Capítulo 27

BOSCH llevaba las luces del coche apagadas cuando pasó junto al acceso cerrado a la finca de Cosgrove; ningún otro vehículo circulaba por Hammett Road. Siguió doscientos metros más allá, hasta llegar a un punto en el que la carretera trazaba una pequeña curva a la derecha, y detuvo el coche en la cuneta de tierra.

También llevaba apagada la luz interior del automóvil, de forma que este se encontraba completamente a oscuras cuando abrió la puerta. Salió al aire fresco de la noche, miró y escuchó. Todo estaba en silencio. Se llevó la mano al bolsillo trasero de los pantalones vaqueros y sacó un papel doblado en cuatro. Lo puso bajo el parabrisas. Antes había anotado en él:

ME HE QUEDADO SIN GASOLINA. VUELVO ENSEGUIDA.

Iba calzado con unas botas para caminar por el barro, que había sacado de una de las cajas que llevaba en el maletero. También iba equipado con una pequeña linterna Maglite, que esperaba no tener que utilizar. Bajó por el terraplén de un metro de extensión y se adentró en el terreno encharcado que impregnaba la superficie bajo las almendros.

El plan de Bosch consistía en avanzar en ángulo y volver hacia el camino de entrada, para seguir en paralelo hasta llegar a la casa de Cosgrove. Harry no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo o buscando. Se limitaba a seguir su instinto, y este le decía que Cosgrove, con todo su dinero y su poder, seguramente estaba en el meollo del caso. Y sentía la necesidad de acercarse a él y observar dónde y cómo vivía. El agua tan solo tenía unos centímetros de profundidad, pero el barro se pegaba a las botas de Bosch y dificultaba su avance. Más de una vez, la tierra empapada se negaba a soltar el calzado, y el pie de Harry estuvo a punto de salirse de la bota.

El agua que cubría la tierra reflejaba las estrellas en lo alto y hacía que Bosch se sintiera expuesto por completo en su clandestino avance entre los almendros. Cada veinte metros aproximadamente se escondía detrás de un árbol para descansar un momento y escuchar. Imperaba un silencio mortal; ni siquiera se oían ruidos de insectos. El único sonido llegaba de la lejanía, y Bosch no tenía muy claro qué lo producía. Algo parecía estar fluyendo de forma continua, y Harry pensó que quizá se tratara de una bomba de riego del terreno.

Al cabo de un rato, el campo de almendros empezó a tornarse laberíntico. Los árboles eran viejos, tenían más de diez metros de altura y daban la impresión de ser idénticos. También se habían plantado en hileras completamente rectas, por lo que todas las direcciones daban la impresión de ser la misma. Empezó a tener miedo de perderse y lamentó no haber llevado algo con que señalar el camino.

Finalmente, al cabo de una media hora, llegó a la carretera de acceso. Harry estaba agotado y las botas le pesaban como si fuesen de hormigón. Pero no iba a abandonar su misión. Continuó avanzando en paralelo a la carretera, pasando de un árbol a otro.

Casi una hora más tarde, Bosch vio a través de las ramas de los últimos árboles las luces de la mansión en lo alto. Siguió avanzando con dificultad, no sin advertir que aquel sonido de algo que fluía era cada vez más intenso a medida que se iba acercando a las luces. Cuando llegó al final del campo de almendros, se agazapó junto al terraplén y estudió lo que tenía delante. La mansión parecía una exótica versión de un château francés. Constaba de dos pisos y tenía los tejados en pendiente muy acusada y torreones en las esquinas; a Bosch le recordó una versión en pequeño del Château Marmont de Los Ángeles.

El caserón estaba iluminado desde el exterior por unos focos proyectados desde el jardín. El camino terminaba en una rotonda frente a la fachada, pero había un camino secundario que se perdía tras la estructura principal. Bosch supuso que el garaje estaba en la parte posterior. No se veía ningún automóvil, y Harry se dio cuenta de que las luces que había estado viendo desde el campo de almendros eran las exteriores. El interior del caserón estaba a oscuras. Parecía que allí no había nadie.

Bosch se levantó y subió por el terraplén. Echó a caminar hacia la casa y un momento después se encontró andando sobre una plataforma de hormigón algo elevada sobre el suelo. La gran H pintada en su centro indicaba que se trataba de un helipuerto. Mientras seguía avanzando hacia la casa, su visión periférica detectó algo que le llamó la atención. Miró a la derecha, hacia una pequeña elevación en el paisaje.

