CUANDO Bosch llegó a la central, Chu no estaba en su cubículo. Miró el reloj de pared y vio que solo eran las tres de la tarde. Si a su compañero se le había ocurrido marcharse antes para compensar las horas adicionales de la jornada precedente y sin mirar los números de serie en la base de datos del Departamento de Justicia, Bosch iba a ponerse hecho una furia. Se acercó al escritorio vacío y pulsó la barra espaciadora del teclado de Chu. La pantalla se iluminó, pero en ella apareció el recuadro donde había que insertar la contraseña del ordenador. Husmeó en el escritorio, por si había una impresión del registro de una pistola por parte del Departamento de Justicia, pero no vio nada. Bosch asomó la cabeza al cubículo vecino que ocupaba Rick Jackson.
—¿Has visto a Chu?
Jackson se enderezó en la silla y miró la sala de inspectores, como si fuera capaz de reconocer a Chu allí donde Bosch era incapaz.
—No… Estaba ahí hace un rato. Igual ha ido al despacho del teniente.
Bosch dirigió la vista hacia el despacho de O’Toole. Chu no estaba allí. O’Toole estaba sentado ante su escritorio, escribiendo en un papel.
Bosch se acercó a su propio escritorio. Tampoco había ninguna impresión, pero sí que vio una tarjeta de visita. Nancy Mendenhall, inspectora de tercera de la OAP.
—Oye, Harry… —repuso Jackson en voz alta—. He oído que el Chupatintas ha elevado una queja contra ti.
—Pues sí.
—¿Una chorrada?
—Eso mismo.
Jackson meneó la cabeza.
—Lo que me suponía. Se necesita ser asno.
Jackson era el inspector más veterano después de Bosch. Y sabía que la iniciativa de O’Toole acabaría por perjudicar más al propio teniente que a Bosch, pues a partir de entonces ninguno de los inspectores de la sala se fiaría de él. Nadie le diría más que lo mínimo requerido. Había superiores que conseguían inspirar a sus hombres para que dieran lo mejor de sí. Pero, en este caso, los inspectores de la unidad de casos abiertos/no resueltos tendrían que hacerlo lo mejor posible a pesar del superior que los comandaba.
Bosch se sentó, contempló la tarjeta de Mendenhall y consideró la posibilidad de llamarla, hablarle claramente sobre lo insustancial de la queja y olvidarse del asunto por el momento. Abrió el cajón intermedio del escritorio y sacó la vieja agenda con tapas de cuero que tenía desde hacía treinta años. Encontró el número que antes no consiguiera recordar y telefoneó a la asesoría jurídica de la oficina de protección de derechos de la policía. Dio su nombre, rango y función en el cuerpo, y añadió que necesitaba hablar con uno de los abogados. El supervisor de la unidad respondió que en aquel momento no había ningún abogado disponible, pero que le llamarían sin dilación. Bosch estuvo a punto de decirle que ya se estaba produciendo una dilación, pero se contentó con darle las gracias al supervisor y colgar.
De forma casi inmediata, una sombra se proyectó sobre su escritorio. Bosch levantó la mirada y vio que se trataba de O’Toole. Llevaba puesta la americana, lo que indicó a Bosch que seguramente se dirigía al décimo piso.
—¿Dónde ha estado, inspector?
—En Casa Pistolas, chequeando balística.
O’Toole hizo una pausa, como si estuviera memorizando la respuesta para comprobar la veracidad de Bosch más tarde.
—Pete Sargent —dijo Bosch—. Llámele. También hemos comido juntos. Espero que eso no sea una infracción de las normas.
O’Toole se encogió de hombros a modo de respuesta, se acercó al escritorio y llevó el dedo índice a la tarjeta de Mendenhall.
—Llámela. Quiere concertar una entrevista con usted.
—Claro. Cuando tenga un momento.
Bosch se dio cuenta de que Chu estaba entrando en ese momento en el cubículo desde el pasillo exterior. Se detuvo al ver a O’Toole en el interior, fingió haberse olvidado algo, dio media vuelta y salió al pasillo otra vez.
O’Toole no se percató.
—No era mi intención llegar a una situación así —dijo—. Lo que yo quería era establecer una buena relación de confianza con los inspectores de mi brigada.
