Capítulo 18

30 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas

A Galaeron le daba la impresión de que a Malik lo ponía levemente enfermo la perspectiva de que Melegaunt le hiciera cualquier conjuro, y mucho más un conjuro relacionado con una daga oscura y una cuerda. Su mirada iba constantemente del puente al bosque negro junto al que se encontraban y donde los demás estaban levantando el campamento después de descansar una noche alrededor de una piedra calentada por medios mágicos.

—No tengas miedo, amigo mío —dijo Galaeron rodeando las muñecas de Malik con su cuerda elfa—. Puedes confiar en Melegaunt.

—Tú puedes —replicó Malik mirando por encima del hombro—, pero yo oí lo que le dijo a Jhingleshod antes de cruzar el puente.

A Galaeron le habría gustado pedir una explicación, pero vio que Melegaunt se acercaba con su daga oscura y se dio cuenta de que no era el mejor momento. Se acercó más al oído de Malik.

—Entonces puedes confiar en mí, humano, yo no permito que se asesine a quienes me salvan la vida…, aunque sean adoradores de Cyric.

—Eso no me tranquiliza demasiado —replicó Malik—, considerando quién es el discípulo y quién el maestro.

Melegaunt se detuvo ante ellos y miró con severidad al hombrecillo.

—No te pude encontrar en las sombras del amanecer. —Hizo una pausa como para que Malik tuviera tiempo de considerar las implicaciones—. Si no quieres seguir adelante…

—¡Ah, no! ¡No me vais a dejar aquí! —Malik echó una ojeada a la daga negra y levantó el mentón—. Haz lo que debas hacer.

Melegaunt dirigió una mirada a Galaeron, y al hacer éste un leve gesto de asentimiento se arrodilló a los pies de Malik. Iniciando un largo encantamiento, puso un pequeño par de esposas de sedasombra trenzada en la sombra del hombrecillo. Ésta se ensanchó instantáneamente a la altura del pecho y se estrechó en la cintura, con un extraño par de lo que parecían cuernos en la cabeza y un área blanca borrosa en el centro del pecho. Malik empezó a castañetear los dientes de forma audible, pero no trató de huir como el mago de sombras había dicho que podía hacer.

Melegaunt frunció el poblado entrecejo. Sin dejar de entonar su conjuro, rodeó con su daga los pies de Malik. La sombra se desprendió, apartándose de las piedras para cernirse amenazadora sobre ellos, dejando ver el cielo pardusco a través del agujero de bordes desdibujados que tenía en el pecho.

Malik abrió la boca y se hubiera caído redondo de no haber estado allí Galaeron para sostenerlo pasando los brazos por debajo de los suyos.

Un par de ojos color carmesí aparecieron en la cabeza de la sombra y miraron a Melegaunt.

—Estoy vinculado a tu voluntad. —Su voz era tan sonora como nasal era la de Malik—. Aunque me causas un gran perjuicio, sé cuál es tu propósito y ayudaré con gusto.

—De todos modos, mantendremos las cosas como están. —Melegaunt señaló al otro lado del puente—. Quiero que te mantengas vigilante. ¿Conoces a nuestros enemigos?

—¿Los phaerimm… o Elminster? —inquirió la sombra.

—Ambos, y sus sirvientes también —contestó Melegaunt—. Cuando veas a alguno de ellos, vuelve a Malik y avísanos.

—Como ordenes —dijo la sombra con una inclinación de cabeza.

Melegaunt estudió la silueta un momento y a continuación se volvió al campamento. Galaeron lo siguió, llevando a su lado a un asombrado Malik. El hombrecillo se miró los pies y después miró a la sombra antes de volverse hacia Galaeron.

—¡Ese demonio no puede tener nada de mí!

—Exactamente. —Dudando de poder explicar el ser sombra tan bien como Melegaunt, Galaeron ni siquiera lo intentó—. No pareces muy perturbado. La primera vez que vi mi sombra estaba aterrorizado.

—Oh, he visto cosas peores que mi propia sombra —resopló Malik—. Después de todo, soy muy favorecido por el Único.