Al principio no vio nada. La casa estaba tan brillantemente iluminada que las estrellas apenas eran visibles y el área en torno a la mansión estaba oscura por completo; pero entonces vio un movimiento otra vez, en lo alto de la ladera. De repente se dio cuenta de que lo que estaba viendo eran las oscuras aspas de un molino de viento girando en el aire, que bloqueaban por un instante la débil luz de las estrellas y reconformaban el firmamento.

El extraño sonido que había oído mientras avanzaba por el campo de almendros era el del molino de viento. Cosgrove era un defensor de la energía eólica tan convencido que había hecho construir uno de sus gigantes de hierro en su propio jardín trasero. Bosch comprendió que las luces que bañaban el exterior de la mansión provenían de la energía del viento que continuamente soplaba a través del valle.

Bosch volvió a concentrar su atención en la mansión iluminada, y casi de inmediato sintió que su determinación vacilaba un momento. El hombre que vivía entre sus muros era lo bastante inteligente y poderoso para dominar el viento. Vivía protegido tras un muro de dinero y una falange —un ejército, mejor dicho— de árboles. No necesitaba contar con un vallado que cercara los límites de su vasta propiedad porque sabía que el campo de almendros bastaría para intimidar a cualquier intruso que osara cruzarlo. Residía en un castillo con su propio foso alrededor, ¿quién era Bosch para suponer que podía vencerlo? Bosch ni siquiera sabía cuál era la naturaleza exacta del crimen cometido. Solo sabía que Anneke Jespersen había muerto, y Bosch se estaba moviendo por pura intuición. No tenía pruebas de nada. Tenía una coincidencia que databa de veinte años atrás, y nada más.

De pronto, una oleada de viento y estrépito mecánico le envolvió; un helicóptero se acercaba por encima del campo de almendros. Bosch echó a correr hacia los almendros inmediatamente, deslizándose terraplén abajo hasta llegar al agua y el lodo. Volvió la vista atrás y contempló el helicóptero: una negra silueta recortada en el cielo oscuro. El aparato estaba maniobrando para posarse sobre el helipuerto. De su vientre brotó un haz de luz que iluminó la gran H inscrita en el hormigón. Bosch se agachó y contempló al aparato luchar contra el viento para mantener horizontales los patines de aterrizaje. El helicóptero poco a poco fue bajando y se posó con suavidad sobre el hormigón. La luz se apagó, y la estrepitosa turbina se silenció un momento después.

Los rotores siguieron girando unos segundos hasta detenerse por completo. La portezuela del piloto se abrió, y una figura saltó al exterior. Bosch se encontraba a más de treinta metros de distancia, por lo que tan solo podía ver la silueta del recién llegado, a quien identificó como un varón. El piloto rodeó el helicóptero y abrió la otra portezuela. Bosch pensaba que saldría otra persona del aparato, pero, de pronto, un perro saltó a la noche. El piloto sacó una mochililla, cerró la portezuela y después echó a andar hacia la casa.

El perro fue trotando tras el piloto unos metros, pero, de repente, se detuvo y se giró directamente hacia el lugar donde estaba escondido Bosch. El perro era grande, pero la oscuridad impedía a Harry determinar su raza. Oyó que el can soltaba un gruñido justo antes de salir disparado hacia él.

Bosch se quedó inmóvil mientras el animal se acercaba con rapidez. Sabía que no contaba con ningún lugar en el que refugiarse. Detrás tan solo estaba el barro, en el que no podría avanzar ni dos pasos. Se agazapó más todavía contra el terraplén, diciéndose que el perro furioso quizá saltase por encima y acabara empantanado en el lodazal.

Y también sacó la pistola que llevaba al cinto. Si el perro no se detenía, estaba dispuesto a frenarlo por su cuenta.

—¡Cosmo!

Era el recién llegado quien había gritado desde el caminillo que conducía a la casa. El perro se detuvo a media carrera, con las patas traseras asomándole por delante en su lucha por acatar la orden.

—¡Ven aquí ahora mismo!

El perro giró la cabeza hacia Bosch un momento, y Harry creyó ver que tenía los ojos de un rojo reluciente. El animal echó a correr hacia su amo, quien le reprendió con firmeza.

