3

Ahogada en el País de las Maravillas

La guirnalda de luces enredada en mis tobillos y muñecas me arrastra contra la corriente hacia las profundidades del túnel, donde el agua es negra. Es como estar sumergida en tinta fría.

Lucho por sacar la cabeza del agua pero no puedo. El frío me deja entumecida, desesperada por respirar.

Jeb me encuentra, me agarra por las axilas, me levanta lo bastante como para que pueda dar una bocanada de aire, pero otra oleada lo arrastra hacia la salida del túnel y la cuerda de vinilo me propulsa en la dirección opuesta. Por sus lejanos gritos entiendo que no puede volver. Me alegro de que se lo haya llevado la corriente. Estará más seguro cuando el torrente de agua lo escupa hacia fuera.

Lo aprendí en el País de las Maravillas hace un año… Los poderes que practico cuando estoy sola en mi habitación para que mi madre no me pille y enloquezca… vuelven, tan fuertes como la cuerda que me arrastra hacia el fondo del agua.

Relajo los músculos y me concentro en las luces, las imagino vivas. En mi mente, la electricidad que se expande por los cables se convierte en nutrientes y plasma. Responden como si fueran seres vivos. Las luces brillan lo suficiente para ver cómo se mueven los cables bajo el agua. El problema es que no he sido constante con los ejercicios mágicos, así que aunque le he dado vida a la guirnalda, no logro controlarla. Es como si las luces actuaran por su cuenta.

O quizá estén bajo la influencia de alguien más.

Me retuerzo ante la necesidad de respirar, me obligo a mantener los ojos abiertos bajo el agua, a pesar de que me duelen debido al frío. La corriente me lleva al fondo del túnel, como si montara en un vehículo acuático propulsado por anguilas eléctricas. La cuerda me arrastra hacia una puerta, pequeña y antigua, incrustada en la pared de hormigón. Está cubierta de musgo y parece fuera de lugar, aquí, en el mundo humano, y sin embargo, la he visto antes. Tengo la llave que la abre colgada del cuello.

No tiene sentido que la puerta esté aquí, tan lejos de la madriguera del conejo de Londres, la única entrada al País de las Maravillas en este mundo.

Me sacudo para intentar liberarme. No estoy dormida, así que esto no puede ser un sueño. No quiero entrar por esa puerta si estoy despierta. Todavía intento recuperarme de la última vez.

Los pulmones, desesperados por la falta de aire, se tensan fuertemente en mi interior hasta que no tengo elección. Mi única salida, el único modo de respirar y vivir, es atravesar esa puerta. Lucho contra las ataduras de mis muñecas y doblo los codos para alcanzar el pecho. Con las dos manos, cojo la llave en el colgante, apartando la cerradura en forma de corazón de Jeb. La corriente me golpea la cabeza contra la pared de hormigón. El dolor se extiende desde la sien hasta el cuello.

Agito las piernas atadas como si fueran la cola de una sirena para colocarme frente a la puerta y meto la llave en la cerradura. Con un giro de muñecas, la cerradura cede y el agua sale. Al principio soy demasiado grande para cruzar la entrada pero después, o la puerta crece o encojo yo, porque de alguna forma encajo a la perfección.

Cruzo la puerta sobre las olas, alzando el rostro para tragar aire. Un montículo de tierra me detiene de forma tan brusca que me quedo sin aire. Empiezo a toser en el fango, con la garganta y los pulmones secos y las muñecas y los tobillos irritados por el roce del cable de luces.

Me doy la vuelta colocándome boca arriba y comienzo a dar patadas para deshacerme de las ataduras. Una sombra de grandes alas negras avanza lentamente hacia mí, un presagio de la tormenta que se avecina.

Rayos de luces de neón recortan el cielo, proyectando el paisaje con colores fluorescentes y liberando un hedor agrio, calcinado.

La tez de porcelana de Morfeo —desde su suave rostro hasta su pecho tonificado que asoma por la camisa medio abotonada— es tan brillante como la luz de la luna bajo los rayos eléctricos.

Es mucho más alto que yo. Su considerable altura es lo único que él y Jeb tienen en común. El dobladillo de su abrigo negro azota sus botas. Morfeo abre la mano y un puño de encaje sobresale de su chaqueta.

