Fuego interior
Mimosos se fruncían los borogobios;
Y los espectromomios murgiflaban.
Es del poema del Galimatazo. Espectromomios. La pronunciación «espectro» en vez de «pectro», no me extraña. Morfeo ya lo había mencionado antes.
La palabra pectro se escribió y se pronunció mal en el poema de Carroll. En realidad, son espectros, criaturas lúgubres y fantasmales. Momio significa lejos de casa, están perdidos, buscando el camino de regreso. El murgiflido es el sonido que emiten, un chillido que te atraviesa el cerebro.
Eso es lo único que recuerdo. No puedo dejar que merodeen por el resto del instituto y aterroricen a los humanos.
Tengo que mantenerlos aquí hasta que pueda averiguar cómo vencerlos.
Sus alaridos y gemidos dispersan mis pensamientos. Los espectros descienden como ráfagas de aire frío y me golpean el rostro, dejando un aroma de amenaza mezclado con el hedor a sudor pegajoso. Abrazo fuerte a Taelor para que su caro perfume haga desaparecer el hedor de mi nariz. Nunca esperé sentir este instinto de protección hacia ella, pero está indefensa. La responsabilidad es abrumadora.
La risa del payaso vuelve a estallar, exigiendo mi atención.
Cornelio grita:
—¡Majestad! —Su súplica resuena desde las profundidades del vestuario y sé que ha desaparecido, se lo han llevado a algún lugar fuera de mi alcance.
—¡No! —me lamento.
No puedo quedarme sentada sin hacer nada. Aunque me gustaría quedarme con Taelor, la apoyo contra las patas de la mesa y me arrastro a ciegas, rezando para no tocar algo que tire de mí. Se me resbalan las manos en un charco aceitoso, limpio los pegotes en los pantalones y reanudo la búsqueda. Al final, una lámpara rueda bajo mis dedos.
Arrastro mi recompensa bajo la mesa. Tras encontrar a tientas el interruptor de la luz, la enciendo. Un suave brillo ámbar se filtra por los diseños de los manteles, creando un efecto luminoso. Sería hermoso sino fuera por la escena truculenta que revela su luz.
Un fango grasiento y denso desciende por las paredes y forma pequeños charcos en el suelo. Las formas fantasmales pasan por el aire, bajan y caen en picado, como demonios en un cementerio. Cada vez que tocan el suelo dejan un rastro negro. Es como si estuviera atrapada en una película de Halloween; lo único que falta son las tumbas destruidas.
Se me revuelve el estómago del miedo.
—Morfeo, vuelve, por favor. —Farfullo la petición con la esperanza de que me escuche. Esperando que no esté demasiado furioso como para escucharme.
Los chillidos de los fantasmas hacen que el silencio de Morfeo sea mucho más alto.
—¡Morfeo! ¡Necesito tu ayuda! —El grito resuena por las paredes. Los fantasmas sisean en respuesta y uno arremete contra la mesa y se parte por la mitad. Se forman unos guantes flotantes llenos de manos incorpóreas y tiran de los tobillos de Taelor para alejarla de mí.
—¡Detente! —Dejo caer la lámpara y la agarro por detrás con los dedos entrelazados bajo sus brazos, alrededor de su pecho. Taelor se convierte en el objeto de un tira y afloja sobrenatural. Estiro tan fuerte que se le salen las botas y me golpeo la espalda contra las patas de la mesa. Las manos fantasmales giran en el aire alejándose de Taelor y recuperan su forma original, es decir, «sin forma».
Vuelvo a buscar la lámpara sólo para descubrir que otro fantasma se la ha llevado. El que ha atacado a Taelor debe haber sido un señuelo para robarme la luz. Filtran su esencia por los agujeros de los diseños de encaje llenando el globo hasta que la luz se extingue.
El negro vacío pesa tanto como un edredón mojado. Sostengo la mano floja de Taelor. Tal vez Morfeo me ha dado la espalda de verdad. Nunca pensé que me abandonaría de esta manera. Pero creo que aunque esté tan enfadado como para querer que sufra, lo más seguro es que aparezca. Necesita mi ayuda para salvar el País de las Maravillas.
Como si fuera la respuesta a mis pensamientos, una luz brillante asoma en la entrada del vestuario, tan pequeña y centelleante como la mecha encendida de una bengala moviéndose en el aire. Esquiva a los espectros que caen en picado por su camino y se posa en la rodilla de Taelor.