Sin levantar la mirada, Bosch respondió:
—Ya. Pues la cosa no ha durado mucho, ¿verdad? Y no se trata de su brigada, teniente. Es la brigada, y punto. Yo ya estaba aquí antes de que usted viniera y voy a seguir estándolo después de que se vaya. Quizás el problema sea ese, que en ningún momento ha llegado a comprenderlo.
Lo dijo en voz suficientemente alta para que le oyeran en la sala.
—Si lo que acaba de decir no viniera de una persona con un historial lleno de quejas y denuncias internas, me lo tomaría como un insulto.
Bosch se arrellanó en el asiento y finalmente miró a O’Toole.
—Ya. Un montón de quejas y denuncias internas, pero resulta que sigo sentado en esta silla. Y voy a seguir sentándome en ella cuando a usted le hayan dado la patada.
—Eso lo veremos.
O’Toole hizo amago de marcharse, pero fue incapaz de reprimirse. Puso la mano en el escritorio de Bosch y agachó la cabeza para decirle con voz lenta y venenosa:
—Es usted un inspector de policía de la peor especie, Bosch. Es un arrogante, un chulo y piensa que las leyes y las normas en su caso no están para aplicarse. No soy el primero en tratar de librar a esta unidad de su presencia. Pero voy a ser el último.
Tras haber dicho lo que quería decir, O’Toole apartó la mano del escritorio, se irguió cuan largo era y se alisó la americana pegándole un estirón a los bajos.
—Se olvida de una cosa, teniente —indicó Bosch.
—¿De qué cosa? —apuntó O’Toole.
—De que yo soy un policía que resuelve casos. No para engrosar las estadísticas que luego enseña en PowerPoint en la décima planta. Los resuelvo en atención a las víctimas. Y en atención a sus familias. Y eso es algo que usted nunca va a comprender, porque usted no es un profesional como el resto de nosotros.
Bosch extendió la mano en dirección a la sala de inspectores. Jackson, quien estaba claramente a la escucha de la conversación, tenía los ojos firmemente clavados en O’Toole.
—Nosotros somos los que hacemos el trabajo y resolvemos los casos; usted es el que sube en ascensor para que le den la palmadita en la espalda.
Bosch se levantó y se encaró con O’Toole.
—Y por eso precisamente no tengo tiempo para usted ni para sus gilipolleces.
Dicho esto, se marchó por la puerta que Chu atravesara un momento antes, al tiempo que O’Toole se iba por la otra puerta, la que comunicaba con el rellano del ascensor.
Bosch terminó de cruzar la puerta y salió al pasillo. Uno de los lados era de cristal y daba a la plaza y los edificios municipales.
Chu estaba de pie contemplando el familiar chapitel del Ayuntamiento.
—Chu, ¿se puede saber qué es lo que pasa?
Pillado por sorpresa, Chu dio un respingo.
—Hola, Harry, y perdona, me olvidé de una cosa y… eh…
—¿De qué te olvidaste? ¿De limpiarte el culo? Te estaba esperando. ¿Qué hay de la base de datos del Departamento de Justicia?
—Bueno, que no hay resultados, Harry. Lo siento.
—¿Que no hay resultados? ¿Has probado las diez combinaciones posibles?
—Sí, pero no hay ninguna transacción registrada en California. La pistola no la vendieron en este estado. Alguien la trajo aquí y se olvidó de registrarla.
Bosch posó una mano en la barandilla y apoyó la frente contra el cristal, en el cual se reflejaba el edificio del Ayuntamiento.
—¿Tú conoces a alguien en la ATF? —preguntó.
—No de verdad —respondió Chu—. ¿Y tú?
—No de verdad. No a alguien que pueda acelerar el proceso. Tuve que esperar cuatro meses para que mirasen el casquillo en el ordenador.
Bosch no mencionó que tenía un historial complicado de interacciones con los organismos policiales federales. No podía contar con que alguien fuera a hacerle un favor en la ATF o similares. Y sabía que si seguía el procedimiento habitual y rellenaba los formularios de rigor, la respuesta le llegaría en seis semanas como muy pronto.
Pero existía otra posibilidad. Se apartó de la pared acristalada y echó a andar hacia la puerta de la sala de inspectores.
—¿Adónde vas, Harry? —preguntó Chu.
—A trabajar otra vez.
Chu le siguió.
