CA' Del Sole se había convertido en su restaurante preferido, en el establecimiento de la ciudad que más solían frecuentar. La elección se basaba en el factor romántico, en el gusto personal —a ambos les gustaba la comida italiana— y en el precio, pero sobre todo en la conveniencia. Emplazado en North Hollywood, el restaurante estaba a mitad de camino tanto de sus casas como de sus lugares de trabajo, con una pequeña ventaja para Hannah Stone.
A pesar de dicha ventaja, Bosch llegó el primero y fue invitado a acomodarse en el reservado de costumbre. Hannah le había avisado de que quizá llegaría tarde, pues sus citas en la casa de acogida en Panorama City se habían ido retrasando una tras otra después de la no concertada entrevista con Mendenhall. Bosch llevaba consigo una carpeta y no tenía problema en trabajar un poco durante la espera.
Antes del final de la jornada en la unidad de casos abiertos/no resueltos, David Chu había compilado unas breves biografías preliminares de los cinco hombres en los que Bosch había decidido centrarse. Mediante el recurso a bases de datos tanto públicas como policiales, Chu había logrado reunir en un par de horas lo que a Bosch le habría llevado dos semanas de trabajo veinte años atrás.
Chu había impreso varias páginas de información sobre cada uno de aquellos cinco hombres. Harry tenía dichas páginas en la carpeta, junto con impresiones de las fotos tomadas tanto por Drummond como por Jespersen a bordo del Saudi Princess, así como una traducción del artículo entregado por Anneke Jespersen al BT junto con sus fotografías.
Bosch abrió la carpeta y releyó el artículo. Estaba fechado el 11 de marzo de 1991, casi dos semanas después de la contienda, cuando las tropas se habían convertido en fuerzas de pacificación. El artículo era corto, y Bosch suponía que se trataba de un texto de acompañamiento de las fotos. El programa de traducción por internet que había empleado era rudimentario. No captaba los matices gramaticales ni de estilo, de tal forma que el resultado final era extraño y tosco.
Lo llaman «el barco del amor», pero no hay que llamar a engaño: es un barco de guerra. El transatlántico de lujo Saudi Princess nunca sale de puerto pero tiene máxima seguridad y capacidad. El barco británico ha sido alquilado y usado temporalmente por el Pentágono americano como destino de descanso y diversión para las tropas americanas en la operación Tormenta del Desierto.
Los hombres y mujeres de servicio en Arabia Saudi ocasionalmente tienen permisos de tres días de descanso y diversión, y desde el alto el fuego hay mucha demanda. El Saudi Princess es el único destino en el Golfo Pérsico conservador donde los soldados pueden beber alcohol, hacer amigos y no vestir uniforme de camuflaje.
El barco está en puerto y está bien vigilado por infantes de marina uniformados y armados. (El Pentágono pide a los periodistas de visita que no revelen la situación exacta del barco). Pero a bordo no hay uniformes y la vida es una fiesta. Hay dos discotecas, diez bares abiertos 24 horas y tres piscinas. Los soldados que llevan semanas y meses estacionados en la región esquivando las balas y los misiles SCUD de los iraquíes tienen 72 horas para diversión, saborear el alcohol y flirtear con el sexo opuesto… Todo cuanto está prohibido en el campamento.
«Durante tres días somos civiles una vez más», dice Beau Bentley, un soldado de veintidós años de Fort Lauderdale, Florida. «La semana pasada estaba luchando en Kuwait City. Hoy estoy tomándome una cerveza fría con amigos. Es lo mejor».
El alcohol fluye en los bares y junto a la piscina. Las celebraciones de la victoria aliada son muchas. Hay quince hombres en el barco por cada mujer, lo que refleja la composición de las tropas aliadas en el golfo. Los hombres en el Saudi Princess no son los únicos que preferirían un reparto más igualado.
«No han parado de invitarme a tomar copas desde que estoy aquí», dice Charlotte Jackson, una soldado de Atlanta, Georgia. «Pero todos los tíos quieren ligar contigo, y al final es cansado. Ojalá me hubiera traído un libro para leer. Ahora estaría en mi camarote leyendo».
A juzgar por el comentario hecho por Beau Bentley de que había estado en combate tan solo una semana antes, Bosch supuso que el artículo había sido enviado al BT casi una semana antes de su publicación por ese periódico. Lo que significaba que Anneke Jespersen probablemente había estado a bordo del navío en algún momento de la primera semana de marzo.
