13

Colisión

Como soy incapaz de afrontar la expresión devastada de mamá, la esquivo, recojo la cola del vestido y me voy derechita al pasillo.

Ella me sigue con sus suaves sollozos resonando más fuerte que cualquier grito… Más fuerte que el tren que casi me aplasta antes. Tal vez hubiera sido mejor que hubiera acabado conmigo. Ese dolor habría sido momentáneo y después, nada. No se habría quedado para corroerme como lo que siento ahora.

Pobre papá. No puedo creer lo falsa que ha sido con él, el hombre al que juró amar y respetar toda la vida. Encima me estoy convirtiendo en ella, mintiéndole al chico que quiero, algo que no quería volver a hacer…

Mamá arrastra los pies por el salón; después la puerta trasera da un portazo. En vez de venir tras de mí, se va a su jardín para decirle a sus charlatanas plantas cuánto lo siente. Es lo adecuado. Ellas la conocen mejor que yo.

Me hundo contra la pared exterior de mi dormitorio dispuesta a dejar de temblar antes de enfrentarme a Morfeo. Con el pecho tirante y los ojos escociéndome, echo un vistazo por la puerta.

Hay varios charcos alrededor de la base del acuario. Las anguilas parecen estar bien, deslizándose por las burbujas como si no hubiera pasado nada.

Cornelio Blanco está en mi cama, envuelto en una toalla de baño. La única parte que muestra de su cuerpo, del tamaño de un conejito, es la cabeza calva: un par de ojos rosas que parecen de hembra junto a una piel albina y arrugada. Las blancas astas retorcidas se elevan detrás de sus humanoides orejas.

Aquí está fuera de lugar, tiene que volver. El problema es que con el espejo roto, no tengo otro lo bastante grande como para enviarle a Londres y que entre en la madriguera del conejo. El mundo de las profundidades, una vez más, me tiene entre la espada y la pared. Todos los billetes son únicamente de ida. Los portales de los reinos Rojo y Blanco sólo sirven para salir del País de las Maravillas y la madriguera del conejo, para entrar. Ojalá hubiera alguna forma de saltarse las reglas.

Y ojalá pudiera estar despreocupada como Morfeo.

Lo observo sentado al estilo indio frente a Cornelio en una curiosa y simpática escena, como si un amigo estuviera consolando a otro. Le ha colocado a Cornelio un par de auriculares en las orejas humanoides. El rostro de la antigua criatura rebosa asombro mientras se mueve al ritmo de la música.

Me envuelve una oleada de afecto por Cornelio, por Chessie y por todas las criaturas de las profundidades del País de las Maravillas, seguida de cerca por la ira que siento hacia Morfeo. Me hizo creer que utilizó la mente de mamá para llegar hasta mí cuando era pequeña, porque estaba desesperado por librarse de su maldición. Le perdoné por eso porque, de algún modo, sentía empatía. Una de las cosas que tenemos en común es el miedo de ser coartados o prisioneros de alguna manera, ya sea mental, física o espiritualmente.

Morfeo le ofrece a Cornelio algo brillante y plateado para que juegue. Es el dedal de Jen. Debe haberlo olvidado con las prisas. Cornelio intenta comérselo pero Morfeo lo detiene.

—Caliéntalo con los ojos —ordena.

Cornelio agudiza los brillantes iris hasta que irradian calor rojizo. Bajo su concentración, el dedal se vuelve de un suave naranja.

Morfeo coloca el diminuto dedal invertido en una de las cuatro puntas del asta izquierda de Cornelio. El brillo naranja desciende por su cuerno retorcido y evapora cada gota de agua, como si el calor estuviese recorriéndolo de arriba abajo.

—Ahora, sólo necesitamos siete más para calentarte y secarte —dice Morfeo y se ríe cuando Cornelio une sus huesudas manos en un aplauso.

No sé qué pensar al ver a mi oscuro tormento cuidando de uno de los suyos, amable y bromista. Así es como, a veces, se comporta conmigo.

Lucho contra las lágrimas que amenazan por salir. Estoy completamente sola y confundida pero una reina no muestra sus debilidades.

