30 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas
Galaeron esparció las gemas del último cofre sobre la mesa. Melegaunt pasó primero una mano y después la otra sobre las piedras. Al no encontrar nada, dio una vuelta alrededor de la mesa, repitiendo el proceso desde los cuatro lados para estar seguro de que su mano pasaba por encima de todas las gemas. Por fin, sacudió la cabeza.
—Ni vestigios de magia ni de mal. Si la fuerza vital de Wulgreth está aquí, es indetectable por mis medios mágicos.
Sin poder controlar su frustración, Galaeron arrojó las piedras al montón de joyas relucientes que ya había en el suelo. Malik, de rodillas y medio enterrado en el tesoro, parpadeó cegado por su brillo y, con ojo experto, empezó a escoger las piedras más valiosas que iba poniendo en el segundo de dos grandes cofres con el que tenía pensado cargar a su amada yegua. Vala, que se había vuelto más desconfiada después de saber que era el Serafín de las Mentiras, le echó una mirada cargada de sospecha.
—¿Has cogido algo que no hubiera sido comprobado antes?
—No he cogido nada que no viniera de la mesa —replicó Malik—. ¿Crees que me apetece tener un lich en el tesoro de mi nuevo señorío?
—Como estés mintiendo…
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —protestó Malik—. ¡Por culpa de la magia de la verdad de esa ramera de Mystra quedé incapacitado para mentir! Puedes revisar todo lo que he cogido.
Vala tendió la mano hacia el cofre, pero Galaeron se interpuso.
—Hasta ahora no nos ha mentido, cosa que no puede decirse de Melegaunt —dijo—. La filacteria no está aquí o Wulgreth estaría acechándonos como una araña a las moscas.
Takari se volvió hacia Jhingleshod.
—¿Tiene alguna otra guarida? —Viendo que el caballero no parecía haber oído la pregunta, tiró ansiosamente de su brazo—. ¿Estás todavía entre nosotros?
El caballero de hierro los desengañó a todos mirándola a los ojos.
—No hay ningún otro lugar. Permanece cerca de la colina.
—Entonces seguramente tiene la filacteria en algún lugar visible desde aquí. —Galaeron echó una mirada a la puerta—. Tal como están las ruinas de cubiertas de maleza llevará tiempo encontrarla.
—He hecho todo lo posible por cumplir mi palabra —dijo Melegaunt plantándose delante de Jhingleshod—, pero aquí hay en juego mucho más que Wulgreth. Te prometo que encontraremos la filacteria, pero a estas alturas Aris debe ser relevado. ¿No sería posible llevar fuera la Piedra de Karse e invocar a Refugio? En la ciudad hay miles de personas que podrán ayudarnos a buscar.
Jhingleshod miró a Galaeron.
—Sería lo mejor —afirmó Galaeron—, de lo contrario podría llevarnos varios meses.
—¿Meses? —La decepción era tan perceptible en los ojos de Jhingleshod como Galaeron había esperado que lo fuera. La promesa del final de cualquier experiencia terrible podía hacer que los días parecieran semanas, y al parecer esto era tan aplicable a Jhingleshod como a un elfo.
Galaeron lanzó una mirada a sus fatigados compañeros.
—No sé si sobreviviremos tanto tiempo —dijo por fin.
Jhingleshod indicó a Melegaunt el pasadizo de la esquina.
—Invoca a tu ciudad —concedió.
—Sabia elección. —Aunque Melegaunt trataba de parecer contenido, la alegría que había en su voz era inconfundible—. Te aseguro que no lo lamentarás.
Sin dar tiempo para que Jhingleshod pudiera cambiar de parecer, el mago abrió la marcha a través de la barrera verde. Vala, Takari y Malik lo siguieron. Detrás venían el caballero de hierro y por último Galaeron.
Cuando el elfo cayó a través de la puerta, un tremendo estruendo sacudió la caverna por debajo de él. Al mirar hacia abajo vio a Melegaunt deslizándose de espaldas por la superficie del estanque plateado y agitando manos y piernas mientras sobre su protección contra conjuros restallaban descargas de magia. De la Piedra de Karse que tenía a sus espaldas saltó una forma esquelética cuya cara en descomposición carecía de nariz y de labios.
