Picadura
Hemos perdido el sentido del tiempo en el tren. Cuando volamos de regreso al espejo del jardín, ya ha caído la noche sobre Londres, y nos ilumina la baja intensidad de la luz de las estrellas. Mamá no puede utilizar sus alas sin destrozar el vestido, así que ella y Jeb montan en mariposas y yo llevo la mochila. De camino, elaboramos un plan para el baile de graduación.
Para mantener a papá en casa y a salvo, mamá le suministrará sedantes. En mi caso, nadie ha visto el vestido excepto Jen. Una vez que tenga la máscara puesta, debería poder entrar a hurtadillas. Además, mamá ya está apuntada en la lista de acompañantes. Jeb todavía tiene una llave de La Caverna de cuando trabajó allí. Nos colará antes de que los otros chicos y acompañantes lleguen. Me sorprende que no haya puesto pegas a mi parte del plan, quizás porque su hermana podría estar en peligro. Sea por la razón que sea, es magnífico tenerle cubriéndome las espaldas.
Si no vemos nada sospechoso antes de que comience la fiesta, nos mezclaremos con la gente y vigilaremos los espejos de la pared de la pista de baile. Con suerte, detendremos a Roja antes de que pueda atravesar el espejo y comenzar una guerra.
Si evitamos la escena del primer mosaico, tal vez lo otros eventos nunca sucedan. El mayor reto será el problema de la visión. En La Caverna la luz brilla-extremadamente-en-la-oscuridad.
En el espejo del jardín, mordisqueamos las setas que brillan como el neón para volver a nuestro tamaño normal. Reabsorbo las alas y saltamos por el portal hacia el espejo del ático de mamá. Son poco más de las cuatro de la tarde. Faltan tres horas para el baile de graduación.
Descendemos por la escalera hacia el garaje. La puerta está abierta y la furgoneta de papá está en la entrada, detrás del Mercedes de Morfeo. No podemos fingir que hemos estado aquí todo el tiempo. Peor aún, Gizmo está en la entrada, así que papá fue a Hilos de Mariposa y sabe que estuve allí. No sé cómo ha traído a Gizmo a casa o quién lo ha ayudado. El pulso se me acelera en el cuello, preguntándome qué más ha descubierto y cuántas personas están involucradas.
El viento trae el aroma de la humedad que se desliza por el garaje haciendo susurrar los viejos periódicos que se apilan en la esquina. Las nubes se reúnen para formar una tormenta, oscureciendo más de lo que debería. Me estremezco.
Jeb coge mi mano y la besa.
—Todo saldrá bien —intenta calmarme, y coloca la mochila en la puerta.
Mamá entra en la sala de estar con Jeb y yo a la zaga.
Papá está en el umbral, entre la cocina y la sala de estar. La lámpara junto a su asiento reclinable está encendida, pero él permanece fuera del círculo de luz. Las sombras confunden sus rasgos mientras sostiene el teléfono en la oreja. Cuando nos ve, cuelga y se acerca con una expresión que mezcla el alivio con el enfado.
—Os he estado buscando durante dos horas —dice casi gritando—. Estaba a punto de llamar a la policía. ¿Dónde habéis estado?
Mamá corre hacia él.
—Está bien. Encontré a Allie en la puerta de al lado. —Coge el teléfono y le lanza a Jeb una mirada suplicante.
—¿Qué? —pregunta papá—. ¿Cómo es eso…?
Jeb intensifica la voz.
—Es verdad. Al ha estado conmigo.
Mi padre frunce el ceño, echándole un vistazo a la ropa de Jeb.
—Pero si he pasado por tu casa esta tarde y tu madre me ha dicho que no estabais allí.
Jeb intercambia una mirada conmigo.
—Llegamos poco después. Antes de eso, estuvimos escondidos en el estudio.
—¿Escondiste a mi hija? —Papá le lanza una mirada que nunca antes le había visto utilizar con él, decepción con una pizca de desprecio. Es peor que cuando nos hicimos los tatuajes—. Te he dejado varios mensajes de voz. Tenías que saberlo preocupados que estábamos su madre y yo. Pensé que habías madurado, Jeb.
Jeb fija la vista en el suelo con la mandíbula apretada.
—Así que —continúa papá—, mentir, escapar, cometer actos de vandalismo, ¿qué es lo próximo, robar un banco?
Aunque dirige la pregunta a Jeb, sacudo la cabeza.
—¿De qué hablas? Jeb no tuvo nada que ver con lo que ocurrió en el instituto esta mañana.
—Hablo de Hilos de Mariposa. Alguien entró por la puerta trasera. Habían esparcido algo por toda la tienda, la ropa, el suelo y el techo. Como la serpentina en spray pero más dañina. Perséfone encontró a Gizmo en el callejón. ¿Qué tienes que decir acerca de eso?
