2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada
Galaeron y Takari llegaron a la estatua de Hanali Celanil y encontraron a un pequeño círculo de phaerimm empleando las cuatro manos para extraer hebras doradas de magia del ruedo del traje de la diosa. Extendían los hilos hacia atrás, llenando el aire con una reverberante maraña de bucles y espirales tan densa y brillante que resultaba difícil ver a los propios espinardos. Allí donde la maraña tocaba el suelo, atravesaba el pavimento de piedra del mismo modo que la luz del sol penetra en el agua, dejando la impresión de que la gran estatua estaba sobre la superficie de un estanque oscuro y quieto y no sobre una plazoleta de piedras de granito. Galaeron contó doce phaerimm tirando del hilo y un tercero que observaba desde debajo de un árbol en el borde de la plaza.
—Ése es el phaerimm del que nos habló Muchosnidos. —Ni siquiera se molestó en usar el lenguaje de señas. Aunque los phaerimm indudablemente podían oír lo que se hablaba dentro de la Linde de Sombra donde él y Takari estaban escondidos, no podían hacerlo sin usar la magia del Tejido, y en la Linde de Sombra la magia del Tejido brillaría como un faro para Galaeron—. Estoy casi seguro de que es su jefe. Decididamente es el que vamos a matar, de modo que si algo sale mal…
—Nada va a salir mal ahora que has recuperado el juicio y te has decidido a traerme contigo. —Takari apoyó una mano en la empuñadura de la espadaoscura que había tomado prestada—. Me habría gustado que Keya me hubiera dado la espada de Kuhl, la que puedo sostener realmente.
—No es a Keya a quien corresponde dar la espada de Kuhl —dijo Galaeron—, y el propio Kuhl tiene necesidad de ella.
Era la quinta o sexta vez que le recordaba lo mismo, y su paciencia estaba transformándose en preocupación. Había una oscura familiaridad en la forma en que aquel hecho tan sencillo se le olvidaba y toda conversación parecía recaer siempre en la espadaoscura de Kuhl.
—A nosotros nos hace más falta. —Señaló al jefe de los phaerimm y añadió—: Ya has dicho que no nos queda más remedio que matar a ése.
—Eso es lo que debemos hacer nosotros por encima de todo. Kuhl y los otros tienen como prioridad absoluta destruir el perímetro defensivo. Si ellos fracasan, nuestro éxito no sirve de nada.
Mientras hablaba, Galaeron miró a Takari a los ojos. Aunque velados apenas por la oscuridad, las pupilas tenían pequeñas hebras de sombra. Era necesario decírselo, era su única oportunidad de controlar su avidez por la espada.
—Takari, yo no he recuperado el juicio. Pensamos que era mejor mantenerte alejada de Kuhl y de su espada.
—¿Qué? —preguntó la elfa—. ¿Por qué tendríais que mantenerme lejos de algo que me pertenece por derecho propio?
—Porque no te pertenece por derecho propio. Sólo piensas así porque has sido tocada por la sombra.
—¡Tocada por la sombra! —protestó Takari con indignación—. ¡Yo me gané esa espada!
—Es una reliquia de familia. ¿Cómo podrías haberte ganado…? —Galaeron dejó la pregunta sin terminar al darse cuenta de lo que estaba diciendo Takari. Miró su vientre que ya empezaba a abultar—. ¿Lo hiciste a propósito?
Takari alzó la barbilla.
—Por supuesto que lo hice a propósito. ¿Te crees que me iba a acostar con un rote por accidente?
—Por supuesto que no, pero tampoco creía que lo hubieras hecho para robarle su espadaoscura.
—Robar es una palabra muy humana —dijo Takari poniendo los ojos en blanco—. Yo sólo quería usarla y tal vez conservarla cuando él muriese.
—Después de que lo hubieras matado —la corrigió Galaeron. Se volvió para vigilar la rama del árbol. Muchosnidos no tardaría en llegar—. Siempre tuviste esa intención.
—¿Cómo sabes cuál era mi intención?
—Sé reconocer una sombra cuando la veo, Takari —dijo Galaeron.
El jefe de los phaerimm lanzó una ráfaga de disgusto que atravesó la plaza, y los Recolectores de Conjuros empezaron a tirar del hilo mucho más rápido. Seguramente le habían llegado noticias del ataque en Corona de Nubes. Galaeron no tenía mucho tiempo para convencer a Takari del peligro que corría. Tal como pensaba, una vez que la batalla comenzara correría a arrebatarle a Kuhl su espada.
