29 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas
El Bosque Espectral era mucho más oscuro y siniestro de lo que parecía desde fuera. Bastó con internarse una docena de pasos para que la inmaculada nieve se convirtiera en turba mojada y los robles albinos fueran reemplazados por las profundidades sombrías de un bosque petrificado. Los árboles eran tan negros como el carbón. Las ramas oscuras acababan en muñones astillados y troncos retorcidos que se apoyaban los unos en los otros formando ángulos inverosímiles. Debajo de los árboles, el suelo era tan rojo como la sangre, lleno de escoria y materia en descomposición que despedía un fuerte olor a podrido. Galaeron no podía imaginar una forma de salir de aquel cenagal, y mucho menos de llegar a Karse.
—¿Por dónde? —preguntó mirando a Takari.
Ella se encogió de hombros.
—Jamás he pasado del Círculo Pálido, pero no hay de qué preocuparse. Jhingleshod nos encontrará.
—¿Jhingleshod?
—El sirviente de Wulgreth. —Takari acompañó sus palabras de una sonrisa enigmática.
—¿Su sirviente? —exclamó Malik. En cuanto el phaerimm y los acechadores desaparecieron en pos de Elminster, el hombrecillo había vuelto a aparecer junto al escondite del grupo, llamándolos en un susurro hasta que Takari tiró de él y lo metió en la sombra. Malik todavía no le había perdonado el susto que hizo que ensuciara sus pantalones—. Tal vez sea más fácil llamar la atención de Wulgreth buscando una trompeta que tocar.
—No todos los sirvientes quieren a sus amos —replicó Takari.
—Aunque eso es una verdad indudable, no significa que tenga que querernos a nosotros.
—Nos ocuparemos más tarde de Jhingleshod —dijo Galaeron, echando una mirada al bosque de Turlang que habían dejado atrás—. Pero no podemos esperar aquí. Tarde o temprano Elminster o el phaerimm volverán, o tal vez los dos. Nos iremos en cuanto Aris esté listo.
Kelda echó una mirada al pantano y resopló, a lo que Malik respondió acariciándola.
—No tienes de qué preocuparte, chica. Aris estará encantado de llevarte.
Galaeron ni siquiera estaba seguro de que el gigante pudiera con su alma, y mucho menos con el caballo de Malik. Aris estaba sentado en el borde interior del Círculo Pálido, tallando como loco una pequeña roca para hacer un cilindro de granito capaz de llenar el boquete que el rayo desintegrador del acechador había abierto en su muslo. De un soplido eliminó el polvo que quedaba, sostuvo un momento la piedra sobre la herida, corrigió un poco uno de los lados y se la pasó a Vala que, con mucho cuidado, la encajó en el agujero.
El gigante hizo una mueca de dolor, después apoyó el martillo sobre la herida y pronunció una plegaria incomprensible al adusto dios de su raza. Una nube de vapor carmesí salió por las dos bocas de la herida, y entonces Aris se recostó contra un tronco y mantuvo el martillo en su sitio mientras la herida se llenaba de carne del color de la piedra. Aunque su mandíbula apretada hablaba a las claras de lo dolorosa que era la curación, mantuvo un estoico silencio.
Cuando el vapor se volvió de color rosado, Aris guardó el martillo en su bolsa. La herida todavía se veía hinchada, pero sus movimientos fueron firmes cuando se puso de pie y echó mano de Kelda. La yegua reculó, arrastrando a Malik con ella hacia el Círculo Pálido.
—No va a ser necesario que cargues con ella —dijo Melegaunt, y volviéndose hacia Takari estiró la mano—. Si haces el favor de prestarme tu espada.
Takari miró a Galaeron y después, aunque de mala gana, le pasó su arma. Melegaunt apuntó con ella al sol y pronunció un conjuro sin dejar de pasar la palma de la mano por el lado inferior de la hoja. La parte del lado de su palma se volvió negra y brumosa, mientras que el acero expuesto al sol emitía un resplandor plateado. Takari hizo una mueca y alargó la mano hacia su arma, pero Galaeron le indicó que no lo hiciera. Aunque jamás había visto nada parecido a este hechizo, reconocía la forma general de una fabricación, y no creyó que fuera a dañar el arma de Takari.
Cuando Melegaunt terminó, el lado oscuro de la hoja era tan negro y profundo como una grieta en el suelo de una caverna, mientras que el lado luminoso brillaba tanto que era imposible mirarlo. Orientó la cara oscura hacia la ciénaga y apareció una franja negra sobre la superficie del agua. Cuando ajustó el ángulo, la franja adquirió un ancho superior a medio metro y un largo de unos treinta pasos.
Melegaunt le devolvió entonces la espada a Takari.
—Pon la sombra donde quieras —dijo—. Nos mantendrá los pies secos.
Takari recibió la espada con la boca abierta y a continuación puso el pie sin demasiada convicción sobre la sombra. Al ver que no se metía en el agua, empezó a avanzar.
Melegaunt les señaló a los demás la franja negra.
—Rápido. El sendero sólo dura unos momentos.
