BOSCH decidió pasar sin almorzar y volvió a la sala de inspectores. Por suerte, Chu aún no se había ido a comer, y Bosch le dio los nombres de Reginald Banks y Jerry Jimenez para que los mirase en las bases de datos. En ese momento reparó en la lucecilla parpadeante de su teléfono en el escritorio y escuchó el mensaje. Se había perdido una llamada de Henrik Jespersen. Soltó una maldición y se preguntó por qué Henrik no le había llamado al teléfono móvil que Bosch había incluido en sus correos electrónicos.
Bosch consultó el reloj de pared e hizo un cálculo mental. En Dinamarca eran las nueve de la noche. Henrik le había dejado el número de su casa en el mensaje, y Harry le llamó. Hubo un largo silencio mientras la llamada cruzaba un océano entero. Bosch estaba empezando a pensar si llegaría a establecer conexión cuando una voz de hombre respondió al otro lado.
—Le habla el inspector Bosch, de Los Ángeles. ¿Es usted Henrik Jespersen?
—Sí, soy Henrik.
—Siento llamarle tan tarde. ¿Le va bien hablar unos minutos?
—Sí, por supuesto.
—Excelente. Gracias por haber respondido a mi correo electrónico, pero tengo que hacerle unas cuantas preguntas más, si no le importa.
—Encantado de responderle. Adelante, por favor.
—Gracias. Yo, eh, como le dije por correo electrónico, la investigación de la muerte de su hermana tiene gran prioridad. Estoy trabajando activamente en el caso. Aunque hayan pasado veinte años, estoy seguro de que la muerte de su hermana sigue siendo motivo de dolor. Y lo siento mucho.
—Gracias, inspector. Anneke era una mujer muy hermosa y con mucha alegría. La echo mucho de menos.
—Estoy seguro.
A lo largo de los años, Bosch había hablado con muchas personas que habían perdido a seres queridos por causa de la violencia. Demasiadas como para recordar sus nombres, pero ello no le facilitaba las cosas en momentos como este ni provocaba que su empatía fuera menor.
—¿Qué era lo que quería preguntarme? —inquirió Jespersen.
—Bien, en primer lugar quería preguntarle por la posdata que me escribió en el correo electrónico. Decía usted que Anneke no estaba de vacaciones, y me gustaría confirmar este punto.
—Eso es. No estaba de vacaciones.
—Bueno, ya sé que no estaba de vacaciones mientras se encontraba en Los Ángeles cubriendo los disturbios para su periódico. Pero ¿me está diciendo que tampoco estaba de vacaciones cuando llegó a Estados Unidos?
—Todo el tiempo estaba trabajando. Andaba ocupada con un caso.
Bosch cogió un papel para tomar notas.
—¿Sabe qué caso era ese?
—No. No me lo dijo.
—Entonces, ¿cómo sabe que vino a Estados Unidos a trabajar?
—Porque me dijo que iba a su país a cubrir una noticia. No me dijo de qué se trataba porque era periodista y no me hablaba de esas cosas.
—¿Le parece que su jefe o su editor podrían saberlo?
—No creo. Mi hermana trabajaba por libre, ya me entiende, y luego vendía sus fotos y artículos al BT. A veces le encargaban cubrir una noticia, pero no siempre. Ella cubría sus historias y luego les decía lo que tenía, ya sabe.
En los informes y artículos de prensa había referencias al redactor jefe de Anneke, así que Bosch sabía que contaba con un punto de partida. Pero igualmente preguntó a Henrik:
—¿Recuerda el nombre del redactor jefe para el que ella trabajaba?
—Sí. Jannik Frej. Habló en el funeral. Un hombre muy considerado.
Bosch le pidió que deletreara el nombre y apellido y preguntó si tenía un número de contacto de Frej.
—No. Nunca lo he tenido. Lo siento.
—No pasa nada. Puedo conseguirlo por mi cuenta. Y bien, ¿podría decirme cuándo fue la última vez que habló con su hermana?
—Sí. Fui a verla el día antes de que viajara a América.
—¿Y ella no le dijo nada sobre esa noticia que perseguía?
—Yo no le pregunté, y ella tampoco me dijo más.
—Pero usted sabía que ella iba a venir aquí, ¿correcto? Fue a verla para despedirse.
—Sí. Y para darle la información sobre el hotel.
—¿Qué información…?
—Llevo treinta años trabajando en el sector turístico. Y en aquel entonces siempre le hacía las reservas a Anneke cuando se iba de viaje.
—¿El periódico no se ocupaba de eso?