—Hay una sombra en tus ojos —continuó Galaeron—. Querías una espadaoscura para ti y Keya te hizo ver el modo de conseguirla.
—Eso no significa que fuera a matarlo —replicó Takari—. Los humanos tienen vidas cortas, especialmente por aquí, y yo soy paciente.
—Tal vez ésa fuera tu intención antes de tocar la espada, pero estabas dispuesta a matarlo en los Jardines Flotantes.
—¡Me estaba atacando!
—Podrías haber trepado a cualquier árbol. Yo vi tu actitud, Takari, y el modo en que sostenías la espada, con las dos manos, lista para atacar.
—No sabes lo rápido que puede ser Kuhl —dijo Takari—. Tenía que defenderme.
Galaeron se arriesgó a apartar la atención de los phaerimm el tiempo suficiente como para mirar a los ojos a Takari.
—Cuando intentó coger la espada ibas a dejarte caer y a clavársela en la ingle. —En su voz no había acusación, sólo insistencia y certidumbre—. Habría parecido un accidente.
Takari sostuvo su mirada sólo un instante ante de apartarla. Sus defensas empezaban finalmente a derrumbarse. Se retiró al borde de la Linde de Sombra y espió a través de la maraña de hilos mágicos.
—El vestido de Hanali empieza a verse deshilachado —dijo—. Como no ataquemos pronto a los Recolectores de Conjuros…
—No puedes pasar esto por alto, Takari —la interrumpió Galaeron—. Vuelve a pensar en cuando cogiste prestada la espada de Kuhl en los Jardines Flotantes. Te tomaste tiempo para ponerlo boca arriba.
—No quería que se ahogara. —Daba la impresión de que estuviera recordando, no explicando—. No es tan malo para ser un humano.
—Pero después de haber tomado prestada la espada…
—No la tomé prestada. No se puede pedir prestado lo que ya es… —Takari no terminó la frase, después se llevó la mano a la boca y se volvió una vez más a mirar a Galaeron—. ¡Y ahora quiero verlo muerto!
—Es la espada. Esa espada tiene una maldición. —Galaeron la sujetó por el brazo y suavemente la apartó del borde de la Linde—. Te abre a tu sombra.
—¿Mi sombra? —Takari dio un respingo. Era la primera vez que Galaeron veía auténtico terror en sus ojos—. ¿Me convertiré en uno de ellos?
—Creo que dependerá de cómo reacciones —dijo Galaeron—. No estoy seguro, pero sé que no debes volver a cogerle la espada a Kuhl. Si lo haces, tendrás que matarlo, y si lo matas estarás irremisiblemente perdida.
—Fantástico. —Los ojos de Takari se apartaron de los suyos y se fijaron en algo más allá de su hombro—. Muchosnidos…
Galaeron se volvió y vio al pequeño pájaro volando hacia el árbol que estaba encima del jefe de los phaerimm. En el pico llevaba algo puntiagudo que medía el doble que él.
—¿Qué es lo que lleva? —preguntó Takari.
Galaeron retorció el extremo de unas cuantas hebras de sedasombra, luego formuló un conjuro y empezó a cepillarse con el extremo en forma de brocha.
—No lo sé —dijo—, no forma parte del plan.
Muchosnidos se posó en la rama más baja por encima de la cabeza chata del phaerimm. Estiró el cuello hacia adelante soltando un agudo chillido y soltó lo que llevaba. El objeto cayó de punta y al girar levemente pudo verse el largo aguijón.
—¡Es la punta de una cola! —balbució Takari.
El aguijón golpeó al phaerimm en la boca y rebotó en su protección contra proyectiles. La criatura resopló confundida y se inclinó hacia adelante para recuperar el aguijón. Mantuvo aquello encima de la boca abierta durante un momento, después alzó la cabeza hacia la rama en la se había posado el pájaro que no dejaba de gorjear.
—Creoqueesnuestraseñal. —Las palabras de Galaeron salieron de un tirón pues el conjuro de velocidad que había formulado sobre sí ya había empezado a hacer efecto—. Recuerdaelplan.
Sin esperar respuesta, Galaeron flotó hasta el borde de la Linde y envió dos proyectiles oscuros contra el jefe phaerimm. El primero le abrió un agujero como un puño en todo el pecho y lo lanzó contra el tronco del árbol. El segundo lo alcanzó en el borde de la boca. Le dejó un largo surco en un lado de la cabeza chata y le cercenó un brazo a la altura del hombro.