—¡Perro malo! ¿Qué es eso de echar a correr por ahí? ¡Y nada de ladridos!

El hombre soltó un fuerte palmetazo en la espalda del perro mientras este trotaba a su lado. El can se adelantó unos pasos, tras lo cual se encogió en postura de súplica. Un momento antes se disponía a abrirle la garganta a Bosch; a Harry ahora le daba lástima.

Bosch esperó a que el hombre y su perro terminaran de entrar en la mansión antes de volver a meterse en el campo de almendros, con la esperanza de no perderse en el camino de regreso a su automóvil.

Eran las once cuando Bosch llegó al motel Blu-Lite. Fue directamente al cuarto de baño, se quitó las ropas mojadas y llenas de barro, y las tiró al lado de la bañera. Iba a meterse en ella para darse una ducha cuando oyó el sonido de su teléfono móvil, a volumen más bajo después del episodio en The Steers.

Salió del cuarto de baño con la cintura envuelta en una toalla tan rígida como el cartón. El identificador de llamada no revelaba nombre alguno. Bosch se sentó en la cama y respondió.

—Bosch.

—Harry, soy yo. ¿Estás bien?

—Estoy bien. ¿Por qué?

—Porque no sabía nada de ti y no has respondido a mis correos electrónicos.

—Me he pasado el día entero en la carretera y no he consultado el correo. Acabo de llegar al motel y ni siquiera estoy muy seguro de si tengo conexión a internet.

—Harry, puedes consultar el correo electrónico en tu teléfono.

—Sí, ya, pero eso de la contraseña y demás es un latazo. Es todo muy pequeño, y no me gusta nada. Por eso prefiero enviar mensajes de texto.

—Lo que tú digas. ¿Quieres que te cuente qué es lo que he encontrado?

Bosch estaba muerto de cansancio. La fatiga del día y el agotador paseo de ida y vuelta por el embarrado campo de almendros se le habían metido en los huesos. Le dolían los músculos de las pantorrillas como resultado de las decenas de miles de pasos que parecía haber tenido que dar por el lodo. Lo que quería era tomar una ducha e irse a dormir, pero instó a Chu a decirle de qué se trataba.

—De dos cosas sobre todo —indicó su compañero—. Lo primero es que he establecido una conexión bastante clara entre dos de los nombres de la lista que me diste.

Bosch buscó su cuaderno con la mirada y comprendió que lo había dejado en el coche. Pero ahora no podía salir a por él.

—Cuéntame.

—Bueno, ya sabes que Drummond se ha presentado a las elecciones para congresista, ¿no?

—Sí, hoy he visto un cartel de propaganda. Pero solo uno.

—Claro, porque las elecciones son el año que viene. Así que la cosa no va a calentarse hasta dentro de un tiempo. De hecho, Drummond ahora mismo ni siquiera tiene un competidor. El actual congresista va a jubilarse, y lo más probable es que Drummond haya anunciado su candidatura antes de tiempo para meter el miedo en el cuerpo a los posibles competidores.

—Ya, bueno. Pero ¿cuál es la conexión?

—Cosgrove. Cosgrove en persona y Productos Agrícolas Cosgrove son dos de los principales donantes a su campaña electoral. He estado mirando el informe inicial de campaña que Drummond presentó al anunciarse candidato.

Bosch asintió con la cabeza. Chu tenía razón. Era una conexión sólida y de interés entre dos de los dos miembros de la conspiración. Todo cuanto ahora necesitaba era la conspiración.

—Harry, ¿sigues ahí? ¿O te estás quedando dormido?

—Casi que sí. Pero buen trabajo, David. Si Cosgrove ahora le está prestando apoyo, lo más seguro es que hiciera lo mismo las dos veces que Drummond se presentó para sheriff.

—Es lo que estaba pensando, pero no es posible acceder a esa información por internet. Es posible que puedas conseguirla en los archivos del condado.

Bosch denegó con la cabeza.

—Esta es una ciudad muy pequeña. Si lo hago, no tardarán en enterarse. Y eso es algo que ahora mismo no me conviene.

—Entiendo. ¿Cómo va por ahí arriba?

—Va. Hoy solo he estado de reconocimiento. Mañana voy a empezar a moverlo todo. Pero ¿cuál era la otra cosa? Me dijiste que había dos cosas.