—No. Anneke trabajaba por su cuenta y le era más fácil hacerlo a través de mí. Los viajes siempre se los organizaba yo. Incluso cuando iba a un país en guerra. Por entonces no existía internet, recuerde. Era más difícil encontrar lugares donde alojarse. Anneke necesitaba que lo hiciera yo.
—Entiendo. ¿Recuerda dónde se alojó en Estados Unidos? Su hermana llegó a mi país varios días antes de los disturbios. ¿En qué lugares estuvo además de Nueva York y San Francisco?
—Eso tendría que verlo.
—¿Perdón?
—Tendría que ir al almacén donde guardo mis cosas y mirar en mis archivos. He guardado muchas cosas de esa época… por lo que sucedió. Iré a ver. Pero me acuerdo de que Anneke no iba a Nueva York.
—¿Tan solo aterrizó allí?
—Sí. Y enlazó con un vuelo para Atlanta.
—¿Qué razón tenía para ir a Atlanta?
—Eso no lo sé.
—Muy bien. ¿Cuándo le parece que podrá mirar en sus archivos, Henrik?
Bosch quería presionarle, pero sin excederse.
—No estoy seguro. No los tengo aquí. Tendré que ausentarme del trabajo para ir.
—Entiendo, Henrik. Pero eso podría ser de mucha ayuda. ¿Me llamará o escribirá cuando lo haya hecho?
—Sí, por supuesto.
Bosch miró las anotaciones en el papel y trató de pensar en otras preguntas que formularle.
—Henrik, ¿dónde estaba su hermana antes de viajar a Estados Unidos?
—Aquí, en Copenhague.
—Quiero decir, ¿cuál fue el último viaje que hizo antes de ir a Estados Unidos?
—Estuvo un tiempo en Alemania. Y antes en Kuwait City, cuando la guerra.
Bosch entendió que la referencia era a la primera guerra del Golfo. Sabía que Anneke había estado allí, pues lo había leído en los artículos sobre su persona publicados por la prensa. Anotó «Alemania». Eso le resultaba nuevo.
¿Sabe en qué lugar de Alemania estuvo?
—En Stuttgart. De eso me acuerdo.
Bosch asimismo tomó nota. Se dijo que no iba a poder sacarle más a Henrik hasta que este consultara en sus archivos y mirara la documentación de los viajes.
—¿Ella le dijo para qué iba a Alemania? ¿Estaba cubriendo una noticia?
—No me lo dijo. Me pidió que le buscara un hotel que estuviera cerca de la base militar americana. De eso me acuerdo.
—¿No le contó nada más?
—Eso fue todo. Pero no entiendo qué importancia tiene todo esto. A mi hermana la mataron en Los Ángeles.
—Lo más probable es que no tenga importancia, Henrik. Pero a veces vale la pena tirar por elevación.
—¿Qué significa eso?
—Que si uno hace muchas preguntas, al final consigue mucha información. No toda esa información es útil, pero a veces hay suerte. Gracias por su paciencia y por haber hablado conmigo.
—¿Va a resolver este caso de una vez, inspector?
Bosch hizo una pausa y respondió:
—Estoy haciendo todo lo que puedo, Henrik. Si lo consigo, le prometo que usted será el primero en enterarse.
La conversación con Henrik aportó nuevas energías a Bosch, por mucho que este no hubiera encontrado todo lo que era posible encontrar. No sabía decir exactamente por qué, pero ahora las cosas eran distintas. Tan solo un día antes, Bosch pensaba que la investigación no iba a ninguna parte y que pronto iba a tener que meter otra vez todos los documentos en las cajas y devolver a Anneke Jespersen a las profundidades del almacén de casos no resueltos y víctimas olvidadas. Pero ahora había surgido una chispa; había un juego con nuevos misterios; había preguntas que responder, y Bosch seguía metido en el juego.
Lo siguiente que hizo fue contactar con el redactor jefe de Anneke en el BT. Bosch cotejó el nombre que Henrik le había dado, Jannik Frej, con el que aparecía en las noticias e informes del libro de asesinato. Los nombres no coincidían. En las noticias publicadas cuando los disturbios se hacía mención a un redactor jefe llamado Arne Haagan. La cronología de los investigadores también mencionaba a Haagan como el redactor jefe con quien los inspectores del DICD estuvieron hablando sobre Jespersen.
Bosch no se explicaba la discrepancia. Buscó en Google, encontró un número de teléfono de la redacción del Berlingske Tidende e hizo la llamada. Por muy tarde que fuera, en la redacción habría alguien, o eso pensaba.
