EL miércoles por la mañana, Bosch llegó pronto a su cubículo, antes de que se hubieran presentado los demás inspectores. Cogió el gran vaso de papel con café para llevar que había comprado y vertió su contenido en la taza que guardaba en el cajón del escritorio. Se puso las gafas de leer y escuchó los mensajes pendientes, con la esperanza de que un golpe de suerte hubiera llevado a la detención de Charles Washburn esa misma noche y que este ahora le estuviera esperando en un calabozo de la comisaría de la Calle 77. Pero ni en el teléfono ni en el correo electrónico había referencia a 2 Small. Seguía en paradero desconocido. Sin embargo, sí que había un correo electrónico de respuesta enviado por el hermano de Anneke Jespersen. Bosch sintió un estremecimiento de interés al reconocer las palabras del encabezamiento: la investigación del asesinato de su hermana.
Una semana antes, cuando la ATF notificó a Bosch que el casquillo de bala encontrado tras el asesinato de Jespersen se correspondía con las muestras de balística de otros dos asesinatos, el caso pasó de la fase de presentación a la de investigación activa. El protocolo operativo de la unidad para casos abiertos/no resueltos estipulaba la necesidad de avisar a la familia de la víctima cuando un caso era declarado activo, lo cual originaba ciertas complicaciones: lo último que un investigador quería hacer era dar falsas esperanzas a los familiares o hacerles revivir de forma gratuita el trauma de la pérdida de un ser querido. La notificación inicial siempre era efectuada con delicadeza, lo que implicaba hablar con un miembro minuciosamente escogido de la familia y darle información cuidadosamente seleccionada y sopesada.
Bosch tan solo contaba con una conexión familiar en el caso Jespersen. El hermano de la víctima, Henrik Jespersen, aparecía en los informes como el contacto con la familia, y una entrada correspondiente a 1999 en el informe cronológico incluía una dirección suya de correo electrónico. Bosch envió un mensaje a dicha dirección, sin saber si seguiría en activo después de trece años. El mensaje no fue devuelto, pero tampoco le llegó respuesta. Dos días después lo reenvió, sin obtener feedback de ningún tipo. Bosch entonces dejó para más tarde la cuestión del contacto con la familia y se puso a investigar a Rufus Coleman, con quien iba a encontrarse en San Quintín.
Daba la casualidad de que una de las razones de Bosch para llegar tan temprano al trabajo era tratar de conseguir un teléfono para llamar a Henrik Jespersen en Copenhague, ciudad cuyo huso horario iba nueve horas por delante del de Los Ángeles.
Henrik en esta ocasión se había adelantado a Bosch y había respondido a su mensaje, de tal forma que la respuesta había llegado al correo electrónico de Harry a las dos de la madrugada en California.
Querido señor Bosch, gracias por su mensaje. Fue a parar por error a la bandeja de correo basura, pero ya lo he recuperado. Es mi intención responder cuanto antes. Gracias a usted y al LAPD por buscar al asesino de mi hermana. Aquí en Copenhague todos echamos mucho de menos a Anneke. BT, el periódico para el que trabajaba, hizo poner una placa dorada en conmemoración de esta valienta periodista. Espero que puedan detener a esos assesinos sin escrúpulos. Si quiere hablar conmigo, lo mejor es que me llame al hotel donde trabajo como direktor. El teléfono es 00-45-25-14-63-69. Espero que encuentren al assesino. Para mí es muy importante. Mi hermana y yo eramos gemelos. La echo mucho en falta.
Henrik
Posdata: Anneke Jespersen no estaba de vaciones. Estaba cubriendo noticia.
Bosch se quedó mirando esta última frase largo rato. Supuso que Henrik quería decir «vacaciones» allí donde había puesto «vaciones». La posdata parecía responder directamente a algo que Bosch había escrito en su mensaje inicial, el cual aparecía copiado más abajo:
Apreciado señor Jespersen, soy un inspector de homicidios del cuerpo de policía de Los Ángeles (LAPD). Me han asignado continuar la investigación del asesinato de su hermana Anneke acaecido el 1 de mayo de 1992. No quiero molestarle ni causarle más dolor, pero como investigador tengo el deber de informarle de que estoy haciendo lo posible por encontrar nuevos indicios sobre el caso. Le pido disculpas por no saber su idioma. Si puede usted comunicarse en inglés, por favor responda a este mensaje o llámeme a alguno de los números que aparecen más abajo.