Se unieron a los demás en el campamento, donde Vala y Takari contemplaban un relieve de tamaño mediano que Aris había esculpido en una piedra. En él estaba representado Malik rescatando a Galaeron y a Vala. La obra era increíblemente precisa y detallada. El personaje de Malik parecía más confundido que resuelto, y puede que un poco furioso consigo mismo por ser tan tonto como para tirarse al río. Rodeada por el brazo de Galaeron, Vala estaba inconsciente, más muerta que viva. Galaeron sostenía la cuerda y miraba a Vala, y su expresión dejaba bien claro que sólo temía por ella.

Takari y Vala estaban juntas al otro lado del relieve, hablando en voz baja y estudiando la obra con tanta atención que ni siquiera se dieron cuenta de la llegada de los demás.

—… no os deseo ningún daño a ninguno de los dos —estaba diciendo Takari—. Ya has visto por qué no puede ser.

—¿Sí? —A pesar de su brusquedad, la voz de Vala era sorprendentemente dulce—. ¿Y cuándo fue eso?

—Has conocido a su padre —le explicó Takari—. Ya viste en qué se convirtió Aubric cuando Morgwais regresó al bosque.

—Nos estamos adelantando a los acontecimientos, pero yo no soy una elfa de los bosques —dijo Vala—. Si yo hiciera una promesa para toda la vida, me atendría a ella, tal como mi madre y mi padre hicieron con la suya.

—¿Y cuánto tiempo sería eso?

Vala levantó el mentón.

—Mis padres llevan cuarenta y tres años compartiendo la piel.

—Una bendición para ambos, pero cuarenta y tres años no es lo mismo para un elfo. —Takari apoyó una mano en el brazo de Vala—. De aquí a cuarenta años, Galaeron todavía será joven y tendrá por delante cuatrocientos años.

—No hay necesidad de que la predispongas en mi contra —dijo Galaeron al ver que Vala no respondía. Esperó a que las dos se volvieran y señaló el relieve de Aris—. Es sólo arte… Además, esto no es asunto tuyo. Yo soy tu superior, no tu compañero de nidal.

El relámpago que cruzó los ojos de Takari fue más de tristeza que de enfado.

—Y como ninguna de las dos cosas resultas divertido. —Se volvió y desapareció entre los troncos de los árboles—. Perdona por haber olvidado cuál era mi lugar.

Vala dirigió a Galaeron una mirada ceñuda.

—Sólo te besé —dijo disgustada partiendo detrás de Takari—. He hecho más que eso con la mitad de los hombres de mi clan.

El comentario arrancó a Melegaunt una media sonrisa, pero sin decir nada se volvió hacia Jhingleshod, que estaba estudiando la obra con esa mirada enigmática de los muertos.

—Parece que estamos listos para partir —dijo Melegaunt.

—Estáis listos —repitió el caballero—, pero todavía nos queda por tratar la cuestión de mi retribución.

Galaeron echó una mirada ansiosa a las mujeres que se alejaban.

—Si el puente es un ejemplo, no mereces una gran retribución —dijo el elfo.

—Aprendisteis lo que teníais que aprender —replicó Jhingleshod—. Si recordáis lo que sucedió allí, podréis sobrevivir para reclamar lo que buscáis.

—No me gustan nada estos juegos tuyos —protestó Galaeron—. Si quieres algo de nosotros, tendrás que decirnos lo que necesitamos…

Melegaunt se adelantó y se plantó frente a Galaeron.

—Ya hemos accedido a pagar, caballero. Si quieres decirnos lo que es, escuchamos.

—Pido poco —dijo Jhingleshod—. Sólo vuestra palabra de que haréis lo que debéis hacer.

—¿Y es…? —inquirió Melegaunt.

—Destruir a Wulgreth, mi señor, como yo intenté en una ocasión.

—¿Como intentaste en una ocasión? —preguntó Galaeron, más cauto que antes—. Si traicionaste a tu señor, ¿qué seguridad podemos tener de que no nos traicionarás a nosotros?

—No me interesa que tú estés o no seguro, elfo —replicó Jhingleshod—, pero te digo una cosa: soy bastante culpable del mal que reina aquí, y estoy condenado a vagar por el Bosque Espectral hasta que lo que debí haber hecho entonces se haga por fin.