Las pútridas mandíbulas y los feroces puntos luminosos de sus cuencas vacías eran pruebas evidentes de que finalmente habían dado con Wulgreth.
Lanzándose en una voltereta oblicua, Galaeron tiró de su espada, y ya estaba medio desenfundada cuando se lanzó al estanque. Con media docena de brazadas llegó al fondo de la caverna y salió a la superficie por detrás de Jhingleshod.
El caballero de hierro chapoteaba para incorporarse a la batalla detrás de Vala y Takari, con la enorme hacha lista para golpear. Al principio, Galaeron pensó que su guía corría a atacar a Wulgreth, pero algo en su interior, mucho más retorcido y oscuro, lo hizo recapacitar. Jhingleshod había estado tratando de acabar con ellos desde que atravesaron el puente sumergido. ¿Acaso no los había obligado a cruzar uno por uno facilitando así el ataque de los no muertos? Después de haber sobrevivido a eso, los había conducido a través de una sucesión de enfrentamientos con extrañas criaturas y fantasmas. Cuando ni siquiera así consiguió detenerlos, había encontrado una excusa tras otra para retenerlos hasta que llegara Wulgreth. Era probable que hubiera sido el propio Jhingleshod el que había alertado al lich sobre su presencia. Después de todo, sólo tenían su palabra como apoyo de la versión de que él había matado a Wulgreth.
Galaeron se lanzó al cuello del caballero. Ni siquiera el cortante acero elfo conseguía penetrar a fondo en la carne de hierro, pero sí consiguió llamar la atención de Jhingleshod, que giró en redondo con la espantosa mandíbula abierta de puro asombro. Galaeron aprovechó el momento de sorpresa para atacar la expuesta garganta del caballero.
Jhingleshod levantó el brazo de forma mecánica, desviando el ataque casi antes de que el elfo pudiera percibir el movimiento.
—¿Estás loco?
—No lo creo. —Galaeron deslizó la mano que le quedaba libre bajo su manga—. Ahora veo el juego que te has traído con nosotros.
—¿Juego? —Un intenso chisporroteo surgió de la desordenada lucha que se estaba librando detrás de Jhingleshod, lo que hizo que el caballero mirara por encima del hombro—. No soy proclive a los juegos.
Galaeron sacó la mano de la manga sosteniendo una pequeña varilla dé cristal en la palma, pero el brazo regordete de Malik se la hizo soltar de un golpe antes de que pudiera hacer el conjuro.
—¡Las cosas ya están bastante mal sin esta locura de tu sombra! —Malik señaló al artístico pasadizo en forma de trébol que Aris había abierto en una ladera de la colina—. ¡El gigante me ha dicho que se están aproximando phaerimm!
Galaeron se dio cuenta de que tenía que haberse sentido decepcionado, pero no era así. Desde que se había enterado de las mentiras de Melegaunt, la línea entre él y su sombra se había desdibujado. Sospechas que otrora podrían haberle parecido infundadas ahora resultaban razonables. Una mirada a lo que había al otro lado de Jhingleshod le hizo ver que las cosas realmente estaban bastante mal. Melegaunt estaba de rodillas en el estanque, con la barba chamuscada y los ojos vidriosos de dolor. Sólo los constantes ataques de Vala y de Takari, que hostigaban al lich desde flancos opuestos, impedían que el lich rematara al mago de un golpe.
Jhingleshod emitió un aullido sobrecogedor y enarboló el hacha. Confiando más en la palabra de Malik que en su propio instinto, Galaeron apuntó a la cabeza de Wulgreth e hizo un conjuro. Vala dio un salto e interceptó la descarga de Galaeron, y Takari atacó desde el otro lado.
El lich chasqueó los dedos haciendo que Takari saliera trastabillando, gimiendo y sacudiendo la cabeza, con los ojos en blanco y mirando sin ver a un punto fijo. La espadaoscura de Vala se tomó su pequeña venganza, amputando un brazo corrompido y dando una estocada de lado para abrir el costado de Wulgreth desde la columna vertebral hasta el ombligo. Resoplando y escupiendo de rabia, el lich la cogió por la garganta con el brazo que le quedaba.