Han pasado veinte años desde que su hermana vino a este país de vacaciones y perdió la vida tras dirigirse a Los Ángeles a fin de cubrir una información para su periódico en Copenhague. Mi obligación es resolver este caso, y tengo la esperanza de conseguirlo. Voy a hacer todo lo posible, y entretanto espero poder comunicarme con usted.
Bosch tenía la impresión de que la referencia de Henrik a una «noticia» no era necesariamente una referencia a los disturbios. Henrik podía haber dicho que su hermana había venido a Estados Unidos a cubrir otra noticia, la cual habría aparcado para dirigirse a Los Ángeles y cubrir los disturbios.
Todo esto no eran más que conjeturas hasta que Bosch hablase con Henrik directamente. Miró el reloj de pared e hizo un cálculo mental. En Copenhague serían las cuatro y pico de la tarde. Tenía bastantes probabilidades de pillar a Henrik en el hotel.
Un recepcionista se puso al teléfono de inmediato y le dijo que Henrik había terminado su jornada y acababa de irse a casa. Bosch dejó su nombre y número, pero ningún mensaje. Tras colgar mandó un correo electrónico a Henrik pidiendo que le llamara tan pronto como pudiese, de día o de noche.
Bosch sacó de su ajado maletín los informes del caso y se puso a leerlos otra vez, en esta ocasión tratando de vincularlo todo a una nueva hipótesis: la de que Anneke Jespersen ya estaba cubriendo una noticia cuando vino a Estados Unidos.
Las cosas pronto empezaron a encajar. Jespersen viajaba con poco equipaje precisamente porque no estaba de vacaciones. Estaba trabajando, y por eso viajaba solo con ropas de trabajo a fin de poder trasladarse con rapidez y facilidad. Una mochila, y punto. Para poder viajar con la idea de cubrir la noticia… Fuese cual fuese aquella noticia.
La lectura de los informes desde ese nuevo ángulo hizo que se fijara en otras cosas que le habían pasado desapercibidas. Jespersen era fotógrafa y periodista. Tomaba fotos y escribía artículos sobre noticias. Pero no había aparecido ningún cuaderno de notas junto a su cuerpo o entre sus pertenencias en la habitación del hotel. Si estaba cubriendo un caso, ¿no tendría que haber tomado notas? ¿No tendría que haber un cuaderno en su mochila o en alguno de los bolsillos de su chaleco?
—¿Qué más? —preguntó Bosch en voz alta, tras lo cual levantó la vista para asegurarse de que seguía estando solo.
¿En qué otras cosas no se había fijado? ¿Qué más tendría que haber llevado encima? Bosch hizo un ejercicio mental. Se imaginó a sí mismo en la habitación de un hotel. Salía de ella, cerraba la puerta a sus espaldas y se iba. ¿Qué cosas llevaría en los bolsillos?
Lo pensó un momento y se le ocurrió una cosa. Revolvió los papeles en la carpeta hasta dar con la lista de objetos personales redactada por el forense: una lista escrita a mano de todos los objetos encontrados en el cuerpo o las ropas de la víctima. En ella venían las prendas de vestir, así como una billetera, algo de dinero y dos piezas de joyería: un reloj de pulsera y un discreto collarito de plata.
—Falta la llave de la habitación —dijo en voz alta.
Para Bosch, aquello solo podía tener dos explicaciones: la primera, que había dejado la llave de la habitación dentro del coche de alquiler y que quien había entrado en el vehículo por la fuerza se la había llevado; la segunda, y más probable, que quien había asesinado a Jespersen se había llevado de su bolsillo la llave de la habitación de su hotel.
Volvió a estudiar la lista y a continuación los estuches de plástico que contenían las fotografías Polaroid tomadas por él mismo veinte años atrás. Las desvaídas imágenes mostraban la escena del crimen y el cadáver tal como había sido encontrado, desde distintos ángulos. Dos de las fotos eran primeros planos del torso y mostraban con claridad los pantalones de la víctima. En lo alto del bolsillo izquierdo se veía que asomaba el forro blanco. Bosch tuvo claro que eso se debía a que alguien había registrado los bolsillos de la víctima y se había quedado con la llave de la habitación del hotel… Sin coger ni las joyas ni el dinero en efectivo.