El brillo se apaga y toma forma: cinco centímetros de alto, curvas femeninas, cuerpo de judía blanca y verde completamente desnuda excepto en los sitios estratégicos donde lleva escamas relucientes. Unos ojos protuberantes y cobrizos me estudian. Es como competir en un concurso de miradas con una libélula.
—Sedosa —digo tan sorprendida como aliviada de verla. Una vez fue el hada más hermosa y apreciada de Morfeo, antes de que lo traicionara. O ha venido por su cuenta o se han reconciliado.
—Reina Alyssa. —Hace una reverencia y sus alas sucias tiemblan. Mira por encima del hombro a los espectros—. Es un momento difícil —dice con voz cantarina.
—Sí, lo es —respondo, intentando mantener la voz firme para sonar regia, pero fallo miserablemente—. ¿Te ha enviado Morfeo?
—En efecto —responde—. Ha escuchado tu llamada.
Inhalo profundamente, convencida de que no me ha abandonado por completo.
—¿Qué hago? ¿Cómo los derroto?
—No necesitas vencerlos. Simplemente llévalos a casa.
—¿Al País de las Maravillas?
—A su base. Los sueños de los niños son la infraestructura del País de las Maravillas. Se menciona en el cuento de Lewis Carroll y su poesía:
Toma esta historia infantil y con mano dulce
ponla donde los sueños de la niñez se abrazan en
el místico lazo de la memoria…
—Así nació el País de las Maravillas.
Nos agachamos cuando un espectro pasa por nuestro lado.
—Oh, sí —farfullo—. Es un poco diferente del que recuerdo. No es que me sorprenda.
—La verdad está ahí en cada versión, pero tienes que buscarla. Los sueños de los niños se dividen en dos partes. Los borogobios forman la mitad frívola y traviesa y son usados por las Gemesas en el cementerio para distraer y entretener a los espíritus enfadados. Pero los espectros forman la parte horripilante de pesadilla. Custodian la madriguera del conejo, evitan que lo que pertenece al País de las Maravillas escape o recuperan por la fuerza lo que ya es suyo. Están acurrucados en el suelo y algo ha violado su lugar de descanso.
Inmediatamente recuerdo el sueño que tuve del País de las Maravillas, Morfeo estaba allí, y mientras me ahogaba en el lodo notaba cómo algo respiraba y borboteaba bajo mis pies. ¿Eran espectros? Entonces pienso en las hormigas, que son expertas en moverse por la tierra más que cualquier otro organismo, incluyendo las lombrices. Deben haber perturbado las bases del País de las Maravillas, abriendo el mecanismo de defensa para evitar que el ejército de flores ponga en peligro la madriguera.
Las alas de Sedosa se agitan en un borrón neblinoso cuando se coloca frente a mi rostro. Su piel verde reluce.
—Los espectros son como niños perdidos, puesto que surgen de los niños. Son criaturas aterradas e irritadas, a menos que estén en su lugar de descanso. Una vez que se les molesta, sólo quieren hacer su trabajo para poder regresar a donde pertenecen. Ansían la seguridad que los borogobios, sus partes más brillantes, una vez les proporcionaron. Ese es el motivo por el que se sienten atraídos por la luz y por ti. La magia de la corona que posees les prohíbe tocarte pero creen que los has traído aquí. Como no han encontrado nada que pertenezca al País de las Maravillas, están confundidos. Esperan que los guíes de vuelta a la seguridad, que ilumines su camino.
Me quedo mirando las espirales amorfas que se encuentran justo detrás del cuerpo brillante de Sedosa. Se inclinan hacia nosotras, como si quisieran comprobar si Sedosa pertenece al País de las Maravillas o a este mundo. La luz que emana debe hipnotizarlos, confundirlos.
—Así que, ¿esa es la razón por la que rompieron las bombillas y me robaron la lámpara? ¿Estaban intentando acercarse a la luz?
Sedosa asiente con la cabeza.
—Debes mostrarles el camino a la madriguera del conejo.
—¿Por qué no lo haces tú? Guíalos con tu brillo.
Alza la nariz ante la sugerencia.
—No tengo esa habilidad. La luz que elijas debe ser lo bastante poderosa para iluminar sus pasos y que puedan volver a su lugar pero, al mismo tiempo, debe borrar su rastro para que no les sigan.
