BOSCH estaba profundamente dormido cuando el teléfono móvil empezó a sonar sobre su pecho. Lo primero que pensó fue que se trataba de su hija, acaso metida en algún problema o molesta con Hannah por alguna razón. El despertador que había junto a la cama indicaba que eran las cuatro y veintidós de la madrugada.
Cogió el teléfono al momento, pero no vio la foto de Maddie sacándole la lengua que aparecía en la pantalla cada vez que le llamaba. Miró el indicador de llamada y vio que el número tenía el prefijo 404. Atlanta.
—Inspector Bosch.
Se levantó y miró en derredor para dar con su libreta, hasta que recordó que la tenía en el coche y se dio cuenta de que estaba desnudo salvo por la toalla arrollada a la cintura.
—Sí, me llamo Charlotte Jackson. Ayer me dejó usted un mensaje. No lo vi hasta anoche a última hora. ¿En California es demasiado pronto?
Bosch pensó con un poco más de claridad. Recordó que en el restaurante había recibido una llamada de la Charlotte Jackson número cuatro. Esta tenía que ser la Charlotte Jackson número tres, la que vivía en la avenida Ora, en East Atlanta.
—No hay problema, señorita Jackson —dijo—. Gracias por devolverme la llamada. Como decía en mi mensaje, soy inspector del cuerpo de policía de Los Ángeles. Trabajo en la unidad de casos abiertos/no resueltos, que es una brigada de investigación de casos abiertos, no sé si me explico…
—Siempre miraba Caso abierto en la tele. Una serie muy buena.
—Ya, bueno, pues estoy investigando un viejo caso de homicidio y estoy tratando de localizar a una mujer llamada Charlotte Jackson que estuvo en el ejército durante la operación Tormenta del Desierto en 1991.
Se produjo un silencio mientras Bosch esperaba a oír su respuesta.
—Bueno… Yo estaba en el ejército en aquel entonces, pero no conozco a nadie en Los Ángeles ni sé de ningún asesinato. Todo esto es muy raro.
—Claro, lo entiendo, y es normal que el asunto le resulte confuso. Pero si me permite hacerle unas preguntas, creo que lo entenderá mejor.
De nuevo esperó a oír una respuesta, que no llegaba.
—¿Señorita Jackson? ¿Sigue ahí?
—Sí. Hágame esas preguntas. Pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que irme a trabajar.
—Bien, pues trataré de ir rápido. Lo primero, me está llamando desde el fijo de su casa o desde un móvil.
—Desde un móvil. Es el único teléfono que tengo.
—Muy bien. Dice que estaba en el ejército durante la operación Tormenta del Desierto. ¿De qué cuerpo formaba parte?
—Del ejército de tierra.
—¿Sigue usted en el ejército?
—No.
Lo dijo como si la pregunta fuera una estupidez.
—¿Dónde estaba acuartelada en Estados Unidos, señorita Jackson?
—En Fort Benning.
El propio Bosch había estado un tiempo en Fort Benning durante su etapa en el ejército, justo antes de ser trasladado a Vietnam. Harry sabía que el cuartel estaba a dos horas en coche desde Atlanta, la primera ciudad a la que Anneke Jespersen se dirigió tras llegar en avión a Estados Unidos. Bosch empezaba a tener la sensación de que estaba acercándose a algo. Una verdad oculta estaba a punto de salir a la luz. Se esforzó en mantener un tono de voz normal.
—¿Cuánto tiempo estuvo en el golfo Pérsico?
—Unos siete meses en total. Primero estuve en Arabia Saudí, durante la operación Escudo del Desierto, y luego nos llevaron a Kuwait para tomar parte en la lucha en tierra, en la operación Tormenta del Desierto. De hecho nunca llegué a estar en Iraq.
—Durante ese tiempo, ¿en algún momento estuvo de permiso en el barco de crucero Saudi Princess?
—Pues claro —respondió Jackson—. Casi todos estuvimos en ese barco en uno u otro momento. Pero todo esto, ¿qué tiene que ver con un asesinato en Los Ángeles? La verdad es que no entiendo su llamada y, como digo, tengo que irme a trabajar y… —Señorita Jackson, le aseguro que esta llamada va muy en serio y que puede ayudarnos a resolver un asesinato. Si puedo preguntarle, ¿en qué trabaja hoy día?
—Trabajo en el Palacio de Justicia de Atlanta, en Inman Park.
—Muy bien. ¿Es usted abogada?
—No. No, por Dios.
De nuevo lo dijo como si Bosch hubiera formulado una pregunta estúpida o sin sentido, por mucho que Harry nunca antes hubiese hablado con ella.
—¿Qué es lo que hace en el Palacio de Justicia?
—Trabajo en administración. Me encargo de poner en contacto a las personas con los abogados. Pero yo, de abogada, nada. Solo trabajo para Edie Primm; la abogada es ella. Y no le gusta un pelo que llegue tarde por las mañanas. Así que voy a tener que dejarle.
