Títeres
Dejo de lado los pensamientos del País de las Maravillas y las guerras mágicas.
—¿Ivy quiere posar para ti?
Tarde o temprano Jeb tenía que conseguir encargos de retratos personalizados, pero no estaba preparada para que sucediera hoy mismo.
Me mira en silencio.
—¿Qué quieres decir con pinturas más sexys? —insisto.
—Bueno, tiene un disfraz increíble. Se lo puso cuando nos reunimos en el estudio. Es un poco transparente pero… —Jeb se rasca la barbilla con la mano—. No es una serie de desnudos ni nada por el estilo. Le dije que no estaba dispuesto a hacer eso.
Agradezco su caballerosidad pero no me consuela. El pensamiento de que una mujer medio desnuda, sofisticada y experimentada lo esté tentando día sí y día también hace que se me revuelva el estómago.
—Al, tienes que conocerla. Te sentirás mejor cuando veas lo seria que es respecto al arte. Tiene ideas realmente interesantes… excéntricas, incluso más allá de los disfraces. Es un alma creativa, como nosotros.
Alma creativa. Ya es bastante malo que sea bella y rica como para que a Jeb también le guste su personalidad.
Se me hunde tanto el corazón que podría tropezar con él si estuviera caminando. Ese canto posesivo resurge de nuevo: mío, mío, mío.
Las hojas situadas a nuestro alrededor se agitan aunque no hay viento. Me concentro en las ramas del sauce, les envío todo lo que siento. Estas empiezan a enrollarse alrededor de los hombros de Jeb sujetándolo como hilos de un títere para hacer con él lo que se me antoje.
Jeb salta y las ramas se sueltan. Se queda mirando la oscilante bóveda con el ceño fruncido. No se da cuenta de que yo soy la causa del movimiento, de que algo se está despertando en mi interior, algo que he escondido durante meses. Algo que no quiero reprimir en este momento porque la ira incontrolable hace que parezca que puedo conquistar mis inseguridades, lo que me hace sentir más fuerte.
Cuando noto el desconcierto en su rostro, una vergüenza fría como el hielo me envuelve. Contengo la ira y los celos. Las ramas todavía se agitan.
La mirada de Jeb se encuentra con la mía.
—¿Has visto eso?
Se me acelera el corazón.
—¿Ver qué?
Se pasa la mano por el pelo.
—Podría jurar… —se detiene—. Debe haber sido una ráfaga de viento.
No respondo. Me siento horrorizada por lo fácil que ha emergido mi lado oscuro, por lo mucho que quería dominar a Jeb. Controlarlo.
Debe ver la vergüenza nublando mis rasgos porque me agarra la mano y entrelaza sus dedos con los míos.
—Siento soltarte así lo de Ivy pero tengo que darle una respuesta. Sólo estará aquí durante esta semana. Si rechazo la petición, podría afectar a mi reputación. —Estudia nuestras manos unidas—. Los coleccionistas y críticos podrían pensar que soy monofacético.
—Lo entiendo —murmuro mientras intento no dejar que mis emociones me vuelvan a controlar.
Me gustaría que, al menos, fingiera que le costó mucho tomar esa decisión pero su expresión es esperanzadora. Es obvio que quiere que diga que todo este asunto no me afecta, ya sea por el dinero o por el ego artístico. Pero duele, aunque sé que no debería. Siempre he sido su inspiración y esto acaba de demostrar que ya no me necesita… al menos en el ámbito artístico.
Para ser honestos, parece que ha estado creciendo lejos de mí durante un tiempo y eso es lo que realmente duele.
El centelleo de las luces del porche se hace intermitente, esta es la sutil señal que hacen mis padres para que deje de estudiar y entre en casa. El horario que han establecido da asco.
Jeb me pone en pie, se inclina y me besa en la frente.
—Seguiremos hablando mañana. —Doy un paso atrás pero tira del cuello de la camiseta y del colgante con forma de corazón situado debajo para atraerme hacia él—. Oye, no olvides que te quiero.
—Yo también te quiero. —Pongo su mano en mi pecho. Las hojas vuelven a sonar a nuestro alrededor antes de que me contenga.
Después de mirar hacia arriba, Jeb me da un ligero abrazo y un beso.
—Espera. —Engancho la cinturilla de sus vaqueros antes de que pueda apartar las ramas. Nada de esto tiene por qué pasar. Puedo sacar de su mente a Ivy y su encargo para siempre si le muestro la verdad sobre el País de las Maravillas y sobre mí—. ¿Puedes recogerme mañana en el instituto?
Desde arriba, frunce el ceño.
—No sé si voy a poder salir del trabajo tan temprano.
Rechino los dientes de decepción.
—Vale —dice para aplacarme—. Vale, encontraré el modo.
—Bien. Porque estoy lista para enseñarte mis mosaicos.