—Como ya te he dicho, querida. —Su profundo acento se desliza por mis oídos— si te relajas, tu magia responderá. O tal vez prefieres quedarte atada. Podría colocarte en un plato para mi próximo banquete. Ya sabes que mis invitados prefieren golpear los entrantes y comérselos crudos.

Me cubro los ojos, que me arden, y gruño. A veces, cuando estoy disgustada y nerviosa, me olvido de que los poderes de las profundidades tienen truco. Respiro por la nariz, pienso en el sol que brilla sobre las olas que lamen el océano para calmar el latido de mi corazón y después suelto el aire por la boca. En unos segundos, el cable se relaja y me libera.

Me estremezco cuando Morfeo me insta a ponerme en pie. Mis piernas, cansadas de luchar con el agua, ceden, pero él no me ofrece ayuda. Típico de él, esperar a que me levante por mi cuenta.

—A veces te odio profundamente —digo, apoyándome contra el tallo de una hoja gigante. La margarita se rinde a mi peso sin decir nada, lo que provoca una punzada extraña en mis entrañas. No entiendo por qué no me empuja o se queja.

A veces. —Morfeo se coloca un sombrero de terciopelo negro de cowboy sobre la cabeza—. Hace unas semanas era un rotundo siempre. En cuestión de días, profesarás tu eterno a…

—¿Asco? —interrumpo.

Sonriendo provocativamente, se inclina el sombrero de forma chulesca y la guirnalda de mariposas muertas del ala tiembla.

—De algún modo, me tienes metido en la piel. De alguna forma, gano. —Da golpecitos con sus elegantes y largos dedos en los pantalones rojos de ante.

Lucho contra el molesto impulso de devolverle la sonrisa, muy consciente de lo que su lenguaje corporal provoca en mi lado más oscuro: cómo se enrosca y se despereza con cautela, como un gato disfrutando en un alféizar soleado, que se acerca al calor pero con cuidado de no resbalar.

—Se supone que no me traes aquí de día. —Escurro el dobladillo de la falda empapada antes de pasar a la maraña de mi pelo. Las ráfagas lo atrapan y las viscosas hebras de cabello se me pegan al cuello y la cara. Se me eriza la piel bajo la ropa. Me estremezco y cruzo los brazos—. De todas formas, ¿cómo lo has hecho? Sólo hay una entrada al País de las Maravillas… No puedes simplemente trasladar la madriguera del conejo donde quieras. ¿Qué está pasando?

Morfeo utiliza un ala, doblándola a mi alrededor para bloquear el viento. Su expresión es una mezcla de diversión y desafío.

—Un mago nunca revela sus trucos.

Gruño.

—Y no recuerdo haber aceptado ningún horario para nuestros encuentros —continúa como si mi gruñido no le hubiera afectado lo más mínimo—. Deberías poder visitar este lugar cada vez que lo desees. Después de todo, este también es tu hogar

—Así que sigues insistiendo. —Rompo el contacto visual antes de que me persuada con su mirada hipnotizante. En vez de eso, me centro en el caos que nos rodea. Nunca antes había visto tan mal el País de las Maravillas.

Profundas nubes violetas se deslizan por el cielo como arañas grandes y vaporosas. Dejan rastros oscuros, como si tejieran telarañas en el aire. El barro bajo mis zapatos se queja y farfulle. Burbujas marrones estallan y se elevan. Si no lo supiera, juraría que algo estaba respirando ahí abajo.

Incluso el viento ha encontrado una voz alta y melancólica que silba a través del bosque de flores zombis que una vez se erigían tan orgullosas como olmos. Las flores solían saludarme con actitudes sarcásticas y comentarios presumidos. Ahora todas y cada una de ellas se encogen, dobladas por los tallos, con los capullos de pétalos marchitos que esconden cientos de ojos cerrados.

Las criaturas de las profundidades con múltiples ojos han perdido su lucha… su alma.

Morfeo desliza sus manos por el interior de un par de elegantes guantes rojos.

—Si piensas que esto es trágico, deberías ver lo que está ocurriendo en el corazón del País de las Maravillas.