Todavía le habla a Jeb como si estuviera demasiado lejos como para contestarle.
Me coloco en la línea de visión de papá, obligándolo a mirarme.
—Temblaba demasiado como para conducir. Llamé a Jeb para que me recogiera allí pero él no puso un pie en la tienda. —No es exactamente una mentira. Morfeo lo metió.
Papá me mira como si le hubiera pegado un puñetazo en la barriga.
—¿Por qué, Allie? Perséfone siempre ha sido buena contigo. Incluso me ayudó a traer tu coche a casa y me dijo que no llamaría a la policía. ¿Te lo estamos poniendo demasiado fácil para que te comportes así? —Le tiembla el párpado izquierdo, señal de que está al límite de sus fuerzas—. Ya te puedes olvidar de graduarte con tu clase mañana. Recibirás el diploma por correo. No te quitaré el ojo de encima hasta que hables con un psiquiatra.
Mamá da un grito ahogado y aprieto los dientes.
—Espere, señor Gardner… —Jeb trata de intervenir pero lo agarro del codo y lo retengo.
—Creo que deberías irte a casa, Jebediah —dice papá destilando frialdad en sus ojos marrones—. Esto es un problema genético.
Me arde el pecho. Sé que papá la está tomando con él pero esas palabras son como cuchillos. Jeb es de la familia. Siempre se le ha tratado como tal.
—Sí, señor —dice Jeb con la voz ronca. Se dirige a la puerta principal. Mamá lo sigue para acompañarlo fuera y hablan en voz baja en el porche mientras papá y yo nos miramos.
Un estruendo de truenos sacude la habitación.
Papá se apoya contra la pared y las arrugas que rodean su boca se hacen más profundas, como si un artista estuviera haciendo un bosquejo de su cara y hubiera puesto demasiada sombra. He aprendido mucho sobre él hoy, lo conozco mejor de lo que lo había conocido nunca, mejor que él mismo; sin embargo, él me está mirando como si fuera una completa extraña.
Como no puedo soportar su mirada acusatoria durante más tiempo, me dirijo a mi habitación.
—Alyssa —dice con un hilo de voz—, todavía tienes el maquillaje hecho un asco y, ¿qué le ha pasado a tu camiseta?
Me detengo junto a los mosaicos en el pasillo, dándole la espalda. El aire frío se filtra a través de las hendiduras de las alas. Me encojo de hombros.
—Genial. Muy buena respuesta. —Se le crispa la voz, que raya en la estridencia, como si fuera el arco de un violonchelista principiante—. Ya ni siquiera te conozco.
Aferro de nuevo los colgantes de mi cuello.
—Está bien —susurro para que no pueda escucharme—. Porque yo por fin lo hago.
Cierro la puerta de mi dormitorio. No me molesto en encender la luz cuando me cambio de ropa y me pongo los pantalones cortos y la camisola de encaje, deseando poder despojarme también de todo lo que ha salido mal con la misma facilidad con la que lo hago con la ropa.
La luz del día que se filtra a través de las cortinas es suficiente para sustituir los alfileres que Jen puso a mi vestido del baile por imperdibles y alisar los pliegues en lugar de cubrir los broches de metal.
Después de llamar a la puerta, mamá se asoma a la habitación.
Le hago una señal para que entre.
—¿Dónde está papá?
—Se ha ido a comprar algo para cenar. Le sugerí que fuera para calmarse. Cuando vuelva, le pondré sedantes en la bebida.
Asiento sin tener ni pizca de hambre y pienso en lo que estamos a punto de hacer. Vamos a dejar a mi padre sin sentido por una mala razón. Es lo mismo que mi madre vivió durante años en el psiquiátrico.
Puedo decir por sus labios tensos que la idea le desagrada tanto como a mí.
Nos sentamos juntas en mi cama con las luces apagadas y el acuario lo ilumina todo de un color azul. Las anguilas nadan con gracilidad, como ángeles bajo el agua, un contrapunto al tumulto emocional que tengo en la cabeza. El rugido de un trueno en la distancia resuena avivando mi inquietud.
—Lo siento. —Mamá deja caer el vestido en una nube de telas de tono azulado—. Tu padre… está preocupadísimo. Cuando todo esto haya pasado, lo arreglará con Jeb. No dejaré que pases por lo que yo he pasado. No te enviará a un psiquiátrico. ¿Entendido?
Quiero creerla pero en lo más profundo de mi alma empieza a envolverme una premonición.
—¿Por qué no podemos hacer que papá recuerde su pasado? Así dejaría de pensar que estamos locas y nos podría venir bien su ayuda esta noche ya que Morfeo no está aquí. —La voz me falla cuando nombro a Morfeo.