Sólo espero que él esté preparado para verlos.
* * *
El martes por la mañana, como no tengo tiempo para discutir con mamá, elijo un conjunto que sé que aprobará —una falda de organza con dos capas por debajo de las rodillas y unas mallas de rayas— y entro en la primera clase cuando suena el timbre que avisa que faltan cinco minutos. Acabo el examen de química a media clase, lo que me deja con dos insoportables clases más para preocuparme sobre lo que le voy a decir a Morfeo en cuanto a mi decisión de no dejar el reino humano hasta que arregle las cosas con Jeb.
Morfeo no me lo va a poner fácil.
En los descansos paso por su lado en los pasillos mientras pasea rodeado por su harén. Él sigue su camino sin decir nada, ignorándome, sin embargo, cada vez que lo veo intenta rozar su brazo con el mío o tocar mi mano con la suya. Es doloroso de una forma extraña.
Al final, pasan las cuatro horas y me encierro en el baño abandonado de chicas para esperarlo. Suena el timbre y el pasillo se vacía.
La luz del sol ilumina el suelo a través del tragaluz, pero la habitación que me rodea es gris y tranquila. Hoy los bichos han estado implacables en sus susurros, como si el grillo de anoche estuviera animándolos a sublevarse:
Están aquí, Alyssa. No pertenecen a este lugar… envíalos de vuelta.
Me apoyo contra el lavabo.
—¿Quiénes? —pregunto en voz alta, frustrada con las vagas advertencias.
Como estoy esperando una respuesta, escucho un ruido procedente de uno de los compartimentos medio cerrados. Inspiro por la sorpresa, dejo caer la mochila y me agacho para mirar por debajo de la puerta de metal, con cuidado de que el pelo no toque las baldosas sucias.
—¿Hay alguien ahí?
No hay respuesta y tampoco hay botas de cowboy. A no ser que esté agazapado sobre el retrete, no es Morfeo. Me armo de valor y abro la puerta.
Un siseo ahogado me saluda junto con la cara distorsionada del payaso. De nuevo, es del tamaño de un juguete y está situado sobre la tapa del retrete. Chillo y retrocedo, tropezando con la mochila. Golpeo el dispensador de papel con el codo. Tiras de papel marrón caen a mi alrededor.
El juguete demente salta al suelo, corretea tras de mí mostrando los dientes afilados como navajas y chasqueándolos. Uno de sus zapatos se resbala con un trozo de papel y se cae. Entonces, se arrastra hacia mí, sin descanso. Con el corazón en un puño, busco alrededor algo que pueda usar como arma para protegerme de esa boca gruñona.
La mochila está demasiado lejos; no hay nada que pueda alcanzar. Observo el techo blanco y sucio y las manchas de óxido que se ramifican como venas. Me calmo, respiro profundamente e imagino que las manchas están hechas de cáñamo.
Giro bruscamente para evitar al rabioso juguete y me concentro en las manchas, que empiezan a despegarse del techo y a descender. Me concentro más y las enredo alrededor de las piernas y los brazos del payaso para dejarlo colgado como una marioneta.
Ahora lo controlo.
El miedo da paso a la ira, hago que esa cosa espeluznante baile en el aire, después imagino que las cuerdas hacen girar al juguete y lo atrapan en un capullo de manchas marrones-amarillentas. Con un chillido, el payaso utiliza el arco del violonchelo para romper las ataduras antes de que pueda encerrarlo, después se abre paso hacia la puerta del baño. El juguete sale al pasillo y la puerta se cierra.
Me deslizo por la pared, dejándome caer al suelo, temblando. Noto el pulso galopante en el cuello. Las manchas, desatendidas por mis pensamientos, se retraen hacia el techo y vuelven a su lugar.
Estoy impresionada, aturdida y eufórica, todo al mismo tiempo. En el momento en el que visualicé exactamente aquello en lo que quería que se convirtieran las manchas del techo, los poderes resurgieron en un abrir y cerrar de ojos. Estoy mejorando.
Pero, ¿por qué debería tener que recurrir a la magia en mi mundo? ¿Por qué está todavía aquí el payaso de Morfeo? ¿Aún no ha cumplido su fin?
Me arden las mejillas, así que coloco las frías palmas de las manos en ellas para tratar de dominar el torrente de adrenalina.
Tras varios minutos, la puerta que da al pasillo empieza a abrirse lentamente. Doblo las rodillas al nivel del pecho y me preparo para volver a usar magia.
Entonces, veo la punta de una bota de cowboy y Morfeo entra.
Una oleada de alivio me envuelve, seguida de un fogonazo de irritación.
Morfeo, después de verme rodeada de papeles en el suelo, alza las cejas.
—¿Estás construyendo un nido? —pregunta—. No tienes que empezar a actuar como un pájaro simplemente porque seas propensa a volar.