Mi propio corazón se hunde. El País de las Maravillas solía ser hermoso y estaba lleno de vida, aunque también era estridente y espeluznante. Aun así, ver que el país se derrumba no debería afectarme tanto. Durante las últimas semanas he sido testigo del gradual deterioro en mis sueños.

Lo que ocurre es que esperaba que sólo fuera producto de mi imaginación. Tal vez esto es sólo un sueño. Pero en caso de que sea real y Morfeo esté diciendo la verdad, debo actuar, es mi país.

El problema es que Morfeo rara vez dice la verdad y siempre tiene un propósito oculto. Excepto una vez que realizó un acto por mí de manera desinteresada y sin ningún propósito…

Mi atención se distrae de nuevo con la contracción de su mandíbula. Un signo revelador de que está perdido en sus pensamientos. Debería molestarme saber tanto sobre sus gestos; en vez de eso, me molesta que me guste saberlo.

Su familiaridad es inevitable. Hasta que cumplí los cinco años, me visitaba en los sueños en forma de niño inocente todas las noches. Cuando una criatura de las profundidades toma forma de niño, su mente se vuelve infantil también. Así que prácticamente crecimos juntos. Después de verle de nuevo el verano pasado, nos distanciamos por un tiempo. Me dio el espacio que pedía. Pero ahora se ha establecido en mi mente, una vez más. Está aquí cuando Jeb no está, haciéndome compañía aun cuando no se lo pido.

Cuando compartes tanto de tu subconsciente con otra persona, tiendes a aprender cosas sobre él. A veces, incluso desarrollas sentimientos por él, sin importar cuánto trates de evitarlo.

Observo cómo aprieta los dientes. Bajo sus ojos lleva los mismos tatuajes que yo tenía cuando estuve en el País de las Maravillas. Las marcas son preciosas y oscuras, como pestañas largas y sinuosas, aunque las suyas tienen en los extremos joyas brillantes. Parpadean a través de los círculos —de color platino, azul y granate—, un melancólico torbellino de emociones baila en su rostro. He aprendido a descifrar los colores, es como leer un anillo del humor.

—¿No crees que es hora de que detengas la destrucción, Alyssa?

Acaricio los dos colgantes que descansan bajo mi clavícula. Levanto la cerradura de Jeb y me la llevo a los labios para saborear el metal recordando su voto de compromiso en el túnel. Lo abandoné en el agua y no sabe dónde estoy. Necesito volver con él, asegurarme de que está bien.

—Si estás preocupada por tu novio, sé que está bien. Puedo garantizártelo. —No me sorprende que Morfeo sepa lo que estoy pensando. Me conoce tan bien como yo a él—. Necesitas concentrarte en el presente.

Lo fulmino con la mirada.

—¿Por qué estás tan decidido a arrastrarme a esto?

—Intento contener la guerra. Ella te destruirá de una forma u otra. Era parte de ti. Aunque lo fuera sólo durante unas horas, dejó su huella. Como tú lo hiciste en ella. Eres la única que la ha derrotado.

Entrecierro los ojos.

—Quieres decir otra persona aparte de ti.

Hace una mueca.

—Ah, pero eso fue gracias a la espada vorpalina. Tu ataque fue personal y, según ella, traicionero, debido al vínculo que compartís.

—Todavía no has probado que sea la responsable de esto. Lo último que me dijiste era que su espíritu estaba marchitándose en un montón de hierbajos.

—Parece que ha encontrado una criatura de las profundidades sana en la que habitar.

Me estremezco ante la posibilidad.

—¿Cómo sé que no te estás inventando esta amenaza? Lo has hecho antes. Te inventaste un elaborado plan para que entrara en la madriguera del conejo. No volveré a ser tu peón. ¿Dónde está la prueba de que no estás tratando de que vuelva para quedarme?

—Prueba… —Frunciendo el ceño, extiende las alas, dejándome expuesta al viento otra vez—. Para de actuar como una humana desconfiada e insignificante. Eres mucho más que eso.

Le lanzo una mirada a través de las hebras de cabello que me azotan.

—Te equivocas. Eso es exactamente lo que soy. Elegí vivir allí. —Señalo hacia la puerta—. Para experimentar todo lo que Alicia no pudo.