Papá no mencionó que hubiera encontrado ningún cuerpo envuelto en la serpentina en espray. Ni insectos gigantes ni nada por el estilo.
—Cariño, no podemos involucrar a tu padre en esto. Esos recuerdos le harían daño.
—¿Más daño del que ya le estamos haciendo? —Mamá adopta una postura pensativa.
—Ni siquiera puedo describir los horrores que vi cuando observé su pasado. No puedo concebir qué otras cosas horribles debe haber.
Me siento en silencio, no estoy segura de pensar como ella. Si logró sobrevivir al mundo del espejo cuando era niño, seguro que es más fuerte de lo que pensamos.
Comienzo a señalar eso pero mamá me interrumpe.
—Jeb pidió verte. Te está esperando bajo el sauce llorón.
Se me desencaja la mandíbula. ¿Conocía nuestro refugio durante todo este tiempo?
Mamá presiona su dedo en mi hoyuelo para impedir que hable.
—Allie, no creas que no lo entiendo, recuerdo lo que es ser una adolescente enamorada. —Me guiña un ojo y le sonrío—. Me voy a duchar y a preparar. Asegúrate de que no te pille la lluvia y de estar dentro antes de que papá vuelva a casa.
Me pongo un par de botas y una sudadera con capucha y camino por el jardín. Las plantas y los bichos están en silencio, me parece extraño e inquietante. El cielo se arremolina sobre mi cabeza; es de un gris espumoso que hace que parezca que son las seis en vez de las cuatro y media. El viento frío me agita el cabello, que azota mi rostro. Las ráfagas son tan fuertes que no me dejan oír el borboteo de la fuente.
Jeb ya está esperándome, vestido con una camiseta estrecha y unos pantalones, como si no pudiera esperar a deshacerse de la chaqueta de Morfeo.
Sujeta un ramal de hojas del sauce llorón que se agitan, y yo me agacho bajo el baldaquín verde.
En cuclillas, lo abrazo.
—Lo siento. Mi padre no quería decir eso.
—Lo sé. —Me besa la frente y aparta algunas hojas para que pueda sentarme—. No estoy aquí para que me des palmaditas en la cabeza y me hagas sentir mejor.
Intento sonreír.
—Oh, venga ya. Te encantaría.
Sonríe.
—Preferiría un beso. —Una débil luz se filtra por las hojas y se refleja en sus hoyuelos y su piercing haciéndole parecer más niño y juguetón, aunque su voz está cargada de tensión.
Los dos estamos fingiendo que todo está bien en el mundo cuando no podría ser menos cierto. Nos estamos engañando. Jeb no debería estar involucrado en todo esto. Si la Hermana Dos pudo contra Morfeo, ¿qué oportunidad tiene un humano en esta batalla?
—No creo que debas ir esta noche —suelto—. Llama a Jenara y evita que vaya.
—¿Estás de broma? Correría más peligro interponiéndome entre Jen y el baile de graduación que luchando contra juguetes zombis.
—No digas tonterías. Esto no es un juego.
Jeb frunce el ceño.
—Tampoco lo era cuando me has estado ocultando la verdad durante todos estos meses porque temías hacerme daño.
Guau.
—O hacernos daño —digo.
Me agarra de los codos y me acerca a él hasta que mi frente y nariz se tocan con las suyas.
—Somos más fuertes que eso y somos mucho mejores trabajando en equipo. Cuando uno trata de proteger al otro enfrentándose a todo solo es cuando lo echamos todo a perder. ¿No crees?
Suspiro.
—Sí —respondo con resignación.
—No me voy a interponer en tu camino esta noche. Haz lo que tengas que hacer pero no me pidas que me quede de brazos cruzados. ¿Vale?
—Pero haciendo frente a las cosas…
—A cosas a las que ya nos hemos enfrentado y, como dijiste, lo hice muy bien para ser humano. No te preocupes por Jen. La sacaré de allí si no podemos impedir que Roja atraviese el portal.
Toco sus labios.
—Todo se ha echado a perder. El baile de graduación debería haber sido así.
Me besa la punta de los dedos.
—Puede que se haya aguado la fiesta pero una vez que venzamos a todas esas criaturas, todavía tendremos nuestra noche de baile de graduación.
Su optimismo es contagioso aunque sea un propósito imposible que plantea para animarme cuando en realidad está tan preocupado como yo.
Aunque todo funcionara y derrotáramos a Roja, no podría estar con Jeb esta noche. No con el juramento que le hice a Morfeo. Tal vez fuera más fácil si realmente se hubiera ido, capturado por la Hermana Dos y atrapado en su telaraña. Pero no puedo soportar que eso haya pasado. Quiero que sobreviva.