Vala sacó su espada y se puso en marcha sin vacilación, seguida de Malik y Kelda, a quien sólo se pudo convencer de marchar por la senda de sombra bajo amenaza de ser cogida otra vez por Aris. Este dio dos pasos inseguros antes de anunciar que era como caminar por un alambre y prefería meterse en el agua. El siguiente fue Melegaunt, y Galaeron cerró la marcha.
El pantano era peor de lo que parecía, con un fondo cenagoso que tiraba de las botas de Aris produciendo un ruido como de alguien que está sorbiendo la sopa y que se propagaba a todo el bosque petrificado. La senda escogida por Takari era necesariamente quebrada e irregular, ya que tenía que rodear amasijos de árboles que bloqueaban el paso y en ocasiones se reducía a unos cuantos centímetros al pasar por debajo de un tronco medio caído. El aire era húmedo y cortante, hasta el punto que no sentían la cara ni las manos a causa del frío. Al cabo de cien pasos, todos estaban tiritando y los rayos anémicos del sol naciente eran demasiado débiles para calentarse.
—¡He atravesado ventiscas más cálidas que este pantano! —se quejó Malik—. ¿Cómo es posible que el agua no se congele?
—No es frío lo que sientes, es la muerte —dijo Melegaunt—. Una muerte antigua y enloquecida y poderosa, una muerte triste y apesadumbrada.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó Malik—. Si este Wulgreth es lo bastante poderoso como para agotar el calor de todo un pantano, no tenemos la menor posibilidad.
—No hablo de Wulgreth —dijo Melegaunt—, sino de Karsus. Es su magia lo que crea el Bosque Espectral, y su tremendo remordimiento lo que retuerce todo lo que hay en él.
Karsus era un nombre que por lo menos Galaeron reconocía de sus años en la Academia de Magia. Karsus era el insensato mago netheriliano que había intentado robar el Tejido a la diosa de la magia y había hecho caer las ciudades flotantes de Netheril.
—¿De modo que es la magia de Karsus la que te propones usar contra los phaerimm? —se atrevió a preguntar Galaeron, creyendo empezar a entender el plan de Melegaunt.
—En cierto modo, sí. —Melegaunt se agachó para pasar por debajo de un tronco y se dio de bruces contra el flanco del caballo de Malik, que había reducido la marcha al hacer el hombrecillo una pausa para escuchar lo que decían. El mago le dio a la yegua una palmada en la grupa para que avanzara y a punto estuvo de sacar a Malik de la senda—. Ya verás —dijo en voz baja.
Galaeron maldijo para sus adentros al cyricista y se encontró sopesando las ventajas de matarlo y acabar de una vez con él. A Takari seguramente no le gustaría mucho la idea, pero era evidente que Melegaunt sospechaba del tipejo, y había dado muestras en más de una ocasión de que no repararía en nada con tal de salvar a Evereska. Vala estaría de acuerdo con cualquier cosa que decidiera Melegaunt, de modo que el único problema era Aris, y llegado el caso, incluso la magia de Galaeron era lo suficientemente poderosa para… Ese pensamiento hizo que se parara en seco. Casi no podía creer con qué facilidad se le había impuesto su sombra. Los pensamientos oscuros le habían parecido de lo más normales.
Tan perplejo se había quedado que casi no se dio cuenta de que Melegaunt había desaparecido rodeando el siguiente grupo de árboles petrificados, pero sí se dio cuenta cuando el sendero desapareció bajo sus pies y se sumergió hasta la cintura en el agua helada.
Dio un grito ahogado y los pies se le transformaron en bloques insensibles. Empezaron a dolerle las rodillas a causa del frío y sentía los muslos como trozos de hielo mientras su cuerpo se iba hundiendo en el pantano. Vacilante, intentó dar un paso y a punto estuvo de caerse cuando el cieno se negó a soltar su bota. Algo grande y blando chocó contra su pierna y allí se quedó. Volvió a gritar y sacó su daga, pero no había forma de hundirla en el agua helada para averiguar qué era.
Galaeron oyó otro chapuzón, y al mirar hacia adelante vio a Melegaunt que caía al agua mientras la senda de sombra se desvanecía tras él. El mago soltó un gruñido, sorprendido, antes de extender las manos y salir levitando del agua. El sendero empezaba a desaparecer detrás de Malik y de su caballo, pero al volverse Vala y Takari para ayudar a Galaeron, no podrían seguir adelante.
Galaeron les hizo señas de que avanzaran.
El sendero se desvaneció bajo las patas traseras de Kelda, y ése fue todo el ímpetu que necesitó la yegua para empujar a Malik hacia adelante. Éste le dio a Vala un buen empujón y empezaron a moverse otra vez, manteniéndose unos cuantos pasos por delante de la senda de sombra que se iba desvaneciendo. Takari intentó tender a Galaeron un tronco retorcido, pero Aris les indicó que siguieran adelante.
—Idos —dijo el gigante, recogiendo a Melegaunt en el aire y chapoteando hacia donde estaba Galaeron—. Yo los cogeré.
Aquella cosa blanda que Galaeron había sentido sobre la pierna se deslizó en torno a su muslo: algo cubierto de escamas o de pinchos o de algo que palpitaba junto a su cota de malla elfa. Respiró hondo, y buscando en el agua con las dos manos tocó algo enorme y carnoso alrededor de su pierna. Le clavó la daga en el cuerpo y la sacó del agua, pero inmediatamente deseó no haberlo hecho.