—Quería hablar contigo sobre uno de mis casos. Tenemos que hacer una recogida en Minnesota.
Bosch se detuvo en la puerta de la sala de inspectores. Por «recogida» entendían trasladarse a otro estado para entrevistar y detener a un sospechoso en un caso abierto. Por lo general, el sospechoso había sido relacionado con un antiguo asesinato por medio de muestras de ADN o huellas digitales. En la pared de la sala de inspectores había un mapa en el que alfileres de cabeza roja señalaban todos los lugares de recogida en los que los miembros de la brigada habían estado durante los diez años posteriores a su establecimiento. El mapa estaba puntuado por decenas de alfileres.
—¿De qué caso se trata? —preguntó Bosch.
—Del caso Stilwell. Al final lo he localizado en Minneapolis. ¿Cuándo puedes ir?
—Con el frío que hace en Minnesota, se nos van a helar los cojones.
—Eso está claro. Pero ¿qué me dices? Tengo que formular una solicitud de viaje.
—Tengo que ver cómo va el caso Jespersen durante los próximos días. Y no olvides que estoy metido en ese lío con la OAP… Es posible que me suspendan.
Chu asintió con la cabeza, pero Bosch entendió que había estado esperando mayor entusiasmo por su parte ante la perspectiva de pillar a Stilwell. Y una respuesta algo más concreta sobre el momento en que podrían hacerlo. A ningún inspector de la brigada le gustaba quedarse de brazos cruzados después de que un sospechoso hubiera sido identificado y localizado.
—Mira, lo más seguro es que durante un tiempo O’Toole no vaya a aprobar ningún viaje por mi parte. Igual te conviene preguntar si hay alguien que pueda ir. Yo en tu lugar se lo pediría a Trish la Tía Buena. Así tendrás habitación para ti solito.
Las normas de viaje de la unidad exigían que los inspectores se alojaran en habitaciones dobles de hotel para recortar gastos, lo que era un fastidio, pues a nadie le gustaba compartir un cuarto de baño y, de forma invariable, uno de los dos roncaba. Tim Marcia tuvo que grabar los estentóreos ronquidos de su compañero de trabajo para persuadir a los mandos de que le dejaran dormir en una habitación individual. Pero la excepción más natural se daba cuando uno de los dos inspectores era del sexo opuesto. Trish Allmand era muy requerida por los de la unidad de casos abiertos/no resueltos. No solo era físicamente atractiva —de ahí su apodo— y una buena investigadora, sino que viajar con ella suponía dormir en una habitación individual.
—Pero el caso es nuestro, Harry… —protestó Chu.
—Muy bien, pero entonces vas a tener que esperar. No puedo hacer otra cosa.
Bosch cruzó la puerta y entró en su cubículo. Cogió el móvil y la agenda que había dejado en el escritorio. Pensó en la llamada que iba a hacer y decidió no utilizar ni su móvil ni su teléfono del escritorio.
Contempló la vasta sala de la división de robos con homicidio. La brigada de casos abiertos/no resueltos se encontraba en el extremo sur de una sala del tamaño de un campo de fútbol. Dado que el cuerpo de policía llevaba tiempo sin promover ascensos ni efectuar contrataciones, había muchos cubículos vacíos en cada una de las áreas de las distintas brigadas. Bosch se dirigió a un escritorio vacío que había en homicidios especiales y se sentó para llamar por el teléfono fijo. Miró el número por el móvil y tecleó las cifras. Le respondieron al momento.
—División táctica.
Creyó reconocer la voz, pero no estaba seguro después de tanto tiempo.
—¿Rachel?
Se produjo una pausa.
—Hola, Harry. ¿Cómo estás?
—Bien ¿Cómo estás tú?
—No me quejo. ¿Es que tienes nuevo número de teléfono?
—No, simplemente estoy llamando desde el escritorio de un compañero. ¿Cómo está Jack?
Acababa de pasar de puntillas por el hecho de que había llamado desde un teléfono que no era el suyo porque confiaba en que Rachel no se opondría si su nombre aparecía en el identificador de llamada. Bosch y la agente del FBI se conocían de mucho tiempo atrás, y su relación había sido… complicada.
—Jack está bien. Jack es como es. Pero dudo de que me llames desde un teléfono que no es el tuyo para preguntarme por Jack.
