NO tuvo que esperar demasiado. Unos diez minutos después oyó el sonido del metal contra el metal: estaban retirando el barrote transversal del exterior de la puerta. Lo hicieron con lentitud, casi sin hacer ruido, lo que llevó a Bosch a pensar que quizá Drummond estaba tratando de pillarle por sorpresa.
La puerta se abrió poco a poco. Desde donde se encontraba, Bosch vio la negra noche al otro lado y sintió que una corriente de aire frío entraba en el granero. Acto seguido vio la silueta de una persona cruzando el umbral.
Bosch se preparó para acometer; levantó la horca. El recién llegado estaba de pie junto al interruptor de la luz. Bosch se mantuvo al otro lado del interruptor, en silencio, a la espera de que el recién llegado fuera a encenderlo. Su plan era atravesarle el cuerpo con la horca. Dejar fuera de combate al primero de ellos y hacerse con la pistola. Y entonces serían uno contra uno.
Pero la figura solitaria no se acercó al interruptor, sino que continuó plantada en el umbral, como si tratara de acostumbrar sus ojos a la oscuridad. Finalmente, dio tres pasos hacia el interior, lo que descolocó a Bosch, que seguía situado junto al interruptor. Ahora se encontraba demasiado lejos del hombre para sorprenderlo con la horca.
Una luz iluminó el granero de improviso, una luz que no procedía de lo alto. Quien acababa de entrar llevaba una linterna. A Bosch le pareció que se trataba de una mujer.
La persona recién aparecida había dejado atrás la posición de Bosch y seguía iluminando el interior con la linterna. Bosch no podía verle la cara, pero por su físico y su forma de moverse comprendió que no eran Drummond ni Cosgrove. Era una mujer, con toda seguridad.
El haz de luz barrió el interior del granero hasta centrarse en el cadáver del suelo. La mujer se acercó para iluminar el rostro del muerto. Banks yacía boca arriba, con los ojos muy abiertos y el horroroso orificio de entrada en la sien derecha. Tenía el brazo en alto, extendido hacia la columna central en un ángulo inusual. El reloj de pulsera estaba tirado en el heno a su lado.
La mujer se acuclilló junto a Banks y examinó el cadáver con la linterna. Al hacerlo reveló la pistola en su otra mano y, después, su rostro. Bosch bajó la mano armada con la horca y salió de la oscuridad.
—Inspectora Mendenhall.
Mendenhall se giró en redondo y encañonó a Bosch con la pistola. Harry levantó las manos; con la derecha seguía sujetando la horca.
—Soy yo.
Se dijo que sin duda parecía salido del famoso cuadro Gótico americano, que retrataba a un granjero con una horca en la mano y su esposa al lado. Sin la mujer, claro. Soltó la horca, que cayó en el heno del suelo.
Mendenhall dejó de apuntarle y se levantó.
—Bosch, ¿qué es lo que está pasando aquí?
Bosch reparó en que Mendenhall esta vez no se había dirigido a él por su rango, a pesar de sus propias exigencias de ser siempre tratada con el debido respeto. No respondió, sino que se acercó a la puerta y miró al exterior. Vio las luces de la mansión entre los árboles, pero ni el menor rastro de Cosgrove o Drummond. Salió, fue a su coche de alquiler y abrió el maletero.
Mendenhall lo siguió.
—Inspector Bosch, acabo de preguntarle qué es lo que está pasando aquí.
Bosch sacó una de las cajas de cartón del maletero y la dejó en el suelo.
—No levante la voz —indicó—. ¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso me ha estado siguiendo por todas partes para investigarme por la queja de O’Toole?
Encontró la caja en la que estaba la pistola. La abrió.
—No exactamente.
—¿Entonces?
Sacó la Kimber y comprobó que funcionaba bien.
—Quería saber una cosa.
—¿El qué?
Metió la pistola en la funda al cinto. Sacó de la caja el cargador de balas adicional y se lo guardó en el bolsillo.
—Qué era lo que estaba haciendo, para empezar. Algo me decía que en realidad no estaba de vacaciones.
Bosch cerró el maletero sin hacer ruido y miró en derredor. Luego fijó la vista en Mendenhall.
—¿Dónde está su coche? ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
—Lo he aparcado en el mismo lugar que usted anoche. Y he venido por el mismo camino.
Bosch contempló los zapatos de la mujer. Estaban cubiertos por el barro del campo de almendros.
—Me ha estado siguiendo. Y viene sola. ¿Hay alguien que sepa que está aquí?
Mendenhall desvió los ojos, y Harry supo que la respuesta era negativa. Mendenhall estaba investigando a Bosch por su cuenta y riesgo, mientras Harry hacía otro tanto en lo referente al caso Jespersen. Sin saber bien por qué, la cosa le gustaba.
—Apague la linterna —instó— o de lo contrario van a vernos.
Mendenhall obedeció.
—Y bien, ¿qué es lo que hace aquí, inspectora Mendenhall?
—Investigar el caso que me han asignado.
—Con eso no basta. Me está investigando de forma irregular, y quiero saber por qué.
—Digamos que la investigación me ha llevado a salir un poco de mi territorio habitual. Y dejémoslo ahí. ¿Quién ha matado a ese hombre del granero?