Los pies calzados con botas de Takari aterrizaron de lleno en la espalda de Galaeron cuando, ejecutando la parte del plan que le tocaba, le propinó una patada voladora y lo envió dando tumbos hacia la plazoleta. No puede decirse que él pasara a través de las hebras de magia del Tejido, más bien fueron las hebras las que pasaron a través de él, ardiendo como orugas y envolviéndolo en un halo de chispas verdes. Eso no formaba parte del plan. Entrevió al jefe de los phaerimm enroscado en torno a la base del árbol. Los tres brazos que le quedaban descansaban inertes en el suelo y del agujero abierto en el pecho salía un humor negro. Galaeron se detuvo y se volvió colocándose de frente a la estatua de Hanali.
Los Recolectores de Conjuros habían dejado de extraer magia y empezaban a apartarse del círculo. Galaeron apuntó dos brazos hacia atrás, hacia la sombra de la que había emergido. Takari ya retrocedía hacia las sombras, desapareciendo en la Linde sus piernas y la punta de su espadaoscura prestada, tal como lo habían planeado. Galaeron hizo gestos desesperados hacia ella, lanzando con los brazos nubes de chispas verdes al atravesar el aire.
—¡Tras ella! —empleó su magia para aullar en eólico—. ¡Se escapa!
Ya fuese por su acento o por las líneas relumbrantes de chispas verdes, los phaerimm no parecían muy dispuestos a hacerle caso. Alzaron los brazos hacia donde él estaba, y a pesar de su magia de velocidad, Galaeron apenas tuvo tiempo de alzar un escudo de sombra antes de que cien proyectiles dorados lo alcanzaran. Se acurrucó detrás del círculo y trató de no gritar. El silbido de los proyectiles que se aproximaban se transformó en un zumbido, y éste en un rugido, y el rugido en un estallido ensordecedor al golpear los proyectiles el escudo y desaparecer en el plano de sombra. El estallido dio lugar a un silencio reverberante que sacudió el suelo y dejó un pitido en los oídos de Galaeron y un picor en su nariz debido al olor de la magia consumida.
Galaeron no esperó. Dio la vuelta al escudo y se arrojó a través de él a las sombras, e incluso entonces a punto estuvo de ser alcanzado por la tormenta de fuego mágico y rayos de desintegración que convergieron en el lugar donde había estado de rodillas. Esperó un momento a ver si alguno de sus atacantes era lo bastante tonto como para perseguirlo hasta el interior del círculo oscuro, a continuación lo cerró tras de sí y se coló entre las sombras volviendo junto a Takari.
—Tu plan no sirvió para nada —se lamentó Takari—. No creo que tu disfraz haya conseguido engañarlos.
Mientras hablaba, observaba lo que hacían los phaerimm en la plazoleta. Allí, dos grupos de tres phaerimm cada uno avanzaban hacia la sombra desde donde ella y Galaeron los observaban.
—Eso parece —respondió Galaeron—, pero mi plan sí funcionó.
Galaeron anuló la ilusión mágica que le confería el aspecto de un phaerimm, después sacó una flecha del carcaj de Takari y empezó a frotarla con sedasombra.
—¿De veras? —Takari sonaba incrédula—. A mí no me lo parece.
—¿Acaso no dejaron de atacar el Mythal?
Tras haber frotado la punta de flecha con sedasombra, Galaeron pronunció un conjuro de perforación y le devolvió el proyectil a Takari.
Takari lo colocó en el arco, pero se volvió hacia Galaeron antes de disparar, con la cabeza echada hacia atrás y la boca entreabierta.
—En el caso de que esto tampoco funcione…
—Seguro que funcionará.
Galaeron sacó otra flecha del carcaj y Takari puso los ojos en blanco.
—El mismo Galaeron de siempre. —Había en su voz un tono de auténtico disgusto—. Jamás le darás una oportunidad a una elfa de los bosques.
Apuntó la flecha hacia el phaerimm más próximo, que no estaba a más de veinte pasos y tensó el arco.
Galaeron apoyó su mano libre sobre el brazo con que lo tensaba.
Takari se volvió con gesto irritado.
—Te amo —dijo Galaeron.
