CAPÍTULO III

El general Mac Kackmale dormía perfectamente a pierna suelta, sobre sus dos orejas, algo más largas que lo que manda la ordenanza. Con sus brazos desmesurados, sus ojos redondos hundidos bajo sus espesas cejas, su faz rodeada de una barba grisácea, fisonomía gesticuladora, sus gestos de anthrooppitheco y el prognatismo extraordinario de su mandíbula, era de una fealdad notable, aun para un general inglés.

Un verdadero mono; excelente militar por otra parte, a pesar de su figura simiesca.

Sí; dormía en su confortable habitación de Main-Street, aquella sinuosa calle que atraviesa la ciudad, desde la puerta del Mar hasta la puerta de la Alameda. Acaso estaría soñando que Inglaterra se apoderaba de Egipto, de Turquía, de Holanda, del Afganistán, del Sudán, del país de los Boers, en una palabra, de todos los puntos del globo que le conviniera, y esto en el momento en que corría peligro de perder Gibraltar.

La puerta de la habitación se abrió bruscamente.

—¿Qué hay? —preguntó el general Mac Kackmale, levantándose de un salto.

—Mi general —respondió un ayudante de campo, que acababa de entrar en la habitación como una bomba— la ciudad está Invadida.

—¿Por los españoles, quizá?

—Preciso es creerlo.

¿Se habrían atrevido?…

El General no acabó de hablar. Se levantó, arrojó el casquete que cubría su cabeza, se metió el pantalón, se envolvió en su levita, se metió en sus bolas, se caló el claque y se preparó con su espada, diciendo:

—¿Qué ruido es ese que oigo?

—El ruido que forman los habitantes de las rocas, que corren como una avalancha por la ciudad.

—¿Son muy numerosos esos pillos?

—Deben serlo.

—¿Sin duda se han reunido todos los bandidos de la costa para dar este golpe de mano, los contrabandistas de Ronda, los pescadores de San Roque, los refugiados que pululan en todas las poblaciones?

—Es de temer, mi General.

—¿Y el Gobernador está prevenido?

—¡No! Y es imposible ir a darle aviso a su quinta de la Punta de Europa. Las puertas están ocupadas; las calles llenas de visitantes.

—¿Y en el cuartel de la puerta del Mar?

—¡No hay medio alguno de llegar hasta allí! Los artilleros deben hallarse sitiados en su cuartel.

—¿De cuantos hombres podéis disponer?

—De una veintena, mi General: soldados de línea del tercer regimiento, que han podido escapar.

—¡Por San Dunstán! —exclamó Mac Kackmale—. ¡Gibraltar arrancado a la Inglaterra por esos vendedores de naranjas! ¡Eso no puede ser, no; no será! En aquel momento la puerta de la habitación dio paso a un ser extraño, que saltó sobre los hombros del General.