—¿Cómo es eso de que tú eres culpable de las malvadas acciones de Wulgreth? —inquirió Melegaunt sorprendido—. No percibo que haya en ti mucho mal.

—Pero yo disfruté de la generosidad de su sombra —dijo Jhingleshod—, y por eso me quedé. Después de que Wulgreth invocara a los demonios a Ascalhorn, durante seis décadas estuve contemplando sus fechorías y no levanté mi voz contra ellos. Cuando por fin los demonios se volvieron contra él, seguí a Wulgreth al desierto y permanecí a su sombra, comiendo abundantemente del pan robado y bebiendo el vino de los viajeros asesinados. Y cuando vino aquí, a Karse, yo estaba esperando a la entrada de la cripta negra cuando volvió con su poder oscuro.

Jhingleshod calló.

—Y sin embargo, encontraste la fuerza para matarlo —apuntó Melegaunt.

—Fue fruto de la desesperación —dijo Jhingleshod—. El poder era retorcido y malvado y corrompía todo lo que tocaba. Primero, el bosque murió y se transformó en negra piedra, después las ruinas se transformaron en una ciudad de los muertos. Cuando le rogué a Wulgreth que despidiera a los monstruos y construyera una ciudad de los vivos, me golpeó, diciendo que nunca se vengaría de los demonios con un ejército vivo. Al ver que mi sueño no podía ser, me sentí traicionado y juré que jamás volvería a llevar a la ruina a ninguna ciudad. Esa noche lo maté mientras dormía.

—Lo que fue una equivocación —intervino Melegaunt.

Jhingleshod asintió.

—Me dio alcance cuando huía de la ciudad, una cosa muerta que se reía a carcajadas con un poder atroz. Me persiguió por el bosque usando su magia para desollarme centímetro a centímetro hasta que perecí de tanto correr. Me desperté tal como soy ahora, condenado a deambular por el Bosque Espectral hasta que se cumpla la promesa que hice. —Se volvió hacia Galaeron—. Y por eso no os traicionaré.

—¿Y si te fallamos como hizo Wulgreth? —preguntó Galaeron—. ¿Te volverás también contra nosotros?

Fue Melegaunt quien habló antes de que Jhingleshod pudiera responder.

—Lo que dices no puede ser cierto. Wulgreth era un arcanista netheriliano que murió mucho antes, cuando un experimento mágico salió mal y Karsus tuvo que expulsar un orbe de magia pesada de su enclave.

—¿Magia pesada? —preguntó Galaeron. Sabía que los «enclaves» eran las legendarias ciudades flotantes de la antigua Netheril, y que Karsus era el archimago desquiciado que había provocado la caída del imperio al tratar de robar la cabeza de la diosa de Mystryl, pero nunca había oído hablar de «magia pesada».

—Un tipo poderoso de magia descubierto por Karsus…, y nada con lo que quisiera que jugaras hasta que consigas poner a esa sombra bajo control. —Melegaunt miró a Galaeron con mirada de reprobación—. Es sumamente peligrosa, una fuerza hecha tangible que los archimagos netherilianos usaban otrora para elevar su otra magia.

—¿Usaban otrora? —preguntó Malik—. ¿Entonces tú no tienes nada de esa «magia pesada»?

Melegaunt miró con furia al hombrecillo.

—No, desapareció con los netherilianos. —Se volvió hacia Jhingleshod—. Pero fue la magia pesada de Karsus lo que transformó a Wulgreth en un lich, no tu ataque.

—Netheril cayó mil años antes de que yo naciera —dijo Jhingleshod—, y Wulgreth estaba bien vivo cuando yo entré a su servicio. Nadie se convierte de lich en hombre y otra vez en lich.

—No existe un registro de ningún caso en las crónicas de los Guardianes de Tumbas —afirmó Galaeron. Recordando el críptico comentario que había hecho Malik sobre lo que Melegaunt le había dicho a Jhingleshod antes de cruzar el puente, se quedó mirando al mago con los ojos entrecerrados—. Los Guardianes de Tumbas sin duda tendrían un registro.

La furia se reflejó en los ojos de Melegaunt.

—¿Me acusas de mentir?

—Pido una explicación.

—¿Tú… o tu sombra? —inquirió Melegaunt.

