Capítulo 16

2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

Galaeron llegó enredado en una maraña de brazos humanos y elfos, por un lado Vala lo agarraba por ambos hombros y Takari lo hacía por la cintura, mientras Kuhl los envolvía a todos en un gran abrazo osuno y lo miraba fijamente como si no estuviera seguro de que su transformación de phaerimm a elfo fuese realmente una vuelta a su verdadera forma.

El aire apestaba a azufre y a carne quemada, y estaba cargado de explosiones, chasquidos y gemidos lastimeros. Galaeron, que todavía estaba luchando por recuperarse del aturdimiento producido por la teleportación, recordó que había estado en algún otro lugar intentando huir de algún cataclismo inminente. El aire olía de la misma manera, y el estruendo de la batalla había sido igual de fuerte. Comenzó a temer que no hubieran logrado escapar después de todo, que estuvieran a punto de sufrir las consecuencias del terrible acontecimiento del que habían estado huyendo.

Galaeron dirigió la vista hacia la bóveda de un bosque de copas azules y la sensación de familiaridad lo hizo encogerse.

—Creo que el Mythal rechazó…

Estaba a punto de decir «mi conjuro de teleportación» cuando un brillo plomizo se dejó ver a través del bosque. Lo sacudió una terrible conmoción que hizo erupción en el centro de su estómago y explotó hacia afuera. Se le entumecieron las palmas de las manos y las plantas de los pies, los oídos le martilleaban y le dolía toda la cabeza.

Se encontró a cuatro patas junto con Vala, Takari y Kuhl. Todos pensaban que iban a morir y se preguntaban por qué el Mythal había interferido con su magia cuando normalmente sólo rechazaba conjuros translocacionales cuando éstos cruzaban su perímetro. Por supuesto, Galaeron había usado magia oscura. Meses atrás, un Mythal sano había impedido a Melegaunt tocar el Tejido de Sombra, pero debilitado como estaba, no había obstaculizado ninguno de los conjuros que Galaeron había lanzado en el exterior de la Cueva de los Gemidos.

Galaeron no había llegado más lejos con sus pensamientos cuando se le ocurrió que ya había sobrevivido a la onda expansiva. Se dio cuenta de que el estruendo de sus oídos no era más que un silencio ensordecedor, y el suelo que pisaba ni siquiera había temblado con el impacto producido por la caída de un copa azul. Se incorporó sobre las rodillas, miró a su alrededor y vio que si bien el bosque le resultaba familiar, no era el que había por debajo de la Cueva de los Gemidos. La maleza había servido de refugio a los animales y a los pájaros y el terreno no era tan empinado.

Quizá habían llegado al Prado Lunar después de todo. Galaeron comenzó a incorporarse…, pero la mano carnosa de Kuhl se lo impidió. El vaasan usó el lenguaje de los dedos para pedir silencio, a continuación se introdujo de nuevo entre la maleza con el mismo sigilo que un elfo. Cuando Vala y Takari hicieron lo mismo, Galaeron se tumbó boca abajo y las siguió, volviéndose después para escudriñar escondido tras un arbusto.

El Prado Lunar estaba justo delante, su reducida extensión estaba cubierta de humo acre y la hierba, antes jugosa, estaba quemada como consecuencia de la batalla. En el otro extremo, el estanque Gloria del Amanecer se había vuelto rosado por la sangre derramada y el agua todavía hervía debido a algún tipo de calor mágico. Había cuerpos tanto de elfos como de otras razas desparramados por el lado opuesto, donde los Elegidos y la Compañía de la Mano Fría habían sido atacados cuando todavía estaban aturdidos. Al igual que Galaeron y sus compañeros, aquellos que estaban en el campo de batalla comenzaban a recuperarse e incorporarse. Daba la impresión de que a ambos bandos la batalla los había pillado desprevenidos. A los elfos y a sus aliados los habían cazado en campo abierto mientras que los phaerimm y sus esclavos mentales aparecían esparcidos de cualquier manera por el borde de la pradera junto a Galaeron y sus compañeros.