Bosch sabía que no era el momento de debatir con Mendenhall sus motivos para haberle seguido hasta allí. Si salían de esa, ya llegaría el momento de aclararlo todo.
—El sheriff J. J. Drummond —respondió—. A sangre fría. Delante de mis narices y sin pestañear. ¿Ha visto a Drummond ahí fuera?
—He visto a dos hombres. Los dos han entrado en la casa.
—¿No ha visto a nadie más? ¿A un tercer hombre?
Mendenhall negó con la cabeza.
—No. Solo he visto a esos dos. Pero, por favor, ¿puede decirme qué es lo que está pasando aquí? Antes vi que tres hombres le hacían entrar en el granero. Ahora uno de esos hombres está muerto en el interior, y a usted le han encerrado y…
—Mire, ahora mismo no tenemos mucho tiempo. Si no hacemos algo para remediarlo, pronto va a haber más muertos. Para resumirlo todo, el caso abierto que estaba investigando me ha traído hasta aquí. El caso del que le hablé, el que me llevó a hacer la visita a San Quintín. Ese caso me ha conducido hasta aquí. Suba.
Bosch siguió hablando en un susurro, mientras se dirigía a la portezuela del conductor.
—He estado investigando un caso de asesinato. Anneke Jespersen, una periodista danesa, corresponsal de guerra. Cuatro soldados de la guardia nacional la drogaron y violaron durante un permiso cuando la operación Tormenta del Desierto, en el 91. Un año después, Jespersen vino a nuestro país para buscarlos. No sé si se proponía escribir un artículo, un libro o qué, pero terminó por encontrarlos en Los Ángeles durante los disturbios. Y esos cuatro hombres aprovecharon la situación de caos en la ciudad para matarla.
Bosch subió al coche, metió la llave en el contacto y encendió el motor discretamente, sin apenas revolucionarlo. Mendenhall subió al otro lado.
—He estado investigando y al final he alborotado el gallinero. Esos tipos habían hecho un pacto de silencio, pero ahora se ven obligados a actuar. Banks era el eslabón más débil de la cadena, y por eso lo han matado. Les he oído decir que iba a venir otro hombre, y sospecho que también se proponen matarlo.
—¿Quién es?
—Un tipo llamado Frank Dowler.
Dio marcha atrás y empezó a alejarse del granero. Siempre con los faros apagados.
—¿Y cómo es que a usted no le han matado? —preguntó Mendenhall—. ¿Cómo es que solo han matado a Banks?
—Porque me necesitan con vida. Por el momento. Drummond tiene un plan.
—¿De qué plan me está hablando? Esto es de locos.
Bosch había estado considerando a fondo la situación mientras se encontraba en la oscuridad del granero con la horca en la mano. Y finalmente había llegado a comprender qué se proponía J. J. Drummond.
—Drummond me necesita vivo para establecer con claridad el momento de la muerte. Su plan consiste en culparme de todo. Dirá que acabé por obsesionarme con el caso y que estaba empeñado en vengar a la víctima. Que maté a Banks y luego a Dowler. Y que cuando iba a matar también a Cosgrove, el sheriff consiguió abatirme a tiempo. Drummond tiene previsto acabar conmigo tan pronto como se cargue a Dowler, y presentarse después como el valeroso sheriff que hizo frente a un policía enloquecido —yo mismo— y salvó la vida de uno de los ciudadanos más ejemplares de Central Valley: Cosgrove. Se convertirá en el héroe del día y lo tendrá chupado para ser elegido congresista. He olvidado mencionar que va a presentarse a las elecciones para el Congreso.
Bosch se dirigió ladera abajo hacia la mansión. Las luces exteriores seguían apagadas y del campo de almendros llegaba una neblina que oscurecía aún más el entorno.
—Pero no entiendo cómo Drummond puede estar metido en una cosa así. Estamos hablando del sheriff de este lugar, por Dios.
—Drummond es el sheriff porque Cosgrove se encargó de que saliera elegido, como se encargará de que sea elegido congresista. Drummond conoce todos sus sucios secretos porque estaba con ellos en la 237.ª compañía. Estuvo con ellos en el barco durante la operación Tormenta del Desierto y también en Los Ángeles cuando se produjeron los disturbios. Fue él quien mató a Anneke Jespersen. Y por eso tiene a Cosgrove bajo control desde enton…
Bosch detuvo el coche; acababa de comprender una cosa. Recordaba lo que Drummond le había dicho antes de salir del granero: «Carl júnior se habría quedado sin herencia si su padre se hubiera enterado de que estaba metido en todo este asunto».
—Drummond también se propone matar a Cosgrove.
—¿Por qué?
—Porque el padre de Cosgrove ha muerto. Y Drummond ya no puede mantener a Cosgrove bajo control.
A modo de confirmación, un disparo resonó en la mansión. Al momento, Bosch puso el coche en marcha y aceleró. Poco después llegaron junto a la rotonda situada ante la puerta principal.
A media docena de metros de la puerta había una motocicleta aparcada. Bosch reconoció el depósito de gasolina pintado de azul metálico.
—Dowler —indicó.
Oyeron otro disparo procedente de la casa. Y otro más.
—Llegamos demasiado tarde.