BOSCH fue a su ordenador y buscó un mapa de Modesto, para tener mejor comprensión geográfica de Manteca, el pueblo donde vivía Francis Dowler.
Ambas poblaciones estaban en el corazón de San Joaquín Valley, más conocido como Central Valley y como el granero del estado. La carne, las verduras, la fruta, los frutos secos… Todo cuanto llegaba a las cocinas o las mesas de restaurante de Los Ángeles y la mayor parte de California procedía de Central Valley, lo que incluía algunos de los vinos servidos en dichas mesas.
Modesto era la principal ciudad del condado de Stanislaus, mientras que Manteca se encontraba al otro lado de la frontera septentrional de dicho condado y formaba parte del de San Joaquín. La capital de este último estado era Stockton, la ciudad de mayor tamaño en todo el valle.
Bosch no conocía estos lugares. Había estado pocas veces en el valle y siempre de paso, de camino hacia San Francisco y Oakland. Pero sí que sabía que en la autopista interestatal número cinco era posible oler los corrales de ganado situados en las afueras de Stockton mucho antes de llegar a ellos. También sabía que si uno tomaba casi cualquier desvío de la autopista 99, no tardaba en encontrarse con puestos de venta de frutas o verduras que reafirmaban a uno en la convicción de que vivía en un lugar paradisíaco. Central Valley era una de las principales razones por las que California era denominada «el estado dorado».
Bosch volvió a centrarse en la declaración de Francis Dowler. Aunque ya la había leído por lo menos dos veces desde la reapertura del caso, volvió a releerla una vez más, tratando de dar con algún detalle que hubiera pasado por alto.
El abajo firmante, Francis John Dowler (21-7-1964), estuvo en misión en Los Ángeles con la 237.ª compañía de la guardia nacional de California el 1 de mayo de 1992. La misión de mi unidad era la de vigilar y mantener las principales arterias de tráfico durante los desórdenes que siguieron a los veredictos en el caso referente a la paliza que unos policías propinaron a Rodney King. La tarde del 1 de mayo, mi unidad estaba desplegada en Crenshaw Boulevard, desde la avenida Florence siguiendo hacia el norte y hasta la avenida Slauson. Habíamos llegado al sector entrada la noche anterior, después de que hubiera sufrido muchos daños por obra de los saqueadores y pirómanos. Yo me encontraba en la esquina de Crenshaw con la Calle 67. Hacia las 22 horas, fui un momento a un callejón situado junto a la tienda de neumáticos por razones de fuerza mayor. En ese momento vi el cuerpo de una mujer tumbado junto a la pared de un edificio calcinado. No vi que en el callejón hubiera ninguna otra persona en ese momento; tampoco reconocí a la mujer muerta. Me pareció ver que le habían disparado. Le tomé el pulso para confirmar que estaba muerta, tras lo cual salí del callejón. Fui a hablar con el operador de radio Arthur Fogle y le pedí que llamara a nuestro superior, el sargento Eugene Burstin, y le dijera que habíamos encontrado un cadáver en el callejón. El sargento Burstin hizo acto de presencia, inspeccionó el cadáver y el callejón, y a continuación ordenó que radiaran un mensaje a la brigada de homicidios del LAPD. Volví a mi puesto y luego me enviaron a restablecer el control en la avenida Florence, pues en esa esquina había grupos de vecinos enfurecidos. Este es un informe completo y veraz sobre mis actividades en la noche del viernes 1 de mayo de 1992. Así lo certifico con mi firma más abajo.
Bosch anotó los nombres de Francis Dowler, Arthur Fogle y Eugene Burstin en una página de su cuaderno bajo el nombre de J. J. Drummond. Por el momento ya tenía la identidad de cuatro de los sesenta y dos soldados de la 237.ª compañía movilizados en 1992. Harry contempló la declaración de Dowler y pensó qué era lo que iba a hacer a continuación.
Fue en ese momento cuando reparó en la pequeña etiqueta de papel impresa y unida a un extremo inferior del documento. Se trataba de una etiqueta de fax. Estaba claro que Gary Harrod había mecanografiado la declaración y se la había enviado por fax a Dowler para que este diera su aprobación y la firmara. La declaración entonces había sido devuelta, también por fax. La identificación del fax situado junto al borde inferior del papel incluía un teléfono y el nombre de una empresa: Productos Agrícolas Cosgrove, Manteca, California. Bosch supuso que se trataba de la empresa para la que Dowler trabajaba.
—Cosgrove —dijo Harry.
Era el mismo nombre que aparecía en el concesionario John Deere desde el que Alex White hizo una llamada diez años atrás.
—Sí, ya lo he visto —dijo Chu a sus espaldas.