Un elfo con la armadura hecha jirones cogió una espadaoscura y la usó para cortar la cabeza llena de tentáculos de un desollador de mentes. Un phaerimm acudió flotando y contraatacó con un rayo negro que dejó un agujero del tamaño de un melón en el pecho del guerrero. Otro elfo se levantó de un salto, atrapando la espada antes de que cayera al suelo, y cargó contra el asesino. La batalla estalló con furia inusitada, rayos plateados y destellos blanquecinos trazaban líneas brillantes en el aire, surgían llamaradas del suelo ennegrecido, cabezas, pechos y cuerpos quedaban destrozados sin causa aparente. Incluso el Mythal hizo el esfuerzo de unirse, arrojando sobre los enemigos de Evereska una lluvia de perdigones fangosos que se disolvían sobre sus hombros y cuyo único efecto era el de hacer que los elfos lucharan con más ahínco.

Galaeron pensaba en Keya y quería lanzarse al campo de batalla para encontrarla, pero su parte más tranquila —la parte más oscura y astuta— lo contenía. A lo único que conducían los actos heroicos sin sentido era a una muerte sin sentido, y Keya lo necesitaba con vida. La Compañía de la Mano Fría al completo lo necesitaba, al igual que Khelben y los otros Elegidos, y toda Evereska. Era el único que entendía a los phaerimm, el único que sabía cómo derrotarlos. Tenía que trabajar para conseguir su propósito y confiar en que su hermana sabría mantenerse con vida. Hacer otra cosa hubiera sido traicionar el espíritu guerrero que residía en ella… y el de la misma Evereska.

Galaeron encontró a los Elegidos cerca del estanque Gloria del Amanecer, todavía disfrazados de phaerimm y rechazando conjuros que provenían del centro de la Compañía de la Mano Fría. Al principio pensó que simplemente estaban intentando proteger su identidad y escapar hasta que pudieran llevar a cabo su plan. Después de un instante de minuciosa observación se dio cuenta de que sus conjuros eran todos rayos y truenos, y que se estaban situando cuidadosamente para pillar a los phaerimm en un ataque por el flanco. Viendo que podía irles incluso mejor, se introdujo aún más entre la maleza, y a continuación hizo señas a los demás para que se armasen y lo siguieran.

Kuhl se movía más como un gato salvaje que como el oso cavernario al que tanto se parecía, y los cuatro compañeros se deslizaron rodeando a los phaerimm por los flancos. Galaeron salió de un salto de un arbusto que había detrás de un illita, y el corazón de la criatura dejó de latir antes de que se diera cuenta de que alguien lo había traspasado con una espada. Mientras Galaeron volvía a desaparecer, la flecha mortal de Takari pasó zumbando junto a su cabeza y mató al compañero acechador del illita, a continuación Vala y Kuhl salieron de entre la maleza con gran ímpetu para atacar a unos atónitos osgos. Los dos más cercanos levantaron sus hachas de batalla para defenderse. Las espadaoscuras de los vaasan rebanaron los gruesos mangos de roble como si se tratara de barras de pan, y a continuación rajaron las gargantas de ambas criaturas. Los otros dos osgos, aterrados y a la vez aturdidos, se lo pensaron mejor y en vez de luchar corrieron a dar un rugido de alarma.

Fue un gran error. Galaeron les lanzó un rayo oscuro, Takari disparó otras dos flechas mortales y los vaasan les arrojaron sus espadaoscuras. Sólo Vala apuntó al más cercano, pero su espada negra se hundió hasta la empuñadura entre los omóplatos del monstruo, que todavía dio tres pasos antes de caer al suelo sin vida. Los otros osgos, que habían perdido la cabeza por la magia de Galaeron, cayeron donde lo había hecho el primero con el corazón reventado por la espada de Kuhl y las piernas dobladas por efecto de las flechas negras de Takari.

La primera señal de contraataque llegó cuando un enorme tronco de copa azul estalló en astillas llameantes. Un terrible crujido resonó entre los árboles, y Galaeron, al mirar hacia arriba, vio lo que parecía un cielo de hojas y troncos precipitándose hacia él. Lanzó una bola de materia sombra y gritó una palabra en netherese antiguo. Una red de hebras oscuras apareció por encima de él, anclándose a los árboles cercanos para atrapar al copa azul que estaba cayendo.