Las hojas hacen ruido a nuestro alrededor y un trueno sacude el suelo.
—Deberíamos darnos prisa. —Jeb coge una bolsa de plástico que estaba detrás suyo y saca un prendido para la muñeca hecho de capullos de rosa blancos, las puntas están aerografiadas del mismo tono azulado que los guantes de encaje que llevaré puestos y están sujetos con una cinta de color azul marino y un lazo.
Me quedo sin aliento cuando lo miro más de cerca. Sabía que Jenara iba a hacer esto, lo que no esperaba era el anillo de plata incrustado en el centro de una de las rosas. Una docena de diminutos diamantes brillan en el engarce: un corazón con alas.
Al principio siento el cuerpo pesado pero después, se aligera.
—¿Es…?
Jeb agacha la mirada con las oscuras pestañas cubriendo sus ojos.
—Se me ocurrió la idea de las alas por las pinturas que te hice. No tenía idea de lo cerca que estaban de la realidad hasta ahora. —Traga saliva—. Planeaba dártelo en el estudio después del baile de esta noche pero por si acaso… —Se detiene como si sólo con decirlo fuera a cumplirse.
Abre la tapa de plástico y tira del círculo de plata, después me pone de rodillas. El corazón se me va a salir por las orejas. La hierba me hace cosquillas en las rodillas pero no me atrevo a rascarme porque Jeb está mirándome a los ojos y la expresión de su rostro es la más seria que he visto jamás.
—Alyssa Victoria Gardner. —Escucharle decir mi nombre completo hace que se me crispen los dedos de los pies de anticipación—. Una vez me dijiste en un bote de remos en el País de las Maravillas que algún día querías tener dos hijos y vivir en el campo para poder escuchar a tu musa y responderle cuando te llamara. Ahora te digo aquí, en nuestro refugio, que cuando estés preparada para esa vida… quiero ser el chico que te la ofrezca.
Jeb espera con la boca medio abierta de los nervios mostrando el incisivo torcido, la única imperfección en sus dientes blancos y rectos. Todo lo que ya me es familiar en él da vueltas a mi alrededor: los ojos verdes que me conocen como nadie más; las pinturas que me desnudan el alma; los brazos que prometen poder y fuerza cada vez que me estrecha entre ellos.
Sólo Jeb con sus defectos y vulnerabilidades humanas puede encajar con el lado humano de mi corazón. Lleva planeando este discurso desde antes de saberlo todo y todavía quiere.
En cuanto a mí, he sabido desde nuestro primer verano, hace años, lo profundos que eran mis sentimientos. Sí, quiero pasar mi vida con él pero tengo dos futuros posibles. Dos vidas que vivir. El corazón dividido en dos. ¿Cómo puedo prometerme con uno sin haberlo pensado todo?
Entonces, otra duda surge inesperadamente, algo que no he considerado hasta ahora.
—Espera, ¿es así como papá y tú arreglasteis las cosas? Cediste y le dijiste que te casarías conmigo antes de que nos marcháramos a Londres. ¿Es eso lo que está pasando aquí?
La expresión esperanzada de Jeb desaparece.
—No. Eso no… bueno, sí, ayudó mucho, pero tienes que saber, Al, que esto es lo que quiero. Es lo que siempre he deseado, un futuro contigo. Una vida contigo, mi novia hada. Para siempre.
—Siempre dice… el chico que… utilizó tu sangre para pintar…
El corazón me da un vuelco cuando el familiar acento cockney llena mi mente.
Una mariposa entra en el baldaquín rodeada de un resplandor azul. Lucha contra el viento y la luminosidad se extiende, alcanzando las ramas como para sostenerse en el lugar. Jeb y yo retrocedemos rápidamente cuando el insecto se transforma en un hombre que se desploma de lado sobre la tierra. Respira con dificultad y sus alas lo envuelven, escondiendo su cuerpo.
—Hijo de…
—Morfeo —interrumpo el arrebato de Jeb levantando una de las alas satinadas para poder verle el rostro. Estoy encantada de que esté vivo pero parece que no lo estará por mucho tiempo.
—Hola, bizcochito —dice a través de la densa cortina de cabello azul—. Espero haber… interrumpido. —Se lleva las rodillas al pecho, tosiendo.
Las hojas se agitan sobre nuestras cabezas cuando comienza a llover.
Le toco la frente, impresionada por lo caliente que está.
—Está ardiendo. Tenemos que llevarlo dentro.
Jeb duda, con una sombra de desconfianza en su rostro.
Coloco mi mano en su brazo.
—Necesitamos toda la ayuda que podamos reunir esta noche. —No puedo decirle a Jeb que me importa más que eso. Todavía no. No tenemos tiempo para arreglar ese desaguisado.