Vala se puso rígida instantáneamente y se quedó sin aliento y con los ojos sin expresión. Jhingleshod le dio un profundo hachazo a Wulgreth en la espalda que hizo que el lich y la mujer se hundieran bajo la superficie plateada del estanque. El caballero de hierro enarboló otra vez el hacha, con los ojos sin párpados desorbitados mientras trataba de ver bajo la superficie. Como no veía nada, empezó a arrastrar los pies por el fondo, tratando de localizar a su presa con una serie de furibundos puntapiés.
—¡Jhingleshod, vas a romperle las costillas a Vala!
—¿Galaeron? —Esta vez fue la voz de Takari, que estaba con la espalda contra la pared y movía su espada a ciegas en un vano intento ofensivo—. No veo nada.
—Estás bien —dijo Galaeron, dándose cuenta de que Vala era la que corría mayor peligro. Aunque el lich la soltase, su contacto la dejaría paralizada e incapacitada para volver a la superficie—. Quédate ahí.
—Pero Galaeron…
La interrumpió un grito sorprendido de Melegaunt. El archimago apuntó hacia el interior del estanque e inició un conjuro, y a continuación desapareció bajo la superficie. Galaeron acudió veloz, revolviendo el fondo del estanque con su espada, tratando de pensar en algún conjuro que le permitiera encontrar a Vala antes de que se ahogara. Jhingleshod optó por un método más directo y se zambulló en el líquido elemento.
Un estallido amortiguado llegó desde el fondo, y Melegaunt apareció flotando sobre la superficie despidiendo olor a carne quemada por un agujero abierto en su espalda.
—¿Galaeron? —volvió a llamar Takari.
—Quédate ahí —le ordenó Galaeron mientras trataba de acercarse al mago—. Acuchilla todo lo que se mueva a tu alrededor.
Su espada dio contra algo en el fondo del estanque. Al ver que no atacaba, se agachó y tiró de un brazo cubierto con armadura haciendo que Vala aflorara a la superficie. La mujer empezó a toser, expulsando magia líquida por la nariz y por la boca. Llevando a Vala a rastras, Galaeron se dirigió a Melegaunt y lo puso boca arriba.
El conjuro le había abierto una brecha enorme en el pecho, pero, increíblemente, el corazón del archimago seguía latiendo. Galaeron podía verlo.
—¡Meleg-g-aunt! —exclamó Vala entre toses, más o menos recuperada de su casi ahogamiento—. ¡Necesita ayuda! —Buscó con la mirada por toda la estancia—. ¡Malik!
Malik apareció en la embocadura del túnel de Aris.
—¡Silencio! —rugió entre dientes—. Los phaerimm ya están saliendo del bosque.
—Tenemos que llevarlo hasta donde está Aris —dijo Vala señalando a Melegaunt.
—Es una pérdida… de… tiempo. —Melegaunt habló con voz entrecortada. Asiendo a Galaeron por un brazo lo atrajo hacia sí—. Prométeme…
Un chapuzón que se oyó cerca de donde estaba Takari interrumpió al archimago. La elfa gritó y empezó a lanzar estocadas a ciegas contra el estanque.
—¿Dónde está, Galaeron? —gritó—. ¿De qué lado?
—A tu…
—¡Elfo! —sonó tonante la voz de Melegaunt, arrastrando a Galaeron hacia sí con la fuerza que le daba su magia moribunda.
—No te preocupes, Melegaunt —dijo Galaeron, tratando de enderezarse—. Lo recuerdo: «Oídme ahora, gentes de Refugio…».
—¡No! —jadeó Melegaunt, que iba perdiendo las fuerzas—. Debes dejar eso para los príncipes o estarás… perdido.
Galaeron se disponía a prometerlo, pero lo interrumpió el sonido metálico de una espada al romperse del lado donde se encontraba Takari. La elfa dio un grito. Esta vez no llamaba a Galaeron, sólo gritaba. Cuando el elfo se dio la vuelta la vio dando estocadas a ciegas con una espada rota. Jhingleshod y Wulgreth se revolcaban por el estanque delante de ella.
Vala empezó a atravesar el estanque.
—¡Ponte más a la izquierda, Takari! —le gritó—. Y no te dejes llevar por el pánico. Ya voy.