El chisporroteo de los meteoros que caían arremolinados resonó a través de los bosques proveniente de algún lugar por delante de ellos. Galaeron se arrojó tras el copa azul más cercano y vislumbró un rastro de humo que se inclinaba hacia él a medida que las piedras ajustaban la trayectoria. Impactaron contra el árbol en una serie de estallidos. Avanzó a gatas y echó un vistazo al otro lado del tronco, momento en el que un rayo negro a punto estuvo de arrancarle la cabeza. De una voltereta se apartó en la dirección opuesta y quedó cegado por un rayo que se acercaba.

Tumbado boca abajo, Galaeron se aplastó contra el suelo mientras el rayo crepitaba por encima de su cabeza y pasaba de largo. Ahora que el tiempo corría a la misma velocidad para todos, no era rival para un phaerimm. Se echó atrás, preparó un escudo de sombra, y apenas tuvo tiempo de erigirlo antes de que la maleza se abriese a unos doce pasos de distancia y asomara una cabeza llena de espinas.

Vala apareció detrás de la criatura, le abrió con la espadaoscura la espalda de arriba abajo, y volvió a desaparecer tras la maleza antes de que un rayo verde resplandeciente desintegrara el follaje en el lugar donde había estado. El arco de Takari silbó y el rayo desapareció. Vala se incorporó, agitando la cola cortada de un phaerimm para que la viera Galaeron, y se dirigió de nuevo al bosque.

Antes de seguirla, Galaeron transmitió mentalmente:

Khelben, están atrapados entre nosotros. Nos estamos acercando desde el otro extremo.

Para cuando salió de detrás del árbol, Kuhl había matado a un segundo phaerimm que había acudido en ayuda del que había matado Vala. Galaeron volvió a su sitio en la línea de batalla y se escabulleron a través de la maleza matando a varios osgos y a dos illitas más antes de que Takari emitiera un trino de pájaro a modo de advertencia hacia el interior del bosque.

Una andanada de rayos y bolas de fuego se dirigió a gran velocidad hacia el ruido, incendiando dos copas azules y desperdigando ramas ardiendo y miembros cercenados por el suelo del bosque. Galaeron siguió uno de los conjuros hasta la fuente y divisó lo que parecía un tronco en forma de cono que se mantenía sospechosamente erguido en medio de una gran zarza de la miel a unos veinte pasos más adelante. Lanzó una andanada de flechas de sombra a gran velocidad hacia el tronco y a continuación se puso a cubierto y se alejó dando volteretas. Lo ayudaron a avanzar varias ondas expansivas y un muro de calor mágico.

Cuando por fin se detuvo, el bosque que se extendía frente a él se estaba desintegrando en astillas y llamas. Se puso de rodillas y vio a un illita avanzando a tumbos hacia él. Miraba por encima del hombro con los ojos muy abiertos desde el centro de la cabeza llena de tentáculos. Galaeron apenas tuvo tiempo de desenvainar la espada antes de que la criatura llegase junto a él y quedase empalada. Terminó el trabajo con unas cuantas estocadas, y a continuación echó a un lado el cuerpo del illita.

La situación era más o menos la misma en el resto de la línea de batalla, y a Galaeron no le cabía ninguna duda de que era porque los Elegidos estaban detrás del enemigo, atacando. Los esclavos mentales de los phaerimm huían a ciegas de aquel infierno, en una trayectoria que los llevaba directamente hacia Vala y Kuhl. Los vaasan estaban cobrando un peaje terrible, girando como torbellinos, cortando en dos a todos los monstruos que se pusieran al alcance de sus espadaoscuras y usando las empuñaduras para dejar inconscientes a algún que otro elfo al que habían hecho esclavo mental.

Sin embargo, ellos eran sólo dos, y fácilmente habría cien esclavos mentales. Docenas de ellos salían de la maleza con gran estrépito. Takari hacía todo lo que podía para detener a los monstruos, vaciando el carcaj en sus espaldas y avanzando lentamente para poder recuperar las flechas que ya había disparado de los cuerpos inertes. Galaeron usó rayos de sombra para cortarle el paso a dos osgos y un acechador que se acercaban por la espalda a Takari, y a continuación ésta abatió a un illita en plena huida. Ya no quedaban más enemigos.