Morfeo vuelve la cara hacia el cielo.

—Me temo que tú eres la que está equivocada si crees que voy a dejar que el País de las Maravillas se venga abajo mientras juegas a «clava la virilidad en la virgen» con tu juguete mortal.

Las mejillas me arden.

—¿Has estado vigilándonos? Espera. ¡Causaste la inundación en el túnel! Querías estropear nuestra cita.

Morfeo da un paso al frente invadiendo mi espacio personal y cierra las alas a nuestro alrededor. La maniobra bloquea el viento de forma efectiva, atenúa la luz y él es todo lo que puedo observar.

—No soy el único que puso fin a ese torpe intento de seducción. Jebediah lo hizo todo por su cuenta. —Morfeo me arrebata los dos colgantes de los dedos, sujetando los delicados eslabones de forma tan tirante que no puedo moverme sin romperlos—. Si te prestara más atención a ti que a su preciosa carrera —coloca los colgantes en una palma y con los dedos índice y anular enguantados, posiciona la diminuta llave sobre la cerradura en forma de corazón— tal vez se habría adaptado a tus necesidades y deseos. —Sosteniéndome la mirada, me muestra cómo los dientes de la llave no entran en la cerradura del colgante—. Como ves, él no encaja.

Noto un repiqueteo constante y profundo en la cabeza, como si unas alas me golpearan el cráneo. Es el regreso de mi parte de las profundidades. Nadie puede sacarlo a la superficie como Morfeo.

—Suéltame —exijo.

Morfeo me aprieta más, desafiante.

—¿Te has parado a pensar en los cambios que se han dado en ti? ¿Te has preguntado por qué ya no utilizas bichos y flores en tus mosaicos? ¿O por qué has cambiado el miedo a las alturas por una aversión a las superficies reflectantes?

Tenso la mandíbula.

—Mira quién pregunta. No sé muy bien cómo explicar que cubro el espejo con una sábana porque me preocupa que me espíe un friki con alas.

Morfeo sonríe.

—Lo dice la chica cuyas alas ansían desplegarse.

Frunzo el ceño. Odio que tenga razón.

—Necesitas un hombre que te conozca y te comprenda, Alyssa. Que entienda las dos partes de ti, un compañero. —Tira de los colgantes (y de mí) para acercarnos—. Alguien que sea tu igual en todos los sentidos. —El olor a regaliz anega mi nariz; debe haber estado fumando del narguile antes de que llegara. Mi cuerpo me traiciona, recordando a lo que saben esos besos con sabor a tabaco.

Libera los colgantes para sostener mi barbilla entre sus manos. Sus guantes están fríos pero el encanto de sus ojos oscuros y místicos me calienta de la cabeza a los pies. Casi me ahogo en ellos, casi me olvido de mí misma y de mis elecciones. Pero ahora soy más fuerte que eso.

Doy un tirón para apartarme y le empujo en el pecho lo bastante fuerte como para que se tambalee hacia atrás. Aunque el dobladillo de su abrigo se enreda alrededor de sus piernas, recupera el equilibrio sin perder tiempo.

Riéndose entre dientes, hace una floritura con el brazo y realiza una reverencia.

—Jaque mate. Siempre mi igual. —Su sonrisita petulante me tienta con promesas e insinuaciones.

—Esto no es un juego. ¡Podrías haber asesinado a Jeb en esa riada! —arremeto contra él pero interpone un ala entre los dos para esquivarme. Golpeando la barrera negra de satén, gruño—: Has cruzado una línea. No me vuelvas a molestar durante el día. —Me dirijo hacia la puerta. Prefiero enfrentarme a las aguas del túnel que quedarme aquí otro segundo más.

—No hemos terminado —dice detrás de mí.

—Oh, claro que hemos terminado.

En algún rincón privado de mi alma, me preocupo por el País de las Maravillas más de lo que quiero admitir en voz alta.

Pero si dejo que Morfeo lo vea… me convencerá para que me quede y luche. La última vez que me enfrenté a la Reina Roja dejé una huella de terror en mi corazón. A juzgar por lo que está pasando en el país, sus poderes son más fuertes ahora de lo que eran antes. Reprimo otro estremecimiento. No estoy preparada para una batalla de estas proporciones. Sólo soy mitad criatura de las profundidades y no puedo ponerme a su nivel.