Cuando entro, me aclaro la garganta.

Morfeo eleva la mirada. Su verdadera apariencia desaparece bajo la máscara de Finley aunque el eco de sus joyas permanece. Parpadean en un confuso lila grisáceo, el mismo tono que mis botas. Es el color del desconcierto, como si comprendiera mi confusión. Como si él no tuviera nada que ver.

—¿Qué te ha dicho tu madre de los mosaicos? —pregunta.

—¿Por qué está aquí? —eludo su pregunta, señalando a Cornelio. No estoy segura de poder confiarle a Morfeo algo de lo que ha dicho mi madre o explicarle mi desconfianza en sus motivos.

Antes de que pueda responder, Cornelio me ve. Sus ojos rosas se dilatan hasta tener el tamaño de una moneda.

—¡Majestad, por siempre jamás suyo ser! —La criatura de las profundidades se despoja de la toalla y tira el dedal del asta. El olor a pescado y huesos cubiertos de polvo me golpea.

Cornelio sale pitando hacia el borde del colchón, se tira al suelo y hace una reverencia. Se le salen los auriculares y se enredan en las astas. Morfeo atrapa los faldones del chaleco empapado de la criatura para evitar que se caiga de cara en la alfombra moteada de cristal.

—Arrepentido yo estar. —Cornelio entrelaza los esqueléticos dedos en un gesto de ruego. La saliva blanca y espumosa por la que se ganó el nombre le salpica los labios.

—¿Por qué estás arrepentido? —pregunto con cautela.

Su mirada encendida se arrastra por los brillantes fragmentos del suelo.

—Romper su puerta yo no.

Frunzo el ceño.

—Lo sé. Mi madre lo hizo.

La criatura inclina la cabeza.

—Traicionado el reino… eso dice Granate. —Me ofrece un trozo rojo de cinta atada en un lazo.

Granate nació con una amnesia incurable. Los lazos que lleva en los pies y en los dedos de las manos están encantados y le recuerdan las cosas importantes que, de otra manera, no recordaría.

Un susurro me saluda cuando me acerco el lazo aterciopelado a la oreja.

«La Reina Roja vive y quiere destruir lo que la traicionó».

La huella de mi corazón, la que Roja dejó el verano pasado, brilla. Una fuerte sacudida priva a mis pulmones de aire. Dejo caer el lazo y sale volando. Miro a Morfeo, que levanta una ceja, haciendo que la cicatriz de la frente de Finley se tuerza.

—¿Y qué tiene que ver contigo? —le pregunto a Cornelio, luchando por evitar el temblor de mi voz.

—Encarcelarme usted debe, la Reina Granate dijo. —Eleva las manos hacia mí, con los huesos molidos, mientas espera que le espose—. Cadenas para usted llevaré, Reina Alyssa. Arrepentido estaré. —Cae sobre sus cadavéricas rodillas.

Me estremezco cuando aterriza en el suelo sobre los cristales rotos pero me compongo. Los huesos no son susceptibles a cortes superficiales.

Morfeo se quita el sombrero, se levanta y se dirige hacia Cornelio.

—¿Qué sabes sobre esto? —le pregunto.

Una sombra de alas deforma el aire tras él, como una ola de calor veraniega que irradia una carretera asfaltada.

—Ayudó a Roja a encontrar un cuerpo en el que habitar. Él es el culpable de que su espíritu sobreviviera.

Vuelvo mi atención al sujeto que está de rodillas.

—¿Por qué hiciste eso? Me juraste lealtad.

Cornelio se estremece y sus huesos resuenan como ramas de árboles que entrechocan.

—Otras obligaciones contaminaron las buenas intenciones… —Gimiendo, mantiene la cabeza agachada. Las astas bloquean su rostro.

—Como ya sabes, Roja le salvó la vida una vez —aclara Morfeo, dejando caer el sombrero en la cabeza. Recorre con el dedo las mariposas del ala—. Cornelio tuvo que devolverle el favor. Sólo ella podía liberarlo.

—¿Liberarlo? —pregunto.

—Liberarlo para serte fiel —explica Morfeo—. Hizo un trato. La vida de Roja por su lealtad. Con tal de serte leal para siempre, tenía que traicionarte una última vez.