La cosa era tan larga como su brazo, y tenía un cuerpo negro y viscoso que empezaba en una cabeza redonda y terminaba en una cola estrecha. No se imaginaba lo que era hasta que la volteó y vio un círculo de pequeños dientes afilados rodeados por una ventosa de labios carnosos.
—¡Por el bastón de mando de Fey! —exclamó, sosteniéndola tan lejos como se lo permitía su brazo—. Es una sanguijuela.
—Yo diría que más adecuada a mi tamaño. —Aris se inclinó y aplastó al bicho entre dos dedos antes de levantar a Galaeron con la mano que le quedaba libre—. Y deberías ver las libélulas que hay aquí arriba.
Galaeron vio algo etéreo, como de encaje, de más de un metro de envergadura que pasó volando junto a la cabeza del gigante.
—Mientras no ha-haya ara-rañas —contestó. Aunque la ciénaga ya no le robaba el calor del cuerpo, no podía parar de tiritar, e incluso Melegaunt tenía los labios un poco azulados—. ¿Puedes ha-ce-er un conjuro de calentamiento?
Melegaunt esbozó una sonrisa irónica.
—Por desgracia, la m-m-magia de sombras no produce calor. —Lo sacudió un escalofrío y luego agregó—: Puedo protegernos del frío normal, pero de este frío gélido que nos roba la vida… —Se limitó a sacudir la cabeza.
Galaeron vaciló, sabiendo de antemano cuál sería la respuesta de Melegaunt.
—Puedo usar el tejido… —dijo de todos modos.
—¿Cuántas veces debo advertirte? —Melegaunt miró a Galaeron un momento con expresión severa, después fijó la vista en Aris—. Tú no pareces tener problema.
—Tampoco parece que me preocupen las sanguijuelas…, pero las apariencias no lo son todo. —Sacó un pie del agua para mostrar los bichos que tenía adheridos al tobillo—. Si conseguimos una piedra puedo pedirle a Skereaus Huesos de Piedra que nos caliente.
Galaeron miró los árboles petrificados a cuyo lado pasaban, pero decidió que era mejor no sugerir que utilizasen uno. La magia que les había robado la vida parecía tan corrupta como la sombra que trataba de hacerse con la suya.
Aris avanzó por el bosque petrificado hasta que alcanzó a los demás, entonces puso a Galaeron detrás de Takari y a Melegaunt detrás de Vala, dejando que Malik y su montura cerraran la marcha. Galaeron recordó que Cyric era el dios humano de los conflictos y los asesinatos, y no quedó muy tranquilo pensando que Malik iba detrás de todos, pero unos cuantos pasos vacilantes bastaron para convencerlo de que el hombrecillo estaba demasiado débil para ocupar ese puesto.
Seguro de que los phaerimm y los acechadores, y puede que incluso Elminster, no tardarían en venir tras ellos, siguieron hacia el oeste todo lo rápido que podían, encargándose Aris de vigilar si los seguía el enemigo. Galaeron iba perdiendo fuerzas y empezó a temblar de una manera incontrolable. Vala envainó la espada y lo llevó abrazado el tiempo suficiente para despojarlo de sus ropas húmedas y cubrirlo con su capote para mantenerlo caliente. Al ver que eso no bastaba, Takari también ofreció el suyo, e incluso Malik sacó un pesado capote de lana. El exceso de peso parecía contribuir a cansar más a Galaeron, que empezó a sentirse adormilado y letárgico, hasta que finalmente Vala tuvo que sujetarlo permanentemente del brazo.
Melegaunt y a Aris tuvieron mejor suerte, aunque el pantano también había hecho mella en ellos. El archimago caminaba con paso vacilante musitando cosas sobre corazones y magia pesada, y llegó a estar tan confundido que incluso le explicó algo de su magia de sombra a Malik. Aris simplemente empezó a andar más lento, haciendo pausas cada tanto para recobrar fuerzas apoyándose contra un tronco petrificado y mirando hacia atrás en busca de enemigos.
El sol estaba alto cuando por fin desaparecieron los árboles y el pantano se transformó en un ancho río que parecía correr en una dirección en la orilla en la que se encontraban y en la opuesta por la otra orilla. La ribera del otro lado formaba desde el agua una suave pendiente cubierta de nudosos robles negros, sin duda tan petrificados como los árboles del pantano, pero al menos enraizados en suelo seco.
Takari tendió el sendero de sombra más o menos hasta la mitad del río, pero vio cómo un oscuro remolino lo cogía por el extremo y lo arrastraba a las profundidades. Los salvó a todos haciendo girar rápidamente la espada y cortando la senda con un fogonazo de la cara brillante de la hoja. A continuación tendió otro sendero y volvió a intentarlo. Esta vez, el remolino se adueñó de la senda doce pasos por delante de ella, dándole apenas tiempo para voltear la hoja.
El caballo relinchó desde el último puesto de la fila.
—¡No te pares! —gritó Malik—. ¡Detrás de nosotros hay una anguila lo bastante grande como para comerse a Kelda!
Takari tendió una senda siguiendo la orilla del río y, cuando vio que la franja de sombra no desaparecía en un nuevo remolino, corrió hacia adelante para hacerles sitio a los demás.