Nunca podré.

Estoy a unos pasos de la puerta cuando oigo a Morfeo aplaudir con las manos enguantadas.

Un siniestro susurro crece a mi alrededor, como hojas que barren las tumbas. Me giro pero no lo bastante rápido. Las vides suben por mis piernas, enredándose y apretándome. Los músculos de mis pantorrillas se contraen ante la presión. Intento utilizar la magia subdesarrollada de las profundidades para soltarme de las plantas. La hiedra se mueve pero se niega a liberarme.

—Una lástima que hayas descuidado tu mejor parte durante tanto tiempo. —Morfeo se acerca demasiado a mí—. Si hubieras practicado más a menudo, tu segunda naturaleza sería relajarte… por lo que te sería más fácil subyugar tus poderes.

Gruño. La parte superior de mi cuerpo todavía está libre, así que le golpeo en el abdomen. Gime pero su expresión desdeñosa no vacila. Con un asentimiento de cabeza, la margarita que utilicé antes de apoyo se alarga y me sujeta los codos. Sus manos, entre humanoides y vegetales, me esposan de forma tirante. Cuando lucho, sisea una advertencia.

Conteniendo un grito de frustración, me encuentro con los ojos negros insondables de Morfeo.

—Quiero irme a casa.

Él juguetea con la camisa, alisando las arrugas que mi puño ha causado.

—Sigue ignorando tus responsabilidades y no te quedará hogar adonde ir.

Sacudo la cabeza.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? Mi hogar está en el reino humano, no aquí. —Una mentira a medias. No puedo resistir observar una vez más la destrucción que me rodea. Pero él no tiene que darse cuenta de lo dividida que estoy… lo indecisa que he estado desde el año pasado.

—¿Qué te hace pensar que me estaba refiriendo a este hogar? —Se apoya en el tallo de un capuchino. La pose no debería ser amenazadora pero sus alas se alzan a su espalda, negras y dominantes, recortadas en el fondo tormentoso, y mi piel se eriza con aprensión. Intento liberar los codos pero la margarita es demasiado fuerte. Aun con las mangas largas, sus dedos en forma de hoja me muerden la carne.

—Exijo ver a la Reina Granate ya la Reina de Marfil —mascullo.

Morfeo se ríe con ganas.

—¿Exiges? Así que estás jugando la carta real, ¿no?

Se me tensa el pecho.

—Las reinas están a cargo de los portales que conducen a mi hogar, no tú.

—Oh, pero ahí se halla el problema. Algunas partes del País de las Maravillas ya han caído en las garras de Roja, que intenta reclamar tu trono y derrocar a Marfil para poder estar a cargo de los dos portales. Debido a tu ausencia y apatía, le estás regalando el reino a la bruja. Sabes que tu sustituta Granate es una idiota olvidadiza y sin poderes.

Los rayos caen de nuevo, cubriéndolo todo de una luz fantasmagórica.

El lodo bajo mis pies empieza a ablandarse y me hundo dos centímetros y después cinco. He provocado uno de sus negros estados de ánimo. Eso nunca es bueno.

—Mientes.

—La sangre dice la verdad. ¿Tus obras de arte mienten?

Quiero protestar con furia por espiarme en el instituto pero eso no cambiará el hecho de que tiene razón. A pesar de que no puedo descifrar las violentas escenas de mis mosaicos de sangre, puedo figurarme que hay algo malo en este mundo. Y que tal vez la Reina Roja esté detrás de todo.

Mi cuerpo se tambalea en el barro. Me hundo más profundamente, de forma literal y figurada.

La margarita me libera de su áspero agarre y las vides me arrastran hacia abajo. El lodo pegajoso y frío me aprieta las espinillas. Giro la cintura para suplicarle a la flor gigante:

—Eres mi amiga. La última vez que estuve aquí jugamos a las cartas, ¿recuerdas? No dejes que me haga esto…

Todavía en silencio, la margarita vuelve los cientos de ojos hacia Morfeo, como si esperara instrucciones.