—Tengo a mi sombra bajo control —replicó Galaeron—. No ha vuelto a importunarme desde lo del puente sumergido.

—¿Y por qué habría de hacerlo? —Melegaunt se volvió hacia Jhingleshod—. Mis fechas no son erróneas. Wulgreth nunca perdonó a Karsus por el accidente, y hay relatos de que a continuación estuvo atormentando durante décadas a los enclaves netherilianos. Ésa es la razón por la que Wulgreth ronda por el Bosque Espectral.

—Wulgreth ronda por este bosque porque aquí fue donde lo maté —insistió Jhingleshod—. El Bosque Espectral no existía antes de eso.

—Pero sí existía Karse —replicó Melegaunt—. La ciudad fue fundada hace más de dieciséis siglos, poco después de que Karsus abatiera a Netheril. Un grupo de refugiados fue atraído hacia su cadáver por visiones que tenían en sueños y empezaron a venerarlo…, y fue precisamente eso lo que puso furioso a Wulgreth. Destruyó la ciudad entera y se trasladó a las ruinas para que no pudiera ser reconstruida jamás.

Jhingleshod fijó sus ojos sin vida en el mago.

—Nada sé de magia pesada ni del culto a los cadáveres. Yo maté a Wulgreth y él se convirtió en un lich.

—Si me permitís, la respuesta es sencilla —dijo Malik—. En mil años seguramente hubo muchos magos que se llamaban Wulgreth. ¿Es tan raro que dos de ellos acabaran aquí?

Melegaunt alzó las cejas y después asintió con aire pensativo. Galaeron se dio cuenta de que, aunque la mirada de Jhingleshod estaba fija en el mismo punto que la de Melegaunt, es decir en el rostro de Malik, los ojos del caballero miraban al suelo, detrás del hombrecillo, y la leve inclinación del yelmo daba a entender que podría estar preguntándose qué era lo que miraba el mago.

—Creo que podemos dar crédito al relato que hace Jhingleshod acerca de los hechos —Galaeron escogió con mucho cuidado sus palabras—, pero será mejor que partamos antes de que Takari y Vala nos saquen mucha ventaja.

La mirada muerta de Jhingleshod se desplazó hacia Galaeron.

—Entonces, ¿me das tu palabra?

—Yo destruiré a Wulgreth —Galaeron acompañó sus palabras con un gesto afirmativo—, si conseguimos encontrarlo.

—El te encontrará a ti —dijo Jhingleshod.

El macabro caballero se apartó de la escultura de Aris, dejando el suelo manchado de óxido, y se internó entre los árboles. Aquí el bosque era oscuro, enmarañado y muerto, muy parecido a la ciénaga, pero estaba sobre terreno seco y no les robaba las fuerzas. El grupo no tardó en alcanzar a Takari y a Vala, y Jhingleshod tomó la delantera, caminando entre chirridos y tintineos hacia las profundidades del bosque.

Enormes redes de filamentos amarillo-verdosos empezaron a aparecer en las ramas. Galaeron vigilaba por si aparecían siluetas en forma de bola y con piernas como palillos. En lugar de arañas empezó a ver hojas delgadas y vainas mohosas adheridas a los zarcillos. Al alejarse del río, las vides se hacían más largas y la vegetación más espesa, hasta que se volvió difícil ver más allá de unos cuantos pasos. Era imposible caminar sin rozar las vides, y poco después sus manos y caras se llenaron de ampollas blancas. Aris usó su magia de la plegaria para reducir a polvo una piedra y crear un ungüento que reducía las llagas a una urticaria, aunque Malik rechazó el bálsamo porque temía ofender a su dios. Para sorpresa de todos, siguió a la misma marcha que los demás, incluso cuando las ampollas empezaron a supurar y tuvo que hacerse un corte en los párpados para que la hinchazón no le impidiera ver.

Las viñas empezaron a crecer en cuadrados abiertos y formando un trazado rectilíneo, adoptando la forma de las ruinas que había debajo. Jhingleshod caminaba ahora con más sigilo y cuidado, lo que hizo que Galaeron enviara a Takari por delante para explorar y se colocase junto a Vala. Malik y Melegaunt siguieron en el centro y Aris cerraba la marcha. Al internarse más en la ciudad, el patrón se hizo más regular, adoptando la forma de tortuosas calles y prados soleados donde antes habían estado las plazas.

