Churchill
Permítame felicitarle, mi queridísima madre! El asunto que nos había creado tanta ansiedad se está aproximando a un desenlace feliz. Las perspectivas son de lo más deliciosas y, ya que todo ha dado un giro de lo más favorable, lamento ahora haberle transferido mis temores, ya que tal vez el placer de saber que el peligro ha pasado es un precio demasiado elevado para compensar los sufrimientos que ha soportado.
Estoy tan excitada que casi no puedo sostener la pluma. He resuelto, sin embargo, enviarle unas líneas por medio de James, para que tenga una explicación de lo que sin duda le asombrará: Reginald regresará a Parklands.
Hace media hora, estaba sentada en el salón donde solemos desayunar con Sir James, cuando mi hermano me ha llamado para que saliera un instante. En seguida me he dado cuenta de que ocurría algo. Su rostro estaba alterado y hablaba con mucha ansiedad. Ya conoce su vehemencia cuando algo le interesa.
«Catherine —me ha dicho—, regreso hoy a casa. Siento dejarte, pero debo irme. Hace ya mucho que no veo a mi padre y a mi madre. Voy a enviar a James de inmediato con mis caballos. Si tienes alguna carta que enviar, él puede llevarla. Yo no llegaré a casa hasta el miércoles o el jueves, ya que primero pasaré por Londres, donde tengo asuntos que atender. Pero antes de irme —ha añadido, bajando la voz, aunque aún con mucha energía—, debo advertirte sobre una cosa: no dejes que ese Martin haga infeliz a Frederica Vernon. Él quiere casarse con ella y su madre promueve la unión, pero ella no soporta esa idea. Ten la seguridad de que hablo con la certeza de que es correcto todo lo que digo. Sé que Frederica es desgraciada por el hecho de que Sir James siga aquí. Es una chica buena y merece un destino mejor. Haz que se marche de inmediato. Él es sólo un bobo, pero lo que pueda tramar su madre, ¡sólo el cielo lo sabe! Adiós —ha agregado, dándome la mano seriamente—, no sé cuando me volverás a ver, pero recuerda lo que te he dicho de Frederica. Tienes que ocuparte de este asunto, para que se haga justicia con ella. Es una chica sincera y tiene un mente superior a lo que le habíamos atribuido».
Entonces se ha marchado corriendo escaleras arriba. No he intentado detenerle, porque sabía lo que debía de sentir. La naturaleza de lo que yo he sentido mientras le escuchaba no hace falta que la describa. He permanecido inmóvil en ese lugar durante un par de minutos, presa del asombro, un asombro de lo más agradable, naturalmente. He necesitado reflexionar un poco para poder sentirme feliz y tranquila.
Al cabo de diez minutos de haber vuelto al salón, ha entrado lady Susan. Había deducido, obviamente, que ella y Reginald habían discutido y he escrutado con una curiosidad ansiosa su rostro para obtener una confirmación de mis sospechas. La maestra del engaño, sin embargo, parecía perfectamente despreocupada y, después de hablar de temas intrascendentes durante un rato, me ha dicho: «Me he enterado por Wilson de que vamos a perder al señor De Courcy. ¿Es cierto que deja Churchill esta mañana?». Le he contestado que efectivamente era cierto. «No nos dijo nada de eso anoche —ha contestado, riendo—, ni siquiera esta mañana durante el desayuno. Tal vez ni él mismo lo sabía. A menudo, los jóvenes son impetuosos en sus decisiones e igual de abruptos para tomarlas que inconstantes para llevarlas a cabo hasta el final. No me sorprendería que volviera a cambiar de parecer y no se marchara». Entonces, ella ha salido del salón. Confío, mi querida madre, en que no haya motivos para temer más cambios en sus planes actuales. Las cosas han ido demasiado lejos. Deben de haber discutido. Sin duda, sobre Frederica. Su calma me asombra. Qué placer supone el poder volver a verle como es y poder considerarle aún merecedor de su autoestima; es aún capaz de proporcionar felicidad.
Cuando vuelva a escribirla, espero poder decirle que Sir James ya se ha marchado, que lady Susan ha desaparecido y que Frederica está tranquila. Tenemos mucho que hacer, pero se hará. Estoy impaciente por saber cómo se ha producido este cambio asombroso. Termino como empecé, con mi más cordial felicitación.
Atentamente,
Catherine Vernon