14

Pruebas

Cuando Morfeo se marcha, me invade una oleada de arrepentimiento. Cuanto más pienso en ello, más claro me parece. Estaba diciendo la verdad, no ha estado en mi cabeza desde que se presentó con la apariencia de Finley. Incluso en los sueños del hospital, no fue su voz la que escuché. Fue un susurro que podría haber pertenecido a cualquiera. Incluso a mí.

Me abrió su corazón y se lo destrocé. Lo único que quiere es salvar al País de las Maravillas y yo no dejo de actuar como una cobarde.

La luz del anochecer se filtra por las persianas y se refleja en los fragmentos de cristal del suelo, iluminando las paredes de color rosa palo. La calma es la última de las sensaciones que ahora mismo me envuelven. No soy capaz de moverme para recoger los trozos del espejo. Hoy se ha roto mucho más que eso. Tantas cosas que no sé cómo unirlas de nuevo.

Los ronquidos que salen del armario me distraen de la culpa y me dirijo a él. Cornelio está hecho un ovillo en el suelo. Algunas prendas se han caído de las perchas y las coloco sobre él para camuflarlo. Se relame y se acurruca más en una improvisada cama de zapatos y cinturones. A pesar de ser raro y espeluznante, cuando duerme es adorable, incluso vulnerable.

Su seguridad es mi prioridad. Tengo que mandarlo de vuelta a través de la madriguera del conejo. No podemos arriesgarnos a que papá u otro humano se encuentre con él.

Hilos de mariposa tiene espejos que ocupan toda la pared. Si cojo el coche de Morfeo antes de que papá llegue a casa, ahorraría tiempo sin tener que explicar lo que está haciendo en nuestra entrada.

Puedo llevar a escondidas a Cornelio a la tienda. Es del tamaño de un conejo. Cabe en mi mochila. Podemos llegar allí antes de que Jen cierre. Me llevaré el vestido del baile y le sugeriré que mejor cierro yo para que se pueda ir antes a acabar el vestido.

El plan es infalible pero la pregunta es: ¿qué pasará después de mandarlo de vuelta? Morfeo se ha ido. Eso significa que tengo que hablar con mamá, intentar confiar en ella. Tal vez tenga alguna idea de cómo podemos detener a Roja y a las flores zombis.

Por otro lado, ya es hora de decirle a Jeb todo lo que he estado ocultando durante tanto tiempo. Y mamá me ayudará a convencerlo, le guste o no.

Cojo la mochila del salón y me detengo para echarle un vistazo a mamá a través de la ventana trasera. Está sentada en el césped junto a un macizo de regaliz plateado, susurrando a sus livianas orejas todos sus secretos.

Las lágrimas le recorren el rostro.

Ojalá hubiera confiado en mí o en papá de esa manera tan íntima, como lo hace con las plantas. Todos estos años las flores han conocido una parte de ella que nosotros ignorábamos. Me muerdo el interior de la mejilla cuando me doy cuenta de lo ridículo que es estar celosa de una planta.

De vuelta a mi habitación, saco dos libros de texto de la mochila y los coloco en el escritorio; en el interior sólo dejo una botella de agua medio vacía y el móvil. Llamo a Jeb para allanar el camino. Salta el contestador automático y como me da miedo dejarle un mensaje con la voz tan temblorosa, opto por enviarle un mensaje.

He intentado llamar como me pediste. Mama esta BIEN. Me detengo. No puedo decirle en un mensaje que me dirijo hacia el trabajo para enviar a una criatura calva y esquelética a través de un espejo. En vez de eso, improviso.

Estoy cansada… voy a estudiar y después me echaré una siesta. Contéstame cuando tengas tiempo. Necesito verte esta noche.

Un porcentaje de lo que he dicho es verdad. Estoy cansada. Voy a ducharme para recuperarme.

Ya en el interior del baño principal de tono rosa y perla, me quito el vestido del baile y la ropa interior. Entro en la ducha y acciono el grifo. El calor actúa con su magia en mis doloridos huesos y músculos.

Salgo de la ducha perfumada como una galleta dulce y me seco. Tengo la mente clara pero el cuerpo todavía pesado y lento. No dispongo de tiempo para maquillarme o para secarme bien el pelo, así que me hago una trenza floja en la que sólo el mechón rojo cuelga largo y rizado en la frente. Me enfundo unos vaqueros estrechos con rayas verticales de color rojo y negro que mamá me regaló para Navidad. Es la primera vez que me los pongo. Pantalones vaqueros y sin maquillaje. Estaría muy orgullosa.