Vala no apartaba la mano de la espada y seguía la figura sigilosa de Takari con notable facilidad para tratarse de una humana.

—No deberías haberle dicho eso a Takari —dijo a Galaeron después de un rato—. Sólo trataba de protegerte, y a mí también.

—No fue eso lo que me pareció.

—Tal vez no —repuso Vala—, pero es que tú no oíste lo que le dijo a Jhingleshod cuando le preguntó por qué quería cruzar el puente.

—Haya dicho lo que haya dicho, no le corresponde protegerme de nuestra relación. —Galaeron echó una mirada a la mujer—. Bueno, no es que haya realmente una relación.

—¿Ah no? —Vala lo miró con el rabillo del ojo. Una media sonrisa le distendía los labios—. ¿Entonces qué te importa lo que diga al respecto?

—Prefiero hacer mis propias elecciones —respondió Galaeron—. Y estoy seguro de que tú también.

—En Vaasa tenemos un dicho —dijo ella—. En el amor y en la muerte, sólo los dioses escogen.

—Suena a excusa fácil —replicó Galaeron.

Vala le dedicó una sonrisa picara.

—Pero le da interés a la vida. —Observó cómo Takari tanteaba con su espada una maraña de vides y entonces le preguntó a Galaeron—: Cuando le dijiste a Jhingleshod que buscabas el perdón de tu error, ¿era cierto?

—Creo que ni yo mismo lo sabía, pero debía de serlo, porque si no Jhingleshod no me habría dejado pasar.

—Eso pensé yo. —Vala permaneció callada un momento antes de decir—: Yo tuve que pensármelo mucho, pero Takari no dudó ni un instante.

—¿Tengo que entender que su respuesta tenía que ver conmigo?

Vala asintió.

—Takari dijo que tenía que cruzar porque tú eres su compañero del alma… pero te niegas a verlo.

—Ella… —Galaeron cerró los ojos—. Ella sabe que no le correspondo.

—Por el dolor de tu padre —dijo Vala con cautela—, o al menos eso dice ella.

—Eso es parte de la verdad —reconoció Galaeron—. Los elfos de la luna y los elfos de los bosques viven vidas diferentes. Cuando se unen, tarde o temprano llega la infelicidad.

—Por supuesto. —Vala parecía casi furiosa con él—. Tarde o temprano toda alegría acaba en infelicidad, pero ése no es motivo para rechazar los dones que los dioses ponen indudablemente en tu camino.

—Sólo estoy siendo prudente —protestó Galaeron—. No estoy rechazando ningún don de los dioses.

—Oh, yo creo que sí. —La voz de Vala se volvió desafiante—. Y lo vas a lamentar. ¡No hay furia más terrible que la de Sune cuando se siente rechazada!

—Por fortuna soy un elfo —se rió Galaeron—. No creo que nuestro Hanali Celanil sea tan vengativo como tu Sune.

—Puede ser, pero Takari no es la única mujer de la que he estado hablando, lo sabes bien.

El canto de una lechuza que sonó por delante de ellos puso fin abruptamente a la conversación. Galaeron sacó la espada y vio cómo se movía una red de vides al desaparecer Takari entre los árboles. Jhingleshod seguía calle adelante sin prestar la menor atención a lo que pudiera haber alarmado a Takari. Galaeron sospechó que su guía tal vez los estuviera traicionando hasta que un cadáver medio corrompido salió como una flecha de una calle lateral y se lanzó de cabeza contra el flanco de hierro del caballero.

Jhingleshod se tambaleó como si estuviera a punto de caerse, entonces descargó su hacha contra el costado del macabro personaje partiéndolo en dos. Se volvió a Galaeron y señaló hacia el final de la calle.

—Ten cuidado con esos muertos, elfo —había un tono de burla en la voz lúgubre del caballero—, odian a los vivos.