Bosch en su momento no había encontrado muy significativo el artículo sobre el Saudi Princess, pero las cosas habían cambiado tras establecer la conexión existente entre Jespersen y los miembros de la 237.ª compañía en el barco. De pronto se dio cuenta de que tenía los nombres de dos testigos potenciales. Cogió el móvil y llamó a Chu. Le respondió el contestador automático. Chu ya no estaba de servicio y seguramente quería pasar una noche tranquila. Bosch dejó un mensaje en voz baja, para no molestar a los demás comensales del restaurante.
—David, soy yo. Necesito que me mires un par de nombres. Los he encontrado en un artículo de prensa de 1991, pero, qué diablos, por probar no se pierde nada. El primer nombre es Beau Bentley, que eso era de Fort Lauderdale, en Florida. El segundo nombre es Charlotte Jackson, de Atlanta, o eso ponía en el artículo. Ambos eran soldados y combatieron en Tormenta del Desierto. No sé en qué unidad. En el artículo no lo pone. Digamos que hoy tendrían entre treinta y nueve y cincuenta años, más o menos. A ver si puedes encontrar alguna cosa. Ya me dirás. Y gracias, socio.
Bosch desconectó y miró hacia la puerta del restaurante. Hannah Stone seguía sin aparecer. Cogió el teléfono otra vez y envió un corto mensaje de texto a su hija preguntando si había comprado algo para comer, tras lo cual volvió a concentrarse en la carpeta.
Hojeó el material biográfico que su compañero había reunido sobre los cinco hombres. Cuatro de los informes incluían una foto en la esquina superior derecha, extraída del carnet de conducir. El carnet de conducir de Drummond no aparecía, pues su condición de agente de la ley hacía que estuviera excluido de la base de datos del ordenador DMV. Bosch se detuvo en el informe correspondiente a Christopher Henderson. Chu había escrito a mano FALLECIDO en mayúsculas y junto a la foto.
Henderson había sobrevivido a Tormenta del Desierto y los desórdenes de Los Ángeles como miembro de la 237.ª compañía, pero no al encuentro con un atracador armado en el restaurante del que era encargado en Stockton. Chu había incluido un recorte de periódico de 1998 en el que se informaba de que a Henderson le habían pillado por sorpresa cuando estaba solo y cerrando un conocido restaurante de carnes a la parrilla llamado The Steers. Un tipo armado cubierto con un verdugo de esquiador y un chaquetón largo le obligó a entrar en el establecimiento otra vez. Un hombre que pasaba en coche se dio cuenta y llamó a la policía, pero cuando los agentes se presentaron poco después, se encontraron con que la puerta de la calle estaba abierta y Henderson yacía muerto en el interior. Le habían pegado un tiro «de ejecución», mientras estaba arrodillado dentro de la gran nevera del restaurante. En el despacho del encargado, la caja fuerte donde se guardaba el efectivo por las noches estaba abierta y vacía.
El artículo agregaba que Henderson tenía previsto dejar el empleo en The Steers para abrir su propio restaurante en Manteca. No tendría oportunidad. Por lo que Chu había encontrado en el ordenador, la policía de Stockton nunca llegó a resolver el asesinato ni a identificar a algún sospechoso.
La biografía hecha por Chu sobre John James Drummond era extensa, pues Drummond era una figura pública. Tras ingresar en la oficina del sheriff del condado de Stanislaus en 1990, fue ascendiendo en el escalafón hasta que en 2006 se presentó a las elecciones con el sheriff en funciones como rival y salió ganador después de una reñida votación. En 2010 fue reelegido y en la actualidad proyectaba ser nombrado representante en Washington. Estaba haciendo campaña para ser elegido congresista por el distrito electoral que englobaba los condados de Stanislaus y San Joaquín.
Una biografía política que había circulado por internet antes de las primeras elecciones en que fue nombrado sheriff describía a Drummond como a un hombre de la zona que había prosperado en la vida. Crecido en el seno de una familia uniparental en el barrio de Graceada Park, en Modesto, durante su etapa como alguacil en la oficina del sheriff había desempeñado varias funciones, incluso la de piloto del solitario helicóptero que tenía la oficina. Pero habían sido sus excelentes dotes como gestor las que habían propiciado su ascensión. La biografía también lo describía como un héroe de guerra: se hacía mención a su participación en la guardia nacional durante la operación Tormenta del Desierto y se agregaba que había sido herido durante los disturbios en Los Ángeles de 1992 al tratar de impedir el saqueo de una tienda de ropa.
