Capítulo 20

BOSCH cruzó la sala de inspectores hasta llegar a su escritorio. Chu se encontraba en el cubículo, sentado de medio lado y encorvado sobre el ordenador. Bosch entró, agarró su silla giratoria y la llevó junto a Chu. Se sentó en la silla a caballo y preguntó con voz imperiosa:

—¿Qué estás haciendo, David?

—Eh, estoy organizando el viaje a Minnesota.

—¿Vas a ir sin mí? No pasa nada si lo haces, ya te lo dije.

—Creo que tengo que ir cuanto antes. O empezar con cualquier otra cosa si sigo a la espera.

—Entonces tienes razón; lo mejor es que vayas. ¿Has preguntado quién puede ir contigo?

—Sí. Trish la Tía Buena ya me ha dicho que sí. Resulta que tiene familia en Saint Paul, así que el viaje le hace ilusión, por mucho frío que vaya a hacer.

—Ya. Pero dile que se ande con cuidado, que O’Toole luego va a mirar con lupa todos los gastos del viaje.

—Ya se lo he dicho. ¿Qué es lo que necesitas, Harry? Salta a la vista que andas detrás de algo. ¿Una de tus corazonadas?

—Eso mismo. Y lo que necesito es que mires en el ordenador y me digas qué unidades de la guardia nacional de California se enviaron a Los Ángeles durante los disturbios del 92.

—Eso tendría que ser fácil.

—Y luego sería cuestión de mirar cuáles de esas unidades estuvieron desplegadas en el golfo Pérsico durante la operación Tormenta del Desierto del año anterior. ¿Entendido?

—Sí. Lo que quieres averiguar es qué unidades estuvieron en uno y otro sitio.

—Exacto. Y una vez que tengas un listado, habría que mirar en qué lugares de California estaban destinadas esas unidades y qué fue lo que hicieron durante la operación Tormenta del Desierto: dónde fueron enviadas, ese tipo de cosas. ¿Puedes hacerlo?

—Estoy en ello.

—Bien. Y supongo que la mayoría de esas unidades tendrán sus propios archivos en la red: páginas web, fotografías, cosas así. Estoy buscando nombres. Nombres de soldados que estuvieron en Tormenta del Desierto en el 91 y en Los Ángeles un año después.

—Mensaje captado.

—De primera. Gracias, David.

—Una cosa, Harry, no hace falta que me llames por el nombre de pila si te resulta incómodo. Estoy acostumbrado a que me llames por el apellido.

Chu lo dijo sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

—Se nota demasiado, ¿no? —apuntó Bosch.

—Digamos que se nota bastante —dijo Chu—. Y más después de haberme estado llamando Chu durante tanto tiempo.

—Bueno, pues te propongo una cosa. Encuéntrame eso que ando buscando, y a partir de ahora te llamaré señor Chu.

—Tampoco es eso. Pero, si no te importa decírmelo, ¿para qué hay que hacer estas búsquedas? ¿Qué tienen que ver con Jespersen?

—Muchísimo. Todo, o eso espero.

Bosch explicó la nueva teoría que le había venido a la mente en relación con el caso: Anneke Jespersen estaba cubriendo una historia y había venido a Los Ángeles, no en razón de los desórdenes, sino porque andaba siguiendo a alguien perteneciente a alguna de las unidades de la guardia nacional de California que fueron enviadas al golfo Pérsico el año anterior.

—¿Y qué fue lo que pasó allí que llevó a Jespersen a seguir a ese tipo? —preguntó Chu.

—Aún no lo sé —dijo Bosch.

—¿Qué vas a hacer mientras miro todo esto?

—Mirar por otro lado. Los nombres de algunos de esos soldados constan en el archivo de asesinatos. Voy a empezar por ahí.

Bosch se levantó y empujó la silla giratoria hacia su escritorio. Tomó asiento otra vez y abrió la ficha de asesinato del caso Jespersen, pero el móvil sonó antes de que pudiera examinar las declaraciones de los testigos.

