Carta 30 Lady Susan al señor De Courcy

Calle Seymour

He recibido tu carta, y aunque no intentaré disimular que me complace en extremo tu impaciencia para encontrarte conmigo, siento la necesidad de posponer esa cita. No me juzgues cruel por ejercer un poder así, ni me acuses de inestabilidad sin primero escuchar mis razones. En el curso de mi viaje desde Churchill, tuve tiempo para reflexionar sobre el estado actual de nuestras relaciones y, cada vez que lo he meditado, me he convencido de que requieren un tacto y una precaución en la conducta que hasta ahora hemos desdeñado. Nos hemos visto apresurados por nuestros sentimientos hasta un grado de precipitación que muy mal se aviene con las opiniones de nuestros amigos y las del resto del mundo. No hemos tomado cautela alguna al concretar este compromiso apremiado, pero no debemos culminar nuestra imprudencia ratificándolo cuando hay muchas razones para temer que la unión recibirá la oposición de los amigos de los que dependes.

No podemos culpar a tu padre de sus expectativas para que consigas un matrimonio ventajoso. Siendo las posesiones de tu familia tan extensas, el deseo de incrementarlas, si no es estrictamente razonable, es habitual. Y es normal que nuestra situación le provoque cierta sorpresa y rencor. Tiene el derecho de exigir a una mujer con fortuna por nuera y, a veces, me riño a mí misma por hacerte sufrir con una unión tan imprudente. Sin embargo, la voz de la razón es a menudo escuchada demasiado tarde por aquéllos que sienten lo que yo.

Sólo hace ahora unos meses que enviudé y, por poco que me deba a la memoria de mi marido y a la felicidad que me proporcionó durante nuestro matrimonio, no puedo olvidarme de lo poco correcto que resultaría un segundo matrimonio tan pronto: me granjearía la censura del mundo y causaría, lo que aún sería más insoportable, un gran disgusto al señor Vernon. Con el tiempo, tal vez me sienta más fuerte para enfrentarme a la injusticia de las críticas en general, pero, no estoy, como bien sabes, preparada para resistir la pérdida de su estima. Y si a esto añadimos la conciencia de haber herido a tu familia, ¿cómo voy a sobrellevarlo? Con sentimientos tan delicados como los míos, la certeza de haber separado a un hijo de sus padres, me convertiría, incluso estando contigo, en el ser más desgraciado.

Por tanto, es aconsejable posponer nuestra unión, posponerla hasta que el momento sea más prometedor, hasta que la situación cobre un giro más favorable. Para colaborar a ello, creo que la ausencia será necesaria. No debemos vernos. Cruel como pueda parecer esta frase, la necesidad de pronunciarla, que sólo es atribuible a mi causa, te resultará evidente cuando hayas reflexionado sobre nuestra situación, en el contexto en que yo me he visto imperiosamente obligada a formularla. Puedes y debes estar seguro de que nada, sino la más estricta convicción del deber, me podría inducir a herir mis propios sentimientos solicitándote una separación prolongada. De insensibilidad hacia los tuyos, no debes tampoco acusarme. Una vez más, digo pues que no deberíamos, que no debemos, vernos. Manteniéndonos separados unos meses, apaciguaremos los temores fraternales de la señora Vernon, quien, acostumbrada ella misma a disfrutar de las riquezas, considera que son imprescindibles para todo el mundo. Su sensibilidad no es de naturaleza tal que pueda comprender la nuestra.

Escribe pronto, muy pronto. Dime que accedes a mis razones y no me reproches haberlas formulado. No soporto los reproches. Mi ánimo no es tan alto como para admitir reprimendas. Me esforzaré por distraerme en la ciudad. Por fortuna, muchos de mis amigos se encuentran en Londres, entre ellos los Manwaring. Ya sabes cuan cordialmente aprecio ese matrimonio.

Con mi afecto constante,

S. Vernon