Galaeron empezó a oír el repiqueteo de la lluvia a su espalda, y al volverse se encontró con un pequeño torrente que inundaba la línea de batalla, extinguía el fuego y llenaba el bosque de oleadas de vapor. La tormenta no podía hacer nada para salvar los árboles que ya se estaban quemando, pero al menos evitaría que las llamas se extendieran.

Cuando tres phaerimm surgieron de la nube de vapor, Galaeron comenzó a preparar un rayo de sombra. Sabía que eran los Elegidos por el modo en que la oscuridad del bosque se adhería a sus cuerpos, pero eso no evitó que se encogiera de miedo. El disfraz era más convincente de lo que había supuesto, y de repente comprendió por qué había sido tan difícil convencer a Keya de su identidad cuando estaban en la Cueva de los Gemidos.

—Es triste perder tantos copas azules —se lamentó Khelben, volviendo su cabeza chata para mirar en dirección a la batalla—. La mayor parte son más viejos que yo.

—Evereska ha sido invadida —dijo Galaeron—. Los árboles deben pagarlo, al igual que nosotros.

Takari quedó boquiabierta, escandalizada. Comenzó a reprenderlo por decir algo semejante, pero a continuación lo pensó mejor y sencillamente le lanzó a Vala una mirada acusadora.

Vala se encogió de hombros y dijo:

—A mí no me mires. Yo no fui la que le aconsejó que aceptara a su sombra.

—No estoy diciendo que deberíamos dejar que el bosque se queme —replicó Galaeron—, sólo que deberíamos recordar lo que sucederá con los bosques de Evereska si los phaerimm la invaden.

—Algunas veces el mal menor es el único bien posible —lo apoyó Learal antes de dirigirse hacia la linde del prado—. Vamos a comprobar si Keya necesita ayuda, ¿de acuerdo?

* * *

La Compañía de la Mano Fría tenía la situación controlada. La mayor parte de los esclavos mentales, sin sus amos phaerimm para guiarlos e intimidarlos, habían perdido todo interés por la lucha y comenzaban a retirarse. Apenas hicieron falta un par de rayos lanzados desde el flanco para convertir la retirada en derrota, y minutos más tarde las fuerzas de Evereska se encontraron solas en el campo de batalla.

Keya dio órdenes de recoger a los heridos y recuperar las espadaoscuras, a continuación le hizo un gesto a Aris para que saliera de su escondite al otro lado del prado y fue a reunirse con Galaeron y los demás. Con el rostro cansado por la batalla y la frente surcada por profundas arrugas de preocupación, parecía mucho más vieja y ceñuda que la última vez que Galaeron la había visto, pero también más fuerte. Se detuvo con Burlen pegado a sus talones, y tras dar a Vala un abrazo cálido aunque cansado, dio un paso atrás y estudió a su hermano.

Había una dureza en su mirada que hizo que Galaeron se preguntara si lo culparía de todo lo que había ocurrido en Evereska y empezara a temer que su reencuentro no fuera demasiado alegre. Estaba más que dispuesto a asumir la responsabilidad de sus meteduras de pata, pero pensar que sus errores podrían abrir un abismo entre él y su hermana era más de lo que podía soportar. Ya era suficientemente malo que la guerra que él había provocado les hubiese arrebatado a su padre; pero la posibilidad de que además pudiera destruir lo poco que quedaba de su familia sería un castigo digno de Loviatar.

Finalmente, Keya se llevó una mano al abultado vientre y dijo:

—Ya te habías enterado, ¿verdad?

Preguntándose qué tendría que ver el embarazo de su hermana con sus errores, Galaeron respondió:

—Storm me lo dijo.

—Bueno, ¿y a qué estás esperando? —Keya volvió a posar la mano sobre la empuñadura de la espadaoscura que colgaba de su cinto y añadió—: Sencillamente dilo y acabemos de una vez con esto.

Galaeron frunció el entrecejo, confuso.

—¿Qué es lo que hay que decir?

Keya se encogió de hombros, pero apretó los labios y comenzó a recuperarse visiblemente.

—Sé que esto es algo inesperado, pero tengo más de ochenta años. Puedo tomar mis propias decisiones…, y además, no había nadie a quien preguntarle.

—Preguntar —repitió Galaeron—. ¿Sobre qué?

Vala le dio un codazo en la espalda.

—El bebé.

—¡Pedazo de rote! —exclamó Takari—. ¿Te has vuelto completamente humano?