—¡Malik! —Galaeron se puso en marcha hacia donde se estaba desarrollando la pelea—. Hazte cargo de Melegaunt.
—¡Galaeron! —exclamó Melegaunt en tono imperativo—. No más conjuros.
—Te lo prometo.
Al ver que Malik se acercaba, Galaeron empezó a empujar a Melegaunt, hasta que los dedos del archimago se hundieron en su brazo, haciéndolo sangrar y llevando a todo su ser un oscuro torrente de angustia. A Galaeron se le doblaron las rodillas y se hundió bajo la superficie tragando el líquido plateado. Unas sombras envolventes se apoderaron de su mente y se sintió ingrávido y débil. El último pensamiento consciente que tuvo fue que al fin Melegaunt lo había traicionado, que el archimago había usado su magia de sombra para cambiar los cuerpos.
Lo siguiente de lo que tuvo conciencia fue de Malik golpeándolo en la espalda.
—Expúlsalo —le gritaba al oído—. ¡Escupe, elfo estúpido!
Sintió un fuerte golpe en la espalda, y al abrir los ojos se encontró con Melegaunt flotando delante de él, inerte y con los ojos fijos en el techo. No recordaba nada desde que su mente empezó a llenarse de sombras revueltas, no tenía la menor idea del tiempo que había estado debajo de la superficie con Melegaunt ni de lo que allí había sucedido. Sentía la mente embotada y turbia, y la cabeza le dolía tanto que parecía a punto de estallar mientras sus pulmones ardían de necesidad de aire. Seguramente habría estado abajo un buen rato.
Otro golpe en la espalda y se dio cuenta de que Malik lo sostenía por el cuello, tratando de ocultarse tras la Piedra de Karse mientras Jhingleshod seguía luchando con Wulgreth. Vala estaba contra la pared, tratando vanamente de combatir al lich con su espada mientras que con la otra mano mantenía a flote el cuerpo maltrecho y ensangrentado de Takari.
—¿Qué ha pasado? —balbució Galaeron. No podía dejar de preguntarse qué era lo que le había hecho Melegaunt, pero éste no era el mejor momento para ello, no con Takari herida y con la inminente llegada de los phaerimm. La última vez que había visto a Takari estaba ciega pero entera—. ¿Qué le ha pasado a mi exploradora?
—¿Qué crees que le pasó? —soltó Malik por fin—. Pues que Wulgreth la atacó mientras tú estabas bailando tu danza del estanque con el cadáver de Melegaunt.
—¿Danza del estanque? —consiguió articular el elfo—. ¡No importa! Vigila por si vienen los phaerimm.
Galaeron empujó a Malik hacia el túnel y después salió de detrás de la Piedra de Karse…, y fue entonces cuando comprendió por qué no habían podido dar con la filacteria de Wulgreth. Los liches siempre guardaban sus fuerzas vitales en algo de gran valor, algo difícil de destruir y más difícil aún de encontrar.
Jhingleshod cayó inerme y luego desapareció bajo la superficie. Entonces Wulgreth se volvió hacia Galaeron. Pequeños relámpagos verdes bailoteaban en las puntas de los dedos del único brazo que le quedaba. Por un instante, un larguísimo instante, Galaeron pensó que el lich por fin había acabado con su viejo sirviente y que finalmente le había llegado su turno.
Entonces Jhingleshod emergió detrás de Wulgreth y lo levantó por encima de la superficie del estanque. El lich retorció su único brazo por detrás de la espalda, instilando su magia letal bajo el peto de la armadura de Jhingleshod. Un grito lúgubre, agudo y terrible resonó entre las paredes de la caverna y Jhingleshod gimió presa de un dolor indecible. Galaeron sabía muy bien que si la magia hubiera sido lo suficientemente poderosa como para destruirlo, el caballero sin vida habría soportado de buen grado el sufrimiento. Pero lo único que hizo fue abrir un boquete en su armadura y llenar el aire de un espantoso olor a forja. Galaeron avanzó chapoteando y hundió su espada mágica en la feroz cuenca vacía del lich.
Wulgreth aulló de rabia, y el acero elfo empezó a fundirse y a doblarse. Galaeron estaba a punto de asaetear al lich con sus rayos mágicos cuando recordó la promesa hecha a Melegaunt, y sacó su daga que clavó en el otro ojo con un movimiento fluido.