Lo que apuntaba a que la habitación del hotel probablemente había sido registrada. El porqué seguía siendo un misterio. El caso es que ningún cuaderno o papel suelto había aparecido entre las pertenencias entregadas por el personal del hotel a la policía.
Bosch se levantó; se hallaba demasiado tenso para continuar sentado. Intuía que estaba a punto de dar con algo, pero no tenía idea de qué se trataba y de si, en último término, tenía que ver con el asesinato de Anneke Jespersen.
—Hola, Harry.
Sentado ante el escritorio, Bosch volvió la cabeza y vio que su compañero acababa de llegar al cubículo.
—Hola.
—Hoy has llegado pronto.
—No, como de costumbre. Eres tú quien llega tarde.
—Oye, ¿es que ha sido tu cumpleaños o algo parecido?
Bosch miró a Chu un momento antes de responder:
—Sí, ayer. ¿Cómo lo sabes?
Chu se encogió de hombros.
—Esa corbata que llevas. Parece nueva, y tengo claro que en la vida se te habría ocurrido comprarla de esos colores tan vivos.
Bosch bajó la mirada hacia la corbata y la alisó contra su pecho.
—Mi hija —explicó.
—Se nota que tiene buen gusto. Es una pena que tú no lo tengas.
Chu rio y dijo que se iba a la cafetería a tomarse un café. Era lo que hacía cada mañana: presentarse en la sala de inspectores y al momento hacer una pausa para el café.
—¿Quieres alguna cosa, Harry?
—Pues sí. Necesito que me busques un nombre en el ordenador.
—Quiero decir si te apetece un café o lo que sea.
—No, estoy bien.
—Te busco ese nombre en cuanto vuelva.
Bosch se despidió de él con un gesto de la mano. Decidió no esperar. Se puso ante el ordenador y empezó por la base de datos de vehículos matriculados en California. Tecleando con dos dedos, insertó el nombre Alex White y se encontró con que en California había casi cuatrocientos conductores llamados Alex, Alexander o Alexandra White. Tan solo tres de ellos vivían en Modesto, y eran varones de entre veintiocho y cuarenta y cuatro años de edad. Copió la información e insertó los tres nombres en el NCIC, la gran base de datos del FBI; ninguno tenía antecedentes penales.
Bosch consultó el reloj de pared y vio que todavía eran las ocho y media. El concesionario John Deere, desde el que Alex White efectuara una llamada diez años atrás no abriría hasta dentro de media hora. Llamó a información telefónica interesándose por el prefijo 209, pero en la zona no constaba ningún Alex White.
Chu regresó, entró en el cubículo y dejó el vaso con café en el punto preciso donde el teniente O’Toole se había sentado el día anterior.
—Y bien, Harry, ¿qué nombre es ese? —preguntó.
—Ya he estado mirando —dijo Bosch—. Pero igual puedes buscarlo en el TLO y, con suerte, conseguirme algunos números de teléfono.
—No hay problema. Déjame hacer.
Bosch corrió la silla hasta situarse al lado de Chu y le pasó el papel donde había anotado la información sobre los tres Alex White. El TLO era una base de datos a la que el LAPD estaba suscrito y que recopilaba información procedente de numerosas fuentes públicas y privadas. Se trataba de una herramienta útil, que muchas veces proporcionaba números telefónicos —de fijos y móviles— que no aparecían en los listines, y hasta solicitudes de empleo. Para usar esta base de datos había que tener cierta experiencia y saber cómo formular bien una petición, y era en ese punto donde Chu se mostraba mucho más diestro que Bosch.
—Muy bien. Dame unos minutos —dijo Chu.
Bosch volvió a sentarse ante su escritorio. Se fijó en el montón de fotografías apiladas a su derecha. Eran ampliaciones —de ocho por trece centímetros de tamaño— de la foto de la acreditación de prensa de Anneke Jespersen, unas ampliaciones que había pedido al departamento de fotografía para poder distribuirlas a conveniencia. Cogió una de ellas y estudió otra vez el rostro de Jespersen, con los ojos fijos en los de la periodista y su mirada distante.