—¿Lo has olvidado, Alyssa? Los solitarios de nuestra especie no son leales a nadie excepto a sí mismos (o al mejor postor). —Morfeo se acerca un paso, de forma que las puntas de sus botas quedan al borde del orificio. Me encuentro frente a sus muslos pero no logro alcanzarlos—. Harías bien en reencontrarte con su verdadera naturaleza. Podría recordarte la tuya propia. —Aplaude, dos veces en esta ocasión.

Hasta donde me alcanza la vista, observo que el bosque de flores aumenta y las plantas sacan los tallos gigantescos del lodo. Aparecen brazos y piernas en forma de hoja. Las flores abren las bocas que tienen en el centro y gimen, revelando unos dientes irregulares. Sus raíces se mueven como serpientes, impulsándolas hacia delante. Pronto me encuentro rodeada de hileras de ojos que parpadean.

Se me dispara el corazón en el pecho. Las flores mutantes no dormían ni estaban débiles… sino que estaban al acecho. Era una trampa.

Las raíces serpentean a través del fango y se deslizan para compartir mi tumba, sus cuerpos en forma de tallo me aprietan, me encarcelan en capas de hojas cubiertas de musgo y pétalos.

Me retuerzo cuando mis brazos presionan contra mi torso, los bíceps clavándose en las costillas. Con el peso añadido del ejército de flores que me rodea, me hundo otros quince centímetros en el lodo, ya estoy al nivel de las espinillas de Morfeo. Empiezo a sentir claustrofobia pero reprimo la sensación, recordando quién soy y cómo escapé de aquí una vez.

—Oh, vamos. —El sonido de mi voz es más firme de lo que me siento—. Si Roja no pudo tomarme como títere, ¿de verdad crees que tienes alguna posibilidad de mantenerme cautiva en una jaula de algas?

Una de las flores sisea, ofendida por el insulto.

Los rayos parpadean en el cielo y Morfeo ladea la cabeza.

—No eres la marioneta de nadie, querida. Eres un rehén. Aunque pareces confundida en cuanto a quién sostiene tus cadenas. —Se agacha, con la nariz a sólo unos centímetros de la mía—. He sido muy paciente. —Los nudillos enguantados se deslizan por mi mandíbula y por mi cuello. Las joyas bajo sus ojos brillan de un color violeta apasionado—, pero ya no tenemos el lujo del tiempo. Roja se ha ocupado de ello.

Intento bloquear la forma en la que mi piel responde a sus caricias, el modo en el que me arrastra hacia él, como el vello reaccionando a la corriente eléctrica. Tal como estoy, sin poder moverme, lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza para romper el contacto.

En cuclillas, Morfeo entrecierra los ojos.

—Libera las cadenas que tú misma te has puesto. Reclama tu corona y libera la locura de las profundidades que llevas dentro.

—No. Elegí ser humana. —La bilis me quema la lengua cuando el fango tira de mí todavía más, como si fuera un ratón devorado por una serpiente. El lodo sube hasta mi pecho y luego hasta la garganta (una sensación sofocante). Me pregunto cuán lejos planea llevar este farol.

Se deja caer sobre su estómago en el suelo con las alas relucientes como charcos de aceite a su lado, asemejándose al niño travieso que solía ser. Con la barbilla apoyada sobre la palma de la mano, me observa.

—No voy a suplicar. Ni siquiera por ti, mi preciosa reina.

Una fuerte ráfaga de viento nos azota, golpeando su sombrero. Morfeo agarra el borde antes de que salga volando por el agrietado cielo.

El cabello azul brillante le flagela el rostro cuando se vuelve hacia mí.

—Si no te quedas y salvas al País de las Maravillas, llevaré mi propia marca del caos al reino humano. Lucha por nosotros o atente a las consecuencias.

Las flores se cierran y me empujan hacia él; manos de hojas ásperas me arañan el cuello y las mejillas, agarrándome del cuero cabelludo para que no pueda soltarme. Me sonríe tan cerca que noto el calor de su respiración en mi cara.

—No te dejaré —insisto—. No voy a permitirte que entres en mi mundo.

—Un poco demasiado tarde —murmura contra mi piel apestosa—. Para cuando encuentren tu cuerpo, ya estaré allí.