—Viendo lo que el pantano le hizo a Galaeron, no creo que sea conveniente atravesar el río a nado —dijo hablando por encima del hombro—. ¿Supongo que no se te ocurrirá otra forma de cruzarlo, Melegaunt?
—P-p-por sup-puesto.
La voz de Melegaunt sonaba tan débil y su hablar tan torpe que Galaeron se arriesgó a echar una mirada hacia atrás, haciendo que Vala le tendiera una mano orientadora cuando la senda rodeó un recodo del río.
—¿Por qué no usamos ese puente?
—¿Puente? —preguntó Galaeron, confundido.
—Siempre hay un puente —dijo Vala, señalando más allá de la nariz de Galaeron.
Galaeron miró hacia adelante y vio que el río se arremolinaba al pasar por encima de unas oscuras piedras sumergidas. A cada lado del río se veían las ruinosas torres del puente, con sus coronas carcomidas y rotas y sus ventanas negras y sin barrotes. Frente a la torre más próxima se alzaba una figura borrosa con una armadura de planchas metálicas que empuñaba una enorme espada de las que se manejan con las dos manos y que mantenía apoyada de punta en el suelo frente a ellos.
—Y un caballero —dijo Malik—. Siempre hay un caballero.
Galaeron desenvainó la espada y oyó que los demás hacían otro tanto, pero Takari les indicó que depusieran sus armas. Al acercarse al caballero, quedó patente que estaba hundido hasta los tobillos en el agua que se arremolinaba en torno a sus pies haciendo saltar espuma. La armadura estaba cubierta de óxido, mientras que la cara que los miraba desde detrás de la visera levantada parecía ser toda huesos y negros ojos vigilantes.
Cuando se acercaron, blandió su poderosa espada y la sostuvo ante sí, apuntando con ella a Takari. La elfa se detuvo y bajó la suya.
—Bien hallado seas, viejo Jhingleshod —dijo—. A menudo he vigilado tus andanzas desde el Círculo Pálido.
—Y allí deberías haberte quedado, elfa. No tienes nada que hacer en la tierra de la muerte.
—Yo no, pero mis amigos sí. —Takari se hizo a un lado y con un gesto señaló a Galaeron—. Vienen necesitados de tu ayuda.
—¿Mi ayuda? —Los ojos negros de Jhingleshod se centraron en Galaeron—. ¿Qué ayuda puedo prestarte como no sea una muerte rápida?
Al final de la senda se oyeron un par de chapuzones, después un resoplido sorprendido y una maldición entrecortada al desvanecerse la sombra debajo de Malik y de su caballo. Jhingleshod levantó la barbilla al oírlo, pero mantuvo la atención y la gran espada centradas en Galaeron.
—Necesitamos la magia de Karsus —dijo éste—. Si pudieras enseñarnos…
—Nada de nosotros. —Jhingleshod apoyó la espada en el pecho de Galaeron—. Tú. ¿Qué vienes buscando?
—Vengo para salvar…
—Piénsalo bien, elfo —le advirtió Jhingleshod—. Una respuesta equivocada es peor que la muerte.
Galaeron hizo una pausa para pensar en la pregunta. Había estado a punto de decir que venía para salvar Evereska, pero la reacción de Jhingleshod demostraba a las claras que ésa no hubiera sido la respuesta que quería oír el caballero muerto. Se oyó otro chapuzón y esta vez el que gritó fue Melegaunt.
Jhingleshod no prestó la menor atención al ruido y mantuvo su mirada muerta fija en Galaeron.
—¿Tu respuesta? Si has llegado tan lejos, elfo, debes saber lo que estás buscando.
—Así es. —Galaeron miró primero a Takari y después, por encima del hombro, a Vala—. Absolución. Busco el perdón de mi error.
Una luz negra se encendió en los ojos de Jhingleshod, y su esquelética mandíbula se abrió en un remedo de sonrisa.
—Hay algo que quisiera pedirte, elfo. ¿Querrás ayudarme?
Galaeron se disponía a preguntar qué era, pero se lo pensó mejor. Jhingleshod no reaccionaba bien a los regateos inútiles. Exigía una sinceridad absoluta a quienes buscaban su ayuda, y la verdad era que Galaeron estaba dispuesto a pagar lo que fuera para obtener el perdón de su error. Se limitó a asentir.
Los ojos de Jhingleshod se desplazaron a Takari como si fuera a preguntar algo, pero pareció encontrar la respuesta que buscaba en la expresión atemorizada de la elfa, de modo que volvió a centrarse en Galaeron.
—Adelante —dijo el caballero, señalando el puente sumergido a través de los restos de un rastrillo carcomidos por el óxido—. Si tienes fuerza suficiente como para llegar al otro lado, haré todo lo posible por ayudarte.
Galaeron abandonó la senda de sombra y pasó por el rastrillo sin vacilar, pero se detuvo al otro lado.
—Mis amigos…
Jhingleshod enarboló su espada y la hizo girar sobre su cabeza con tal rapidez que Galaeron no habría podido bloquearla aunque lo hubiera intentado. La hoja le dio de plano en el hombro y lo lanzó contra la pared de la abandonada torre.
—¡Adelante! —Jhingleshod le volvió a señalar el puente—. Mi negociación contigo ha terminado.