Bosch asintió, por mucho que ella no pudiera verle.
—Claro. Bueno, como probablemente te imaginas, necesito que me hagas un favor.
—¿Qué tipo de favor?
—Estoy metido en un caso. Anneke, una mujer de Dinamarca valiente a más no poder… Era corresponsal de guerra y…
—Harry, no hace falta que me vendas a tu víctima, eso no va a influir en mi decisión. Mejor dime qué es lo que quieres.
Bosch asintió de nuevo con la cabeza. Rachel Walling siempre se las arreglaba para ponerle nervioso. Habían sido amantes, pero la conexión emocional no había terminado bien. Desde entonces había pasado mucho tiempo, pero Bosch seguía sintiendo remordimientos y preguntándose cómo podría haberse desarrollado la relación cada vez que hablaba con ella.
—Vale, vale. Te lo cuento. Tengo el número de serie parcial de la Beretta modelo 92 que usaron para matar a esta mujer hace veinte años, cuando los disturbios. Hemos recuperado la pistola, y me acaban de dar este número parcial. Tan solo falta un dígito, de forma que hay diez posibilidades. Las hemos mirado todas en la base de datos del Departamento de Justicia de California, pero no hemos encontrado nada. Necesito que alguien de…
—De la ATF. Es su jurisdicción.
—Ya lo sé. Pero no conozco a nadie en la ATF, y si recurro a ellos siguiendo el procedimiento normal, no van a darme una respuesta hasta dentro de dos o tres meses… Y no puedo esperar tanto tiempo, Rachel.
—No has cambiado, Harry. Siempre con tus prisas. Lo que quieres saber es si conozco a alguien en la ATF que pueda acelerar un poco las cosas.
—Sí, más o menos.
Se produjo una larga pausa. Bosch no sabía si algo había distraído a Rachel o si esta vacilaba en ayudarle. Bosch llenó el silencio con nuevas argumentaciones para convencerla.
—Estoy dispuesto a compartir todos los méritos con ellos a la hora de hacer la detención, lo cual supongo que no les vendría mal. De hecho, los de la ATF son quienes han proporcionado la pista inicial en este caso, al vincular un casquillo encontrado en la escena del crimen con otros dos asesinatos. Para variar, por una vez podrían quedar bien.
La ATF últimamente era conocida por haber puesto en marcha una operación encubierta que había salido rematadamente mal y había puesto centenares de armas en manos de unos narcoterroristas. El escándalo había sido tal que ahora lo estaban utilizando en la campaña para las elecciones presidenciales.
—Entiendo —convino Walling—. Bueno, es verdad que tengo una amiga en la ATF. Puedo hablar con ella. Creo que lo mejor sería que me dieras ese número de serie y que yo se lo diera a ella. No creo que sea muy útil pasarte su número de móvil directamente.
—No hay problema —dijo Bosch al momento—. Lo que sea mejor. Tu amiga seguramente puede mirar el número y encontrar el registro de transacción en cuestión de minutos.
—No es tan fácil. El acceso a las búsquedas de este tipo está controlado y necesita la asignación de un número de caso. Mi amiga va a necesitar el permiso de su superior para hacer la consulta.
—Mierda. Es una pena que no fueran tan estrictos con ese arsenal que dejaron en manos de los narcos mexicanos el año pasado.
—Muy gracioso, Harry. Le contaré a mi amiga lo que has dicho.
—Eh… Creo que es mejor que no se lo cuentes.
Walling le pidió el número de serie de la Beretta, número que Bosch le leyó, haciendo hincapié en que faltaba el octavo dígito. Walling explicó que ella misma volvería a llamarle o que su amiga, la agente Suzanne Wingo, contactaría con él directamente. Al final formuló una pregunta de tipo personal:
—Y bien, Harry, ¿cuánto tiempo vas a seguir así?
—¿Cómo? —dijo él, aunque ya intuía por dónde iban los tiros.
—Cargando con la placa y la pistola. Pensaba que a estas alturas estarías jubilado, de forma voluntaria o no.
Bosch sonrió.
—Voy a seguir en la brecha mientras me dejen, Rachel. Cuatro años más, según pone en mi contrato.
—Bueno. Con un poco de suerte, nuestros caminos volverán a cruzarse antes de que lo dejes.
—Sí, eso espero.