Me coloco una camiseta negra con agujeros sobre otra de tirantes violeta y me calzo unas botas acordonadas hasta las rodillas. Después, me pongo los colgantes alrededor del cuello.

En mi habitación, aparto el vestido y en la funda del mismo meto la ropa, las botas y todo lo demás. No importa que las sábanas estén húmedas o que huelan a huesos viejos y a agua del acuario. Estoy demasiado exhausta como para preocuparme.

Con los ojos empañados, echo un vistazo al reloj de la mesita de noche. Los números digitales de color rojo marcan las seis y cuarto. Busco a tientas los botones para fijar la alarma a las siete menos cuarto.

Necesito una siestecita rápida… Puedo echarme antes de que papá llegue a casa, así estaré lo bastante descansada para llevar a Cornelio a Hilos de mariposa.

Cuando cierro los ojos, mi mente empieza a trabajar a toda velocidad. ¿Tendrá razón Morfeo sobre que mi sangre pueda utilizarse como arma contra mí? Él es una criatura de los sueños. Sabe cómo interpretarlos y si no estaba detrás del payaso, ¿quién fue?

¿Quién desencadenó esa pesadilla aterradora que acabó con el cadáver de Jeb en un capullo?

Si la enfermera Terri no me hubiera sedado aquella noche, las cosas no habrían sido tan confusas. Si no me hubiera mirado con esos ojos tristes no la habría compadecido…

La respiración se me queda atascada en los pulmones.

La interpretación que ha hecho mamá sobre el mosaico vuelve a tomar forma: tres Reinas Rojas luchando por la corona rubí y otra mujer mirando desde detrás de un macizo de enredaderas y sombras. Pude verle los ojos. Tristes, penetrantes.

La enfermera Terri… estaba vestida con ese extraño uniforme. Se quedó fuera. Tal vez era una criatura del País de las Maravillas disfrazada. Tenía acceso a mi habitación, pudo haber traído el payaso encantado. Pudo haber oído la conversación de mi madre y haber tenido acceso a los mosaicos cuando estaban en el coche del señor Mason. También tenía acceso a mi sangre.

Pero si fuera una criatura de las profundidades, habría visto destellos de su verdadera forma a través de la apariencia, como hice con Morfeo.

Todo es tan confuso. Aunque una cosa está clara: otra persona está participando en este juego. Alguien que no pertenece al reino humano. No puedo volver al País de las Maravillas y luchar en una batalla mientras mi familia y amigos quedan desprotegidos aquí con una misteriosa criatura de las profundidades misteriosa al acecho. Pensar que han estado en contacto con ella me pone la carne de gallina.

Si atravieso el espejo hacia el puente de Ironbridge de Londres, tal vez pueda descifrar los mosaicos que mamá escondió y averiguar contra quién me enfrento. Aprieto la llave del cuello, reflexionando sobre si debería pedirle a Morfeo que vuelva.

Pero no vendrá. He herido su orgullo. Me ha dicho que ahora tengo que encontrarlo entre los recuerdos perdidos, supongo, o lo que sea que eso signifique.

Otro enigma que debo resolver por mi cuenta.

Extrañamente, es ese pensamiento el que me insta a dormir, como si hubiera estado preparándome toda la vida para hacerme cargo de todo yo sola. Ahora que lo pienso, a lo mejor es así.

—¿Mariposa?

Me despierto sobresaltada al escuchar la voz de papá. La luz se filtra por la puerta entreabierta desde donde me está mirando. Me lleva unos cuantos segundos deshacerme de la confusión que me nubla la mente, recordar dónde estoy… lo que se suponía que tenía que hacer antes de que llegara a casa…

El leve sonido de los ronquidos de Cornelio, que escapan del armario, accionan un resorte en mi columna. Me siento, dando un grito con la esperanza de despertar a mi huésped escondido.

—Vale, no pretendía asustarte. —Papá entra y cierra la puerta parcialmente para que mis ojos se acostumbren a la luz.

Se sienta en el borde del colchón y me acaricia la cabeza como lo hacía cuando era pequeña. Ahora Cornelio está en silencio, así que suspiro, satisfecha.

—¿Por qué estás vestida en la cama? —pregunta papá.

Me restriego la cara y bostezo.

—¿Ropa?

—¿Es la ropa de ayer? Tu madre me dijo que no te encontrabas bien y no quise molestarte pero sé que te queda un examen final y he venido a ver si ibas a ir al instituto.