La hoja se hundió hasta el fondo y a continuación desapareció en un destello llameante y azulado.
—¡Galaeron!
Alertado por el grito, vio la espada negra de Vala que venía hacia él girando en el aire. El estanque se abrió como un vórtice debajo de él cuando Wulgreth le dio una patada. El elfo se retorció hacia un lado, asió la negra empuñadura, que mordió sus dedos como el frío beso de una bruja de la noche provocándole una mueca de dolor, y descargó la hoja oscura cercenando el cuello del lich.
La cabeza de Wulgreth se hundió en el estanque y, tras salir a la superficie, avanzó girando hacia Galaeron.
—No vas a destruir… —El odio continuaba ardiendo en sus ojos mientras gritaba.
Entonces Galaeron descargó otra vez la espadaoscura, partiendo la cabeza en dos, e hizo un esfuerzo supremo para no soltar la helada empuñadura y seguir descargando golpes sobre el cuerpo del lich hasta que todos los trozos se hundieron y desaparecieron. Entonces, cuando creía que ya no habría contraataque, algo lo golpeó en la espalda. Al volverse, se encontró con que las dos mitades del cráneo todavía salían a flote. Dio un grito y, retrocediendo, levantó la espadaoscura para volver a golpear.
—¿Qué estás haciendo? —Jhingleshod se apoderó de las dos partes de la calavera y las sacó del estanque—. ¡Esto nos va a hacer falta!
Galaeron se quedó mirando al caballero de hierro con aire de no entender nada, hasta que poco a poco empezó a comprender que se había acabado, que Wulgreth había sido despedazado en tantas partes que podría llevarle más de una semana volver a juntar sus trozos.
Galaeron bajó la espada.
—Está bien —dijo, dándose cuenta de que Jhingleshod creía que destruirían a este Wulgreth de la misma manera que habían destruido al demilich—. Conserva esos trozos hasta que podamos encontrar la filacteria.
Por más que hubiera encontrado el valor, Galaeron sabía que era mejor no comunicarle al caballero de hierro sus conjeturas respecto de la Piedra de Karse. Con el corazón casi tan helado y entumecido como la mano con que había sostenido la espadaoscura, avanzó por el estanque hasta la pared de la cueva, devolvió a Vala su arma y a continuación apoyó la mano helada sobre el maltrecho hombro de Takari.
—Esto al menos parará la hemorragia —dijo—. Y no te preocupes, estaremos de vuelta en Rheitheillaethor antes de que puedas darte cuenta.
Takari abrió los ojos y le apartó la mano.
—No, Galaeron —susurró—, ya has hecho tu elección.
Otro alarido de muerte atravesó las aguas cenagosas, amortiguado por una envolvente cortina de vapor pero angustiosamente acuciante. Learal se sumergió en las aguas y nadó hacia la voz, usando su magia para avanzar casi tan rápido por debajo del agua como lo hubiera hecho surcando el frío aire del amanecer.
Después del confuso mensaje que había enviado a Elminster (todavía no tenía la menor idea de si lo habría entendido), se había hecho acompañar por una escolta de diez guerreros y diez magos de guerra para atravesar la nueva puerta hacia Nido Roquero, donde habían sido emboscados rápidamente por media docena de phaerimm. Aunque estaban preparados para esa posibilidad, e incluso la esperaban, todas sus protecciones mágicas habían sido desactivadas antes de que pudieran hacer un solo conjuro.
A esas alturas, tal vez Learal debería haber ordenado a su pequeña compañía que se teleportara de vuelta a Aguas Profundas. En lugar de eso, desesperada por descubrir lo que había sido de Khelben y en la esperanza de recuperar la puerta, hizo avanzar a su grupo hasta el borde de la hondonada. Cuatro de los phaerimm los hostigaron con un ataque cerrado, obligándolos a entrar en el pantano de Chelimber antes de que tuvieran tiempo de reagruparse. En la confusión que sobrevino, la pequeña partida se dispersó y los phaerimm empezaron a atacar a sus miembros uno por uno. Learal consiguió acabar con dos de las criaturas durante la larga noche, pero esas bajas quedaron compensadas con creces por los refuerzos llegados desde Evereska.