Galaeron sintió que dentro de él se iba acumulando una furia oscura y se dispuso a saltar, pero Takari sacudió desesperadamente la cabeza y con los ojos le indicó que cruzara el puente. Galaeron permaneció en cuclillas tratando de sofocar la negra furia que sentía. Juntos, él y sus compañeros tenían alguna oportunidad de destruir a Jhingleshod, pero ¿y después qué? Takari había dicho que él podría llevarlos hasta Karse, y Galaeron había visto lo suficiente del Bosque Espectral como para saber cuan valiosa podría resultarles su ayuda. Se rehízo, y dejando que su brazo dolorido colgara al lado del cuerpo, avanzó vacilante por el agua helada.
Jhingleshod se volvió a continuación hacia Aris, y mientras Galaeron pasaba a través de la sombría arcada, preguntó:
—¿Y tú, qué buscas?
Galaeron salió de la torre a la superficie mohosa de un puente sumergido. Aunque por encima de la superficie no había ni diez centímetros de agua, el fuerte ruido de la corriente no le permitió oír la respuesta de Aris. No queriendo provocar a Jhingleshod con demoras innecesarias, siguió adelante.
La piedra era tan resbaladiza como el hielo, de modo que incluso la escasa agua que corría amenazaba con arrancar sus pies del puente. Envainó la espada y se agachó, colocando cuidadosamente un pie delante de otro y asentándolo bien en la mohosa superficie. Podía sentir cómo el calor de su cuerpo escapaba a través del pie hacia el agua. A su alrededor surgió una niebla ligera que le impedía ver bien la otra orilla y empezó a sentirse mareado.
Cuando Galaeron cruzó el centro del río, la corriente cambió de dirección y empezó a fluir en sentido contrario. El efecto resultó bastante desorientador, dándole la sensación de que había dado la vuelta y se dirigía otra vez hacia la orilla que acababa de dejar. Cerró los ojos y continuó a ciegas hasta que sintió que la nueva dirección de la corriente era la correcta.
Galaeron casi había llegado al otro lado cuando la corriente volvió a cambiar y el agua empezó a pasar erráticamente por encima de sus pies. Un atisbo de movimiento cerca del puente le llamó la atención, entonces vio flotando en la superficie el cuerpo hinchado de un humano ahogado que se balanceaba al ser empujado una y otra vez por el agua contra el puente.
El hombre llevaba botas hasta la rodilla y armadura de cuero negro, era barbudo y corpulento y tenía la nariz partida y la piel tan azul como sus ojos abiertos. No se veía señal alguna de heridas ni de huesos rotos, aunque la ausencia de yelmo y de armas parecía indicar que había tenido tiempo de deshacerse de ellas antes de ahogarse. Galaeron se estremeció, preguntándose si acaso simplemente habría caído al río y sucumbido a las aguas letales.
Galaeron dio un grito y saltó hacia atrás, aterrizando sobre sus asentaderas al resbalar sus pies en el moho. La corriente amenazó con arrastrarlo hacia el otro lado del mohoso puente. Se echó boca abajo sobre la piedra, sujetándose al puente por el lado a favor de la corriente. El río pasaba por encima de su cabeza y le hacía tragar agua. El frío lo calaba hasta los huesos y amenazaba con anegarle los pulmones. Cerró la boca y sintió que el agua se le metía por la nariz, determinada a arrancarle la vida. Sentía el cuerpo cada vez más entumecido y rígido y que la vida se le iba al contacto con el agua. Soltó el aire que tenía en los pulmones, expulsando el agua al mismo tiempo por la boca y la nariz. Alzó con dificultad una pierna rígida para poder ponerse de pie, y entonces sintió que la mano del muerto lo sujetaba por la muñeca.
Dando un grito, Galaeron sacudió el agua de su cabeza y se encontró mirando los ojos no muertos del hombre. Los labios de éste se distendieron en una horrible sonrisa, mostrando sus colmillos rotos y una lengua ennegrecida que no paraba de moverse. A la mente de Galaeron acudieron una docena de conjuros. Como Guardián de Tumbas había sido bien instruido en las debilidades de los no muertos, así como en los horrores que les esperaban a quienes caían víctimas de ellos. Con una mano apartó la cara de la criatura y se abrió al Tejido. Entonces sintió el dolor lacerante de la magia de sombra que se introducía en su ser. Galaeron desechó el conjuro y, sujetándose al borde del puente con la mano que le quedaba libre, giró la muñeca retorciendo el pulgar del no muerto.
El dolor habría hecho que cualquier hombre vivo retirara la mano soltando el brazo del Galaeron, pero el no muerto mantuvo la suya, tratando de oponer su fuerza al efecto de palanca. Dada la debilidad de Galaeron, la táctica estuvo a punto de surtir efecto. La primera vez que lo intentó, su brazo simplemente se quedó sin fuerzas y la mano se detuvo a mitad del movimiento, quedando inerte con la palma hacia arriba entre él y su azulado atacante.
Galaeron lanzó el brazo hacia adelante clavándole un dedo en el ojo a la criatura. Hasta un hombre muerto tenía que aflojar en semejante situación, y Galaeron aprovechó para rematar la maniobra haciendo girar la mano por detrás del no muerto, cuyo pulgar se quebró con un chasquido dejando al descubierto un hueso astillado y negro como el carbón.