Finalmente se dio cuenta de que Keya no lo culpaba por lo que había ocurrido en Evereska, ni siquiera estaba pensando en la guerra. Estaba asustada, no enfadada, y lo único que quería de él era lo mismo que él quería de ella. Comenzó a reír, lo cual hizo que Keya apretara la mandíbula.

—¿Eso es todo lo que te preocupa? ¿Lo que yo pienso? —preguntó Galaeron. La asió por los hombros—. ¡No tengo palabras para expresar lo feliz que me hace!

Ahora era Keya la que parecía confusa.

—¿Por qué no iba a importarme lo que tú piensas?

Antes de que Galaeron pudiera contestar, Takari se interpuso entre ambos.

—Galaeron se alegra mucho por ti —dijo—, y piensa que Dex será un padre maravilloso… para ser humano. ¿Verdad, Galaeron?

—Por supuesto —respondió Galaeron—. Tan sólo pensaba…

—Y Keya está muy contenta de que hayas vuelto —lo interrumpió Takari—. No importa lo que digan los altos dignatarios elfos, ella sabe que nada de esto es culpa tuya. ¿Tengo razón, Keya?

—Hasta los altos dignatarios elfos saben que los shadovar te engañaron —afirmó Keya—. Han estado planeando esto durante siglos.

Takari hizo un gesto con la cabeza a Burlen y dijo:

—Salgamos de aquí antes de que los phaerimm vuelvan para terminar el trabajo.

—¿Volver? —repitió Galaeron—. Eso es lo único que no debe preocuparnos. Ningún superviviente phaerimm admitiría jamás que fue derrotado.

Keya y Takari intercambiaron miradas, a continuación Keya dijo:

—Galaeron, ellos siempre vuelven.

—Están decididos a aniquilar a la Compañía de la Mano Fría —añadió Takari—, pero estamos haciendo que lo paguen caro.

—¿Decididos? —A Galaeron no le gustaba cómo sonaba aquello—. ¿Quieres decir que todavía están luchando organizadamente?

Burlen miró a Galaeron con expresión ceñuda y se puso a refunfuñar.

—Claro que están organizados. Si quieres matar a una manada de lobos, tendrías que estar más organizado de lo que lo están ellos.

—¿Así que están trabajando todos juntos? —preguntó Galaeron. Aquello no le cuadraba, se contradecía con todo lo que Melegaunt había aprendido acerca de los phaerimm durante el siglo que había dedicado a espiarlos—. ¿No hay ninguno peleando por la magia de Evereska? ¿Ninguno que trate de reclamar la mejor guarida?

—Están demasiado ocupados cazándonos —respondió Keya. Se volvió hacia Burlen—. Ocúpate de que los magos de guerra coloquen algunas protecciones letales. Nos encontraremos en los Jardines Flotantes para planificar nuestro próximo ataque.

Burlen acababa de darse la vuelta para transmitir la orden cuando la Compañía de la Mano Fría comenzó a fundirse con el bosque. Keya cogió a Galaeron de la mano y, haciéndoles señas a los demás para que los siguieran, comenzó a caminar por el bosque hacia la parte posterior del estanque Gloria del Amanecer.

—Estoy contenta de que hayas vuelto a casa, hermano, incluso tal como están las cosas últimamente. —Keya miró ceñuda a los Elegidos, y a continuación preguntó con voz tranquila—: ¿Por qué esos disfraces de phaerimm? Estuvimos a punto de mataros.

—Idea mía —le explicó Galaeron—. Esperaba que los phaerimm ya estuvieran luchando unos con otros. Íbamos a avivar el fuego, a fingir que estaban matándose entre sí y robándose el botín los unos a los otros. Esperábamos empezar una batalla de todos contra todos.

Alcanzaron el borde del estanque Gloria del Amanecer. Keya se detuvo y envió a Takari a explorar el terreno con Kuhl y Burlen, y Vala decidió acompañarlos. Cuando se hubieron desvanecido entre la maleza, Keya volvió la vista hacia Galaeron.

—¿Qué te hizo pensar que algo como eso conseguiría engañarlos?

—Yo me estaba preguntando lo mismo —dijo Khelben, hablando por encima del hombro. El y las hermanas Mano de Plata seguían disfrazados de phaerimm—. La fuente de Galaeron estaba claramente equivocada.