Los espinardos hacían uso de su magia para calentar el pantano. Aquello ya era para cocerse a fuego lento, e indudablemente la intención de los phaerimm era, o bien obligar a su presa a salir de su escondite o bien cocerla viva. Ni una ni otra posibilidad asustaba a Learal ya que podía teleportarse fácilmente a Aguas Profundas cuando fuera necesario, pero detestaba la idea de abandonar a los que no tenían ese recurso.
Learal levantó la cabeza para orientarse. La voz sonaba ahora más débil, casi un susurro, pero también más próxima, apenas al otro lado de un bosquecillo de sauces. Temerosa de hacer cualquier ruido que delatara su presencia, volvió a sumergirse para rodear el bosquecillo por debajo del agua.
Al rodear una esquina, tres sacudidas se transmitieron por el agua y a punto estuvieron de romperle los tímpanos y la dejaron sin resuello. Se apartó del cenagoso fondo y se propulsó con un conjuro de vuelo hacia el aire mientras las puntas de sus dedos crepitaban con una bola plateada de su energía más potente.
Al otro lado de los sauces había tres individuos envueltos en tinieblas, uno cargaba la figura maltrecha de un guerrero de Aguas Profundas mientras los otros dos usaban sus espadones negros para sujetar los restos retorcidos de un phaerimm alcanzado por un conjuro. Los hombres eran tan corpulentos como los osgos, y tenían los ojos brillantes como piedras preciosas y la piel tan oscura como la sombra. Aunque sus armas eran familiares por su forma y su función, las espadas parecían más de cristal negro que de acero, y las empuñaduras podrían haber sido de madera, de metal o de algún otro material.
El más alto, un guerrero de ojos cobrizos vestido con un tabardo holgado y tan negro como la noche, no apartaba la vista de la bola plateada que Learal sostenía con la punta de los dedos.
—Si eres quien yo creo que eres, no tendría sentido que nos lanzaras eso. No pretendemos hacerte ningún daño. —Usó su espadón para levantar la cola del phaerimm, que seguía debatiéndose—. Quedan dos más, pero hemos encontrado a diez de tus hombres, recuperamos seis cadáveres y tenemos noticia de cuatro que se teleportaron, demasiado malheridos para combatir. ¿Son todos?
—Eso parece. —Learal dejó que la magia se extinguiera en sus dedos—. Y tú ¿quién eres?
—Escanor Tanthul. —La sombría figura hizo una graciosa reverencia—. Éstos son mis hermanos, Aglarel y Clariburnus.
Las otras dos figuras inclinaron la cabeza.
—A tu servicio, señora —dijeron al unísono.
Learal puso fin a su gesto de estupor y devolvió el saludo.
—Learal, señora de la Torre de Bastón Negro.
—Sí, lo sabemos —dijo Escanor—. Si me perdonas el atrevimiento, da la impresión de que os habéis propuesto una empresa demasiado grande incluso para una Elegida de Mystra.
Learal arqueó las cejas.
—Pareces muy bien informado… para ser un netheriliano.
Escanor descubrió los colmillos en una sonrisa.
—Lo mismo que tú, señora de Bastón Negro. Creo que será un placer luchar a tu lado en la guerra que nos espera.
—¿Guerra? —Learal sintió que la recorría un escalofrío de sólo pensar en una alianza con estos oscuros netherilianos—. No nos adelantemos a los acontecimientos.
—No creo que nos adelantemos a nada —dijo Clariburnus. De un tajo cortó con su espadón la cola del phaerimm que luego colgó de su cinto a modo de trofeo—. La guerra ya ha empezado. Supongo que no pensarás que los phaerimm se van a rendir sin luchar.
—Ya sé que van a luchar —repuso Learal—. Eso ya lo han demostrado, pero no significa que…
—Nuestro ejército ya viene de camino, estoy seguro —interrumpió Escanor. Mientras hablaba, pasó una mano por el rostro del waterdhaviano herido cubriendo de sombra los ojos del hombre y sumiéndolo en un sueño reparador—. Trataremos de limitar la destrucción al Shaeradim, pero incluso los Elegidos deben ver que si queremos derrotar a los phaerimm tendremos que luchar, y tendremos que hacerlo juntos.