—¿El qué? ¿Qué es lo que has visto?
—Cosgrove. Carl Cosgrove. También estaba en la unidad. Aquí sale en algunas de las fotos. Parece que ahora es uno de los peces gordos en esa zona.
Bosch se dio cuenta de que acababan de tropezarse con una conexión.
—Envíame ese enlace, ¿quieres?
—Claro.
Bosch conectó su ordenador y esperó a que llegara el mensaje de correo electrónico.
—Eso que estás mirando es la página web de la 237.ª, ¿no? —preguntó a Chu.
—Sí. Incluye cosas que se remontan a los disturbios y a la operación Tormenta del Desierto.
—¿Hay un listado de efectivos?
—No hay ningún listado, pero en los textos y en los pies de fotos vienen algunos nombres. El de Cosgrove, entre ellos.
El mensaje por fin apareció en la bandeja de entrada del correo. Bosch lo abrió de inmediato e hizo clic sobre el enlace.
Chu tenía razón. La página web parecía que había sido hecha por un aficionado sin mucha idea. Su hija de dieciséis años había creado unas páginas web más vistosas como parte de sus deberes escolares. Era evidente que esa página tenía ya bastantes años, cuando las páginas web constituían un joven fenómeno cultural emergente. Nadie se había molestado en actualizar un poco su aspecto ni su diseño.
El encabezamiento anunciaba que la página era el «Hogar de los combatientes de la 237.ª». Más abajo aparecía lo que parecía ser el lema y el emblema no oficial de la compañía, las palabras «En ruta» y una variante del famoso dibujo de Robert Crumb de un camionero dando un paso al frente, con un pie enorme delante del cuerpo. En la variante de la 237.ª, la figura iba vestida con uniforme del ejército y llevaba un fusil colgado del hombro.
Seguían algunos bloques informativos sobre los cursillos de adiestramiento y actividades de recreo de la compañía. Había enlaces para establecer contacto con quien llevaba la página web o para unirse a grupos de debate. También había un enlace con el epígrafe HISTORIA, que Bosch cliqueó al momento.
El enlace le llevó a un blog que obligaba a saltar por encima de veinte años de informes sobre los logros de la compañía. Por suerte, la guardia nacional se había movilizado de forma muy espaciada, por lo que no necesitó mucho tiempo para llegar a principios de los noventa. Saltaba a la vista que estos informes habían sido incluidos en la página web en el momento de su creación en 1996.
Había un breve escrito sobre la movilización por causa de los disturbios en Los Ángeles, pero no aportaba información que Bosch no conociera ya. Eso sí, junto al texto venían muchas fotos de soldados de la 237.ª estacionados en distintos puntos de South Los Ángeles, con numerosos nombres que Bosch no conocía. Copió en la libreta todos y cada uno de los nombres y siguió buscando.
El pulso se le aceleró al llegar a la actividad de la 237.ª durante las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto, pues se encontró con muchas fotos parecidas a las tomadas por Anneke Jespersen al informar sobre el conflicto. La compañía estuvo acampada en Dharhan, muy cerca de los barracones que fueron alcanzados por un misil SCUD iraquí. En su condición de unidad de transporte estuvo trasladando a soldados, civiles y prisioneros por las principales vías de comunicación entre Kuwait y Arabia Saudí. Incluso había fotos de los miembros de la 237.ª en permiso de descanso en un transatlántico anclado en el golfo Pérsico.
En este punto aparecían más nombres que Bosch asimismo copió en su libreta mientras que se decía que era probable que los efectivos de la 237.ª no hubieran cambiado mucho entre la guerra del Golfo y los desórdenes en Los Ángeles. Lo más seguro era que los hombres que aparecían en las fotos de la contienda formasen parte de la unidad asignada a Los Ángeles un año más tarde.
Se encontró con una serie de fotografías que mostraban a varios integrantes de la 237.ª en un barco llamado Saudi Princess durante un permiso. Había imágenes de un partidillo de voleibol junto a la piscina del barco, pero las instantáneas eran en su mayor parte de hombres a todas luces borrachos que levantaban botellas de cerveza y hacían posturitas para la cámara.
Bosch se quedó de una pieza al leer los nombres que aparecían bajo una de las instantáneas: un grupo de cuatro hombres descamisados levantaban botellas de cerveza y hacían el signo de la paz con los dedos en una cubierta de madera junto a la piscina. Sus mojados bañadores en realidad eran pantalones de camuflaje recortados por los muslos. Parecían estar tan ebrios como requemados por el sol. Los nombres que aparecían eran los de Carl Cosgrove, Frank Dowler, Chris Henderson y Reggie Banks.