—Cuídate.
—Gracias por hacerme este favor.
—Bueno, antes de darme las gracias déjame ver si efectivamente puedo hacerlo.
Bosch colgó el teléfono. Se levantó para volver a su cubículo, y justo en ese momento el móvil sonó. El identificador de llamada no decía quién llamaba. Quizá fuera Rachel tratando de contactar con él otra vez.
No era Rachel, sino la inspectora Mendenhall de la OAP.
—Inspector Bosch, tenemos que concertar una entrevista. ¿Cómo anda de tiempo?
Bosch echó a andar hacia la brigada de casos abiertos/no resueltos. La voz de Mendenhall no sonaba amenazadora; era neutra y tranquila. Era posible que la inspectora se hubiera dado cuenta de que la queja elevada por O’Toole era una idiotez. Harry decidió afrontar la investigación interna sin la menor dilación.
—Mendenhall, esta queja que han presentado es por una chorrada absoluta, y me gustaría resolver el asunto cuanto antes. ¿Qué tal si nos vemos mañana por la mañana a primera hora?
Si la mujer se sorprendió de que Bosch quisiera hablar con ella más pronto que tarde, su voz no lo translució.
—Tengo un hueco a las ocho. ¿Le va bien esa hora?
—Perfectamente. ¿Su casa o la mía?
—Preferiría que viniera usted aquí, si no es mucha molestia.
La mujer se refería al edificio Bradbury, en el que trabajaba casi todo el personal de la OAP.
—No hay problema, Mendenhall. Mañana a esa hora estaré allí con un representante de defensa.
—Muy bien. A ver si podemos solucionar el asunto. Eso sí, quisiera pedirle una cosa, inspector.
—¿Cuál?
—Que se dirija a mí como inspectora o inspectora Mendenhall. Es poco respetuoso llamarme por el apellido. Y me gustaría que nuestra relación fuese profesional y respetuosa desde el principio.
Bosch acababa de entrar en su cubículo, donde Chu estaba sentado frente al ordenador. Se dio cuenta de que nunca se dirigía a Chu por su nombre de pila o su rango. ¿También era poco respetuoso con él?
—Muy bien, inspectora —convino—. Nos vemos a las ocho.
Colgó. Antes de sentarse, asomó la cabeza por el tabique que daba al cubículo de Rick Jackson.
—Tengo una entrevista en el Bradbury mañana a las ocho. No creo que me lleve mucho tiempo. Los de defensa de la policía todavía no me han dicho nada. ¿Quieres ser mi representante de defensa?
Si bien el organismo de defensa de la policía proporcionaba abogados para asistir a las entrevistas concertadas por la OAP, cualquier agente o inspector podía hacer de representante de la defensa siempre y cuando no tuviera nada que ver con la investigación interna en curso.
Bosch escogía a Jackson porque este tenía una cara que decía que no estaba para aguantar tonterías, lo que siempre resultaba un factor de intimidación durante el interrogatorio de un sospechoso; Bosch más de una vez había hecho que estuviera sentado a su lado durante una entrevista. La cara impasible de Jackson a menudo incomodaba al acusado. Bosch pensaba que Jackson podía aportarle cierta ventaja si estaba sentado frente a la inspectora Mendenhall.
—Claro que sí —respondió Jackson—. ¿Qué quieres que haga?
—Tengo una idea: nos vemos a las siete en el Dining Car. Cenamos y te lo cuento todo.
—Perfecto.
Bosch tomó asiento y pensó que quizás había insultado a Chu al no pedirle que fuese su representante de defensa. Se giró en la silla y dijo a su compañero:
—Oye, Chu… Eh, David.
Chu se volvió hacia él.
—No puedo pedirte que seas mi representante de defensa porque Mendenhall seguramente querrá hablar contigo sobre el caso. Así que vas a ser un testigo.
Chu asintió con la cabeza.
—¿Queda claro?
—Claro, Harry, lo entiendo.
—Y otra cosa: siempre te llamo por el apellido, pero no porque te esté faltando al respeto. Es lo que hago con todo el mundo, sencillamente.
Chu ahora parecía sentirse confuso por la extraña disculpa a medias de Bosch.
—Sí, claro, Harry —dijo.
—Entonces, ¿todo está bien?
—Sí, Harry, todo está bien.
—Bien.