Gimo. Otro acertijo.
—Ni siquiera tienen pies.
Sedosa se posa sobre mi muslo, donde la grasienta marca de mi mano todavía está húmeda. Se deja caer apoyando las rodillas y traza una forma con la palma de su mano, que tiene el tamaño de una mariquita.
—Todas las criaturas dejan una huella.
Echo un vistazo a las manchas grasientas que han dejado en el suelo y en las paredes.
—Utiliza lo que mi amo te ha enseñado —dice. El sentimiento en su voz indica que Morfeo la ha perdonado. Lo que me da esperanzas de que también me perdone a mí—. Envíalos a casa. —Salta al aire.
Las formas fantasmales se acercan cuando ella se aleja volando. Me cubro la cabeza con los brazos. El saber que no pueden tocarme no amilana mi miedo.
—¡Espera! No me dejes. Dile a Morfeo que siento haberle hecho daño. Dile que lo necesito aquí. Por favor, ¡es importante!
—Debo irme antes de que los espectros me lleven por la fuerza. Morfeo está ocupándose de que Cornelio esté a salvo. Eso también es importante, ¿no crees?
Avergonzada, dejo que el silencio responda por mí. He estado a un paso de ponerme de rodillas y rogarle que vuelva…
Justo como me dijo que haría.
—Quiere que le encuentres cuando esto se acabe. —Sedosa revolotea hacia el vestuario y me deja a cargo de Taelor y de los espectros. Ahora, mis dos mitades están entrelazadas inexorablemente. Fue un error pensar que podría mantenerlas separadas.
El timbre de aviso de las ocho y cinco suena y alguien mueve el pomo de las puertas del gimnasio. Los gritos del otro lado aumentan.
—Está atascada —grita el director.
—Voy a buscar al conserje —responde un profesor.
Las sienes me van a estallar, los pensamientos rebotan como pelotas de ping-pong en mi cabeza mientras intento articular un plan.
Los espectros, nerviosos por las voces humanas, gimen y gritan. Se sacuden, me agitan el cabello y absorben mi respiración resollando.
Alcanzan de lleno el vestido vaporoso de Taelor y dejan las mangas hechas harapos. Los golpeo para que se alejen y grito. Se encogen pero sé que su retirada será breve. Cuanto más tiempo pasen atrapados aquí, su comportamiento se irá volviendo más propio de monstruos volátiles que de niños asustados.
Tengo que enviarlos de vuelta antes de que algún miembro del personal del instituto Pleasance abra las puertas y sufra un paro cardíaco en toda regla.
Contemplo la idea de coger una guirnalda de lámparas para intentar «iluminar su camino» pero lo único que harán será romper las bombillas. ¿Cómo se supone que voy a guiar a estas criaturas a casa si siguen boicoteando todos mis esfuerzos por ayudarlas?
En ese momento siento que se despierta mi sentido de las profundidades, como un aleteo bajo mis ojos, revelando la lógica tras lo ilógico: sólo una cosa puede levantar a las sombras vivientes y es la luz viviente.
Las llamas pueden respirar. También tienen la habilidad de consumir ciertos tipos de aceite como el queroseno. Si las manchas grasientas dejadas por los espectros son inflamables, esa podría ser la respuesta al acertijo de Sedosa.
En este reino, iluminar los pasos mientras los borras sería imposible y un sinsentido pero no en el País de las Maravillas y ahora que el País de las Maravillas ha cruzado nuestras fronteras tiene todo el sentido del mundo.
Mi idea es demencial y peligrosa. Podría terminar quemando el instituto pero no tengo otra opción; por no mencionar que la mera posibilidad de tener tanto poder en las yemas de los dedos es demasiado tentadora como para resistirse.
Mi cuerpo palpita de anticipación y de hambre por el reto al que me voy a enfrentar. Por probarle a Morfeo que puedo encargarme de esto, que tenía razón en tener fe en mí.
Salgo de debajo de la mesa y me pongo en pie rodeada de oscuridad, tapándome los oídos para no escuchar los alaridos estridentes de los espectros. Con los ojos cerrados, me concentro en la guirnalda de lámparas que cuelga en los árboles y las que todavía están desperdigadas por el suelo. No puedo verlas pero sé que están ahí, así que visualizo las diminutas bombillas para que cobren vida, respirando y quemándose como si fueran velas de verdad. El pulso se me ralentiza, se vuelve firme, y en la paz y oscuridad que ahora me envuelve, doy vida a lo exánime.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, las lámparas brillan con un resplandor naranja intermitente. Los espectros se ciernen sobre ellas pero no atacan, como si estuvieran esperando instrucciones.