—¿Instituto? —Parezco un loro.

Echo un vistazo al reloj: las seis y veinte de la mañana. Sólo entonces me doy cuenta de que fijé la alarma a las siete menos cuarto de la mañana, no de la tarde.

El estómago vacío reclama comida. He dormido durante doce horas. Morfeo mantuvo su palabra de no perseguirme en sueños y he dormido profundamente. Demasiado. Ahora no tendré tiempo de enviar a Cornelio de vuelta o de buscar los mosaicos antes de ir al instituto.

La cabeza, ahora despejada, trabaja a toda marcha formulando un nuevo plan. Podría salir temprano y utilizar los espejos del vestuario de chicas. Eso significaría meter a Cornelio en la mochila y llevármelo al instituto. El mero pensamiento de mezclar más aspectos del País de las Maravillas con mi vida real me pone de los nervios, especialmente porque todavía tengo que resolver el lío de Morfeo con Taelor y otros estudiantes.

Pero no importa. No hay tiempo que perder.

Papá se inclina para encender la lámpara.

—Algo sigue crujiendo bajo mis pies… —Le da al interruptor antes de que pueda detenerlo. Se queda boquiabierto cuando ve el cristal brillante en el suelo—. ¿Q-q-qué ha pasado aquí?

Pillada.

Reprimo un gruñido.

—Pregúntale a mamá.

Es vergonzoso lo rápido que la vendo, aunque de algún modo creo que dejar que sea ella quien explique lo del espejo roto está justificado. Dejar que sea la que esté bajo sospecha. Ya ha probado ser una experta mintiendo, lleva años haciéndolo.

Papá se agacha al lado de mi cama, con cuidado de no apoyar las rodillas en el cristal. Todavía no lleva la ropa del trabajo, lo que significa que ha estado haciendo el desayuno. Mamá debe estar dormida.

Toca un fragmento con sangre seca.

—Allie… ¿te cortaste tú?

—No, mamá… —Dejo de hablar conteniendo el aire. Me está mirando las palmas, claro. Le recuerda a lo que ocurrió—. Papá, no pasa nada. —Aparto las sábanas y salgo de la cama.

Su mirada aturdida se fija en mis botas.

Me agacho para abrocharme los cordones como si fuera perfectamente normal despertarse con las botas puestas.

—A mamá se le cayó el espejo mientras limpiaba. Se cortó un poco pero ahora está bien. Fue sólo un pequeño corte superficial.

Mi explicación no hace que la preocupación desaparezca de su rostro mientras recoge los fragmentos pieza por pieza, con cuidado de no cortarse.

—No noté ningún corte, ¿por qué no me lo ha contado?

—Tal vez supuso que ya lo había limpiado. —Me inclino para ayudarlo pero me detengo cuando levanta una mano.

—Deja que me encargue de esto, Allie.

Siempre lo hace, siempre se preocupa por nosotras y se ocupa de nuestros líos. Y nosotras no hemos hecho otra cosa que guardar secretos.

Cuando tira el último trozo de cristal en la papelera, coloca el marco del espejo vacío en su sitio y se gira hacia mí.

—Lo siento, cariño. Tenía miedo de que hubiera sucedido otra vez. Tu madre solía romper los espejos, a propósito. No permitía que hubiera ninguno cerca de ti, desde que fuiste un bebé.

Sale el sol y la luz rosa anaranjada suaviza los rasgos de papá haciéndole parecer tan joven como mamá. Nunca ha hablado mucho de lo que pasó cuando Alison empezó a «perder la cabeza». Tuvo que ser horrible para él.

—Papá… —Le toco el brazo, acariciando su andrajosa sudadera.

Coloca su mano sobre la mía.

—No podría soportarlo de nuevo. No puedo estar lejos de ella.

Asiento y me atrevo a preguntar:

—¿Intentó explicarte alguna vez su aversión a los espejos? ¿Le preguntaste?

Se sienta en el borde de la cama. Después de otra mirada de desconcierto, se encoge de hombros.

—Era algo de los espejos. Sus explicaciones no tenían ni pies ni cabeza.

Claro que sus sermones podrían sonar dementes a alguien que no supiera la verdad. ¿Por qué no se lo demostró cuando yo era pequeña, enseñándole sus poderes? Tuvo años para encontrar la manera de hacerlo.

—Si te hubiera dado una prueba real de que el País de las Maravillas existía —digo, aventurándome—, la habrías creído… ¿verdad?