Bosch comprendió que Drummond era la única baja sufrida por la 237.ª durante los desórdenes. El botellazo que por entonces recibió bien pudo haber sido uno de los detalles que terminó por encaminarle a Washington. Asimismo reparó en que Drummond ya era un agente de la ley cuando fue movilizado y enviado con la guardia nacional al golfo Pérsico y, después, a Los Ángeles.
El material publicitario de la biografía para la campaña electoral también subrayaba que la criminalidad en el condado de Stanislaus se había reducido durante el mandato de Drummond. Las frases eran del tipo consabido, por lo que Bosch pasó a mirar el informe de Reginald Banks, quien tenía cuarenta y seis años y era vecino de Manteca de toda la vida.
Banks llevaba dieciocho años trabajando como vendedor en el concesionario John Deere de Modesto. Estaba casado y era padre de tres hijos. Era licenciado por el Modesto Junior College.
Al rascar un poco más en el fondo, Chu también había descubierto que a la multa por conducir en estado de embriaguez se le sumaban otras dos detenciones por idéntico motivo, que no habían resultado en multa o condena alguna. Bosch se fijó en que una multa tenía origen en una detención en el condado de San Joaquín, donde se hallaba enclavado Manteca; pero las otras dos detenciones en el vecino condado de Stanislaus no habían redundado en la presentación de cargos contra Banks. Bosch se preguntó si el hecho de haber sido compañero de armas del sheriff del condado de Stanislaus tendría algo que ver en el asunto.
Pasó a Francis John Dowler y se encontró con una biografía no demasiado distinta de la de su amigo Banks. Nacido y crecido en Manteca, donde seguía residiendo, había estudiado en el San Joaquín Valley College de Stockton, pero no llegó a terminar los dos cursos completos.
Bosch oyó una risita a su lado. Levantó la mirada y vio que Pino, el camarero que solía atenderles, estaba sonriendo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—He leído ese papel suyo sin querer. Perdón.
Bosch miró un segundo el informe sobre Dowler y volvió a fijar la mirada en Pino. Era de origen mexicano, pero como trabajaba en un restaurante italiano se hacía pasar por italiano.
—No pasa nada, Pino. Pero ¿qué es lo que te divierte tanto?
El camarero señaló una línea del informe.
—Aquí pone que este señor nació en Manteca. Es divertido…
—¿Por qué?
—Pensaba que hablaba español, señor Bosch.
—Un poquito. Pero ¿qué es eso de Manteca?
—Pues eso mismo: la manteca, la grasa del cerdo.
—¿En serio?
—Pues sí.
Bosch se encogió de hombros.
—Supongo que los anglos que le dieron nombre al pueblo encontraban que la palabreja sonaba bien —dijo—. Lo más probable es que no supieran su significado.
—¿Dónde está ese pueblo de la manteca?
—Al norte de aquí, a unas cinco horas.
—Si va de visita, haga una foto para mí del letrero de entrada: «Bienvenidos a Manteca».
Pino rio y se marchó a atender a los parroquianos de otras mesas. Bosch consultó su reloj. Hannah llegaba con media hora de retraso. Pensó en llamarla, por si pasaba algo. Al coger el móvil vio que su hija había respondido al mensaje con un simple «He pedido una pizza». Era la segunda noche consecutiva que cenaba pizza, mientras que él tomaría una cena supuestamente romántica con ensalada, pasta y vino. De nuevo le entraron remordimientos. Parecía incapaz de comportarse como el padre que sabía que tenía que ser. El remordimiento se transformó en una irritación enfocada a sí mismo que le llevó a llenarse de la resolución necesaria para lo que pensaba pedirle a Hannah… Si es que llegaba a presentarse.
Decidió esperar diez minutos más antes de darle la lata con una llamada. Volvió a sumirse en el trabajo.
Dowler tenía cuarenta y ocho años y llevaba la mitad exacta de su vida trabajando en Productos Agrícolas Cosgrove. La descripción de su trabajo era la de transportista por contrato, y Bosch se preguntó si eso significaba que seguía siendo un camionero.