Ahora el fuego tiene que tomar contacto con las manchas grasientas. Logro que la luz de la vela crezca en el interior de las lámparas hasta que estallan en bolas de fuego. Los hilos que unen las lámparas se incendian, como la carroza del dragón en el desfile de Año Nuevo chino: iluminado en colores naranjas, amarillos y rojos.
Construyendo esa imagen, imagino que los hilos en llamas pueden moverse. Se escapan de los árboles, les prenden fuego a las ramas pintadas y se deslizan por el suelo para unirse con las otras que ya están allí. Se extienden hasta que no queda ni un charco ni una mancha por tocar.
En segundos, las «huellas» se prenden fuego y los espectros descienden en línea.
—¡Id a casa! —les grito—. ¡No hay nada que perseguir aquí!
Siguen el rastro ardiente de vuelta al vestuario. Las manchas grasientas se consumen cuando se van, borrando todas las líneas de grasa. Cuando el último fantasma desciende en picado hacia el tabique de entrada y se escucha un ruido de cristales rotos procedente del vestuario, me invade una oleada de triunfo.
Lo he logrado. He guiado a los defensores perdidos del País de las Maravillas a casa y, al mismo tiempo, he rescatado a mis compañeros y profesores.
Lo único que falta por hacer es limpiar.
El gimnasio está en llamas. Debería estar aterrorizada pero, en vez de eso, me siento orgullosa. Ésta es mi creación, ha nacido de mi magia.
El fuego de los árboles se extiende a los manteles y al papel crepé. Una reacción en cadena tan brillantemente espectacular y terrible que me duele ser parte de ella… Devorar y destruir para luego disfrutar del botín.
Podría hacerlo. Podría quedarme aquí, en mitad de las llamas, dejar que me laman la piel y reír en una neblina desafiando a la muerte, sólo porque me pertenecen. Podría observar la destrucción del mundo y luego bailar, triunfante, bajo una nevada de ceniza.
Lo único que tengo que hacer es liberar el poder. Dejar escapar las cadenas de mi humanidad, dejar que la locura me guíe. Si lo olvido todo, excepto el País de las Maravillas, puedo convertirme en un hermoso pandemonio.
Las llamas se elevan más alto… Seductoras… Tentadoras…
El humo llena la habitación, es gris y con forma de sílfide; es bonito desde un punto de vista mortífero. Sale del fuego y forma lo que parecen ser alas, negras y espléndidas. La silueta de un hombre viste la imagen, dos brazos intentando alcanzarme.
¿Morfeo o un espejismo?
Recuerdo la vez que bailamos en el cielo del País de las Maravillas, iluminado por la luz de las estrellas, lo fantástico que era ser tan libre. ¿Qué sentiría si bailase con él en el centro de un infierno en llamas, rodeados por un poder infinito que respira y crece a nuestra voluntad?
Suena el timbre del instituto, tres timbres consecutivos. Es la señal de la alarma de antiincendios, pero no me importa, que los humanos huyan del fuego mientras yo camino hacia él.
Saboreando el calor que incrementa con cada paso, me acerco a las imprecisas alas y a las atractivas manos, deteniéndome sólo cuando un sonido débil hace añicos mi euforia.
Taelor está tosiendo.
—Me hace dudar, escuchar y recordar.
No salió con los demás. Está en peligro.
Sacudo los zarcillos de las profundidades que me nublan el juicio y acabo con mis deseos tiránicos. Las alas de humo y la silueta desaparecen. No sé si han estado ahí alguna vez. A pesar del calor, me estremezco, horrorizada por lo fácil que ha sido considerar abandonar la humanidad.
Las llamas que se alzan entre nosotras me impiden ver a Taelor, pero la oigo toser. No sé si está despertándose o si sus pulmones están expulsando el humo de forma instintiva. Sea lo que sea, necesita mi ayuda. Doy una bocanada de aire chamuscado. Me arden los ojos y veo borroso.
Para poner a Taelor a salvo, tengo que apagar el fuego que yo misma he creado. Me detengo por un segundo, helada por el extraño instinto maternal.