Se produjo una pausa, y Bosch comprendió que esta segunda noticia no era buena.

—El Chupatintas hoy me ha hecho ir a su despacho.

Claro, pensó Bosch. O’Toole.

—¿Qué quería?

—Quería saber en qué estaba trabajando yo, pero he visto que también tenía sospechas de que en realidad no estabas de vacaciones. Me preguntó adónde habías ido, cosas así. Le dije que, que yo supiera, estabas en casa pintando las paredes.

—Pintando las paredes. Entendido. Me acordaré. ¿Me has advertido de todo esto en un correo electrónico?

—Sí. Te lo envié después de comer.

—No pongas estas cosas en un correo electrónico. Simplemente llámame. ¿Quién sabe hasta dónde está dispuesto a llegar O’Toole si se le ha metido en la cabeza expulsar a alguien de la unidad?

—De acuerdo, Harry. No volveré a hacerlo. Lo siento.

En el móvil de Bosch sonó un pitido de llamada en espera. Miró la pantalla y vio que era su hija.

—No te preocupes, David. Ahora tengo que dejarte, me está llamando mi hija. Mañana hablamos.

—Muy bien, Harry. Duerme un poco.

Bosch pasó a la llamada de Maddie, quien le habló en voz baja, casi en un susurro.

—¿Cómo ha ido el día, papá?

Bosch lo pensó un momento antes de responder:

—La verdad es que un poco aburrido, ahora que lo preguntas. ¿Y tú, qué tal?

—Pues mi día también ha sido un poco aburrido. ¿Cuándo vuelves a casa?

—Bueno… veamos. Mañana tengo que hacer un poco más de trabajo aquí. Un par de entrevistas. Así que seguramente no vuelva hasta el miércoles. ¿Estás en tu cuarto?

—Sí.

Eso significaba que se encontraba a solas y, con un poco de suerte, fuera del alcance del oído de Hannah. Bosch apoyó la cabeza en las almohadas. Eran delgadas y más bien duras, pero en ese momento se sentía como en el hotel Ritz Carlton.

—Bueno, ¿y qué tal va con Hannah? —preguntó.

—Bien, supongo —respondió ella.

—¿Estás segura?

—Quería que me fuera a la cama temprano. A las diez o así.

Bosch sonrió. Conseguir que una adolescente se acostara pronto era tan difícil como hacer que se levantara temprano.

—Hablé con ella y le dije que te dejara hacer lo que quisieras. Puedo hablar otra vez con ella y decirle que conoces mejor que nadie tu propio reloj biológico.

Era el argumento que la propia Maddie había esgrimido una vez que él trató de cometer el mismo error que Hannah.

—No, no pasa nada. Ya me las arreglo.

—¿Y qué has cenado? No me digas que has vuelto a pedir pizza.

—No, Hannah ha hecho la cena. Y estaba buenísima.

—¿Qué ha preparado?

—Pollo con salsa de yogur. Y macarrones con queso.

—Macarrones con queso. Lo que a ti te gusta.

—Pero ella los hace diferentes.

Maddie quería decir que prefería los que ella misma preparaba. Bosch se estaba llevando un chasco. Trató de animar a su hija un poco.

—Bueno, ya sabes que quien cocina tiene derecho a escoger plato. Si cocinas tú, haz los macarrones a tu manera.

—Sí. Le he dicho que, si no tengo muchos deberes, mañana cocinaré yo.

—Claro. Con un poco de suerte, el miércoles cocino yo.

Bosch sonrió al pensarlo y adivinó que Maddie asimismo estaba sonriendo.

—Sí. Fideos japoneses. Me muero de ganas.

—Lo mismo digo. Pero ahora tengo que dormir un poco, preciosa. Hablamos mañana, ¿vale?

—Sí, papá. Te quiero.

—Yo también te quiero.

Maddie colgó, y Bosch oyó los tres pitidos que indicaban que la línea estaba desconectada. Las luces del cuarto seguían estando encendidas, pero cerró los ojos. Se durmió en cuestión de segundos.

Harry soñó con una marcha interminable a través del fango. Los almendros habían desaparecido y en su lugar había tocones incinerados cuyas negras ramas astilladas se extendían hacia él como si fuesen manos. A lo lejos se oían los ladridos de un perro furioso. Y por más rápido que Bosch quisiera escapar, el perro estaba cada vez más cerca.