitad del cuarto. Los hombres se les unieron. En un momento se creó una innegable cadena de energía que fluía entre ellos. La hilera se movió y desfiló enfrente de mí. Cada uno de ellos se acercó y se detuvo frente a mí durante un momento, pero sin romper fila. Era como si se deslizaran en una rampa movible que los transportaba y que los hacía detenerse y encararse por un segundo. Los cuatro propios avanzaron primero, con los hombres a la cabeza, después los siguieron los guerreros, luego las ensoñadoras, las acechado ras y, por último, la mujer nagual. Pasaron frente a mí y durante un segundo o dos permanecieron a plena vista; después desaparecieron en la negrura de la misteriosa grieta que había aparecido en el cuarto.
Don Juan oprimió mi espalda y me ayudó a contrarrestar un poco de mi angustia intolerable. Dijo que comprendía mi dolor, y que la afinidad del hombre nagual y de la mujer nagual es algo que no puede formularse.
Existe como resultado de las emanaciones del Águila; una vez que las dos personas se juntan y se separan, no hay manera de llenar la vaciedad, porque no se trata de una vaciedad social, sino de un movimiento de esas emanaciones.
Don Juan me dijo entonces que iba a hacerme cambiar hasta mi extrema derecha. Dijo que era una maniobra conmiserativa pero temporal; por el momento me ayudaría a olvidar, pero no me sería un alivio cuando recordase.
Don Juan también me dijo que el acto de recordar es absolutamente incomprensible. En realidad se trata del acto de acordarse de uno mismo, que uno cesa cuando el guerrero recupera la memoria de las acciones llevadas a cabo en la conciencia del lado izquierdo, sino que prosigue hasta recuperar cada uno de los recuerdos que el cuerpo luminoso ha almacenado desde el momento de nacer.
Las acciones sistemáticas que los guerreros llevan a cabo en estados de conciencia acrecentada son un recurso para permitir que el otro yo se revele en términos de recuerdos. Este acto de recordar, aunque parece estar asociado solamente con los guerreros, es algo que pertenece a cualquier ser humano; cada uno de nosotros puede ir directamente a los recuerdos de nuestra luminosidad con resultados insondables.
Don Juan me dijo entonces que ellos partirían ese mismo día, a la hora del crepúsculo, y que lo que aún tenía que hacer conmigo era crear una apertura, una interrupción en el continuo de mi tiempo. Iban a hacerme saltar un abismo como medio de interrumpir la emanación del Águila que es responsable de mi sensación de ser completo y uniforme. El salto tendría que hacerse cuando yo estuviera en un estado de conciencia normal, y la meta era que mi segunda atención tomara el control; en vez de morir en el fondo del abismo, yo entraría plenamente en el otro yo. Don Juan me dijo que finalmente saldría del otro yo otra vez que mi energía se agotara, pero no en la montaña de la cual yo iba a saltar. Predijo que yo resurgiría en mi lugar favorito, cualquiera que éste fuese. Esa sería la interrupción del continuo de mi tiempo.
Después, don Juan me sacó completamente de mi con ciencia del lado izquierdo. Y yo olvidé mi angustia, mi propósito, mi tarea.
***
Al atardecer de ese día, Pablito, Néstor y yo, en verdad sal tamos dentro de un precipicio. El golpe del nagual había sido tan exacto y tan conmiserativo que nada de esa extraordinaria despedida trascendió más allá del otro extraordinario acto de saltar a una muerte segura, y no morir. Pavoroso como fue ese acontecimiento, resultaba pálido en comparación con lo que tuvo lugar en el otro dominio.
Don Juan me hizo saltar en el preciso momento en que él y todos sus guerreros habían encendido sus conciencias. Tuve una visión, como de sueño, de una hilera de gente que me mi raba. Después lo racionalicé como si fuera parte de una serie de visiones o alucinaciones que tuve después de saltar. Esta era la magra interpretación de mi conciencia del lado derecho, abrumada por lo pavoroso del evento total.
En mi lado izquierdo, sin embargo, comprendí que había entrado en el otro yo, pero sin la ayuda de mi racionalidad. Los guerreros del grupo de don Juan me habían agarrado por un instante eterno, antes de que se desvanecieran en la luz total, antes de que el Águila los dejara pasar. Yo sabía que se hallaban esperando a don Juan y a don Genaro en una esfera de las emanaciones del Águila, que estaba más allá de mi alcance. Vi a don Juan tomando la delantera. Y después sólo hubo una fila de exquisitas luces en el cielo. Algo como un viento parecía hacer que la fila se contrajera y oscilara. En un extremo de la línea de luces, donde se hallaba don Juan, había un inmenso brillo. Pensé en la serpiente emplumada de la leyenda tolteca. Y después las luces se desvanecieron.