De una forma u otra, Bosch se había desviado del propósito fundamental de la entrevista. Siempre le fastidiaba que una entrevista no se ajustase a lo planeado. Lo achacó al hecho de que le hubieran despertado de golpe y se viera sumido de sopetón en la conversación.
—Unas pocas preguntas más, por favor. Volvamos a la cuestión del Saudi Princess. ¿Recuerda en qué momento estuvo en ese barco?
—En marzo, justo antes de que mi unidad fuera devuelta a casa. Recuerdo haber pensado que no hubiera ido al barco de haber sabido que un mes después iba a estar en Georgia. Pero los del ejército no me lo dijeron, y por eso pedí un permiso de setenta y dos horas.
Bosch asintió con la cabeza. La entrevista otra vez estaba encarrilada. Lo único que hacía falta era seguir así.
—¿Se acuerda de si una periodista le hizo una entrevista? ¿Una mujer llamada Anneke Jespersen?
La pausa que siguió fue muy corta esta vez. Jackson apuntó:
—¿Aquella chica holandesa? Sí, me acuerdo de ella.
—Anneke era danesa. ¿Estamos hablando de la misma mujer? ¿Una rubia muy guapa, de unos treinta años?
—Sí, sí. Solo hablé con ella una vez. Holandesa, danesa… Me acuerdo del nombre y me acuerdo de ella.
—Bien, ¿recuerda dónde le hizo la entrevista?
—En un bar. No me acuerdo de cuál, pero sí de que estaba junto a la piscina. Era el bar al que yo iba siempre.
—¿Se acuerda de alguna otra cosa referente a la entrevista?
—Pues no, la verdad. La mujer nos hizo unas cuantas preguntas rápidas a varios de nosotros y eso fue todo. Además allí había mucho follón y todo el mundo estaba borracho, no sé si me explico.
—Sí.
Había llegado el momento. El momento de formular la única pregunta que de verdad tenía que formular.
—Después de ese día, ¿volvió a ver a Anneke alguna otra vez?
—Bueno, volví a verla la noche siguiente, en el mismo lugar. Solo que entonces no estaba trabajando. Me comentó que había enviado el texto y las fotos a no sé dónde y que ahora ella también estaba de permiso. Estuvo dos días más en el barco y se marchó.
Bosch hizo una pausa. Esto no era lo que quería oír. En ese momento estaba pensando en el viaje de Jespersen a Atlanta.
—¿Cómo es que me pregunta por ella? —inquirió Jackson—. ¿Es a ella a quien han asesinado?
—Sí. Está muerta. La asesinaron hace veinte años en Los Ángeles.
—Oh, por Dios.
—La mataron durante los disturbios del 92. Un año después de la operación Tormenta del Desierto.
Aguardó a escuchar la reacción al otro lado de la línea, pero solo le llegó el silencio.
—Creo que el asesinato tuvo relación con su estancia en ese barco —dijo—. ¿Recuerda alguna cosa más sobre su estancia a bordo? ¿Había bebido cuando volvió a verla al día siguiente?
—No sabría decir si estaba borracha. Pero sí que tenía una botella en la mano. Lo mismo que yo. Era lo que hacíamos en ese barco. Beber.
—Ya. ¿Se acuerda de alguna otra cosa?
—De lo que me acuerdo es de que, como era una rubia que estaba muy buena, lo tenía más difícil que el resto para mantener a raya a los chicos.
Con «el resto» se estaba refiriendo a las demás mujeres en el bar y en el barco.
—Es lo que ella misma me preguntó cuando vino a Fort Benning a verme.
Bosch se quedó paralizado. No emitió sonido alguno, no respiró. Esperó a oír más. Cuando no le llegó más que el silencio, trató de animarla a seguir.
—¿Eso cuándo fue? —preguntó.
—Un año después de la operación Tormenta del Desierto, más o menos. Me acuerdo porque a esas alturas estaba a punto de terminar en el ejército; me quedarían unas dos semanas para dejarlo. Pero ella se las arregló para encontrarme y vino a la base haciéndome todas esas preguntas.
—¿Qué le preguntó exactamente? ¿Se acuerda?
—Pues me estuvo preguntando sobre ese segundo día, el día en que ella también estaba de permiso, por así decirlo. Primero me preguntó si la había visto ese día, y yo le dije que si no se acordaba. Entonces me preguntó con quién estaba y cuándo fue la última vez que la vi.
—¿Qué le respondió?
—Me acordaba de que se había ido con algunos de los chicos. Decían que se iban a la discoteca, pero yo no tenía ganas. Así que se marcharon. No volví a verla hasta que se presentó en Fort Benning.
—¿Usted le preguntó por qué quería esa información?
—No, la verdad. Creo que ya lo sabía, más o menos.
Bosch asintió con la cabeza. Era la razón por la que probablemente recordaba aquella última conversación con tanta claridad después de veinte años.
—A Anneke le pasó algo en el barco —dijo.
—Eso creo —repuso Jackson—. Pero no le pregunté los detalles. Tampoco creo que quisiera dármelos. Lo que ella quería era que respondiese a sus preguntas. Lo que quería era averiguar con quién de ellos había estado.