Lógica envuelta en un sinsentido. Lo habitual en el País de las Maravillas.

—Entonces, ¿Roja está aquí? —pregunto, luchando contra el nudo de temor que se me forma en el pecho.

Cornelio no responde. Todo lo que ha ocurrido hoy, Taelor pillándome con Morfeo, los mosaicos perdidos, el viaje en coche que casi termina en muerte, la traición de mi madre, cuelga sobre mí, una nube tóxica de emociones negras. El poder que llevo dentro me ruega que le dé rienda suelta, prometiéndome hacerle hablar. Hacerle obedecer.

Me rindo a él: visualizo los auriculares elevándose y balanceándose como cobras. La canción que está sonando se hace más audible y chirriante. Cornelio se tapa las orejas, aúlla y da marcha atrás. Los auriculares siguen y atacan. Aunque no tienen colmillos ni veneno, son despiadados en su persecución.

Morfeo, con una expresión divertida, da un paso atrás para permitir a Cornelio que se suba al colchón. Las cuerdas negras trepan por el borde detrás de él.

—¡Los insectos escuchar debería! —chilla Cornelio cuando las cuerdas golpean y se enrollan en sus astas, tirando de él y colocándolo boca abajo en el edredón—. ¡Por favor, Majestad!

Levanto la mano y los auriculares se aflojan.

—He preguntado si Roja está aquí. —El poder que transmite mi voz me sorprende incluso a mí.

Cornelio sacude la cabeza en forma de negación cuando Morfeo lo ayuda a desenredar las astas.

—Flor eligió ser. Llevar al bosque a sublevarse. Extendiendo el mal por todas partes. Espinas del tamaño de talones de dragón. Primero, despertar a la muerte. Sacudir los cimientos, liberar a los consagrados. —Saliva blanca y espumosa se derrama por las comisuras de sus labios—. Después dividir y conquistar a los vivos. Esclavizarlos a todos.

El terror, tan oscuro como las alas de un cuervo, proyecta una sombra en mis pensamientos. Así que eso es lo que los bichos estaban intentando decirme. No se referían a las flores del reino humano sino a las del País de las Maravillas. La Reina Roja ha formado un ejército de flores gigantes.

—No funcionará, ¿no? —le digo a Morfeo cuando ajusta el volumen de los auriculares y convence a Cornelio para que vuelva a escuchar la música—. El cementerio es terreno sagrado, ¿verdad? Ninguna criatura de las profundidades puede pasar las puertas del cementerio. Eso fue lo que me dijiste.

Morfeo saca la toalla de la cama y se dirige hacia el acuario para limpiar los charcos.

—Eso cuenta para los que estamos vivos —responde sin girarse— pero Roja es un espíritu que habita en un cuerpo que vive. Ya no está sujeta a las leyes naturales de nuestro mundo.

Su uso frívolo del término natural en referencia al País de las Maravillas casi me hace resoplar.

—Roja puede cruzar los límites de las puertas del cementerio porque una parte de ella pertenece a ese lugar —continúa—. Si lograra entrar podría liberar a los muertos, conoce los secretos del laberinto. Pero tendría que acabar con las Gemesas. Eso no será fácil.

—Lo recuerdo. —Me tiemblan los pies cuando me imagino a las dos gemelas con la mitad inferior en forma de araña bajo sus vestidos. La Hermana Uno tiene su encanto pero la Hermana Dos…

Me enfrenté a ella en el cementerio, sentí el frío de las cuchillas a lo largo del cuello cuando me amenazó con su mano mutante. Me quedé bajo sus árboles decorados con muñecos poseídos por los espíritus de la muerte. Nunca olvidaré la manera en que sus ojos me atravesaban con agonía.

—Cuando las Gemesas se mantienen unidas —continúa Morfeo—, son las dos criaturas de las profundidades más formidables de la tierra. La única forma de vencerlas es enfrentarlas para que no trabajen juntas. Y dado que ambas odian a Roja por su exitosa fuga del año pasado, es bastante improbable que esta pueda representarles una amenaza. —Pronuncia la palabra improbable en voz baja mientras recorre el cristal del acuario. Su expresión es de preocupación mientras observa a las anguilas que siguen su dedo, cautivadas.