Takari se quedó boquiabierta. Si Galaeron no le hubiera sostenido el brazo, habría dejado caer la flecha.
—Lo dices sólo porque vamos a morir.
Galaeron negó con la cabeza, y a continuación se volvió a mirar a los phaerimm que se acercaban. Ahora estaban a quince pasos. Formuló otro conjuro de perforación sobre la flecha que tenía en la mano.
Takari hizo caso omiso de los espinardos y siguió estudiando a Galaeron.
—Siempre tuviste un pésimo sentido de la oportunidad —dijo—, pero más vale tarde que nunca.
Dejó que su flecha volara y fue directa al blanco. La magia de sombra de Galaeron le permitió penetrar la protección contra proyectiles del phaerimm y hundirse a fondo en la carne de la víctima. El phaerimm chilló de dolor y se teleportó, aunque no tan rápido como para que Galaeron no reparase en el negro cráter de desintegración que se formó en torno a la flecha de Takari.
Los cinco supervivientes atacaron con una auténtica tempestad de conjuros de llamas, piedras meteóricas, relámpagos y magia letal de todo tipo. Cuando los conjuros penetraban en la sombra donde estaban ocultos Galaeron y Takari, eran canalizados a través de una puerta de sombra que daba a la plaza por el lado opuesto, y los phaerimm eran bombardeados por detrás con sus propios conjuros.
Dos murieron de inmediato, y dos más se teleportaron a lugar seguro. Galaeron le entregó a Takari la flecha mortífera. Ella la puso en el arco y la lanzó a toda velocidad contra el único espinardo que quedaba. La puerta dimensional de Galaeron relumbró una vez y desapareció. Para entonces, el phaerimm que la había desactivado yacía inmóvil en el suelo con un gran agujero negro que se iba expandiendo en su cabeza plana alrededor del punto donde había penetrado la flecha.
Galaeron cogió la mano de Takari y la guió hasta su cinturón.
—Sujétate fuerte —dijo.
—Puedes estar seguro de que lo haré.
Se volvió y corrió hacia las sombras profundas. Aunque su poder era lo bastante grande como para mantener a raya a la mayor parte de las criaturas menores con las que podían toparse en un recorrido tan corto a través de la Profundidad, Galaeron procuraba moverse de forma continua y rápida. Aunque tocada por la sombra, a Takari todavía le quedaba lo suficiente de una criatura del Tejido como para que Galaeron pudiera sentir su calor irradiándose contra su espalda… cálido y distinto…, y si él lo sentía, también podían sentirlo las bocas informes que acechaban a los incautos visitantes que se adentraban demasiado lejos de la Linde.
Cuando todavía no llevarían ni un segundo corriendo, un terrible gruñido acompañado de un borboteo se oyó a la distancia detrás de ellos. Takari se detuvo, tirando del cinturón de Galaeron mientras se volvía a mirar por encima de su hombro.
—Sigue corriendo —le advirtió el elfo—. Sigue o nosotros seremos los siguientes.
—¿Qué es? —preguntó Takari.
—Está siguiendo el rastro que dejamos —respondió Galaeron—. Eso es lo que importa.
A lo lejos se oyó el restallar de un rayo relampagueante y volvió el silencio. No hubo ni el más leve destello, y Galaeron sabía que aunque hubieran estado mirando directamente al rayo no habrían visto nada. En estas profundidades de la sombra, la luz se desvanecía prácticamente en su mismo origen. El monstruo de sombra volvió a gruñir y luego murió con un gemido de agonía.
—Eso no puede ser nada bueno —dijo Takari.
—Podemos hacer nuestro propio trabajo sucio —respondió Galaeron—. El ataque los retrasará. El sonido atraerá a cosas con las que ni siquiera los phaerimm quieren tropezarse.
—¿Y nosotros? —inquirió Takari.
—Nosotros tampoco. —Galaeron tiró de ella hacia la Linde—. Por eso salimos primero —añadió.
Una vez fuera de la Profundidad de la Sombra, Galaeron salió tras el árbol sobre el cual se había posado Muchosnidos. Se detuvo en la Linde. Aunque desde donde se encontraban no podía ver el interior de la plazoleta, también era menos probable que cualquier phaerimm que todavía estuviese merodeando por allí pudiera adentrarse en las sombras. Una vez más hizo un conjuro de perforación sobre otra flecha letal y se la entregó a Takari.