Galaeron le dio un golpe en la nuca y, cogiéndolo por el cuello, le estampó la cabeza contra el lateral del puente al tiempo que se alzaba sobre la pasarela y apoyaba los pies en ella.
El ahogado lanzó desesperado ambos brazos y cogió al elfo a la altura de los tobillos en un intento de hacerle perder pie. Galaeron se alzó sobre las rodillas y, echando mano de la espada, le dio a la criatura una patada en la parte posterior de la cabeza que la lanzó sobre la piedra del puente, de donde resbaló después al agua. Galaeron puso rodilla en tierra justo delante del no muerto y, acabando de desenvainar la espada, descargó el reluciente acero elfo sobre la cara del espectro produciéndole un corte justo por encima de la mandíbula.
Galaeron lo dejó atrás con un ágil salto, y al volver la cabeza para seguir el movimiento de la punta de su espada, vio salir del agua una segunda criatura que súbitamente se plantó delante de él. Este ejemplar era menos corpulento que el anterior y tenía las formas redondeadas propias de una mujer, pero disponía de afiladas garras y ojos amarillos. También era mucho más rápida. Con un pie aplastó contra la piedra del puente el brazo con el que Galaeron sostenía la espada, impidiéndole que lo moviera mientras con el otro preparaba una feroz patada.
En un intento de cogerle el pie con un golpe de gancho, Galaeron paró el movimiento con el antebrazo, pero estaba demasiado cansado y débil. El impacto lo hizo caer de espaldas y la corriente le arrastró los pies río abajo, quedando sujeto al puente sólo por el brazo que la criatura le mantenía prisionero.
El extraño ser se inclinó por encima de la cabeza del elfo y lo cogió por la garganta, atravesándole con sus garras lacerantes la carne en tantos puntos que le resultó extraño no ver saltar la sangre ante sus ojos. Ella dejó ver dos largas filas de aguzados dientes y atrajo a Galaeron hacia sí, girando la cabeza para morderlo.
Éste trató de soltarse, pero estaba demasiado débil incluso para introducir la mano libre en el pliegue del brazo de su oponente. Trató de lanzar una patada para cogerle la cabeza en un movimiento de tijera, pero sus piernas estaban tan inertes y pesadas como el oro. La vida se le escapaba por segundos, absorbida por el toque letal de los no muertos y por las aguas debilitadoras del río de sombra.
La criatura aplicó los dientes a la garganta de Galaeron. El elfo se giró hacia ella con las pocas fuerzas que le quedaban y le apoyó la mano libre en la cara invocando el encantamiento de un conjuro de luz. Una oleada de poder helado inundó el cuerpo de Galaeron al llenarse de magia fría, pero en aquel momento tenía preocupaciones más acuciantes que librarse de su sombra. Pronunció la sílaba mística y un haz brillante de luz plateada brotó de la palma de su mano.
La criatura lanzó un alarido espantoso y se apartó rápidamente. Galaeron quedó tendido de lado sobre el puente y, rodando por el suelo, se aproximó al extraño ser hundiendo los dedos entumecidos en el frío musgo y descargando con la otra mano un revés de su espada sobre los talones de la criatura, que cayó al agua con los tendones cortados después de dar dos pasos vacilantes. Galaeron se puso de rodillas y descargó la espada sobre la espalda del ser espectral. El golpe fue limpio y, de haber tenido más fuerzas, habría cortado a la criatura en dos, pero en realidad bastó para dejar fuera de combate a su oponente que, aunque trató de revolverse contra el elfo, sólo consiguió abrir más la herida de su torso.
Ante la mirada atónita de la criatura, Galaeron alzó una mano y pronunció una única sílaba mística. Esta vez apenas notó el flujo de la magia fría por su cuerpo, y tampoco le importó que los rayos que brotaban de su mano fueran tan negros y fríos como las sombras. Lo único importante era que aquella cosa no muerta estaba definitivamente vencida y que la corriente la arrastraba lejos de él.
La torre estaba apenas a doce pasos. El suelo seco, al otro lado de la arcada, ofrecía una perspectiva de calor y refugio, o al menos la salida de la fría lucha que había librado sobre el puente. Galaeron se puso de pie con dificultad y se dio cuenta de que no se sentía ni la mitad de cansado que minutos antes. Por el contrario, aunque se encontraba débil y aterido, parecía estar recuperando las fuerzas. Había un ardor peculiar dentro de su ser más parecido a la resolución que a la ira, más próximo a la crueldad que a la brutalidad.
Al ver que no aparecían más no muertos para atacarlo, se dirigió a la torre de entrada, sin preocuparse ya del moho resbaladizo bajo sus pies, pensando sólo en las futuras batallas y en la magia que encontraría en Karse. Entonces se acordó de Melegaunt y de los demás que viajaban con él, todos ellos siguiendo sus pasos, todos ellos tratando de cruzar el puente oscuro igual que él.
