Capítulo 33

NO era la primera vez que Bosch se encontraba solo y sumido en la oscuridad. En muchas de las anteriores ocasiones tuvo miedo y sintió que la muerte estaba próxima. Pero también aprendió que si tenía un poco de paciencia se las arreglaría para ver un poco, que había un remanente de luz en todos aquellos lugares oscuros y que si lo encontraba estaba salvado.

Bosch sabía que tenía que entender lo que había sucedido y por qué. No era lógico que siguiera con vida. Todas sus teorías terminaban por llevar a la imagen de su cuerpo metido en una caja. A Drummond matándole de un disparo en la cabeza de la misma forma despiadada en que había ejecutado a Reggie Banks. Drummond tenía por norma eliminar cualquier estorbo, y Bosch para él era un estorbo. No tenía sentido que le hubiera perdonado la vida, aunque fuese de modo temporal. Bosch tenía que comprender su motivación para actuar así, si es que quería sobrevivir.

El primer paso consistía en salir de donde se encontraba. Dejó a un lado todas las preguntas sin responder y se concentró en encontrar una forma de escapar. Levantó los tobillos bajo su cuerpo y se irguió, poco a poco, hasta que estuvo de pie, a fin de hacerse una mejor composición de lugar del entorno y de las posibilidades.

Empezó por la columna: un sólido madero de quince por quince centímetros. Trató de golpearla con la espalda, pero la columna no se movió ni un milímetro. Lo único que consiguió fue sentir dolor en la espalda. Con el madero no iba a poder, así que iba a tener que pensar otra cosa.

Levantó la mirada hacia la oscuridad y a duras penas consiguió atisbar las formas de las vigas del techo. Antes de que Drummond apagara la luz, ya se había dado cuenta de que encaramarse a lo alto para liberarse iba a serle imposible.

Miró hacia abajo, pero tan solo logró distinguir sus propios pies en la oscuridad. Bosch sabía que, bajo la capa de heno, el suelo era de tierra. Soltó un fuerte taconazo sobre el punto de convergencia entre el suelo y la columna de madera. Esta dio la impresión de contar con un anclaje sólido, pero Bosch no sabía hasta qué punto.

Sabía que tenía que elegir entre esperar a que Drummond regresara o intentar escapar. Le vino a la mente el anterior recuerdo de su hija y se dijo que no iba a rendirse con facilidad. Lucharía hasta el último aliento. Apartó el heno del suelo con los pies y empezó a clavar el tacón en el piso de tierra, en un intento de excavar poco a poco.

Sabedor de que era un intento a la desesperada, taconeó con ferocidad, como si estuviera dándole a su peor enemigo. Los talones comenzaron a dolerle intensamente por el esfuerzo. Tenía las esposas tan ceñidas a las muñecas que estaba empezando a notar que los dedos se le entumecían. Pero no importaba. Seguía empeñado en patear todo cuanto le había amargado la existencia.

Su esfuerzo resultó fútil. Finalmente, llegó a lo que parecía ser el anclaje de hormigón al que estaba sujeta la columna. Un anclaje sólido a más no poder. El esfuerzo de Bosch era en vano. Se echó hacia delante, cabizbajo. Estaba exhausto y se sentía próximo a la derrota.

Comenzó a decirse que su única oportunidad radicaba en esperar a que volviese Drummond y tratar de pillarlo por sorpresa. Si Bosch era capaz de aportar una razón para que Drummond le quitase las esposas, entonces tendría una oportunidad. Podría tratar de hacerse con su arma o intentar escapar corriendo; fuera lo uno o lo otro, iba a ser su única oportunidad.

Pero ¿qué podía decirle a Drummond para que este cediese en su ventaja estratégica fundamental? Bosch descansó la espalda contra el madero. Tenía que estar bien despierto. Tenía que estar preparado para todas las posibilidades. Se puso a pensar en todo lo que Banks le había contado en la habitación del motel, tratando de dar con algo que pudiera serle útil. Necesitaba pensar en algo con que pudiese amenazar a Drummond, en alguna cosa que estuviera escondida y a la que tan solo Bosch pudiera conducirlo.

Se mantuvo en la idea de que no podía revelarle a Drummond que había enviado un mensaje de correo electrónico a su compañero Chu. No era cuestión de poner a Chu en peligro, ni tampoco podía facilitarle a Drummond la labor de borrar el archivo sonoro que solventaba el caso para siempre. La confesión de Banks era demasiado importante para entrar en componendas de ese tipo.

Bosch estaba seguro de que a estas alturas Drummond ya había mirado en su teléfono móvil, pero el aparato estaba protegido con una contraseña. El teléfono estaba programado para bloquearse a la tercera vez que se tecleaba la contraseña errónea. Si Drummond lo intentaba por cuarta vez desencadenaría una purga de datos. Chu se daría cuenta de que le había llegado el mensaje con el archivo sonoro, sin que Drummond lo supiera. Bosch en ese momento no podía permitirse hacer algo que pudiera poner en peligro dicha posibilidad.