Sacude la cabeza.

—Lo único real para mí fue la sangre de sus manos cuando se cortaba con los espejos. Tu sangre cuando te atacó con las tijeras de podar. —Alza la mirada hacia mí, con expresión de pura agonía—. Allie, eso fue tangible. Eso fue real. Y todo lo que pude soportar. Tú no sabes… —Se frota la cara, escondiendo los ojos detrás de sus manos—. Después de que pasara, no dejó de gritar que tenía que arreglarte, como si fueras un objeto que podía recomponer. Pero actuaba de forma errática, tan loca… y acababa de herirte. Era imposible dejarla cerca de ti. Las cosas estaban mal mucho antes de eso, pero el accidente fue la gota que colmó el vaso. Incluso yo empecé a tener pesadillas sobre el País de las Maravillas. Sabía que teníamos que pedir ayuda, necesitabas que uno de tus padres estuviera cuerdo, que pudiera cuidar de ti.

Así que esa es la razón por la que mamá no me curó las palmas de las manos. El rencor que siento hacia ella se deshace de manera infinitesimal.

Papá se inclina para recoger la funda del vestido. Debe haberse caído al suelo por la noche. La coloca en su regazo.

—¿Viste cómo cayó el espejo? —Recorre con un dedo la cremallera de la bolsa—. Quiero decir, no tiene sentido. Debió tirarlo contra el vestidor para que se rompiera así. —Echa un vistazo a la papelera—. Tal vez debería hablar con el doctor.

Su sugerencia hace que se me erice el vello. No voy a permitir que la aten con una camisa de fuerza o la droguen con sedantes. La quiero, a pesar de esa distancia que nos separa, y ya ha sufrido suficiente por toda una vida.

—Espera, papá —me siento a su lado, barajando las opciones—. Voy a decirte algo… No sé cómo vas a reaccionar. —Miro los auriculares que hay en el suelo y considero hacerles cobrar vida, enrollarlos alrededor de su tobillo como un gato cariñoso.

Lo intento con todas mis fuerzas, los ojos me escuecen.

—Allie, me estás poniendo nervioso. ¿Qué ocurre?

El corazón me late tan fuerte que lo escucho en mis oídos.

Estoy tan cerca de liberarla, tan cerca de mostrarle mi magia.

Los cables de los auriculares tiemblan, un movimiento tan mínimo que sólo puedo verlo yo. Entonces pierdo los nervios y miro a las anguilas, quebrándose la concentración.

—Mamá y yo discutimos ayer —mascullo—. Yo… yo la empujé y se cayó encima del espejo. De ese modo chocó contra el vestidor. Esa es la razón por la que me encerré en mi habitación y te dijo que no me encontraba bien, para cubrirme y que no me metiera en problemas. Lo siento mucho.

La piel de papá se tiñe de rosa oscuro.

—¿Empujaste a tu madre? —Su mirada se intensifica con la decepción y la aprensión, una mirada que hace que mi seguridad se encoja hasta tener el tamaño de una hormiga—. ¿Qué pasa con esos arranques violentos?

—¿Arranques? Es la primera vez.

—No. Te escuché gritarle a tu madre en la habitación del hospital. ¿Fue otra vez por Jeb? ¿Te escabulliste anoche para verle? ¿Esa es la razón por la que llevas puestas las botas? —El color de su cara ya no es rosa, está bordeando el violeta.

Me levanto.

—¡No! No tiene nada que ver con Jeb. —No puedo permitir que vuelva a dudar de él, no ahora que finalmente han arreglado las cosas—. Me tomé un par de sedantes después de la discusión con mamá. Supongo que me dejaron aturdida antes de que tuviera tiempo para desvestirme. —Una verdadera mentira.

Como sigue mirándome para nada convencido, añado:

—No soporto que nos peleáramos, que casi le hiciera daño. —Me cuesta defenderla cuando es ella la que debería estar haciéndolo por las dos.

Papá tamborilea con los dedos la funda del vestido al ritmo que marca el tic nervioso de su párpado.

—¿Por qué os peleasteis? Tuvo que ser una gran pelea para que empujaras a tu madre contra un espejo.

—Bueno. No la empujé exactamente… —Quiero decir más pero me quedo en blanco.

Sus ojos se abren repentinamente cuando comprende.

—Espera. Fue por el coche, ¿no?

—¿Eh?

—El Mercedes que estaba en la entrada cuando llegué.