Apretando los dientes, Jeb me quita el colgante con forma de corazón del cuello e introduce el anillo por la cadena. Lo sostiene frente a mí.
—¿Llevarás puesto esto hasta que podamos hablar más tarde?
Asiento y me coloco la cadena alrededor del cuello.
Jeb pasa el brazo de Morfeo sobre los hombros.
—Cógelas, Al. —Señala las alas que arrastra por el suelo.
Cojo las alas de Morfeo intentando plegarlas alrededor de su cuerpo para que no se moje. Mamá se reúne con nosotros en la puerta trasera. Parece tan confundida y asustada como yo, pero nos conduce dentro de todas formas.
—Llévalo a tu habitación, rápido. Tu padre acaba de llegar, está en la entrada. Le daré los sedantes. Esperemos que hagan efecto rápido. Sólo queda una hora para irnos.
Caminamos con dificultad por el pasillo dejando huellas mojadas en la alfombra. Las alas de Morfeo arañan las paredes, golpean algunos mosaicos y los tuerce. Mamá nos sigue y cierra la puerta de mi habitación desde el otro lado. La escucho enderezar los mosaicos mientras se dirige hacia la sala de estar.
Enciendo la lámpara y quito el vestido de la cama, dejándolo sobre la silla del escritorio. Jeb deja caer a Morfeo. Sus hermosas alas se extienden a ambos lados del colchón, flojas. Es totalmente inquietante ver a alguien tan vital como él en un estado tan vulnerable.
Me arrodillo al lado de la cama y le aparto el cabello de la cara. Está temblando. Tiene los ojos cerrados y las joyas parpadean de un color verde grisáceo, enfermizo —mate en vez de brillante—, como agua estancada y turbia. Líneas negras parecidas a las venas se inflaman y palpitan bajo su pálida piel, como serpientes retorciéndose. Su magia azul brota alrededor de las líneas, intentando contener el veneno, pero el color negro sigue extendiéndose.
Se me revuelve el estómago.
—¿La Hermana Dos te ha hecho esto?
Morfeo entrecierra los ojos y tose, asintiendo con la cabeza. Chilla cuando las venas negras se le enrollan en el cuello. Siento como si el mismo veneno inundara mi cuerpo. Me duele mucho verlo sufrir.
—Shh. —Le aprieto la mano. Tiene la palma húmeda—. Tenemos que intentar no hacer ruido, ¿vale? No queremos que mi padre nos pille.
Aprieta los dientes temblando.
—Siempre supe que algún día acabaría en tu cama… y te escucharía decir esas palabras. —Logra componer una sonrisita.
Jeb gruñe.
—Increíble. Incluso a las puertas de la muerte sigue siendo un imbécil. —Coloca una almohada tras el cuello de Morfeo—. ¿Por qué no cierras la boca mientras te ayudamos?
Morfeo ríe débilmente con la piel emitiendo una luz azul.
—¿Qué tal si Alyssa —dice con respiración agitada— le da a mi boca algo más que hacer?
Jeb entrecierra los ojos.
—¿Qué tal si te doy un puñetazo?
Morfeo resopla, lo que provoca que tosa más.
Los miro a ambos.
—Chicos, ¿estáis de broma? —Sacudiendo la cabeza, levanto la manga de Morfeo para exponer su marca de nacimiento. Me encojo cuando las venas negras serpenteantes siguen mi tacto. Es como si se vieran atraídas por mis movimientos.
Me siento en la cama y empiezo a quitarme la bota.
Jeb posa una mano en las hebillas para detenerme.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta.
—Tengo que curarlo.
—¿Y qué pasa si el veneno es contagioso? —La lluvia golpetea en el techo y en la ventana como si estuviera enfatizando la preocupación de Jeb.
Me detengo.
Jeb le echa un vistazo a Morfeo, que vuelve a estar inconsciente.
—Oye. —Jeb le da un golpe a la cama y me recuerda vagamente a cuando Morfeo le hizo lo mismo en el estudio.
Morfeo logra abrir los ojos.
—Quiere curarte —dice Jeb—. ¿Es seguro?
Morfeo lanza un gruñido.
—El aguijón… Mi estómago… Sácalo. —Otro golpe de tos—. Sumérgelo.
Empiezo a abrir los botones de la camisa negra de Morfeo pero Jeb me aparta y se pone en mi lugar.
Morfeo coloca la mano en los dedos atareados de Jeb con los ojos abiertos como rendijas.
—Oh, mi guapo pseudoelfo. —Respira con dificultad—. ¿Por fin ha llegado el momento de confesar nuestro amor no correspondido?