Flanqueado por Vala, Galaeron se dispuso a seguir adelante para repeler el ataque, pero oyó un canto de advertencia proveniente del árbol donde estaba Takari y se volvió en la dirección contraria. Se encontró mirando hacia un callejón lleno de monjes de ojos hundidos y hábitos hechos jirones, pero que parecían tan vivos como él. A sus espaldas oyó el silbido del arma de Vala surcando el aire en el lado opuesto de la calle. Se oyó el impacto de la espada contra un cuerpo y el ruido de éste al caer al suelo, otra estocada, otro cuerpo caído.

Galaeron apuntó con su espada al primer monje que ya se encontraba a menos de una docena de pasos.

—¡Alto e identificaos!

Todos los monjes extendieron las manos con la palma hacia arriba, como pidiendo limosna. Al ver que seguían avanzando sin hablar, Galaeron imitó claramente el canto de una alondra. Le respondió el silbido de la cuerda de un arco, y una flecha de advertencia se clavó en el suelo delante del primer monje.

Los monjes se detuvieron y siguieron con la mirada el ángulo de la flecha hasta el escondite entre las vides de donde había salido, pero Galaeron supo sin necesidad de mirar que Takari ya no estaba allí. Sin decir nada sacó una bola de cera sulfurosa.

—Identificaos o marchaos.

El primer monje respondió a la conminación con un gruñido incomprensible. Detrás de Galaeron, la espada de Vala seguía con su trabajo letal y pudo oír además el poderoso garrote de Aris y también la voz tonante de Melegaunt. Malik estaba tan silencioso como de costumbre durante la batalla, pero el elfo no tenía la menor duda de que el hombrecillo aparecería cuando más lo necesitaran.

El monje que iba en cabeza rodeó cuidadosamente la flecha y continuó avanzando, con las manos todavía extendidas por delante. Convencido por fin de que estaba ante impostores no muertos, Galaeron arrojó su bola sulfurosa contra el grupo y pronunció su encantamiento. La fría magia lo inundó un instante y el callejón se llenó de fuego negro. Galaeron retrocedió para esquivar una gran llamarada oscura y a continuación decapitó a un par de monjes en llamas que salían tambaleantes del callejón.

Una mano poderosa sujetó a Galaeron por el hombro. Sorprendido, golpeó con el codo hacia atrás haciendo que su atacante perdiera el equilibrio y a continuación giró sobre sus talones describiendo un arco con la espada. Para cuando se dio cuenta de que era Melegaunt, el filo de la hoja estaba a dos dedos de la cabeza del mago. Galaeron trató de detener la estocada sin éxito. La espada golpeó a Melegaunt de lleno en la sien.

Hubo un destello negro y un sonido sordo al detenerse el arma. El dolor se apoderó del brazo de Galaeron y acto seguido sus dedos se abrieron dejando caer la espada.

Melegaunt se llevó tres dedos a la cabeza y los retiró levemente manchados de sangre.

—¿Así me pagas el regalo que te hecho? ¿Desafiándome constantemente?

—No se me puede culpar de tu estupidez. —Todavía tembloroso, Galaeron se agachó para recuperar la espada—. Sujetar a un guerrero en medio de un combate. ¿Qué es lo que pasa contigo?

Melegaunt puso un pie sobre la espada de Galaeron.

—No me refería a eso.

—Empleé la magia, sí. Era necesario.

Detrás de Melegaunt, un carroñero apareció al lado de Vala. Una de las flechas de Takari lo alcanzó en plena frente y lo derribó, pero la criatura se puso de rodillas y se arrancó la flecha.

Galaeron trató de liberar su espada, pero era imposible mover el pie de Melegaunt.

—La magia no me ha hecho daño. La controlo mejor que antes.

—Sí, ya veo lo bien que dominas a tu sombra. —Melegaunt se volvió a tocar la cabeza y a continuación lanzó su brazo hacia donde estaba el carroñero, que cayó hecho pedazos—. Déjame a mí la magia.

El mago partió calle arriba en pos de Jhingleshod, dirigiendo tranquilamente a Vala y a Aris contra carroñeros aislados y ocupándose él de los grupos con su magia de sombra. Galaeron recogió la espada y lo siguió, descargando calladamente su ira contra cuanta desaprensiva criatura se le ponía por delante. Los no muertos siguieron lanzando contra ellos ataques erráticos, a veces deteniéndose a escasa distancia para lanzar un conjuro, un chillido o una mirada. Abriéndose camino entre los árboles, Takari impedía que esos ataques prosperaran, por lo general distrayendo al atacante con una flecha hasta que Melegaunt pudiera acabar con él. En dos ocasiones, Malik salvó a los compañeros apareciendo de la nada para hostigar a algún carroñero hasta que alguien más hábil pudiera destruirlo.