—No. La información era correcta. Ésa era la razón por la que Telamont quería que volviese.

—No sería la primera vez que los shadovar te han engañado, o me han engañado a mí —dijo Learal, posando un par de delgadas manos de phaerimm sobre los hombros de Galaeron—. Nunca juegan al juego que nosotros creemos. Eso es lo que los hace tan difíciles de vencer.

—O quizá algo haya cambiado —añadió Storm—. Lo que sea. Pero estos disfraces han cumplido su función. Si los phaerimm están coordinando sus esfuerzos, dudo de que los vayamos a engañar otra vez, y, para ser sinceros, estoy harta de ir por ahí de babosa gigante.

—Yo también. —Learal se mostró de acuerdo—. La próxima vez que me ataquen, preferiría que no fueran los elfos.

Galaeron deshizo la magia del disfraz, pero seguía convencido de que la información que tanto le había costado reunir a Melegaunt no podía haberse quedado anticuada. Había algo en aquella situación que todavía no llegaba a comprender.

Comenzaron a caminar por el bosque detrás de Takari y los otros exploradores, y Galaeron dijo:

—Keya, destruir a la Compañía de la Mano Fría no puede ser lo único que los phaerimm están haciendo en Evereska, ¿qué más están haciendo?

—¿Que nosotros sepamos? —inquirió Keya—. Por un lado tienen a lord Duirsar y a Kiinyon Colbathin prisioneros en el palacio de Corona de Nubes.

—¿Solos?

Keya negó con la cabeza.

—Lord Duirsar está rodeado de un círculo de altos magos de Siempre Unidos, y Zharilee tiene consigo a lo que queda de la Cadena de Vigilancia.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Khelben, que iba caminando al lado de Keya—. He intentado contactar con lord Duirsar y Kiinyon por medios mágicos, pero no recibí ninguna contestación.

—Los phaerimm han rodeado el palacio con un escudo antimagia —le informó Keya—, pero Muchosnidos va y viene a su antojo.

—¿Tienen prisionero a lord Duirsar? —inquirió Galaeron.

—Aislado —lo corrigió Keya—. No podían traspasar las protecciones del palacio, así que evitaron que se fuera.

—Eso es más propio de los altos magos —comentó Learal—. Si la Compañía de la Mano Fría les causa problemas…

—¡Eso es! —dijo Galaeron de repente—. ¡Los altos magos!

—¿Qué pasa con los altos magos? —preguntó Khelben.

En lugar de contestar, Galaeron se detuvo y cogió a su hermana por los hombros.

—Dijiste que «por un lado» los phaerimm tenían prisionero a lord Duirsar —le recordó—. ¿Qué más hay?

—Aparte de la lucha que se puede esperar en una batalla, realmente hay una sola cosa más —respondió Keya—. Al menos diez de ellos se han reunido junto a la estatua de Hanali Celanil. No hemos intentado penetrar en el perímetro de seguridad, pero Muchosnidos dice que están usando gran cantidad de magia.

—Apuesto a que sí —dijo Khelben.

Keya pareció perpleja ante su comentario, pero Galaeron tenía la sensación de saber exactamente a qué se refería Khelben.

—¿Fue ahí donde se creó el Mythal? —Galaeron dio un grito sofocado. Era un secreto tan celosamente guardado que, aparte de lord Duirsar y los altos magos de la ciudad, sólo el amigo más leal de Evereska entre los Elegidos podía conocerlo—. ¿En la estatua de Hanali Celanil?

—Dudo de que hubiera una estatua ahí cuando se creó —respondió Khelben—, y yo no estaba allí, ¿sabes?

—Pero eso es lo que te han dado a entender —concluyó Galaeron. En su interior empezaba a consolidarse una convicción y su excitación iba en aumento, mientras pensamientos a medio formar se agolpaban en su cerebro, encajando todas las piezas del rompecabezas en su lugar—. Eso explicaría por qué todavía no han empezado a luchar unos con otros.

—¿De veras? —preguntó Aris, que había estado caminando sigilosamente tras ellos—. ¿Se están alimentando del Mythal?

—No se están alimentando —respondió Galaeron—, eso provocaría peleas.