A Jeb se le encienden las orejas. Está a punto de replicar cuando Morfeo gruñe, doblándose en dos. Jeb lo sostiene en la cama para poder terminar de abrirle la camisa. Se le tensan los bíceps.
Hay una herida de una picadura del tamaño de una moneda en el abdomen de Morfeo. El veneno negro e impenetrable parece provenir de ahí. Su magia azul vuelve a brillar y palidece, como si estuviera derrotado.
Me estremezco.
—Cuidado con eso —murmura Jeb.
Asiento y utilizo un Kleenex de mi mesita de noche para proteger los dedos mientras intento sacar el aguijón de la herida. Se retuerce en mi mano como si intentara escapar. Un escalofrío me recorre la espalda. Lo coloco en un vaso de agua que está al lado de la caja de pañuelos. El aguijón silba y cae al fondo, desintegrándose en segundos. Las venas negras bajo la piel de Morfeo se retuercen de forma más intensa, como si estuvieran luchando por sobrevivir sin su fuente. Morfeo cierra los ojos de golpe y aprieta los dientes en agonía.
Incapaz de soportar su dolor durante más tiempo, presiono mi tobillo contra su antebrazo. El calor fluye entre nosotros. Las venas negras reducen sus movimientos y se disipan hasta que lo único que queda es la marca del aguijón. El resplandor azul vuelve a aparecer y brilla a través de la herida, dejando una cicatriz plateada.
Una oleada de euforia me envuelve cuando Morfeo recupera el color natural. Abre los ojos, en alerta, y recobra fuerzas en segundos. Me sostiene la mirada cuando le toco la frente. Ya no tiene fiebre. El ojo atento de Jeb me quema la espalda y retiro la mano.
Morfeo me agarra el tobillo antes de que pueda bajarme de la cama y recorre el tatuaje alado con el pulgar. Siento un picor en los omóplatos.
—Mariposa —susurra silenciosamente. El Morfeo que conozco ha vuelto, bromeando y provocando, recordándome el juramento.
Jeb aparece detrás de mí y aparta a Morfeo.
—Las manos quietas, carnada de búho.
Los chicos intercambian una mirada hostil mientras me levanto del colchón con el brazo de Jeb rodeándome la cintura.
De alguna manera me alegra ver que las cosas nunca cambian.
Morfeo se sienta con las alas desplegadas a su alrededor. Se estira —lánguido y grácil— y pone los pies en el suelo. Las joyas brillan de color verde y me mira cuando se baja la manga y se abotona la camisa.
—Gracias Alyssa y Jebediah, supongo que estamos en paz.
—Ni de lejos —dice Jeb—. Has traído a Roja aquí y vas a ayudarnos a enviarla de vuelta.
Coloco la mano en el pecho de Jeb.
—Espera. Antes, dinos qué ha pasado con la Hermana Dos.
Morfeo resopla.
—Cayó en mi trampa y capturó al hombre de cartón en mi lugar.
Algo hace clic en mi mente.
—La silueta de Brandon Lee del santuario del Cuervo… Por supuesto. —Sonrío—. Impresionante.
Morfeo se encoge de hombros aunque obviamente está contento consigo mismo.
—Mientras ella estaba ocupada «envolviéndome», me transformé en mariposa y me materialicé detrás de ella para alcanzar la pata delantera. La enrollé en su propia telaraña y la arrastré a través del espejo y por la madriguera del conejo. Pero logró liberarse y se volvió contra mí. —Dirige la mirada hacia la cicatriz del abdomen y abrocha los pocos botones que le quedan—. Me dejó allí para que muriese.
—Sin embargo, lograste volver hasta aquí —digo.
—Tenía un buen incentivo. —Morfeo se levanta y se alisa la camisa—. Echaba de menos el coche.
Me echo a reír y Morfeo sonríe. Jeb nos mira con cara de pocos amigos.
Mi lapsus momentáneo de atolondramiento dura poco cuando me doy cuenta de las implicaciones de lo que ha dicho Morfeo.
—¿Eso significa que la Hermana Dos está de vuelta en el País de las Maravillas? ¿Está en su puesto?
Eso podría solucionarlo todo. Tal vez Roja no consiga las almas a tiempo.
—Me gustaría pensar eso —responde Morfeo—. Pero no debemos bajar la guardia. Especialmente tú, Jebediah.
El pomo de la puerta gira y todos nos quedamos congelados. Mamá aparece en el umbral y damos un suspiro de alivio al unísono.
Apretándose el cinturón de la bata, mira a Morfeo de arriba abajo y lo analiza de nuevo. Es obvio que no hay ningún amor perdido entre ellos.
—Allie descifró su primer mosaico —le dice mamá—. Roja está en camino y quiere atacar durante el baile de graduación. Tenemos un plan para detenerla. Te lo contaré cuando me vista.