Por fin los ataques se volvieron menos frecuentes, y cesaron por completo cuando una formación rocosa de color rojizo asomó por encima de los árboles. Jhingleshod los condujo hacia una plaza desierta que había al pie del promontorio. No había el menor vestigio de la pirámide negra en la que según el caballero había entrado Wulgreth.

—Creo que eso es lo que buscas.

—Así es —confirmó Melegaunt—. El cuerpo caído de Karsus.

La formación rocosa se parecía realmente a un cuerpo, aunque fracturado y retorcido. El pequeño afloramiento más próximo a ellos parecía una cabeza descansando de lado, con una frente redondeada y excesivamente grande, una nariz aguileña y una boca de labios finos sobre un mentón poco pronunciado. Había un brazo doblado en una postura antinatural, un pecho hundido y un vientre prominente a unos treinta metros de altura, en el punto más alto de la formación. A un lado del pecho, más o menos en el lugar del corazón, brotaba el río Sangre del Corazón, un manantial de aguas rojas y espumosas que formaba una corriente serpenteante.

—Ya veo por qué los refugiados lo tomaron por un dios muerto —observó Vala—. Es cierto que parece el cuerpo de un dios.

—Y lo es, aunque Karsus sólo fue un dios un instante —dijo Melegaunt.

—¿Y se supone que este dios muerto va a salvar a Evereska? ¿Cómo? —preguntó Galaeron al no ver el menor vestigio de la ayuda que Melegaunt había prometido—. No intentarás resucitarlo.

—Sí, en cierto modo —respondió Melegaunt—, pero primero tenemos que encontrar la pirámide negra.

—Primero tenéis que encontrar a Wulgreth —exigió Jhingleshod—. No podéis entrar en la pirámide sin cumplir antes vuestra promesa.

—Como quieras. —A pesar de sus palabras, el tono de Melegaunt era de impaciencia—. Dinos dónde buscarlo.

Jhingleshod recorrió la plaza con la vista.

—Ya debería haberse hecho presente.

Melegaunt se volvió hacia Galaeron.

—Tú eres el guardián de tumbas. ¿Qué está planeando Wulgreth?

—Tal vez nada. —Galaeron se volvió hacia Jhingleshod—. ¿Cuánto hace que lo viste por última vez?

El caballero alzó los ojos al cielo.

—Es difícil calcular el tiempo, pero varios inviernos. Tal vez ocho o nueve…, o una docena. Es difícil saberlo.

—Pero puede decirse que hace tiempo ¿verdad? —preguntó Takari.

Jhingleshod asintió.

—Desde antes de que Tianna Skyflower y otros de su calaña empezaran a merodear por el Bosque Espectral.

—Eso quiere decir que ha pasado una década —dijo Takari. Miró a Galaeron—. ¿A ti qué te parece?

Galaeron se encogió de hombros. Sin necesidad de preguntar sabía lo que ella pensaba. Muchas veces los liches se transforman en seres que son puro espíritu, abandonando sus cuerpos para deambular por otros mundos fuera de Toril. Cuando eso sucede, sus cuerpos empiezan a corromperse hasta que no queda más que un cráneo y un poco de polvo a los cuales el lich ya no tiene ningún apego. Suele ser más fácil acabar con esas criaturas que con los liches más jóvenes, pero Galaeron sabía que no debía confiar en tener tanta suerte, especialmente si hacía sólo una década que Wulgreth se había ido.

Galaeron sacudió la cabeza.

—Lo tendremos presente, pero aquí hay muchas cosas que no tienen sentido. El Wulgreth netheriliano es muy viejo, sin duda, pero no ése al que sirvió Jhingleshod…, y debemos pensar en el tiempo que transcurrió entre uno y otro.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Malik.

—Lo único que podemos hacer —dijo Galaeron—. Obligarlo a salir.