Churchill
Nunca en mi vida, mi querida Alicia, me había alterado tanto como esta mañana, cuando he recibido una carta de la señorita Summers. Esa espantosa hija mía ha intentado escaparse. No tenía ni idea de que fuera tan malvada. Parecía poseer la apatía de los Vernon, pero al recibir la carta en que le exponía mis intenciones con respecto a Sir James, intentó fugarse. Si no es por eso, no sé a qué motivo atribuirlo. Pretendía, supongo, llegar a casa de los Clarke en Staffordshire, puesto que no cuenta con otros conocidos. Pero la castigaré, se casará con él. He enviado a Charles a la ciudad para que intente solucionar las cosas si puede, porque no la quiero aquí bajo ningún concepto. Si la señorita Summers no la acepta, tendrás que encontrarme otra escuela, a menos que consigamos casarla de inmediato. La señorita S. me ha escrito diciendo que no consiguió que la jovencita le dijera la causa de una conducta tan anómala, lo cual me confirma la explicación que yo he dado.
Frederica es demasiado tímida, creo yo, y me terne demasiado para contar mentiras, pero si la dulzura de su tío le «sacara» algo, no me da miedo. Estoy segura de poder contar una historia tan buena como la suya. Si de algo estoy orgullosa es de mi elocuencia. La consideración y el aprecio se obtienen sin duda del dominio del lenguaje, del mismo modo que la admiración depende de la belleza. Y aquí tengo muchas oportunidades de entrenar mis dotes, puesto que la mayor parte del tiempo lo paso conversando. Reginald nunca se siente cómodo, a menos que estemos solos y, cuando el tiempo es tolerable, paseamos juntos por el jardín durante horas. En general, me gusta mucho. Es inteligente y tiene muchas cosas que contar, pero a veces es impertinente y problemático. Demuestra un tacto ridículo debido, probablemente, a lo que haya oído en mi descrédito y nunca se da por satisfecho hasta que está convencido de haber aclarado el principio y el fin de todas las cosas.
Esto demuestra una cierta clase de amor, pero confieso que no es la que prefiero. Prefiero infinitamente el espíritu tierno y liberal de Manwaring, el cual, impresionado y convencido profundamente de mis méritos, se satisface pensando que todo lo que yo hago debe de estar bien. No puedo dejar de considerar con un cierto desprecio las especulaciones, inquisitivas y dubitativas, de ese corazón que parece debatir constantemente la sensatez de sus sentimientos. Manwaring es, naturalmente y sin comparación, superior a Reginald. Superior en todo, excepto en la posibilidad de estar conmigo. ¡Pobre hombre! Los celos le han alterado, cosa que no lamento, pues no conozco mejor forma de fomentar el amor. Me ha estado importunando para que le permita acercarse a la región y alojarse en algún lugar de «incógnito», pero yo le he prohibido que haga nada de este estilo. No tienen justificación esas mujeres que olvidan qué se espera de ellas y no tienen en cuenta lo que el resto del mundo pueda pensar.
S. Vernon