Miró la pantalla y vio que se trataba de Hannah Stone. Bosch estaba ocupado y había dado con un nuevo punto de inflexión. Normalmente se habría abstenido de responder, contentándose con que Hannah le dejara un mensaje, pero algo le dijo que haría mejor en contestar. Hannah raras veces llamaba durante las horas de trabajo. Cuando quería hablar con él, primero le enviaba un mensaje de texto para ver si iba a estar disponible.

Contestó.

—Hannah, ¿sucede algo?

Hannah respondió en un murmullo y con urgencia en la voz:

—En la sala de espera hay una mujer de la policía. Dice que quiere entrevistarme por algo relacionado contigo y con mi hijo.

En el murmullo era perceptible un miedo limítrofe con el pánico. Hannah no tenía idea de qué era lo que estaba sucediendo, y Bosch se dio cuenta de que tenía su lógica que fueran a entrevistarla. Tendría que haberla avisado.

—No pasa nada, Hannah. ¿Esa mujer te ha dado su tarjeta? Se llama Mendenhall, ¿no?

—Sí. Dice que es inspectora de asuntos profesionales o algo parecido. No me ha dado su tarjeta y se ha presentado sin avisar.

—No pasa nada. Viene de la Oficina de Asuntos Profesionales y solo quiere preguntarte lo que sabes sobre mi encuentro con Shawn del otro día.

—¿Cómo…? ¿Por qué?

—Porque mi teniente se ha empeñado en buscarme las cosquillas y dice que estuve haciendo una visita personal durante mi horario de trabajo. Mira, Hannah, es una tontería. Tú dile a esa mujer todo lo que sabes. Dile la verdad.

—¿Estás seguro? Quiero decir, ¿estás seguro de que lo mejor es que hable con ella? Me ha dicho que no estoy obligada a hacerlo.

—Puedes hablar con ella, pero limítate a decir la verdad. No le digas lo que te parece que puede serme de ayuda. Simplemente dile lo que sabes. ¿Entendido, Hannah? No es un asunto importante.

—Pero ¿y Shawn?

—¿Qué pasa con Shawn?

—¿Pueden perjudicarle de alguna manera?

—No, Hannah, en absoluto. Todo esto tiene que ver conmigo, no con Shawn. Así que dile que entre y responde a sus preguntas con la verdad. ¿Entendido?

—Si tú lo ves claro…

—Lo veo claro. No hay razón para preocuparse. Mira, una cosa, llámame cuando se haya marchado.

—No puedo. Tengo varias visitas. Y el trabajo se me va a acumular si tengo que hablar con esa mujer.

—En ese caso, termina con ella pronto y llámame cuando te quites el trabajo de encima.

—¿Y por qué no vamos a cenar fuera esta noche?

—De acuerdo. Buena idea. Nos llamamos luego y nos ponemos de acuerdo en dónde quedar.

—De acuerdo, Harry. Me quedo más tranquila.

—Bien, Hannah. Después hablamos.

Colgó y volvió a enfrascarse en la ficha de asesinato. Chu había entreoído la conversación con Hannah, por lo que apuntó:

—Así que no van a dejarte en paz con todo eso.

—Todavía no. ¿Mendenhall te ha llamado para concertar una entrevista?

—Pues no. A mí no me ha dicho nada.

—Tranquilo, que ya te dirá alguna cosa. Da la impresión de ser una investigadora bastante eficiente.

Bosch rebuscó entre las primeras páginas de la ficha de asesinato hasta encontrar y releer la declaración hecha por Francis John Dowler, el soldado de la guardia nacional de California que encontró el cadáver de Anneke Jespersen en el callejón. El informe era la transcripción de una entrevista telefónica efectuada por Gary Harrod, de la división para los crímenes cometidos durante los disturbios. Bosch y Edgar no habían tenido oportunidad de interrogar a Dowler durante la primera noche de la investigación. Harrod, finalmente, habló con este por teléfono cinco semanas después del asesinato. Dowler por entonces se había reintegrado a la vida civil en un pueblo llamado Manteca.