—Ah… —No sé qué decir. Aparentemente, mamá le ha dicho algo y tengo que coincidir con su versión.

—Tu madre me ha dicho que no le diste las llaves cuando te las pidió.

Echo un vistazo detrás de la puerta donde estaban el chaleco, la camiseta y el sombrero de Morfeo la noche anterior. Ya no están, ni tampoco las llaves, y mamá acaba de ofrecerme una excusa en bandeja.

—¿Te ha dicho que intentó quitarme las llaves y que no lo consentí?

La mirada de papá se endurece.

—No.

—¿Quieres decir que así es como se cayó contra el espejo?

Asiento, reprendiéndome con cada movimiento de cabeza.

Con la mandíbula apretada, papá me mira.

—Mira, estoy de acuerdo con tu madre. Es generoso que ese estudiante de intercambio te ofrezca su coche hasta que el pinchazo de Gizmo esté arreglado, pero no puedes conducirlo. Si se lo devuelves con el más mínimo rasguño, podría enfadarse y demandarnos. Podría costarnos más de lo que vale tu universidad.

—Vale —susurro, aliviada por haber aclarado el asunto. Pero no dura mucho porque ahora papá me está mirando como si fuera una carga de dinamita que tengo que desactivar—. Papá, ya lo pillo.

—No creo —dice, sacudiendo la cabeza—. Me parece que piensas que tu madre se excedió con lo del coche.

—Como siempre hace con todo —mascullo.

—Bueno, esta vez tiene razón. Al principio de nuestra relación tuve un accidente. —Agacha la mirada hacia los dedos de los pies, que se mueven dentro de los calcetines de lana—. Fue en un coche deportivo… no tan bonito como el de la entrada pero parecido. Cogí una curva demasiado rápido y me choqué con un árbol. El coche quedó destrozado y estuve en coma durante meses.

Mi respiración se vuelve superficial. No puedo arriesgarme a inhalar y perderme una palabra. Esto es algo sagrado, una parte de su historia que no me han contado.

—Sé que te gustaría que hablase más de mis padres —continúa papá, aunque el cambio de tema me descoloca.

—No, papá. Entiendo por qué no te gusta hablar de ello.

—Es por lo del accidente, Allie.

Me quedo mirándole en silencio, intentando conectar los puntos.

—¿Estaban en el coche contigo? —Nunca me había dicho que murieron así…

La bolsa del vestido cruje cuando cruza los tobillos.

—Bueno, no. Debido al accidente no los recuerdo. Si no fuera por tu madre, no recordaría nada de mi infancia. Me hizo un álbum de fotos para que viera cómo eran mis padres; murieron antes de conocerla. No conseguía recordar que no tenía hermanas ni hermanos, ni primos ni familiares interesados en conocerme. Ni siquiera me acordaba de cuando conocí a tu madre. El daño fue muy grave. Es muy grave. Mi vida antes del accidente de coche, antes de tu madre… ha desaparecido. Como si nunca la hubiera vivido.

El corazón me da una punzada, como un cuerno atravesándome desde el interior hacia el exterior.

—Papá, lo siento. —La disculpa parece inadecuada. Los recuerdos son cosas preciosas y no tienen precio. Por eso me pongo tan triste al pensar que Jeb ha perdido los recuerdos del País de las Maravillas; pero esto es mucho peor—. Nunca me lo habías dicho.

—Tuviste una infancia difícil. No iba a añadir nada más. Necesitabas al menos un padre que tuviera un pasado medio normal, ¿no?

Me encojo de hombros, aunque no sé si estoy de acuerdo. Tal vez si hubiéramos sido honestos, podríamos habernos ayudado.

—¿Lo ves ahora? —pregunta—. ¿Entiendes por qué no quiere que conduzcas ese coche? Con un poder incontrolable en tus manos, es fácil olvidar que no eres invencible. Pero tomar decisiones imprudentes pueden afectar tu futuro.

Sus palabras encajan a la perfección conmigo, podrían ser las piezas perdidas de mis propios pensamientos y miedos.

—Quiero que arregles las cosas con ella antes de que te vayas al instituto —concluye—. Y quiero que te esfuerces más por llevarte bien con ella. Está haciéndolo lo mejor que puede. —Aprieta la mandíbula—. Hazme sentir orgulloso, Alyssa.

Alyssa. No me ha llamado por mi nombre de pila desde que llegué a casa en noveno grado con un suficiente en geometría. Es peor que si me hubiera gritado.

—Vale —mascullo.