Bosch acababa de dar con otra conexión. Reggie Banks era el vendedor que le había vendido un tractor segadora a Alex White diez años atrás. Anotó los nuevos nombres en su lista y subrayó tres veces el nombre de Banks.
Bosch amplió la foto en la pantalla y la estudió minuciosamente. Tres de los hombres —todos menos Cosgrove— lucían un tatuaje similar en el hombro derecho. Bosch advirtió que se trataba del dibujo del camionero de «En ruta» vestido de soldado: el emblema de la unidad. Bosch a continuación reparó en que detrás de ellos y a su izquierda había un cubo de basura volcado que había desparramado su contenido —botellas y latas— por la cubierta. Mientras contemplaba la fotografía, Harry comprendió que ya la había visto antes. Se trataba de la misma escena, tomada desde otro ángulo.
Bosch al momento abrió una nueva ventana en la pantalla y fue a la página web en homenaje a Anneke Jespersen. Luego abrió el archivo con sus fotos hechas durante Tormenta del Desierto. Las revisó con rapidez hasta llegar al grupo de imágenes tornadas en el transatlántico. Eran seis en total, y la tercera de ellas había sido tomada en la cubierta de madera vecina a la piscina. Y mostraba a uno de los marineros del navío enderezando un cubo de basura volcado.
Fue pasando de una ventana a otra y de una foto a otra, y terminó de cotejar la combinación de botellas, latas y marcas sembradas por la cubierta. La configuración de los recipientes vacíos era exactamente la misma, lo que dejaba claro sin el menor género de dudas que Anneke Jespersen había estado en aquel barco de crucero al mismo tiempo que los integrantes de la 237.ª compañía. Para confirmar este punto, Bosch trató de establecer una comparación con otras cosas capturadas por la cámara: en ambas fotos aparecía el mismo socorrista sentado en una silla alta junto a la piscina, tocado con el mismo sombrero flexible de lona y con la nariz untada de protección solar en una y otra imagen; una mujer en bikini sentada en el borde de la piscina, con la mano derecha metida en el agua; y por último, el camarero tras la barra del pequeño bar en cubierta, con el mismo cigarrillo medio curvo colocado tras una oreja.
No había duda. Anneke había tomado su foto unos minutos después de la que aparecía en la página web de la 237.ª compañía. Anneke había estado con ellos.
Suele decirse que el trabajo de policía consiste en un noventa y nueve por ciento de aburrimiento y un uno por ciento de adrenalina, de intensísimos momentos cuya consecuencia es la vida o la muerte. Bosch no sabía si había una consecuencia de vida o muerte ligada a este descubrimiento, pero la intensidad del momento era más que perceptible. De inmediato, abrió el cajón del escritorio y sacó la lupa. Fue pasando las páginas de la documentación sobre el asesinato hasta encontrar el estuche con las hojas de prueba y las fotos de veinte por veinticinco centímetros reveladas a partir de los cuatro carretes de película hallados en el chaleco de Anneke Jespersen.
Tan solo había dieciséis fotografías de ocho por diez, y en el reverso de cada una estaba apuntado el número del carrete al que pertenecían. Bosch supuso que los investigadores habían seleccionado cuatro fotos de cada carrete para su revelado definitivo. Harry examinó las imágenes con renovado interés y comparó a los soldados que aparecían en ellas con los cuatro hombres que salían en la foto tomada en el Saudi Princess. No encontró nada hasta que llegó a las cuatro imágenes correspondientes al carrete número tres. En las cuatro fotos aparecían numerosos soldados puestos en fila y a la espera de subir a un camión de transporte de tropas aparcado en el exterior del Coliseum de Los Ángeles; pero en todas las fotos aparecía un mismo hombre alto y de complexión atlética, bien enfocado y situado en el centro de las imágenes. Un hombre que se parecía al identificado como Carl Cosgrove en la foto tomada en el barco de crucero.
Bosch se valió de la lupa para efectuar una mejor comparación, pero le resultó imposible estar seguro; el hombre que protagonizaba las fotos de Jespersen llevaba puesto el casco y no estaba mirando a la cámara directamente. Harry comprendió que tendría que entregar las fotos, las tiras de pruebas y los negativos de película a la unidad de fotografía para que realizaran una comparación con medios más adecuados que una lupa de mano.
Al mirar por última vez la imagen de la 237.ª, Bosch reparó en que el nombre del fotógrafo aparecía en letras pequeñas junto al borde derecho:
Foto: J. J. Drummond
Bosch subrayó de inmediato el nombre de Drummond en su lista y se puso a pensar en la coincidencia con que acababa de tropezarse. Tres de los nombres que ya conocía de la investigación —Banks, Dowler y Drummond— correspondían a unos hombres que habían estado junto a la piscina del Saudi Princess el mismo día y a la misma hora que la fotoperiodista Anneke Jespersen. Un año más tarde, uno de ellos iba a encontrar el cadáver de Anneke en un pequeño callejón de una ciudad de Los Ángeles sumida en el caos. El segundo de ellos iba a conducir a Bosch hasta el cadáver. Y, muy probablemente, el tercero iba a telefonear interesándose por el caso una década después.