—Úsala sólo si el phaerimm viene a por nosotros —dijo—. Préstame la espadaoscura.
Takari se quitó el cinto, pero no se lo entregó.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—A sorprender a nuestros perseguidores —dijo, desenfundando la espada—. No debería resultar difícil, pero ya sabes qué hacer si no regreso.
Aunque la empuñadura empezó a helarle la mano, el frío ya no podía causarle malestar. Al igual que Melegaunt, Telamont y Hadrhune, él formaba parte de la sombra.
—Sí —dijo Takari—. Morirme.
—Me refería a comprobar si el jefe está muerto —añadió Galaeron.
Takari movió la cabeza fingiendo desesperación.
—Ya sé a qué te referías, Galaeron. —Empezaba a mirar para otro lado pero cambió de idea y cogió a Galaeron por la nuca—. Primero demuéstrame que no estabas mintiendo. Demuéstrame que me amas.
Acercó la cabeza del elfo a la suya y le dio un beso largo e intenso, un beso nacido de dos décadas de anhelo, un beso que ya no era posible retener. Aunque Galaeron sabía que los perseguidores no tardarían en llegar, se dejó fundir en él, dejó que su espíritu y sus labios y su lengua tocaran los de Takari como no lo había hecho jamás. Se unieron como sólo los elfos pueden unirse, y Galaeron supo lo que ella había sabido siempre, que eran almas gemelas, que pertenecían el uno al otro sin importar el dolor, la soledad y la tristeza que el destino pudiera depararles. No había nada que pudiera separarlos… Nada, salvo sus amantes humanos.
Takari sintió esto al mismo tiempo que Galaeron, por supuesto, y fue la primera en separarse.
Galaeron no esperó a que ella lo preguntase.
—Todavía la amo —dijo.
No estaba admitiendo nada que Takari no supiese ya, pero tenía que decirlo en voz alta. Se lo debía a ella y también a sí mismo.
—Tendría que estar ciega para no darme cuenta —reconoció Takari. Sonrió con cierta tristeza, y se miró el vientre—. Yo también tengo algunos enredos amorosos.
Galaeron la volvió a besar brevemente, y a continuación regresó a las sombras. Una vez solo, no tuvo el menor miedo de las criaturas invisibles que acechaban en la Profundidad. Al igual que ellas, formaba parte de la oscuridad, y cualquier cosa lo bastante poderosa como para encontrarlo y seguirle los pasos también sería lo bastante inteligente como para percibir su poder. Esta sabiduría también tenía su origen en el don que Melegaunt le había traspasado, lo mismo que su conocimiento de los phaerimm y de los modos y formas de la Profundidad de la Sombra, y el acervo de conjuros de sombra y quién sabe cuántos otros secretos oscuros de los shadovar. Por lo que él sabía, la única parte de la experiencia de Melegaunt que el anciano archimago no le había traspasado era qué hacer con todo ese poder y cómo administrarlo sabiamente. Lo más probable era que el propio Melegaunt no lo hubiera sabido jamás… o que no le importara.
A los veinte pasos, la Linde se perdió de vista. Galaeron se detuvo y esperó. No había necesidad de esconderse ni tampoco dónde hacerlo aunque hubiera querido. En la Profundidad sólo había sombra, y las manos de los conocedores del arte podían darle la forma de cualquier cosa que necesitasen o deseasen.
Galaeron no tardó en percibir una fuerte presencia que venía por el sendero que Takari y él habían tomado. Aunque era imposible para un elfo, o para cualquier criatura encerrada en una piel, percibir forma alguna, por la intensidad del calor que despedía y por su aparente tamaño dedujo que se trataba de un phaerimm. Aguardó el tiempo suficiente para cerciorarse de que sólo quedaba una criatura, entonces levantó ante sí un muro de sombra y esperó.
Aunque no estaba perdido ni mucho menos, el phaerimm estaba evidentemente asustado. En la vana esperanza de mantener a raya a los monstruos de sombra, hablaba en voz baja consigo mismo, usando sus poderes para remover las sombras en un constante torbellino. El espinardo tenía también media docena de conjuros listos para usar. Galaeron sentía los nódulos candentes de magia del Tejido que pendían de su cuerpo. Lo dejó pasar, después desactivó su muro de sombra y salió tras él.
