Parklands
Sé que, en general, los jóvenes no admiten que se indague en sus asuntos del corazón, ni tan sólo por parte de sus familiares más cercanos, pero, espero, querido Reginald, que demuestres estar por encima de aquellas personas que ni para evitar la ansiedad de un padre creen necesario abandonar el privilegio de negarle la confianza y hacer caso de su consejo. Debes tener en cuenta que, como hijo único y representante de una antigua familia, tu conducta en la vida afecta a tus familiares. En el muy importante asunto del matrimonio es especialmente donde más se arriesga: tu felicidad, la de tus padres y el crédito de tu apellido. Ya supongo que no adquirirías un compromiso de tal naturaleza sin comunicárselo a tu madre y a mí mismo o, por lo menos, sin estar convencido de que aprobaríamos tu elección, pero no puedo ahuyentar el temor de que te veas arrastrado al matrimonio por una dama que últimamente ha intimado contigo, cosa que toda tu familia, la más y la menos cercana, rechazaría con toda vehemencia.
La edad de lady Susan es una objeción material en sí misma, pero la ligereza de su carácter es un elemento mucho más grave que convierte la diferencia de doce años, en comparación, en una nimiedad. Si no estuvieras cegado por la fascinación, sería ridículo por mi parte repetirte los ejemplos de su comportamiento inadecuado, conocidos por todo el mundo. La negligencia con que trató a su marido, el animar a otros hombres, su extravagancia y conducta disipada han sido tan patentes que nadie los pudo ignorar en su momento ni se pueden olvidar ahora. En nuestra familia, siempre se ha visto representada con los trazos suavizados por la benevolencia del señor Charles Vernon. Con todo y, a pesar de sus generosos esfuerzos para excusarla, sabemos que, movida por su egoísmo, hizo todo lo posible para evitar que se casara con Catherine.
Mi edad y mi estado de salud cada vez más precario me hacen desear, mi querido Reginald, verte establecido. La fortuna de tu mujer me es indiferente debido al buen estado de la mía, pero su familia y sus virtudes deben de ser excepcionales por igual. Cuando a tu elección no se le pueda hacer ninguna objeción en esos dos ámbitos, te prometo mi consentimiento inmediato y entusiasta, pero es mi deber oponerme a una relación que sólo la astucia puede haber hecho posible y que, finalmente, sólo engendraría desgracia.
Es probable que su comportamiento se deba tan sólo a la vanidad o al deseo de ganarse la admiración de un joven al que ella debe de creer especialmente predispuesto contra ella, pero es más probable que sus pretensiones sean mayores. Es pobre y, por naturaleza, buscará una alianza que le pueda ser ventajosa. Conoces tus derechos y ya no está en mi mano evitar que heredes las propiedades de la familia. Infligirte penalidades durante lo que me reste de vida sería una venganza a la que difícilmente me rebajaría en cualquier circunstancia. Te comunico honestamente mis sentimientos e intenciones. No quiero apelar a tus temores, sino a tu juicio y afecto. Destruiría toda la serenidad de mi vida saber que te has casado con lady Susan Vernon; sería la muerte del franco orgullo que hasta ahora he sentido por mi hijo; me avergonzaría verle, saber de él y pensar en él.
Tal vez no haga ningún bien esta carta, quitando el de apaciguar mi mente, pero he creído mi deber comunicarte que tu interés por lady Susan no es un secreto para tus amigos y para prevenirte respecto a ella. Me gustaría oír tus razones para contradecir la inteligencia del señor Smith. Hace un mes no dudabas de ella.
Si puedes asegurarme que no albergas ningún plan más allá de disfrutar de la conversación de una mujer inteligente, durante un breve período, y de rendir admiración tan sólo a su belleza y a sus cualidades, sin cerrar los ojos por ello a sus defectos, me devolverás la felicidad, pero si no puedes hacer esto, explícame, por lo menos, qué ha ocasionado una alteración tan grande en tu opinión de ella.
Cordialmente,
Reginald De Courcy