—Entonces lo están desmantelando —aventuró Khelben, siguiendo la línea de razonamiento de Galaeron—. Lo están deshaciendo conjuro a conjuro.

—¿Para que la magia vuelva al Tejido? —preguntó Keya—. ¿Por qué habrían de hacer eso?

—Porque la magia no volverá al Tejido —replicó Storm—. Ya no es pura. No puede.

—La magia se quedará aquí, dentro de los límites del viejo Mythal —les explicó Learal—. Impregnará toda la zona.

Llegaron al camino que iba desde el estanque de Gloria del Amanecer hasta la torre del Prado Lunar. Tras oír los armoniosos trinos de Takari, cruzaron hasta la colina de Goldmorn y subieron la pendiente. Los bosques eran allí más abiertos, y por lo tanto más peligrosos.

Cuando todo el grupo hubo cruzado sin incidentes, Khelben miró a Galaeron por encima de la cabeza de Keya.

—Al parecer los phaerimm han aprendido a compartir. No parecen las mismas criaturas a las que tú decías que te bastaba un día para hacer que lucharan unas con otras.

—No lo parecen —Galaeron se mostró de acuerdo—, pero si han aprendido a compartir es sólo porque ha surgido un líder lo suficientemente fuerte como para imponer normas.

—Si ha surgido un líder fuerte entre los phaerimm —dijo Learal—, no debemos permitir que se apoderen de Evereska.

Storm asintió y cerró el puño, tocando suavemente el hombro de Galaeron.

—Si en algo valoramos el resto de Faerun, no debemos permitirlo.

* * *

El pinzón estaba de nuevo sobre el árbol, observando a través de las ramas del copa azul al grupo de phaerimm que flotaba alrededor de la estatua de la diosa elfa. No emitía el menor sonido ni de alarma ni de protesta, y aunque daba la impresión de que estaba observando los progresos que hacían, Arr no se atrevía a disparar contra aquella molestia emplumada. Los Recolectores de Conjuros finalmente habían encontrado un hilo de magia suelta y estaban a punto de extraer el primer conjuro del Mythal, y nada más lejos de sus intenciones que romper su concentración.

Incluso con Zay y Yao, y ocho de los mejores artistas conjuradores de su raza —o de cualquier otra raza— trabajando sin parar desde que habían penetrado en la ciudad, su plan todavía tenía que producir un atisbo de magia. Dos jóvenes de espinas blandas ya habían violado el edicto de la Coalición de Guerra contra el saqueo, y ella había tenido que prometerle a Tuuh una recompensa por servicios para cazarlos y colgar sus pieles en la Piedra Comunal como advertencia para los demás. Y ahora corría el rumor de que en la Cueva de las Burlas cuatro púas largas habían atacado a sus congéneres poco antes de la explosión.

Los miembros de la Coalición de Guerra estaban empezando a dudar de su plan, especialmente de su habilidad para evitar el saqueo. Tenía esa sensación por la frecuencia con que le preguntaban acerca de los progresos de los Recolectores de Conjuros y por las ráfagas con que se mantenían mutuamente apartados de la gran armería situada en la Academia de Magia. Su plan tenía que empezar pronto a liberar la magia del Mythal o la Coalición de Guerra se disolvería a su alrededor. Arr no se hacía ilusiones con respecto a lo que le depararía el futuro en ese caso. Había prometido demasiados regalos, y los phaerimm no poseían la virtud de perdonar.

Ryry salió del bosque detrás de Arr y flotó junto a ella.

—¿Qué tal va? —preguntó.

—Tendrás tu corona de conjuros —dijo Arr con una ráfaga de viento—. ¿Qué noticias traes de la Cueva de las Burlas?

—Después de la explosión, ha comenzado a llamarnos gusanos planos —la informó Ryry—. Reivindica el conjuro como suyo.

Arr comenzó a enroscar la cola. La volvió a estirar, y a continuación decidió que tenía que ser mentira. ¿Desde cuándo las cavernas podían lanzar conjuros?

—Entonces estoy segura de que le preguntaste por qué había matado a tantos elfos junto con dieciocho de los nuestros —comenzó a decir Arr.

—Por supuesto.