Necesitaba dar con algo inmediatamente. Una historia, un embuste, algo con lo que poder trabajar.

¿Qué?

Su mente se sumió en la desesperación. Tenía que haber algo. Podía empezar por el hecho de que Drummond había matado a Banks porque sabía que había estado hablando con Bosch. Partiendo de esta base, Bosch podía intentar embaucarle diciendo que Banks le había enseñado algo, un indicio o una prueba que había estado guardando como medida de seguridad. Algo que podía servirle para comprometer a Cosgrove y a Drummond, si las cosas venían mal dadas.

¿Qué?

De repente creyó tener algo. La pistola, otra vez. Tenía que seguir el rastro de la pistola. Esta había sido la norma durante toda la investigación y no había razón para cambiarla en ese instante. Banks había dicho que en su momento él había sido el suboficial al cargo del inventario en la compañía de la guardia nacional; el que metía las pistolas de recuerdo en el fondo de las cajas con material para introducirlas en Estados Unidos ilegalmente. El zorro al mando del gallinero.

Bosch diría a Drummond que el zorro había escrito una lista. Que Banks tenía una lista con los números de serie de cada pistola y los nombres de sus respectivos propietarios, incluyendo el nombre del soldado con cuya pistola habían asesinado a Anneke Jespersen. Dicha lista estaba escondida, pero ahora que Banks estaba muerto, tan solo Bosch podía conducir a Drummond hasta el lugar donde se encontraba.

Bosch sintió una punzada de esperanza. Se dijo que el plan podía funcionar. Aún no estaba completo, pero podía servir. Había que pulirlo. Había que dar con algo que sirviera para meterle el miedo en el cuerpo a Drummond, el miedo a que la lista saliera a la luz y le descubriera como el asesino ahora que Banks estaba muerto.

Bosch estaba empezando a pensar que tenía una oportunidad. Lo único que hacía falta era adornar con detalles creíbles la historia que acababa de urdir. Lo único que…

Sus pensamientos se frenaron en seco. Había visto una luz. Comprendió que había mantenido los ojos abiertos mientras ideaba lo que iba a decirle a Drummond. Pero su atención ahora estaba concentrada en un destello blanco verdoso que relucía cerca de sus pies, un círculo borroso de puntos, no mayor que una moneda de medio dólar. En el interior del círculo había movimiento. Un diminuto punto de luz iba recorriendo la circunferencia, trasladándose de un punto a otro y otro más… Bosch comprendió que lo que estaba viendo era el reloj de Reggie Banks. Y en ese momento se le ocurrió una forma de escapar.

Harry no tardó en trazar un plan. Se deslizó columna abajo hasta encontrarse sentado sobre el heno. A pesar de que le dolían los tendones y las pantorrillas a causa de la caminata por el campo de almendros de la noche anterior, se valió de la pierna derecha para asentar la espalda firmemente contra la columna y mantener la posición, tras lo cual extendió el pie izquierdo. Trató de alcanzar con él la muñeca del muerto y arrastrarlo hacia donde se encontraba. Necesitó varios intentos para finalmente enlazarla y mover el brazo. Una vez que hubo conseguido moverlo todo lo posible con el pie, se levantó con la espalda pegada a la madera y dio un giro de ciento ochenta grados en torno a la columna. Se extendió en el suelo cuan largo era y trató de aferrar la mano de Banks. Le costó lo suyo, pero finalmente lo consiguió.

Con la mano del muerto presa entre las suyas, Bosch se echó hacia delante con todas sus fuerzas, a fin de arrastrar el cadáver más cerca todavía. Lo logró. Llevó la mano a la muñeca de Banks y le quitó el reloj. Sosteniéndolo con la mano izquierda, echó la hebilla hacia atrás, para que el pasador se extendiera suelto. Giró la muñeca e insertó el minúsculo pasador de acero en la pequeña abertura de la esposa derecha.

Mientras trabajaba, Bosch hacía lo posible por visualizar el proceso. La cerradura de una esposa resultaba muy fácil de abrir sin necesidad de llave, siempre que uno no estuviera haciéndolo en la oscuridad y con las manos amarradas a la espalda. La cerradura de unas esposas en realidad no era más que una diminuta barrita de acero con una muesca. Y las llaves eran universales, pues era corriente que las esposas fueran usadas con un detenido u otro, por un agente u otro. Todo par de esposas pasaba por muchas manos. Si cada par contara con una llave propia, el trabajo de los policías se tornaría aún más complicado de lo que ya era de por sí.