Si lograra provocar a la lluvia, podría apagar las llamas rápidamente, sofocarlas antes de que sientan dolor. Recuerdo el baño mohoso de chicas donde me encontré con Morfeo en el sótano, bajo el gimnasio.
Aquellas tuberías de agua defectuosas están justo bajo mis pies.
Visualizo los conductos oxidados cobrando vida, estirándose y doblándose como una salamandra que se despierta de su hibernación en un tronco podrido. El metal flexible golpea la parte inferior del suelo y resuena a través de las suelas de mis botas. Entonces, empieza a brotar agua de los listones de madera y se acumula a mi alrededor. Las tuberías continúan golpeando y los sonidos metálicos resuenan mientras manan chorros de agua por todas las grietas del suelo, salen disparadas hacia arriba para después descender y sofocar las llamas.
Cuando el infierno disminuye y el gimnasio se oscurece paulatinamente, salgo corriendo a través del agua con la ropa mojada y fría pegada a la piel.
Patino para detenerme junto a la mesa.
Taelor gruñe y se restriega los ojos. La ayudo a levantarse y la apoyo contra el borde de la mesa. Vuelve a toser. No la dejaré. Casi no puede ponerse en pie.
Las puertas principales se abren con un ruido sordo. Un puñado de bomberos entran con linternas brillantes. Se detienen en la puerta, estupefactos por la apariencia del gimnasio.
Sus luces ondeantes exponen la consecuencia de mi obra: madera, papel y pintura chamuscados; charcos cubiertos de hollín en cada centímetro de suelo y debajo de todo, la mascota del instituto cubierta de burbujas negras, tan deformada que está irreconocible.
—¿Qué ha pasado? —farfulla Taelor, observando el destrozo que nos rodea con los ojos inyectados de sangre. Está apoyada con los codos sobre el agua negra. Las botas yacen en una masa humeante a unos centímetros. El hedor a cuero quemado me produce náuseas.
En vez de intentar responder, me desplomo en la mesa a su lado.
Me siento como las llamas: consumida, apagada. Y ni siquiera he empezado a luchar porque la batalla que acabo de ganar contra el País de las Maravillas y contra mí misma no es nada en comparación a las acusaciones con las que tendré que enfrentarme y las respuestas que no tengo.
* * *
Me sitúo entre la furgoneta de papá y Gizmo. El viento sopla a través de la trenza que llevo hecha jirones. Me bebo de un tirón el resto del agua que había en la botella y la tiro en el contenedor de basura que hay detrás de mí. Observo el cielo de media mañana, después bajo la mirada hacia los furgones de los fontaneros aparcados junto a la entrada trasera del instituto.
El suave murmullo de los bichos zumba en mis oídos:
Bien hecho, Alyssa… Sólo queda una batalla más para salvarnos a todos.
La advertencia me tensa todos los músculos. Es verdad. Todavía queda mucho para estar a salvo, tanto yo como la gente a la que quiero. Ahora Jeb es mi prioridad, ya he desperdiciado suficiente tiempo aquí.
Los camiones de bomberos y los coches de policía se han marchado hace cinco minutos. Si cierro los ojos todavía veo sus luces intermitentes. O tal vez sea por las llamas. Quizás nunca pueda olvidar ese infierno. Un recuerdo imborrable del momento en que perdí el sentido de la humanidad y arruiné mi trayectoria educativa además de la relación con mi padre, todo de una vez.
Papá acababa de recoger a Gizmo del taller cuando recibió la llamada del director. Nunca habría podido imaginar lo que le esperaba al otro lado del móvil.
—Si llegas a casa primero —dice—, te esperas a que venga. Quiero ser yo el que le diga a tu madre que te han expulsado. ¿Vale? —El tono cauto de su voz es crispante, parece que tema gritarme. Cree que soy demasiado inestable como para soportar cualquier emoción real. Da la impresión de que está derrotado, por su posición encorvada sobre la furgoneta con su uniforme del trabajo. Está convencido, como todos excepto Jenara, de que he reunido una tonelada de hormigas para echárselas a los estudiantes y de que después he prendido fuego al gimnasio de forma accidental, mientras intentaba recuperar el control de la travesura que salió mal.