Varios de los phaerimm Recolectores de Conjuros comenzaron a tirar, unos detrás de los otros, con los cuatro brazos como si estuvieran tirando de una larga cuerda. Arr hizo un gesto con la mano para silenciar a Ryry y se mantuvo quieta como una piedra, rogando que al fin tuvieran una hebra, aunque fuera pequeña, para demostrarle a la Coalición de Guerra que la cosa progresaba tal como había prometido.

El gorrión pió.

Los brazos de los artistas de conjuros descendieron, y volvieron a tirar de la hebra que habían encontrado. Arr rechinó los puntiagudos dientes y volvió a comprobar si había magia en el pájaro, pero parecía tan vacío de magia como una roca. Otro gorjeo como ése, se juró a sí misma, y lo convertiría en una roca, y le traía sin cuidado cuántos días de concentración echase a perder el conjuro.

Arr se tranquilizó y volvió a centrarse en las preguntas a Ryry.

—¿Cuál fue la respuesta de la cueva?

—No me dio ninguna —contestó Ryry suavemente—. Era mentira, estoy segura.

—Sin duda —afirmó Arr. Lo más seguro era que el mentiroso fuera Ryry, para protegerse de su vigilancia, pero con una acusación Arr sólo lograría ofender a un miembro de la Coalición de Guerra—. Es insultante que un agujero en el suelo hable nuestro idioma.

—Ciertamente.

—¿Qué hay de los cuatro traidores? —preguntó Arr.

—No son traidores.

Las espinas de Ryry se erizaron de orgullo. Arr esperó en silencio, ya que había aprendido la importancia de permitir que los aliados disfrutaran de su momento triunfal.

—Son impostores —dijo Ryry por fin—. Impostores que escaparon de la explosión y lucharon junto con los espadas negras en el Prado Lunar.

—¿Hubo una batalla en el Prado Lunar?

—Acaba de terminar —dijo Ryry—. He enviado a una tropa aniquiladora, pero ya sabes lo rápido que desaparecen los espadaoscuras después de atacar.

Arr seguía pensando en los traidores.

—¿Impostores? —preguntó, claramente escéptica—. ¿Y nadie pudo ver nada a través de la magia?

Ryry se mostró menos orgullosa de sí misma.

—Es posible que sean configuradores de sombras —dijo—. Uno de los espinas blandas supervivientes vio rayos oscuros.

—¿Rayos oscuros? —repitió Arr—. ¿No habían dicho nuestros espías que Refugio había caído?

—Que casi había caído —la corrigió Ryry—. Los Elegidos se las han ingeniado para anclar la ciudad en el extremo norte del lago, pero Refugio permanece estable en este momento. No va a caer hasta que la hagamos caer nosotros.

Arr estaba tan conmocionada que casi se desplomó. Engañar a los Elegidos para que destruyeran Refugio en su lugar había sido una de las piedras angulares de su plan, pero de algún modo los shadovar habían resistido. ¿Podría ser verdad? ¿Era posible que el Tejido de Sombra fuera más poderoso que el Tejido?

—¿Arr?

Ésta no se había dado cuenta de que se había dejado caer hasta que se encontró mirando a Ryry desde abajo. Usó la cola para propulsarse otra vez hacia arriba.

—¿Por qué no he sido informada antes de esto?

Ryry echó las púas hacia atrás en un gesto de enfado y contestó:

—Si Xayn no cumple con sus promesas, no es culpa mía.

—¿Xayn? —repitió Arr consiguiendo controlarse por fin—. Los espadaoscuras mataron a Xayn esta mañana. No es algo que deba preocuparnos.

Ryry se sumió en un silencio acusador.

Arr señaló con un gesto hacia la estatua de la diosa elfa.

—Los Recolectores de Conjuros han soltado una hebra —dijo—. Harían falta todos los príncipes de Refugio para detenernos ahora, y tan sólo enviaron a cuatro.

Ryry juntó las cuatro manos encima de la cabeza chata y citó una conocida frase de Arr:

—Juntos, todo es posible. —Formó una pirámide con los dieciséis dedos, haciendo que el pinzón que estaba posado en el árbol levantara el vuelo y huyera—. ¿En qué más puedo serte útil?

Aunque eso significaría tener que prometer otra recompensa por servicio, Arr señaló al pájaro y le ordenó:

—Mata a ese pinzón.