Finalmente, metió la foto bajo la cubierta de cristal del escritorio, donde se unió a todas las demás. Todas mujeres. Todas víctimas. Casos y rostros de los que siempre quería acordarse.
—Bosch, ¿qué está haciendo aquí?
Bosch levantó la vista y vio que se trataba del teniente O’Toole.
—Aquí es donde trabajo, teniente —dijo.
—Hoy le toca cursillo, y no voy a permitir que vuelva a dejarlo para otro día.
—Hasta las diez no empiezo, y además ya tienen a gente de sobra. Pero no se preocupe, cumpliré con el cursillo.
—No quiero más excusas.
O’Toole se alejó en dirección a su despacho. Bosch le miró alejarse y meneó la cabeza.
Chu se dio la vuelta y le tendió la hoja de papel que Bosch le había entregado.
—Pan comido —comentó.
Bosch cogió el papel y lo miró. Chu había escrito varios números de teléfono bajo los tres nombres. Bosch se olvidó de O’Toole al instante.
—Gracias, colega.
—Y, bueno, ¿quién es ese fulano?
—No estoy seguro, pero, hace diez años, alguien llamado Alex White hizo una llamada desde Modesto preguntando por el caso Jespersen. Y quiero saber por qué.
—¿No viene un resumen de la llamada en el informe?
—No. Solo hay una entrada en la cronología. Y es una suerte que alguien se tomara el trabajo de insertarla.
Bosch se puso al teléfono y llamó a los tres Alex White. Tuvo suerte y no la tuvo. Consiguió hablar con los tres, pero ninguno de ellos reconoció ser el Alex White que telefoneara interesándose por el caso Jespersen. Además de referirse a Jespersen, Bosch preguntaba en cada llamada cómo se ganaba la vida su interlocutor y si sabía algo del concesionario John Deere, desde el que alguien supuestamente había telefoneado diez años atrás. Bosch consiguió establecer una mínima conexión en la última llamada.
El Alex White de mayor edad, un contable propietario de varias parcelas de terreno, dijo que había comprado un tractor segadora en el concesionario de Modesto unos diez años atrás, pero se mostró incapaz de aportar la fecha exacta sin mirar los papeles que tenía en casa. El hombre estaba jugando al golf cuando Bosch llamó, pero prometió telefonear a Harry ese mismo día y proporcionarle la fecha precisa de compra. Contable de profesión como era, estaba seguro de que conservaba la factura.
Bosch colgó. No sabía si estaba dando palos de ciego, pero lo dicho por Alex White le daba que pensar. Eran ya las nueve pasadas, así que llamó al concesionario John Deere.
Las llamadas en frío siempre resultaban delicadas. Bosch se proponía actuar con cautela y no tropezarse con algo de mala manera o alertar a un posible sospechoso de que estaba investigando el caso. Decidió inventarse una historia en lugar de revelar quién era y desde dónde estaba llamando.
Una recepcionista se puso al teléfono y Bosch preguntó por Alex White. Se produjo una pausa.
—Me temo que en nuestra lista de empleados no consta ningún Alex White. ¿Está seguro de que quiere hablar con Tractores Cosgrove?
—Bueno, White me dio este número. ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para la empresa?
—Veintidós años. Un momento, por favor.
La recepcionista no aguardó a oír su respuesta y puso a Bosch a la espera mientras, seguramente, atendía otra llamada. Al poco rato volvió a hablar.
—Aquí no trabaja ningún Alex White. ¿Desea hablar con alguna otra persona?
—¿Podría hablar con el gerente?
—Sí. ¿De parte de quién, por favor?
—De John Bagnall.
—Un momento, por favor.
John Bagnall era el nombre falso que todos los miembros de la unidad de casos abiertos/no resueltos empleaban al hacer una llamada telefónica de este tipo.
Otra voz se puso al teléfono con rapidez.
—Hola, soy Jerry Jimenez. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hola. Me llamo John Bagnall y estoy revisando una petición de empleo en la que se asegura que Alex White estuvo empleado en Tractores Cosgrove entre los años 2000 y 2004. ¿Me lo podría confirmar, por favor?