Papá no está seguro de que haya sido un accidente aunque no se lo ha dicho a la policía ni a mí. No lo puedo mirar a los ojos. Cree que rompí el espejo del vestuario, igual que el de mi habitación. No se traga la teoría de que el espejo estaba caliente por las llamas y cuando el agua helada lo cubrió, el cristal se quebró, como «sucedió» con las bombillas rotas.
Al menos no tengo que explicar lo del agua. Según los bomberos, el calor combó las tablas de madera hasta que presionaron contra las tuberías oxidadas y se partieron. Fue un golpe de suerte.
Suerte. Seguro.
Tengo cualquier cosa menos suerte.
No he negado las acusaciones sobre las hormigas porque, de alguna forma, soy responsable. Papá ha dejado de sugerir que vaya a ver al orientador del instituto; ya ha concertado una cita con un psiquiatra. Cree que el espejo roto es el principio de la misma espiral de locura que se llevó a mamá, pero esta vez la víctima loca soy yo.
—Alyssa. —Papá me presiona para que responda a la pregunta.
—Ya lo sé —respondo—. Si llego a casa primero, mamá es la que manda. —Es una broma pero no se ríe, probablemente porque nunca ha conocido a cierta criatura petulante de las profundidades que siempre ha hablado de mamá con acento cockney. Toso en el incómodo silencio, tengo la garganta en carne viva por la inhalación de humo.
—Deberías dar las gracias por tu buena suerte, en el instituto piensan que ha sido un accidente —dice papá, demostrando que aunque no ha entendido el chiste, ha detectado el sarcasmo—. Y han tenido en cuenta tu buen comportamiento todos estos años. ¿Un día de expulsión por casi quemar el gimnasio? Accidente o no, podrían haber presentado cargos y entonces habrías hecho el examen final en el reformatorio en vez de en casa.
Me mordisqueo el interior de la mejilla. Claro que me alegro de no acabar con antecedentes penales por vandalismo. Incluso puedo asistir a la graduación el sábado y recibir el diploma junto a mis compañeros de clase con la condición de no aparecer por el baile de graduación de esta noche.
El padre de Taelor se ha ofrecido a celebrar el baile en La Caverna ahora que el gimnasio está destruido. El giro más impresionante de los acontecimientos ha sido el de Taelor, que ha optado por no presentar cargos en mi contra. Debe recordar de alguna forma que intenté ayudarla. Lo único que ha pedido ha sido una orden de alejamiento temporal que me prohíba acercarme a menos de quince metros a cualquier miembro de su familia.
Me han desterrado de mi propio baile de graduación. El año pasado habría celebrado una fiesta. Pero, ¿este año? Estoy decepcionada. Aunque en el fondo sabía que no iba a ir.
Hay una batalla que lleva mi nombre y no puedo dejar pasar más tiempo. Si no consigo bajar por la madriguera del conejo pronto, la Reina Roja y su ejército podrían atravesar el portal, si es que no están aquí ya, lo que haría que lo que pasó en el gimnasio pareciese un espectáculo de Disney sobre hielo.
—Cógelas. —Papá ni siquiera me mira cuando me pasa las llaves de Gizmo—. Asegúrate de limpiarte la cara antes de que te vea tu madre. Llevas el maquillaje hecho un desastre.
Debe haber hollín en mi piel, porque no llevo maquillaje.
—¿Puedes ayudarme a limpiarlo? —Cualquier cosa para que me mire.
Sigue con la vista fija en otra parte.
—Utiliza el espejo del coche. —El desaire duele más que cualquier reprimenda o mirada de decepción.
Papá me da la espalda para abrir la furgoneta y me ordena una última cosa.
—Hoy no vas a salir de casa ni vas a recibir visitas. Vas a terminar tu último examen y todavía le debes una disculpa a tu madre. Ve directa a casa. ¿Entendido?
Asiento. En realidad, no es mentira. Después de todo, no ha especificado qué casa.
Mientras estaba sentada en la enfermería esperando a que papá saliera de la reunión con el director y el orientador, he aprovechado el tiempo para hablar con el señor Piero, que me ha dado la dirección del estudio de Ivy y la he guardado en el móvil.
En cuanto salga del aparcamiento, voy a localizar a Jeb, voy a encontrar los mosaicos y a Morfeo, aunque tenga que pedirle de rodillas que me ayude, y voy a reunirme con Roja en el País de las Maravillas.
Entonces sí, papá, voy a casa.
Pero no es la casa a la que te refieres.