—Será mejor que te prepares para el instituto —dice. Se levanta y deja caer sus llaves en la cama—. Puedes conducir mi furgoneta. Llamaré a alguien para que me lleve a Reparaciones de pinchazos Micah. Se supone que deberían tener listo a Gizmo esta mañana. Ah, y anoche aparqué el Mercedes en el garaje para que estuviera resguardado. Tráete a tu amigo a casa después del instituto para que lo recoja, ¿vale?

—Vale —respondo, aunque no tengo ni idea de cómo voy a lograr eso.

Papá hace ademán de marcharse pero, en vez de eso, se detiene para coger la funda del vestido de mi cama.

—¿Es esto lo que creo que es?

Al principio no tengo ni idea de a qué se refiere, ni siquiera estoy segura de recordar qué hay en la bolsa. Entonces Asiento.

Abre la cremallera, saca la máscara y una parte del vestido.

—¿Así que decías en serio lo de ir al baile esta noche? —Parece cerca de estar contento de nuevo. Ha querido que vaya al baile del instituto desde que estaba en primero. Se ofreció a hacer de carabina, junto con mamá, en el mismo instante en el que acepté ir con Jeb. Es obvio que nunca creyó que iría.

Vuelve a colocar la bolsa en la cama y le echa un vistazo a la tiara de flores que cuelga en la percha. Aparece su famosa sonrisa de Elvis.

—¿Vas a llevar una corona? Vaya, Allie, parecerás una princesa. Como cuando jugabas a los disfraces. —Su sonrisa bobalicona es pura nostalgia y me entran ganas de llorar. Acaricia las líneas teñidas de moho de la máscara—. Bueno… una princesa que ha pasado por una mala racha. Me gusta.

—Gracias. —Intento esbozar una sonrisa mientras meto, con dificultad, el vestido en la funda. Me duele decepcionarlo otra vez ahora que espera que vaya al baile esta noche.

Una arruga de preocupación aparece en su entrecejo. Me coge la mano y tira de mí para abrazarme. Me acurruco contra él, arropada bajo su barbilla, mi papi… mi campeón. Y el gran amor de mamá. Es increíble lo que hizo por él, ese álbum de fotos que le devolvió su pasado. Esa no parece la mujer a la que le molesta su matrimonio. Tal vez eligió realmente a papá en lugar de la corona. Tal vez había más en la historia. Tengo que darle el beneficio de la duda y escucharla, si es que volvemos a tener la oportunidad de hablar de ello.

—Escucha, mariposa —susurra—. No pareces tú, pero lo entiendo. Ya termina el instituto. Tienes exámenes, el baile, la graduación y además, casi te ahogas. Es comprensible que estés un poco trastornada. Tal vez necesites hablar con alguien más que no seamos mamá o yo.

Una sensación de quemazón crece en el esófago. Me echo hacia atrás lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—¿Te refieres a un psiquiatra? No, papá. No me estoy volviendo loca.

—No me refiero a eso. Podrías ir al orientador del instituto. Todo esto te ha afectado mucho. Podemos hacer que te recuperes. Dinos lo que necesitas.

La alarma de las siete menos cuarto suena y ambos pegamos un bote.

Me arrastro por la cama para apagarla.

—¿Podemos hablar de esto después? Debería empezar a prepararme.

—Claro —dice papá. Se detiene al otro lado de la puerta—. Hay huevos revueltos en la cocina y no olvides disculparte con tu madre antes de salir. Voy a ducharme para daros algo de privacidad.

Le prometo que arreglaré las cosas. Quiero hablar con mamá por muchas razones pero en el instante en que papá cierra la puerta, sé que no voy a poder hacerlo.

Esta mañana no… pero espero tener la oportunidad más tarde, después de encargarme de mi consejero real.

Meto las llaves de la furgoneta de papá en el bolsillo y abro de un tirón la puerta del armario. Cornelio está ahí de pie con las manos esqueléticas entrelazadas, el dedal torcido en la punta de un asta y calcetines desparejados colgando de sus orejas. Por un instante me recuerda al Conejo Blanco de Carroll.

A pesar del tumulto emocional que llevo encima, no puedo contener la sonrisa.

—Gracias por estar callado. Lo has hecho bien. —Le doy palmaditas en la cabeza.

Me guiña un ojo rosa brillante.

—Cornelio Blanco, hambriento estar.

Abro la mochila vacía y lo meto dentro con la esperanza de que a los polizones de las profundidades les guste desayunar huevos.