Ya se sabe lo que es esta roca formidable, de ochenta y cinco metros de altura, que descansa sobre una base de mil doscientos cuarenta y cinco de ancha, y de cuatro mil trescientos de larga. Tiene alguna semejanza con un inmenso león acotado, con la cabeza del lado de España Y la cola hundiéndose en el mar. Su faz descarnada deja ver los dientes —setecientos cañones que enseñan sus bocas a través de las troneras— la dentadura de la vieja, como la llaman vulgarmente. Pero es una vieja, que mordería con fuerza si se la molestara.
Inglaterra está situada sólidamente en aquel punto, como lo está en Perin, en Aden, en Malta, en Poulo-Pinang y en Hong-Kong, en otras tantas rocas, con las cuales algún día, con los progresos de la mecánica, formará fortalezas giratorias.
Entretanto, Gibraltar asegura al Reino Unido una dominación Indiscutible sobre los diez y ocho kilómetros de aquel estrecho, que la maza de Hércules ha abierto entre Ávila y Calpe, en lo más profundo de las aguas mediterráneas.
¿Han renunciado los españoles a reconquistar este trozo de su Península? ¡Si!, sin duda; pues parece ser inatacable por tierra y por mar.
Sin embargo, había uno que abrigaba el pensamiento constante de reconquistar aquella roca ofensiva y defensiva. Éste era el late de la banda, un ser raro, y hasta ea puede decir, loco. Éste hidalgo se llamaba precisamente Gil Braltar, hombre que, en su pensamiento sin duda, la predestinaba a una conquista tan patriótica. Su cerebro no habla resistido a la idea, y su plaza hubiera debido estar en un asilo de dementes. Se la conocía perfectamente; sin embargo, desde hacía diez años no se sabía a ciencia cierta lo que había sido de él. ¿Vagaría errante por el mundo? En realidad, él no habla abandonado su territorio patrimonial…, Llevaba una existencia de troglodita, bajo los bosques, en las cavernas, y más particularmente en el fondo de los inaccesibles reductos de las grutas de San Miguel, que, según se dice, comunican con el mar. Se la creía muerta. Vivía, sin embargo; pero a la manera de los hombres salvajes desprovistos de la razón humana, que no obedecen más que a los instintos de la animalidad.