El nervioso phaerimm reaccionó rápidamente, envolviéndose en un capullo de fuego y lanzando una andanada de dardos mágicos. El impacto alcanzó a Galaeron en el hombro y le hizo dar una voltereta en el aire. Incluso para él, era una manera muy poco segura de viajar por la Profundidad de la Sombra. Un par de mandíbulas se abrió por debajo de él y le lanzó un mordisco a la pantorrilla en un intento de arrastrarlo hacia alguna guarida oculta. El elfo hundió la espada en la sombra que había al lado de su pierna y, aunque aparentemente sólo atravesó el aire, la boca se abrió y quedó libre.
Al phaerimm le iba peor que a él. Galaeron podía sentir su presencia una docena de pasos por delante y hacia un lado, agitando las silenciosas sombras en una especie de espuma al manifestarse a su alrededor un grupo de criaturas de sombra, voladoras unas y reptantes otras, que tiraban de él en seis direcciones al mismo tiempo. El espinardo se defendía como podía, pero sus conjuros de teleportación no funcionaban y sus otros conjuros eran ineficaces. No importaba a cuántas criaturas destruyera, otras se formaban y venían a ocupar su lugar. No importaba el tipo de blindaje con que se protegiese, los colmillos y las garras oscuras de la sombra eran capaces de atravesarlo. Le arrancaron primero un brazo, después la cola y por último un trozo de espinoso pellejo.
Galaeron lo habría librado a su suerte si la sabiduría que Melegaunt le había infundido no le hubiera dicho que nunca hay que dar por muerto a un phaerimm hasta verlo con las entrañas fuera y ardiendo en el suelo. Retrocediendo hacia el árbol donde se había separado de Takari para no atraer a un grupo de sus propios atacantes, preparó una andanada de flechas de sombra y la lanzó contra su enemigo.
El impacto cogió por sorpresa tanto a la víctima como a los que la atormentaban. El phaerimm se rompió en pedazos que salieron volando en todas las direcciones desde las cuales tiraban de él. Las furiosas criaturas de sombra que no habían quedado en el lugar atravesadas por una flecha oscura se replegaron hacia la oscuridad y se dirigieron con sinuosos movimientos hacia donde estaba Galaeron.
Galaeron abrió una puerta de sombra y pasó por ella, saliendo al mundo relativamente seguro de la Linde. Por un momento quedó presa del aturdimiento y no supo dónde se encontraba. Después, los fogonazos de la magia de guerra empezaron a filtrarse a través de los árboles desde la pendiente que había más abajo y recordó que estaba en medio de una batalla y que su función era asegurarse de que la estatua de Hanali Celanil estuviera libre de phaerimm cuando Khelben y el resto de los Elegidos llegaran con los altos magos, y que Takari debería haber estado esperándolo allí mismo, en la Linde.
—¿Takari?
Galaeron echó una mirada alrededor y no encontró nada. Salió dando traspiés a la ladera de la colina. Se encontraba mareado y dolorido y su brazo estaba tan débil que a duras penas podía levantarlo.
—¡Takari!
La única respuesta fue una serie de gorjeos nerviosos provenientes del árbol bajo el cual se encontraba. Galaeron echó atrás la cabeza y vio la forma familiar de Muchosnidos que lo miraba desde arriba.
—¿Que hizo qué? —Galaeron no podía creerlo. Takari no era de las que dejan su puesto, ni siquiera tocada por la sombra como estaba—. No puede ser cierto.
Muchosnidos respondió con un chillido agudo y señaló con el pico colina abajo.
—¿Y el jefe?
Muchosnidos gorjeó una pregunta.
—El jefe phaerimm —aclaró Galaeron—. Aquel sobre el que dejaste caer el aguijón.
El pinzón pió enfadado.
—Está bien, el que tú atacaste —dijo Galaeron—. ¿Qué hizo con ese phaerimm?
La respuesta del ave hizo que Galaeron rodeara el árbol lo más rápido que pudo. No había ningún phaerimm en la plazoleta que rodeaba a la estatua, al menos a primera vista, y no había nada donde debería de haber estado el jefe, únicamente un charco de sangre negra y humeante.
—¡Dejó que se fuera! —gritó Galaeron—. ¡Takari dejó su puesto!
Muchosnidos bajó del árbol y se posó en una de las flechas que quedaban en el carcaj de Galaeron. Desgranó una larga pregunta, después ladeó la cabeza y miró colina abajo hacia el campo de batalla.
—No —gruñó Galaeron—, realmente no creo que Kuhl necesitara su ayuda.