Morfeo nos mira a Jeb y a mí.
—Qué deliciosamente peligroso.
—Esto no es un juego, Morfeo. —Mamá le lanza una mirada furiosa y vuelve su atención a Jeb—. ¿Podrías ayudarme a llevar a Thomas a nuestro dormitorio? No está dormido, pero está bastante grogui.
—¿Estará bien? —pregunto.
Mamá suaviza su expresión.
—Las pastillas son inofensivas. Estará más seguro así.
Asiento, aunque es duro soportar tratarlo como un títere.
Jeb la sigue cuando se dirige hacia el pasillo, se detiene en la puerta y le lanza a Morfeo una mirada cargada de significado.
—Controla las formas, ojos-de-bicho.
—Siempre. —Morfeo inclina un sombrero inexistente.
Jeb sale, apretando la mandíbula.
En cuanto se va, retrocedo hacia la pared cojeando, calzada sólo con una bota.
Morfeo me observa como un depredador, sonriendo.
—¿Intentando poner distancia entre tú y tus sentimientos, bizcochito?
—No sé a qué te refieres.
—Umm. Mientes con mucha finura. Cada día te pareces más a una criatura de las profundidades. —Se dirige hacia mí dando grandes zancadas, tan sigiloso y amenazador como una pantera negra. Apoya su antebrazo contra la pared sobre mi cabeza y las alas me envuelven, cortándome la visión—. Observé las profundidades de tu corazón después de nuestra unión. Vi lo preocupada que estabas.
Mantengo la boca cerrada con la esperanza de que eso fuera todo lo que vio.
Su mirada se desliza por mis colgantes. Sus rasgos se endurecen cuando introduce el meñique en el anillo.
—Esto nunca sucederá. Obviamente no le has contado a tu pseudoelfo el juramento que me hiciste.
Ahora no puedo darle a Morfeo lo que pide. Mi mente busca una forma de alcanzar su lado amable. Sé que tiene uno. Lo he visto.
—Hoy he aprendido algo de ti.
Como imaginaba, he captado su interés. Me atrae hacia las profundidades insondables de sus ojos.
—¿Qué será?
—Cada vez que tratas de hacer lo correcto, te pones neurótico.
Mi observación se encuentra con su silencio. Levanta el otro colgante, encerrando la llave, el corazón y el anillo en su puño.
Respiro profundamente, de forma irregular, cuando trato de leer sus pensamientos.
—Así que es muy difícil tomar esa decisión, ¿no? —pregunto.
Morfeo me ofrece una sonrisa petulante.
—Si fuera difícil significaría que me importa, pero ha dejado de importarme.
—Tus acciones dicen lo contrario. Sé lo que hiciste en Hilos de Mariposa. La Hermana Dos llegó al almacén mientras me vestía en el baño. Convertido en mariposa nocturna, la guiaste a la planta principal para mantener a Jeb a salvo.
Morfeo se mueve inquieto.
—Sólo estaba divirtiéndome un poco con la alimaña.
—¿Qué hay de lo que hiciste por mamá? Aunque te traicionó, nunca le dijiste a la Hermana Dos que mi padre era el chico soñador que ella había robado.
—Hice un juramento de vida mágica.
—No. Le pregunté a mi madre sobre ese juramento. Las palabras nunca especificaron que debías proteger la identidad de papá.
Agacha la mirada como si estuviera buscando algo con lo que rebatírmelo.
Levanto su barbilla con el dedo.
—Estoy intentando decirte que si continúas siguiendo los buenos impulsos, sin importar lo insignificantes que parezcan, no te daré la espalda como los demás. Volveré a ti. —Me muerdo la lengua, debo tener cuidado de no mostrar toda la mano. No puede saber que he sido testigo de nuestro futuro, sólo que estoy teniendo en cuenta su pasado.
Morfeo ríe.
—¿Volver a mí?
—Algún día.
—Tal vez entonces no quiera. Tal vez me canse de esperar.
Me trago el orgullo.
—Entonces tendré que ganarte. Estoy preparada para el reto.
Su expresión desdeñosa es sardónica pero no le causa impresión.
—Por supuesto que lo estás. —Tira del colgante para acercarme, tensando el puño alrededor de este—. Pero no voy a renunciar a nuestro día juntos sólo por un puñado de palabras bonitas y promesas vacías.
Me muerdo el interior de las mejillas, conteniendo el impulso de atacarle. Eso sólo alimentaria su ego.
—Entonces no estás haciendo lo correcto —digo sin alterarme.
Hace un mohín.
—¿No? Porque mis buenos impulsos me dicen que lo correcto es que hagas honor a tu juramento. Tendrás que hacer de tripas corazón y contarle a tu juguete mortal nuestro acuerdo.
