Carta 10 Lady Susan a la señora Johnson

Churchill

Te agradezco, querida amiga, tu consejo con respecto al señor De Courcy, el cual sé que nació del convencimiento sincero de su provecho, aunque no tengo la intención de seguirlo. No puedo tomar una decisión en terrenos tan serios como el del matrimonio. En la actualidad, no estoy necesitada de dinero y, seguramente, hasta la muerte de su padre, obtendría poco beneficio de la unión. Es cierto que mi vanidad me hace creer que le tengo a mi alcance. He conseguido que sea sensible a mi poder y ahora puedo disfrutar del placer de triunfar sobre una mente predispuesta a no gustarle y llena de prejuicios contra mis acciones pasadas. Su hermana, igualmente, se ha convencido, o eso espero, de lo fútiles que son los comentarios poco generosos sobre una persona para predisponerla contra otra cuando se pueden contrarrestar con la influencia inmediata del intelecto y los modales. Veo claramente que se siente incómoda, porque la opinión que su hermano tiene de mí está progresando para bien y deduzco que no escatimará esfuerzos para contrarrestarme. Pero en cuanto consiga hacerla dudar de la justicia de su opinión respecto a mí, creo que podré desafiarla con éxito. Ha sido un placer ver sus avances hacia una mayor intimidad, especialmente observar sus reacciones alteradas cuando yo me mostraba reservada adoptando una dignidad muy calmada ante sus intentos de acercarse con una familiaridad directa. Mi conducta ha sido, desde el principio, igualmente comedida y nunca me había comportado de modo menos coqueto en toda mi vida, aunque tal vez nunca mi deseo de dominación había sido tampoco tan rotundo. A él le he sometido por completo con la sensibilidad y la conversación seria y he conseguido, me aventuro a decir, que esté medio enamorado de mí, sin el menor atisbo de lo que comúnmente se llama coqueteo. La certidumbre por parte de la señora Vernon en cuanto a que cree merecer alguna clase de venganza, la que esté en mi mano infligirle por sus maniobras perversas, bastará para que pueda percibir que actúo con un comportamiento de lo más bondadoso y honesto. Sin embargo, dejemos que piense y actúe como quiera. Nunca he visto que el consejo de una hermana impidiera a un joven enamorarse, si así lo decidiera él. Ahora estamos progresando hacia una especie de confianza y pronto nos sentiremos unidos en una amistad platónica. Por mi parte, puedes estar segura de que la cosa no irá a más, porque si yo no estuviera ya unida a otra persona, impediría de todos modos que mis afectos los recibiera un hombre que se hubiera atrevido a pensar tan mal de mí en su momento.

Reginald es un joven de muy buena planta y se merece los elogios que has oído de él. Con todo, es inferior a nuestro amigo de Langford. Es menos refinado, menos insinuante que Manwaring y, en comparación, muestra menos eficacia para decir esas cosas tan encantadoras que la ponen a una de buen humor consigo misma y con el mundo. Es bastante agradable, sin embargo, y me proporciona la diversión suficiente para pasar las horas de modo placentero; de otro modo, me dedicaría a vencer la resistencia de mi cuñada y a escuchar la insípida conversación de su marido.

Tus informaciones sobre Sir James son de lo más satisfactorias y voy a dejar entrever mis intenciones a la señorita Frederica muy pronto.

De todo corazón,

S. Vernon