—Nyheder.
Bosch se había olvidado de las dificultades idiomáticas. No sabía si la mujer que le había respondido había dicho su nombre o una palabra en danés.
—Hej? Nyheder skrivebord.
—Eh, hola… ¿Habla usted inglés?
—Un poco, sí. ¿En qué puedo ayudarle?
Bosch consultó sus notas.
—Quisiera hablar con Arne Haagan o Jannik Frej, por favor.
Se produjo una pequeña pausa, y la mujer finalmente respondió:
—El señor Haagan está muerto.
—¿Que está muerto? Eh, vaya, ¿y el señor Frej?
—Frej no trabaja aquí.
—Eh, ¿y cuándo ha fallecido el señor Haagan?
—Hum… No cuelgue, por favor.
Bosch siguió a la espera durante lo que parecieron ser cinco minutos. Echó una ojeada a la sala de inspectores y vio que el teniente O’Toole le estaba mirando fijamente a través del cristal de su despacho. O’Toole hizo el gesto de disparar una pistola y a continuación levantó el dedo pulgar hacia arriba al tiempo que arqueaba las cejas en señal de interrogación. Bosch entendió que le estaba preguntando si había aprobado el cursillo. Asimismo levantó el pulgar y apartó la mirada. Finalmente, una voz masculina se puso al teléfono. El recién llegado resultó hablar inglés de forma excelente, sin apenas acento.
—Le habla Mikkel Bonn. ¿En qué puedo ayudarle?
—Sí. Quería hablar con Arne Haagan, pero la mujer que se ha puesto al teléfono me ha dicho que había fallecido. ¿Es eso cierto?
—Sí. Arne Haagan murió hace cuatro años. ¿Puedo preguntarle el motivo de su llamada?
—Me llamo Harry Bosch y soy inspector del cuerpo de policía de Los Ángeles. Estoy investigando la muerte de Anneke Jespersen, sucedida hace veinte años. ¿Está familiarizado con el caso?
—Sé quién era Anneke Jespersen. Aquí nos conocemos todos. Arne Haagan por entonces era el redactor jefe del periódico. Pero luego se jubiló. Y después murió.
—¿Y qué me dice de otro editor llamado Jannik Frej? ¿Continúa trabajando en la redacción?
—Jannik Frej… No, Jannik no sigue aquí.
—¿Cuándo se fue? ¿Aún está vivo?
—También se jubiló, hace unos cuantos años. Que yo sepa, sigue con vida.
—Muy bien, ¿sabe cómo puedo contactar con él? Necesito hablar con Frej.
—Puedo mirar si alguien tiene información de contacto. Es posible que en la redacción haya alguien que siga viéndole. ¿Podría usted decirme si hay novedades en lo referente a este caso? Soy periodista y me gustaría…
—El caso sigue abierto. Estoy investigando, pero no puedo decirle más. Justo acabo de empezar.
—Entiendo. ¿Le parece que vuelva a llamarle cuando tenga la información para contactar con Jannik Frej?
—Si no le importa, prefiero esperar a que me la proporcione ahora.
Se produjo una pausa.
—De acuerdo. Bien, intentaré no tardar demasiado.
Bosch quedó de nuevo a la espera. Esta vez no miró en dirección al despacho del teniente. Se dio la vuelta para mirar detrás de él, y vio que Chu se había ido, a almorzar lo más probable.
—¿Inspector Bosch?
Era Bonn otra vez.
—Sí.
—Tengo una dirección de correo electrónico de Jannik Frej.
—¿Y un número de teléfono?
—Por el momento, no. Aunque trataré de encontrarlo y facilitárselo. Pero, ahora mismo, ¿le interesa esta dirección de correo?
—Sí, claro.
Tomó nota de la dirección y después le proporcionó a Frej su propio correo electrónico y número de teléfono.
—Buena suerte, inspector —dijo Bonn.
—Gracias.
—Una cosa más. Yo aún no estaba aquí cuando pasó lo que pasó. Pero hace diez años sí que lo estaba, y me acuerdo de que publicamos un gran artículo sobre Anneke y el caso. ¿Le gustaría verlo?
Bosch titubeó.
—Pero estará escrito en danés, ¿no?
—Sí, pero en internet hay muchas herramientas de traducción que pueden serle de utilidad.
Bosch no estaba muy seguro de lo que Bonn quería decir con eso, pero le invitó a enviarle un enlace al artículo. Le dio las gracias de nuevo y colgó.