Al igual que Banks, Dowler había sido detenido una vez en el condado de Stanislaus por conducir en estado de embriaguez sin que después se presentaran cargos. También tenía una orden de arresto por no haber pagado unos tickets de aparcamiento en Modesto, que llevaba cuatro años dormitando en el ordenador. Resultaría comprensible en el caso de un residente del condado de Los Ángeles, donde se acumulaban millares de órdenes de arresto por faltas menores hasta que un agente de la ley un día daba el alto al individuo en cuestión y comprobaba su identidad; pero Bosch estaba convencido de que en un condado del tamaño del de Stanislaus tenían el personal y el tiempo necesarios para perseguir a los morosos locales contra los que había una orden de arresto. Y, por supuesto, la responsabilidad de ejecutar una orden de arresto recaía en la oficina del sheriff del condado. Una vez más, Bosch sospechaba que los vínculos trabados en Iraq y otros lugares servían para proteger a un antiguo soldado de la 237.ª compañía en el condado de Stanislaus.
Sin embargo, el patrón que empezaba a aparecer se esfumó cuando Bosch comenzó a leer el informe sobre Carl Cosgrove. Cosgrove también había nacido en Manteca y pertenecía al mismo grupo de edad, pues tenía cuarenta y ocho años, pero el parecido con los otros hombres terminaba en su edad y en su servicio en la 237.ª unidad. Cosgrove no tenía antecedentes de detención, había terminado la licenciatura completa en dirección de empresas agrícolas por la prestigiosa universidad californiana de Davis y era el presidente y consejero delegado de Productos Agrícolas Cosgrove. Un perfil aparecido en 2005 en una publicación llamada Agricultura californiana indicaba que la compañía era propietaria de más de 80 000 hectáreas de tierras arables y pastos en California. La compañía se dedicaba tanto a la cría de ganado como a la producción de frutas y verduras y era una de las principales suministradoras de carne de ternera, almendras y uva en todo el estado; no solo eso, sino que Productos Agrícolas Cosgrove incluso estaba sacándole beneficio al viento. El artículo explicaba que Carl Cosgrove había hecho construir molinos de energía eólica en gran parte de los pastos, que ahora producían tanto carne de res como electricidad.
En el plano personal, el artículo describía a Cosgrove como divorciado tiempo atrás y aficionado a los automóviles rápidos, los buenos vinos y las mujeres de bandera. Vivía en una finca cerca de Salida, en el extremo septentrional del condado de Stanislaus. La vivienda estaba rodeada de un bosque de almendros y contaba con un helipuerto para que pudiera trasladarse con rapidez a sus demás propiedades, entre las que se contaban un ático con terraza en San Francisco y un chalet de esquí en Mammoth.
Se trataba de la clásica historia del hombre que es rico por herencia. Cosgrove dirigía la empresa que su padre Carl Cosgrove sénior había construido en 1955 a partir de una granja en cuyas treinta hectáreas de terreno se cultivaban fresas y un puesto de venta de frutas junto a la carretera. A los setenta y seis años de edad, el padre seguía siendo presidente del consejo de administración, pero había entregado las riendas a su hijo diez años atrás. El artículo explicaba que Carl sénior había preparado a su hijo para ese momento y se había asegurado de que trabajara en todas las facetas del negocio, desde la cría de ganado hasta la irrigación de la granja y el cultivo de viñedos. El padre también insistió en que el hijo ayudara a la comunidad de distintas maneras, una de las cuales había sido su servicio durante doce años en la guardia nacional de California.
El artículo reconocía que Carl júnior había sabido llevar el cincuentenario negocio familiar a nuevas cimas gracias a directrices nuevas y osadas, como mostraban las granjas eólicas productoras de energía ecológica y la expansión de la cadena familiar de restaurantes de carnes a la parrilla —los restaurantes The Steers— que hoy contaban con seis establecimientos distribuidos por Central Valley. La última frase del artículo apuntaba: «Cosgrove está muy orgulloso del hecho de que es casi imposible cenar en uno de los restaurantes The Steers sin comer o beber algo que no haya sido producido por su enorme compañía».
Bosch leyó dos veces esta última frase. Era la confirmación de otra conexión entre los hombres de la fotografía tomada en el Saudi Princess. Christopher Henderson era el encargado en uno de los restaurantes de Carl Cosgrove… Hasta que fue asesinado en ese mismo local.
Chu había añadido una nota al final del artículo publicado en Agricultura californiana. «El padre murió en 2010, por causas naturales. El hijo hoy lleva todo el asunto».
Bosch entendió que Carl Cosgrove había heredado el control absoluto sobre Productos Agrícolas Cosgrove y sus numerosas empresas subsidiarias. Lo que le convertía en el rey del valle de San Joaquín.
—Hola. Perdona.
Bosch levantó la mirada mientras Hannah Stone se sentaba a su lado en el reservado. Hannah le dio un rápido beso en la mejilla y dijo que estaba muerta de hambre.