—Yo no, me temo. Entonces ya estaba aquí, pero no me acuerdo de ningún Alex White. ¿En qué departamento trabajaba?
—Ese es precisamente el problema. En el curriculum no se especifica dónde trabajaba exactamente.
—Bueno, pues no sé cómo podría ayudarle. Por entonces yo era el encargado de ventas. Conocía personalmente a todos los que trabajaban aquí, lo mismo que ahora, y en la empresa no había ningún Alex White, se lo aseguro. La nuestra tampoco es una empresa muy grande, ya me entiende. Hay cuatro departamentos: ventas, servicio, recambios y dirección. En total somos veinticuatro personas, incluido yo.
Bosch repitió el número de teléfono desde el que Alex White había hecho la llamada y preguntó desde cuándo lo tenía el concesionario.
—Desde siempre. Desde que abrimos en 1990. Yo por entonces ya estaba aquí.
—Gracias por su amabilidad, señor. Que tenga un buen día. Bosch colgó, sintiendo más curiosidad que nunca por la llamada efectuada por Alex White en 2002.
Bosch se pasó el resto de la mañana atendiendo al prefijado cursillo semianual sobre armamento y protocolos a seguir. Primero estuvo sentado una hora en el aula, donde le pusieron al día sobre las últimas decisiones judiciales relativas al trabajo policial y los subsiguientes cambios en los protocolos operativos del LAPD. También se examinaron varios informes sobre recientes intervenciones armadas de la policía, tras lo cual se debatió qué era lo que había funcionado bien o mal en cada caso. A continuación, Bosch fue al campo de tiro, donde estuvo disparando a fin de conservar su licencia de armas. El sargento al cargo del campo de tiro era un viejo amigo y le preguntó por su hija, lo que dio una idea a Bosch para hacer algo con Maddie el fin de semana.
Bosch avanzaba por el aparcamiento en dirección a su coche, pensando en lo que iba a almorzar, cuando Alex White telefoneó desde Modesto con información sobre la compra de su tractor. White dijo a Bosch que se había quedado tan intrigado por aquella llamada inesperada que había dejado el partido de golf después de tan solo ocho hoyos. White comentó que en ese momento llevaba contabilizados cincuenta y nueve golpes, lo que seguramente también influyó en su decisión de abandonar el partido.
Según los archivos del contable, White había adquirido el tractor segadora a Tractores Cosgrove el 27 de abril de 2002 y lo había recogido el 1 de mayo, el décimo aniversario de la muerte de Anneke Jespersen y el mismo día en que alguien que decía ser Alex White había llamado al LAPD desde el concesionario preguntando sobre el caso.
—Señor White, tengo que preguntárselo otra vez: ¿el día que recogió su tractor hizo una llamada al LAPD desde el concesionario preguntando por un caso de asesinato?
White rio con incomodidad antes de responder:
—Esto es de locos —dijo—. No, no llamé al LAPD. No he llamado al LAPD en mi vida. Alguien debió de utilizar mi nombre, y no sabría decirle por qué. No me lo explico, inspector.
Bosch preguntó si en la factura y los papeles de la fecha de compra constaba algún nombre. White le dio dos nombres. El vendedor había sido un tal Reggie Banks, mientras que el jefe de ventas que había cerrado la transacción era Jerry Jimenez.
—Muy bien, señor White —dijo Bosch—. Ha sido usted de gran ayuda. Muchas gracias, y perdóneme por haberle fastidiado el partido de golf.
—No hay problema, inspector. Hoy tenía un día aciago. Pero voy a pedirle una cosa: si averigua quién llamó utilizando mi nombre, hágamelo saber, por favor.
—Así lo haré, señor. Que tenga un buen día.
Pensativo, Bosch abrió la portezuela del coche. De ser un detalle que precisaba de aclaración, el misterio de Alex White se había convertido en algo más importante. Era evidente que alguien había llamado desde el concesionario John Deere interesándose por el caso Jespersen y había dado una identidad falsa, valiéndose del nombre de un cliente que había estado en el concesionario ese mismo día, lo que para Bosch cambiaba las cosas de modo radical. Ya no se trataba de un blip inexplicado del radar. Ahí había algo interesante, algo que tenía que ser esclarecido.