—Anda… cállate. —Lucho por ponerme en pie pero las suelas se resbalan con los papeles. Me extiende una mano. A regañadientes, la cojo y me levanto.
Antes de que pueda romper el contacto, me agarra los dedos y gira mi brazo en la tenue luz, observando mi piel brillante. Es una manifestación visual de la magia… Una consecuencia de usar mis poderes.
—Bueno, bueno. ¿Qué has estado haciendo? —pregunta, sonriendo. Hay un brillo de orgullo tras sus ojos burlones.
—Como si no lo supieras. —Escapo de su agarre y frunzo el ceño mientras me miro en el espejo por encima del hombro para asegurarme de que no me han aparecido los tatuajes de los ojos—. ¿Qué intentas probar? —pregunto, aliviada de ver que todavía parezco normal aunque no me sienta así—. ¿Por qué sigues trayéndome esa cosa?
Silencio. Su ceño confundido en el reflejo me pone furiosa. Tiene la habilidad de parecer completamente inocente aun cuando sé que es tan honesto como un pirata.
Me giro para enfrentarlo.
—Si tú no lo has traído aquí, al menos lo has tenido que ver.
—Esa cosa —dice.
—¡El juguete de feria!
Sonríe de esa forma tan familiar con el rostro poco conocido de Finley.
—Bueno, teniendo en cuenta que hay cajas con juguetes por todo tu instituto, debería decir que sí. Sí, he visto un juguete o veinte.
—Hablo del payaso que me enviaste al hospital. No finjas que no tienes nada que ver con eso.
—No te envié ningún juguete al hospital.
Gruño. Claro que no va a admitir que lo ha enviado, como tampoco admitiría haberlo traído aquí.
Lo aparto y miro por la puerta. Primero a un lado del pasillo y luego al otro. No hay nadie ni nada aparte de las cajas de caridad. Empiezo a salir para buscar en ellas. Si consigo probarlo, tendrá que explicármelo.
Morfeo me agarra del codo y me arrastra hacia el interior, colocándose entre la puerta y yo.
—No vas a ningún sitio. Tenemos mosaicos que descifrar y una guerra que ganar.
Lo miro.
—No tengo los mosaicos.
—¿Perdón? —pregunta Morfeo con furia en su voz mientras retrocedo hacia la pared. Los papeles se deslizan bajo mis pies—. Sólo te pedí que hicieras una cosa. Una. No tienes idea de la importancia que tienen en nuestra misión.
Cuadro los hombros con firmeza y sacudo la cabeza.
—No importa. De todas formas no voy a irme. Así que deja de acosarme.
—¿Acosarte? —Aparece su verdadero rostro, apenas visible junto a los rasgos de Finley. Las joyas en la parte inferior de sus ojos relucen como si alguien hubiera implantado luces de fibra óptica de todos los colores bajo su piel. Las manchas oscuras a las que están fijadas son sombras leves, un eco de la brillante rareza que es Morfeo.
—No necesito acosarte. Vas a ir al País de las Maravillas. Tu corazón y tu alma ya están allí. Por mucho que lo intentes, nunca podrás ignorar un mundo que atrae a tu sangre, un poder que quiere ser liberado.
Me encojo pensando en el baile extraño con el payaso hace unos minutos y en el percance mágico de anoche con las ramas del sauce llorón.
—Te reunirás conmigo después de clase —continúa—, en el aparcamiento de la parte norte. Tráete los mosaicos. Los descifraremos y decidiremos cuál es el próximo paso. Sin excusas. Ahora perteneces al País de las Maravillas.
Levanto la barbilla.
—Pertenezco a mí misma y no me voy a ir hasta que esté lista.
Morfeo frunce el ceño y la insinuación de sus joyas parpadea en un naranja estridente, atrevido e impaciente. Estudia el colgante de Jeb.
—Perteneces a ti misma, ¿no? ¿Esperas que me crea que esto no es por tu juguete humano?
—No, es por la Tienda de Excentricidades Humanas.
Entrecierra los ojos, que se iluminan con una chispa de interés.
—Recordaste, ¿verdad?
—Como si te sorprendiera. Tú lo desencadenaste.
—Ah —dice y me echa hacia atrás con una mirada de ensoñación, sin negar ni confirmar la observación que he hecho—. Eran buenos tiempos, ¿verdad? Mutantes, alas de mariposa y estanterías de turgal.
Le lanzo una mirada irritada.
—¿Qué tienen que ver las estanterías de turgal con esto? ¿Por qué ese recuerdo?
Sacude la cabeza.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? Tu subconsciente fue el que eligió recordarlo. Tal vez no tuviera que ver con las estanterías sino con la manera en que saliste triunfante. ¿Umm?
—Deja de darle vueltas a las preguntas. Quiero saber… ¿Desde cuándo ser la mitad de algo es mejor que serlo todo?