Agito las alas en un intento por liberarme pero no se mueven.
—¡Me vuelves loca!
Sus ojos se encienden y brillan de un color ónice contra el fondo violeta de sus joyas.
—Tú a mí me quemas el alma. —Aprieta los colgantes con la luz azul brillando en sus dedos—. Hazte una pregunta, Majestad. ¿De verdad estás enfadada conmigo o con el hecho de que tu pequeña artimaña haya fallado?
Parpadeo tratando de contener el ardor de mis ojos.
—No era una artimaña. Todo lo que he dicho es cierto.
Resopla y está a punto de lanzar una de sus miradas vanidosas, pero en el fondo, veo la misma duda y vulnerabilidad que escuché en su voz cuando me envió al tren sin él. También veo algo más: un hombre con la forma de un hada, dañado y encantado, que dejó a un lado su egoísmo y se enfrentó al zamarrajo por mí, que miró a la muerte a la cara cuando nos iba a atropellar el tren, que se sacrificó por Jeb y que salvó a mi padre de que le absorbieran la vida.
Estoy abrumada por la compasión y la gratitud, y por otra emoción a la que no me atrevo a ponerle nombre. Tengo que convencerle de que también hay un lugar para él en mi corazón.
Pero no todavía.
Observo las alas que me cubren, su cuerpo inamovible frente a mí, después me pongo de puntillas y tomo su suave rostro con ambas manos. Él se tensa por un momento, suspicaz, pero se relaja lentamente, cada músculo rindiéndose a mis caricias.
—Sólo te pido que esperes un poco —susurro—. ¿No vale eso la eternidad? —Sin darle la oportunidad de responder, le beso en la mejilla como promesa de «algún día». Un beso por el amigo de la infancia y otro por el hombre que estoy empezando a conocer.
Morfeo, sin moverse, me deja llevar las riendas por una vez. Su mano libre descansa en el cabello a la altura de la nuca, la otra se calienta mientras sujeta los colgantes.
Es un beso en la mejilla, inocente y sincero, hasta que gira el rostro sin avisar, atrapando mi boca en la suya. Sus labios son cálidos y suaves, con sabor a tabaco. Gruñe y se hunde en mí, envolviéndome en una corriente de pasión.
Antes de empezar a ahogarme, lo aparto con los labios palpitantes y enmudecidos. Sus ojos son como fuegos artificiales, un despliegue centelleante de emociones. Me observa con asombro, como el chico de mis sueños cuando raras veces lo vencía en un juego o en un reto. Sus alas están laxas, ya no nos cubren.
Una maldición apagada procede de la entrada. Muevo la cabeza y me encuentro a Jeb con el rostro pálido. Su mirada es fiera aunque abatida, una herida profunda y retorcida que no he visto desde que su padre estaba vivo y lo atormentaba.
Se me cae el alma a los pies.
—Jeb.
No grita. Ni siquiera ataca a Morfeo. Lo que hace es mucho peor.
Se marcha.
—¡Jeb, espera! —Me siento como si me hubieran arrancado las tripas, un dolor tan fuerte que me fallan las piernas.
Morfeo me sostiene con el puño en el esternón y me inmoviliza contra la pared para evitar que vaya tras él.
—Qué pena —Morfeo desliza los nudillos por mi mejilla—. Siento que haya salido mal parado, querida, pero es mejor así.
Le habría vuelto loco entregarte a mí por un día. Las cosas nunca habrían sido lo mismo entre vosotros después de eso y él podría haber muerto esta noche. Probablemente le acabas de salvar la vida.
Me arden las mejillas.
—No. No es así como se supone que tiene que terminar. ¡Se supone que este tiempo nos pertenece!
Morfeo me libera y retrocede.
—Tiempo. Mírale el lado positivo, no tendrás limitaciones en el País de las Maravillas. Ahora concéntrate, tenemos que prepararnos para Roja.
De camino a la puerta, se detiene y acaricia las perlas del vestido del baile de graduación que cuelga en la silla. Sonríe con dulzura y sé que está pensando en la visión de Marfil: en una boda y en un niño con su cabello y con mis ojos que llevará los sueños al País de las Maravillas y hará que el robo de los niños humanos quede obsoleto.
Después de lanzarme una última mirada, Morfeo se marcha.
Me deslizo hacia el suelo. El calor irradia entre mis clavículas donde resplandecen los colgantes, de color brillante y caliente por el agarre mágico de Morfeo. La llave, el corazón y el anillo están fundidos en un montón de desecho de metal tan inútil como cualquier explicación que pueda ofrecerle a Jeb.
No lo vi venir. Había sido yo todo el tiempo. Yo era la que me traicionaría de la peor manera posible.