Galaeron giró en redondo y vio a Takari resbalando mientras envainaba la espada. A veinte pasos detrás de ella venía Vala, revolviéndose y evolucionando por el puente, tejiendo con su espada negra una malla oscura alrededor de su cuerpo y del de Melegaunt mientras se enfrentaba a dos fantasmas de aspecto marchito y hosco que trataban de penetrar sus destellantes defensas. Por detrás de ellos, un par de siluetas oscuras revoloteaban en torno a la cabeza de Aris, rodeada de una densa niebla, tratando de lacerarle los ojos y las orejas con sus aguzadas garras. Malik y su montura no se veían por ninguna parte, por supuesto, pero Jhingleshod no estaba muy distanciado de los demás, manifestándose como un desvaído resplandor anaranjado que aparecía brevemente cada vez que el gigante de piedra daba un paso.
Galaeron apuntó su espada por encima del hombro de Takari.
—¡Los demás! —Dio unos pasos vacilantes volviendo hacia el puente. Sus piernas entumecidas y su cuerpo agotado parecían ansiosos de otro combate—. ¡Necesitan ayuda!
—¿Estás loco? —Takari lo detuvo apoyando su mano en el lugar donde la criatura lo había cogido por la garganta. Sintió que la palma le ardía como fuego en contacto con su piel—. Los humanos pueden cuidar de sí mismos. Tú necesitas llegar a la orilla.
—¿A la orilla? ¿Por quién me tomas? —Galaeron le apartó la mano—. ¿Por un cobarde?
Los ojos de Takari lo atravesaron.
—Sólo por un loco. —Le puso la palma delante de la cara, mostrando una mancha de sangre casi negra de tan oscura—. ¡Tienes la garganta desgarrada y la cara blanca como el papel y sólo se te ocurre pensar en una descarada mujer de ojos felinos y unos pechos grandes como odres!
Demasiado perplejo para responder, Galaeron se llevó una mano a la garganta y palpó una brecha de cuatro dedos de ancho. No podía creer que la herida no le hubiera abierto las venas, y tampoco que todavía le quedaran fuerzas para mantenerse en pie. No sentía dolor, ni estaba mareado. No tenía ninguna sensación de daño salvo un frío generalizado, e incluso el frío empezaba a pasársele.
Takari sacó su espada y, cogiendo a Melegaunt por el brazo, volvió a ayudar a los demás.
—Vamos, pues, pero jamás te podré perdonar si te dejas matar por un humano.
Apenas habían dado dos pasos cuando la espadaoscura de Vala encontró en su camino a uno de los fantasmas y lo abrió en canal. La criatura se rasgó con un quejido horrible, convirtiéndose las dos partes de su tejido leve como la gasa en jirones de luz evanescente. Melegaunt extendió el brazo por encima del hombro de Vala y lanzó una lluvia de dardos de sombra a través del segundo espectro. Los negros proyectiles se desvanecieron en el interior de la criatura sin un efecto perceptible.
Al ver la suerte que había corrido su semejante, el fantasma se apartó de Vala como un rayo y quedó suspendido junto al puente, fuera de su alcance. Tendió una mano hacia su espada, después se fundió con el cristal oscuro y desapareció de la vista. Galaeron trató de hacerle caer el arma de la mano con un golpe de plano de su propia espada, pero se quedó corto.
—¡Vala, suelta tu espada!
Todavía no había terminado Galaeron de hacerle la advertencia, y a la mujer ya se le habían puesto los ojos vidriosos. Se giró de golpe hacia Melegaunt, y con movimientos que eran ahora precisos y rígidos, levantó el brazo para descargar sobre él un golpe cortante desde arriba. Boquiabierto, el mago esquivó el golpe manoteando desesperadamente y alcanzando a Vala en pleno pecho. Pronunció dos sílabas y el cuerpo de la mujer salió despedido, yendo a caer de espaldas dos pasos más allá del puente, corriente abajo, aturdida por la explosión.
La mano de Vala se abrió y la espada se hundió en el agua.
—¡Coge su espada! —Al intentar un salto para pasar más allá de Melegaunt, Galaeron resbaló y cayó sobre una rodilla—. ¡Se lleva su alma!
Melegaunt se agachó, y ya estiraba la mano hacia el arma cuando los ojos blancos de la mujer miraron hacia donde él estaba y abruptamente la retiró.
—¡Me matará! —dijo.
Vala se deslizó por encima del borde y empezó a girar inerte corriente abajo, hundiéndose rápidamente por el peso de su armadura. Olvidándose de que incluso la cota de malla de los elfos pesa lo suyo, Galaeron dejó caer su propia espada sobre el puente y saltó a por ella por encima de Melegaunt.
Se introdujo en el río helado de cabeza y de dos brazadas llegó a donde ella estaba. La agarró por el pelo y pataleando se sumergió. De nada valía rescatar a Vala si dejaba que la espadaoscura se hundiera llevándose su alma. Sin soltar el pelo de la mujer, estiró la otra mano hacia la espada de cristal…, y de repente la vio a través del agua apuntándole directamente al corazón.
Galaeron siguió sujetándola por el pelo, con un giro se colocó detrás de ella y, tras cambiar de mano, le rodeó el hombro para cogerle por detrás el brazo con el que manejaba la espada. Vala se revolvía y pataleaba, tratando de liberarse, aunque sólo consiguió subir un metro escaso antes de volver a hundirse. Galaeron le soltó el pelo y la enganchó por la garganta con el interior del codo oprimiéndole las venas sensibles del cuello.