Aprieta los labios.
—Ser una criatura de las profundidades completa es lo que hace a Roja superior —concuerda y contiene un arrebato de irritación en su egotismo—. Pero en manos adecuadas la debilidad también tiene ventajas. Las criaturas de las profundidades puras sólo pueden usar lo que está frente a sí. La Reina Roja puede animar vides sueltas, cadenas y otras cosas, pero tú puedes hacer que las cosas inertes cobren vida, haciendo algo completamente diferente. Cuando eras una niña humana inocente y llena de fantasía, aprendiste a usar la imaginación. Eso es algo que nosotros no experimentamos.
La cabeza me da vueltas mientras intento absorber su explicación. Encaja perfectamente con lo que acaba de ocurrir… con cómo convertí las manchas de agua en hilos de marioneta para atrapar al payaso, al igual que las mariposas de metal que elaboré en mi recuerdo.
—Nunca he entendido eso. Por qué las criaturas de las profundidades no tienen infancia. —Mi afirmación es más retórica que otra cosa. Sé que no debo esperar una explicación.
Los oscuros ojos de Morfeo se intensifican con una añoranza que no he visto nunca.
—Quizás tengamos esa discusión algún día. Por ahora, sólo tienes que saber que tengo fe en que puedas derrotar a Roja. ¿Cuándo te he puesto en una situación que no puedas manejar?
Abro la boca para empezar a enumerar pero coloca un dedo en mi labio inferior para acallarme. Aprieto la mandíbula considerando si vale la pena morderle. Lo único que me detiene es que estoy convencida de que le gustaría.
—Siempre sales victoriosa —insiste—. Con garbo.
—No gracias a ti —refunfuño.
Chasquea la lengua.
—Deja de enfadarte. Sabes el efecto que tiene en mí. No puedo concentrarme. —Sostiene la mirada el tiempo suficiente para que vea el leve brillo de color fucsia bajo sus ojos, el color del afecto—. El mayor inconveniente de tu lado humano es que eres esclava de tus afectos e inhibiciones humanas. Tenemos que trabajar en eso antes de partir al País de las Maravillas.
Levanto la guardia, una reacción instintiva.
—¿Y cómo planeas trabajar en ello?
—Deja que yo me encargue de la logística.
En ese momento, la puerta del baño se abre.
Morfeo me acerca hacia él y coloca las manos en mi cintura. Lucho por empujarlo pero es demasiado tarde. Aunque la luz brillante del pasillo es cegadora, advierto la silueta de una chica y el cabello rubio.
—¿M? —La voz de Taelor rompe el silencio—. ¿Por qué querías que me reuniera aquí contigo? —Entra en la penumbra con una mirada de desconcierto en el rostro cuando me reconoce.
Los labios de Morfeo forman una sonrisa de pura satisfacción.
Se me sube la sangre a la cabeza.
Me ha tendido una trampa.
Justo antes de que pueda liberarme logra darme un beso en la frente.
La limpio con el dorso de la mano. Un grito furioso brota en mi pecho pero lo sofoco. Lo único que falta es atraer público. A Morfeo le encantaría.
—Te odio —articulo en silencio.
—Lo siento, hermosa —le dice Morfeo a Taelor sin romper el contacto visual conmigo—. Alyssa me siguió hasta aquí. Teníamos que ponernos al día.
Taelor se queda boquiabierta. La impresión y el odio se reflejan en sus ojos marrones.
Agarro la mochila y me abro paso, deteniéndome en el pasillo para enfrentarme a ella.
—No es lo que piensas.
Finalmente, cierra la boca lo suficiente para formar una sonrisa de resentimiento.
—¿Nunca está contigo, no? Tienes a Jeb tan engañado. La patinadora perfecta, pequeña e inocente. —Sus palabras rezuman tanto veneno que podría jurar que ha empapado la lengua en arsénico.
Morfeo se coloca tras ella, una silueta de alas y bravatas que sólo yo puedo ver. Hace una media reverencia, el maestro titiritero saludando a su marioneta. Taelor ha estado esperando un año para vengarse de mí por robarle el novio y Morfeo ha encontrado la forma perfecta para asegurarse de que nada interfiera en sus planes de hacerme una mártir.
Me arde el pecho. No hay manera de convencer a Taelor de mi inocencia, así que me dirijo a las escaleras y me concentro en cada paso que doy, intentando bloquear su conversación. No necesito escuchar para saber que Taelor está interrogando a Morfeo para que le dé detalles de lo bien «familiarizados» que estamos. No podría haber encontrado un mejor cómplice o alguien más bocazas.
Para cuando termine el almuerzo, nuestra cita en el baño será de dominio público. Cuando termine el día, Jenara lo habrá escuchado. Y cuando llegue la noche, Jeb sabrá mi pequeño y sucio secreto que nunca ocurrió.