Había otra conexión con Carl Cosgrove. Este se encontraba en el barco en 1991 y seguramente había estado en Los Ángeles el año siguiente. Su apellido aparecía tanto en el fax con la declaración de Francis Dowler como en el concesionario John Deere donde trabajaba Reggie Banks.
En todas las investigaciones llega un momento en que las cosas empiezan a encontrar conexión, en que el foco de interés adquiere una intensidad deslumbrante. Bosch había llegado a ese punto. Sabía lo que tenía que hacer y adónde tenía que ir.
—¿David? —dijo, con los ojos aún puestos en la imagen de la pantalla, observando a esos cuatro hombres borrachos y felices bajo el sol abrasador, lejos del miedo y el azar de la guerra.
—¿Sí, Harry?
—Déjalo.
—¿El qué?
—Lo que estés haciendo.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué?
Bosch giró la pantalla para que su compañero pudiese ver la foto. Miró a Chu y dijo:
—Estos cuatro hombres. Ponte con ellos. Búscalos en todas las bases de datos. Encuéntralos. Encuentra todo lo que puedas sobre ellos.
—Muy bien, Harry. ¿Y qué hay del sheriff Drummond? ¿Quieres que contacte con él?
Bosch lo pensó un momento antes de responder.
—No —dijo—. Agrégalo a la lista.
Chu pareció sorprenderse.
—¿Me estás diciendo que… que lo investigue?
Bosch asintió con la cabeza.
—Sí, pero sin decir nada a nadie.
Bosch se levantó y salió del cubículo. Echó a andar por el centro de la sala en dirección al despacho del teniente. La puerta estaba abierta, y vio que O’Toole estaba sentado ante el escritorio, con la cabeza gacha y escribiendo algo en una carpeta abierta. Harry golpeó con los nudillos en el marco de la puerta, y O’Toole levantó la mirada. Titubeó un segundo e indicó a Bosch que entrara.
—Que conste que ha venido usted por su propia voluntad —dijo mientras Harry entraba—. Sin imposiciones ni coacciones de ninguna clase.
—Queda claro.
—¿Qué puedo hacer por usted, inspector?
—Quiero tomarme unos días de vacaciones. Creo que necesito un poco de tiempo para pensarme bien algunas cosas.
O’Toole guardó silencio un instante, como si temiera estar adentrándose en una trampa.
—¿Cuándo quiere tomarse esos días de vacaciones? —preguntó por fin.
—Estaba pensando en cogerme la semana que viene —dijo Bosch—. Ya sé que hoy es viernes y que estoy avisando con poca antelación, pero mi compañero puede ocuparse de lo que estamos llevando. Y también está preparando una recogida con Trish Allmand.
—¿Y qué pasa con el caso Blancanieves? Hace dos días me dijo que no pensaba dejarlo por nada del mundo, ¿me equivoco?
Con expresión contrariada, Bosch respondió:
—Bueno, verá, el caso se ha atascado un poco. Estoy esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
O’Toole asintió con la cabeza, como si hubiera tenido claro desde el principio que Bosch iba a encontrarse con un callejón sin salida en esa investigación.
—Entenderá que unas vacaciones por su parte no van a cambiar la investigación interna —indicó.
—Naturalmente —repuso Harry—. Simplemente necesito tomarme un respiro y pensar un poco en cuáles son mis prioridades.
Bosch vio que O’Toole hacía lo posible por reprimir una sonrisa de satisfacción. Se moría de ganas de llamar al décimo piso e informar de que Bosch ya no iba a ser un problema, de que el hijo pródigo finalmente había visto la luz.
—Entonces, ¿va a tomarse libre la próxima semana? —preguntó.
—Sí, una semanita nada más —respondió Bosch—. Tengo unos dos meses de vacaciones acumulados.
—Normalmente exijo que me avisen con un poco más de antelación, pero esta vez voy a hacer una excepción. Puede tomarse esas vacaciones, inspector. Ya lo apuntaré.
—Gracias, teniente.
—¿Le importaría cerrar la puerta al salir?
—Cómo no.
Bosch dejó al teniente a sus anchas para que efectuase su discreta llamada al jefe de policía. Antes de volver al cubículo, Harry ya había trazado un plan para resolver la situación en casa durante su ausencia.