Vala perdió el sentido de forma instantánea, con la cabeza caída hacia un lado y los ojos en blanco. La mano que sostenía la espadaoscura se abrió incluso antes de que Galaeron pudiera hacérsela soltar. El elfo la cogió por la empuñadura y se impulsó hacia la superficie. Estaba tan frío que apenas notó su contacto glacial.
Si él hubiera tenido todas sus fuerzas o si la armadura de Vala hubiera sido tan ligera como la cota de malla de los elfos, Galaeron habría podido tirar de ambos hacia la superficie. Tal como estaban las cosas, apenas tenía fuerzas para tratar de no hundirse todavía más…, y se agotaban rápidamente. Después de deslizar la espada otra vez en su vaina, el elfo sacó la daga y empezó a cortar las cintas de la coraza de Vala.
Apenas había soltado un lado cuando vio la rechoncha silueta de Malik pasar por encima de ellos. Por un momento creyó que eran imaginaciones suyas, o que las frías aguas se habían adueñado de él por fin. El hombrecillo no encajaba en el tipo del héroe, pero había habido aquella vez en Mil Caras, y aquí estaba otra vez, con su turbante deshaciéndose tras él mientras se sumergía para rescatarlos. Sin tomarse tiempo para enfundar la daga, Galaeron la dejó caer y levantó la mano.
Malik no le hizo caso y los rodeó por detrás, arrastrando una delgada cuerda. Galaeron sintió que el humano pasaba algo por debajo de su brazo y, cogiendo la cuerda, la pasó alrededor de Vala devolviéndola después a su salvador. Malik hizo un nudo rápidamente y la corriente empezó a tirar de ellos cuando la cuerda se enganchó. Galaeron rodeó a Vala con las piernas para mayor seguridad y, cogiendo la cuerda con las dos manos, tiró de ella.
Había empezado apenas cuando la cuerda los alzó a la superficie, y después de toser varias veces, recuperó el resuello. Sintió que Malik se aferraba a su cinto, gritando aterrorizado y arrastrándolo otra vez hacia el fondo en su lucha por coger la cuerda. Galaeron cogió al hombrecillo por el cuello de la túnica y tiró de él hacia arriba.
—¡Gracias, Malik! —resopló Galaeron, poniendo la mano del hombre sobre la cuerda—. Has hecho algo muy valiente.
—No es nada —respondió el hombrecillo entre toses—. Tengo la mala costumbre de hacer cosas valientes por causas indebidas.
Sin saber exactamente cómo interpretar sus palabras, Galaeron puso a Vala de espaldas y miró corriente arriba, hacia donde el otro extremo de la cuerda estaba atado a la montura de Kelda. La yegua estaba pasando por debajo de la arcada de la torre del puente, tirando de ellos diagonalmente con respecto a la corriente. Takari y Melegaunt iban detrás, resbalando por el puente, mientras que Aris, que se las había ingeniado para librarse de las dos sombras, estaba de rodillas sobre el pretil del puente, estirando un brazo para coger la cuerda.
Cuando por fin lo consiguió, tiró de ellos hasta la orilla del puente y los subió poniéndolos a salvo. Malik silbó a Kelda para que se detuviese y Galaeron se puso manos a la obra con Vala. La armadura de la mujer estaba chamuscada y astillada por el conjuro que la había arrojado al río, pero las heridas que eso pudiera haberle producido parecían menos importantes que el hecho de que estuviera medio ahogada. Galaeron la puso de lado y, sujetándola entre sus rodillas, le hizo presión en la espalda para obligarla a expulsar el agua. Vala empezó a toser, expulsando la fría agua del río de sus pulmones, y empezó a respirar otra vez.
—Vivirá —diagnosticó Aris.
—Pero no se recuperará. —Esta vez quien habló fue Jhingleshod, que se acercaba a Aris por el otro lado—. No antes de haberse librado de este río.
Galaeron miró con rabia al espectral caballero, conteniendo a duras penas su ira oscura.
—Podrías habernos advertido.
—¿Y de qué os hubiera servido? —Jhingleshod miró hacia otro lado y siguió a Melegaunt y a Takari hacia las sombras que se vislumbraban al otro lado de la siguiente torre del puente—. De no haber tenido fuerza suficiente para vencer a los sirvientes, no creo que las hubierais tenido para vencer al amo.
Galaeron se quedó un momento mirando furioso al caballero que se alejaba, después cogió a Vala en brazos y lo siguió. Cuando penetraron en las sombras tras cruzar el puente, ella empezó a moverse, rodeó el cuello de Galaeron con el brazo y abrió los ojos.
—¿G-Galaeron? —Parecía apenas consciente, apenas capaz de pronunciar su nombre—. ¿Tú… te tiraste a por mí?
—¿Qué creías? ¿Qué iba a dejar que te ahogaras?
—Entonces, ¿estamos vivos?
—Sí, por el momento.
Galaeron sonrió y, de repente, al entrar en el camino seco, se encontró con los labios de Vala sobre los suyos, con su lengua cálida acariciando suavemente la suya. Aunque sorprendido, no le habría importado de no haber sido por la expresión de vergüenza culpable de Melegaunt o… por el daño que aquello le producía a Takari.