En el informe y la declaración constaba que Dowler tenía veintisiete años y trabajaba como conductor de camiones de larga distancia. Según se añadía, formaba parte de la guardia nacional desde hacía seis años y estaba asignado a la 237.ª compañía de transporte, con base en Modesto.

Bosch experimentó un nuevo subidón de adrenalina. Modesto. Alguien que se hacía llamar Alex White había efectuado una llamada desde Modesto diez años después del crimen.

Bosch se giró en la silla y transmitió la información sobre la 237.ª compañía a Chu, quien respondió que ya había establecido en la búsqueda por internet que la 237.ª fue una de las tres unidades de la guardia nacional con efectivos asignados tanto a la operación Tormenta del Desierto como a los disturbios en Los Ángeles.

Sin apartar la mirada de la pantalla, Chu amplió:

—Las unidades son la 237.ª compañía, con base en Modesto, y la 2668.ª, en Fresno. Las dos eran unidades de transporte. Conductores de camiones, sobre todo. La tercera unidad fue la 270.ª, de Sacramento. Policía militar.

Bosch se había quedado con lo de «conductores de camiones». En ese momento estaba pensando en los camiones que transportaban el armamento capturado en el desierto saudí para su destrucción.

—Empecemos por la 237.ª. El tipo que encontró el cadáver era de esa compañía. ¿Qué más sabes de ella?

—No mucho, por el momento. Aquí dice que la compañía estuvo desplegada en Los Ángeles doce días. Tan solo se informa de una baja: uno de sus hombres pasó una noche en el hospital con conmoción cerebral después de que alguien le soltara un botellazo.

—¿Y qué hay de la operación Tormenta del Desierto?

Chu señaló la pantalla.

—Aquí está todo. Voy a leerte el informe de su participación: «Los soldados de la 237.ª fueron movilizados el 20 de septiembre de 1990. La unidad, de sesenta y dos hombres, llegó a Arabia Saudí el 3 de noviembre. Durante las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto, la unidad transportó 21 000 toneladas de carga, trasladó a quince mil soldados y prisioneros de guerra y recorrió 1 347 020 kilómetros sin sufrir un solo accidente. La unidad regresó a Modesto el 23 de abril de 1991 sin haber tenido ni una sola baja». ¿Ves a lo que me refería? Todos esos fulanos eran camioneros y conductores de autobús.

Bosch contempló la información y las estadísticas unos segundos.

—Tenemos que conseguir esos sesenta y dos nombres —indicó.

—Estoy buscándolos. Y tenías razón: cada unidad tiene un archivo y una página web hecha por aficionados, con artículos de prensa y cosas así. Pero no he encontrado ningún listado de nombres correspondiente al 91 o 92. Tan solo hay menciones aisladas a una u otra persona. Por ejemplo, un tipo que por entonces estaba en la unidad ahora es el sheriff del condado de Stanislaus. Y, mira, también se está presentando a las elecciones para el Congreso.

Bosch se acercó con la silla para ver lo que Chu tenía en pantalla. En ella aparecía la foto de un hombre vestido con uniforme verde de sheriff enarbolando un cartel que proclamaba: «¡Drummond, al Congreso!».

—¿Esta es la página web de la 237.ª?

—Sí. Y aquí pone que este tipo formó parte de la compañía entre el 90 y el 98. Así que tuvo que…

—Espera un momento. Drummond… Este nombre me suena.

Bosch trató de recordar por qué, y sus pensamientos volvieron a la noche del crimen en el callejón. Un sinfín de soldados montando guardia y vigilando. Chasqueó los dedos cuando un rostro y un nombre sepultados en su recuerdo salieron a la luz.

—Drummer. Este fulano es el soldado al que llamaban Drummer. Esa noche estaba allí.

—Bueno, pues J. J. Drummond ahora es el sheriff del condado de Stanislaus —indicó Chu—. Igual puede ayudarnos con los nombres.

Harry asintió con la cabeza.

—Es posible que sí. Pero esperemos un poco, hasta que nos hayamos hecho una mejor composición de lugar.