¡El emperador ha muerto!
También su mano derecha, ahora fría, cercenada.
Pero cuidado con estas sombras moribundas,
enroscadas, fluyen sangrientas y maltrechas,
hacia allá, lejos de la mirada de los mortales…
retirado se ha la palabra del cetro.
Abandonada la superficie dorada del candelabro, huye la luz
de una chimenea engastada de piedras preciosas, frías,
que durante siete años ha sangrado fuego…
El emperador ha muerto.
También su compañero amaestrado, cortada la cuerda limpiamente.
Pero vigila el esperado retorno,
la oscuridad que tiembla, el manto raído
que envuelve a los niños a la moribunda luz del Imperio.
Atención al lamento que la siguiente endecha susurra:
Antes que caiga el sol, rojo ha de salpicar el día
sobre la arada tierra, y con ojos de obsidiana
siete veces ha de clamar la venganza…
La llamada a la Sombra (l.i. 118)
Felisin (n. 1146)