Bosch ahora creía entender muchos de los misterios del caso: cuál había sido el crimen de guerra que Anneke Jespersen estaba investigando y cómo era que no le decía a nadie lo que estaba haciendo exactamente. Sintió mayor lástima que nunca de la mujer a quien nunca había conocido personalmente.
—Hábleme de esos hombres con los que estuvo tratando en el barco. ¿Cuántos eran?
—No me acuerdo. Tres o cuatro.
—¿Se acuerda de alguna cosa de ellos? ¿De cualquier cosa?
—De que eran de California.
Bosch hizo una pausa; la respuesta de Jackson estaba repiqueteando como una campana en su mente.
—¿Es todo, comisario? Tengo que irme.
—Unas pocas preguntas más, señorita Jackson. Está usted siendo de mucha utilidad. ¿Cómo sabía que esos hombres eran de California?
—Sencillamente, lo sabía. Supongo que nos lo dijeron, porque tenía muy claro que eran de California. Es lo que le dije a ella cuando vino a verme a la base.
—¿Se acuerda de algún nombre?
—No, ahora mismo. Ha pasado muchísimo tiempo. Solo me acuerdo de lo que estoy contándole porque ella luego vino a verme.
—Ya, pero ¿y luego qué? ¿Se acuerda de si le dio alguno de los nombres de aquellos tipos?
Se produjo una larga pausa mientras Jackson lo consideraba.
—No recuerdo si sabía el nombre de alguno. Quiero decir, es posible que conociera a alguno por su nombre de pila, pero no sé si me acordaría un año después. En el barco había un montón de gente. De lo único de lo que me acuerdo es que eran de California y les llamábamos los camioneros.
—¿Los camioneros?
—Pues sí.
—¿Cómo es eso? ¿Es que ellos les dijeron que conducían camiones?
—Eso no lo sé, pero lo que sí que recuerdo es que todos llevaban un tatuaje del camionero de «En ruta»: ya sabe, el camionero andando con los zapatones enormes. ¿Se acuerda del dibujo?
Bosch asintió con la cabeza, no en respuesta a su pregunta, sino a la confirmación de tantas cosas.
—Sí. De modo que esos hombres llevaban un tatuaje. ¿Dónde?
—En el hombro. En el barco hacía calor, y todos estábamos en el bar de la piscina, así que andaban descamisados o con camisetas de tirantes. Por lo menos un par de ellos llevaban ese tatuaje, de forma que las chicas en el bar empezamos a llamarlos los camioneros. Me cuesta recordar los detalles, y voy a llegar tarde al trabajo.
—Está siendo de mucha ayuda, señorita Jackson. No sé cómo darle las gracias.
—¿Fueron esos tipos quienes la mataron?
—Aún no lo sé. ¿Tiene usted correo electrónico?
—Por supuesto.
—¿Puedo enviarle un enlace? Es una foto de una página web en la que salen algunos de los hombres que entonces estaban en el Saudi Princess. ¿Puede mirarla y decirme si los reconoce?
—¿Le importa si lo hago cuando llegue al trabajo? Tengo que irme.
—Sí, muy bien. Voy a enviarle ese enlace nada más colgar.
—De acuerdo.
Jackson le dio su dirección de correo electrónico y Bosch la apuntó en el taco de papel para notas que había en la mesita de noche.
—Gracias, señorita Jackson. Dígame algo sobre el enlace tan pronto como le sea posible.
Bosch colgó. Fue a la mesa de la cocina americana, encendió el ordenador portátil y lo conectó a la señal inalámbrica de la casa situada tras el motel. Localizó el enlace de la foto tomada en el Saudi Princess y recogida en la página web de la 237.ª compañía y se la envió a la Charlotte Jackson con quien acababa de hablar.
Fue a la ventana y miró a través de las cortinas. Todavía estaba oscuro en el exterior, sin la menor traza de que el sol estuviera saliendo. De un modo u otro, el aparcamiento de repente estaba medio lleno de coches. Bosch decidió darse una ducha y prepararse para la nueva jornada mientras esperaba a que le llegase una respuesta respecto a la foto.
Veinte minutos después estaba secándose con una toalla que había sido lavada un millar de veces. Oyó el ding que anunciaba la llegada de un mensaje de correo y fue al ordenador a mirarlo. Charlotte Jackson había respondido.
Creo que son ellos. No puedo estar segura, pero eso creo. Los tatuajes son los mismos, y el barco es ese. Es verdad que ha pasado mucho tiempo y que ese día estuve bebiendo. Pero, sí, creo que son ellos.
Bosch se sentó sobre la mesa y releyó el mail. Se sentía sobrecogido al tiempo que eufórico, y de forma cada vez más intensa. Charlotte Jackson no había ofrecido una identificación positiva, pero poco menos. Harry se daba cuenta de que los sucesos acaecidos veinte años atrás estaban empezando a imbricarse a una velocidad innegable. La mano del pasado estaba cerniéndose hacia abajo, y no se sabía qué o a quién iba a agarrar y a arrastrar consigo.