Bosch estaba reflexionando sobre ello mientras iba probando con el pasador de la hebilla del reloj. Harry era diestro usando el juego de ganzúas que llevaba escondido bajo la placa en la billetera que Drummond acababa de confiscarle, pero ahora se trataba de utilizar el pasador de una hebilla de reloj como si fuera una ganzúa.

Consiguió abrir la esposa en menos de un minuto. Llevó las manos al frente y abrió la otra esposa con mayor rapidez todavía. Estaba libre. Se levantó y de inmediato se encaminó hacia la puerta del granero, lo que le llevó a tropezar con el cadáver de Banks y caer de bruces sobre el heno. Se levantó, volvió a orientarse y lo intentó de nuevo, caminando con los brazos por delante. Cuando llegó a la puerta, se movió hacia la derecha y palpó la pared hasta encontrar el interruptor de la luz.

Por fin había luz en el granero. Bosch volvió a situarse ante las enormes puertas dobles. Había oído a Drummond atrancar las puertas con una barra de hierro, pero, aun así, hizo lo posible por abrirlas, empujando con todas sus fuerzas. No lo logró. Trató de conseguirlo dos veces, con el mismo resultado.

Bosch dio un paso atrás y miró a su alrededor. No tenía ni idea de si Drummond y Cosgrove iban a volver dentro de un minuto o dentro de un día, pero sentía la necesidad imperiosa de estar en movimiento.

Volvió sobre sus pasos, rodeó el cadáver y se dirigió a los rincones más oscuros del granero. Descubrió que en la pared posterior había otra doble puerta, la cual estaba cerrada con llave. Se dio la vuelta y continuó examinando el interior, pero no había más puertas ni ventanas. Maldijo su suerte en voz alta.

Hizo lo posible por calmarse y pensar. Se imaginó fuera del granero y trató de recordar cuál era su aspecto. Tenía la fachada en forma de A y, en ese momento lo recordó, contaba con una puerta en lo alto para cargar y descargar el heno directamente del henar.

Bosch se acercó con rapidez a una escalera de madera que llevaba a una de las principales vigas de apoyo y empezó a subirla. En el henar había varias balas de heno que llevaban allí desde que el granero fuera abandonado. Bosch las rodeó y llegó a la pequeña doble puerta. La doble puerta estaba cerrada con candado, esta vez desde el interior.

El candado era de los grandes y se cerraba con un simple pestillo. Bosch tenía claro que de tener una ganzúa adecuada podría abrir aquel candado, pero el juego de ganzúas seguía estando en el estuche de la placa, estuche que ahora se encontraba en el bolsillo de Drummond. La hebilla del reloj no iba a bastarle.

Se aproximó a la débil luz para estudiar el cerrojo lo mejor posible. Pensó en tratar de abrir la doble puerta a patadas, pero la madera daba la impresión de ser resistente, y la base del cerrojo estaba firmemente sujeta con ocho tornillos de madera. Además, el intento de abrir la puerta a patadas claramente resultaría ruidoso, por lo que tan solo podía hacerlo como último recurso. Su intento de escapar resultó frustrado.

Antes de bajar al suelo miró a su alrededor en busca de alguna cosa que pudiera servirle para escapar o defenderse. Una herramienta para arrancar el cerrojo de la puerta o un pedazo de madera que pudiera utilizar como cachiporra. De pronto encontró algo todavía mejor: tras una hilera de balas de heno rotas había una horca de hierro oxidada.

Dejó caer la horca al suelo, con cuidado de que no fuese a aterrizar en el cuerpo de Banks, y bajó del henar. Con la horca en la mano, volvió a rebuscar en el granero, tratando de dar con un medio para escapar. No encontró ninguno, así que volvió al área iluminada en el centro del granero. Registró el cuerpo de Banks con la esperanza de encontrar una navaja plegable u otra cosa que le sirviera. Lo que encontró fueron las llaves de su propio coche de alquiler. Drummond había olvidado quedárselas después de matar a Banks.

Bosch se situó ante las puertas delanteras del granero y volvió a empujarlas con el cuerpo, aunque sabía que no iban a abrirse. Se encontraba a menos de cinco metros de su coche, pero no podía llegar a él. Harry sabía que en el maletero, entre las cajas de cartón con material, había otra caja que había trasladado del coche de trabajo al de alquiler. En esa caja estaba su segunda pistola, una Kimber Ultra Carry del 45, cargada con un peine de siete balas y un proyectil adicional en la recámara.

—Mierda —murmuró.

Bosch comprendió que no le quedaba más remedio que esperar. Iba a tener que enfrentarse a dos hombres armados cuando estos finalmente se presentasen. Apagó la luz, y el granero se sumió de nuevo en la oscuridad. Harry ahora contaba con la horca de hierro, la oscuridad y el factor sorpresa. Se dijo que no estaba mal del todo.