Morfeo ama su mundo. Esa es la razón por la que está tan decidido a convencerme de que me una. He visto la destrucción en mis sueños y la violencia en mis mosaicos. Sería descorazonador que esa tierra tan singular y tan maravillosamente única sucumbiera a los planes de Roja.

Me entran náuseas. Todo este desastre es por mi culpa. Yo lo hice posible al drenar el océano el año pasado, al ofrecerle a las flores humanoides un camino hacia el corazón del País de las Maravillas y al liberar el espíritu de Roja del cementerio para que tuviera acceso a un nuevo cuerpo.

Tropiezo de camino a la cama, casi cayéndome sobre el vestido, pero en un instante tengo a Morfeo sujetándome hasta que me siento al lado de Cornelio.

Cornelio deja caer los auriculares al suelo, se acerca rápidamente y da palmaditas en mi mano enguantada con los frágiles dedos enganchándose en el encaje.

—Majestad —canta con voz suave—. Por favor… no exilie a Cornelio de la familia Blanco. Siempre su leal sujeto será. Quedaré con usted siempre me. —Busca en su chaleco mojado y me ofrece una llave que es justo como la mía, con un rubí en la parte superior.

—No te vas a quedar aquí —respondo, envolviendo sus dedos huesudos alrededor de la llave. Señalo al armario que hay detrás de nosotros—. Vuelve dentro hasta que averigüemos la manera de llevarte a casa.

Los ojos rosas de Cornelio pierden su brillo, como si una cortina de algodón dulce los hubiese cubierto. Guarda la llave en el bolsillo interior de su chaleco y se estremece.

—Cornelio mojado está.

Conmovida por su malestar, cojo el dedal y se lo doy.

—Sécate y quédate callado en el armario.

La luz de sus ojos se reaviva.

—¡Un premio para guardar! ¡Generosa usted es! —Coloca el dedal en su asta, se baja de la cama, sale corriendo, y se encierra en el armario dejándome a solas con Morfeo.

—Has dicho casa. —Morfeo me mira con una expresión esperanzada—. Lo has admitido. El País de las Maravillas es tu hogar.

Sacudo la cabeza.

—Me refería a su casa.

¿No?

Aparto las dudas de mi cabeza con la sospecha de que Morfeo es parte de todo esto.

—Estabas con las flores humanoides en mi sueño cuando me estaba ahogando. —Lo miro de forma inquisitiva y desconfiada.

Morfeo se echa atrás, con el ceño fruncido.

—Obviamente Roja todavía no las había sobornado para que la ayudaran en su causa. Deja de buscar razones para dudar de mí. Tenemos que trabajar juntos.

Mis dedos recorren las perlas del vestido dejando que las protuberancias frescas y resbaladizas me calmen.

—No sé cómo trabajar contigo.

—Lo hiciste cuando éramos compañeros de juegos —responde con una expresión tan cerca de la humildad que casi no lo reconozco.

Aprieto los puños alrededor de la tela del vestido.

—Antes de que supiera que eres un mentiroso. Tú y mi madre. Todas las criaturas de las profundidades lo son. Las únicas personas de las que puedo depender son… personas. Mi padre, Jeb, Jenara. Los humanos no me han decepcionado. No como lo has hecho tú.

Sus ojos negros se suavizan mostrando una profunda emoción que me sorprende. De hecho parece dolido.

—Quizás porque me mides con otra vara. No me das el beneficio de la duda como haces con los demás. Actúas como si nunca me hubiera portado bien contigo.

Desvío mi atención a las manos enguantadas. Me entrenó para conocer a las criaturas del País de las Maravillas, para entender cómo sobrevivir en el Reino de las Profundidades. Se quedó a mi lado antes, en el coche, enfrentándose a un tren… y no fue la primera vez que miró a la muerte a la cara para que yo no tuviera que hacerlo.

Tiene momentos de valor, ternura, incluso desinterés, pero pone a cualquiera o a cualquier cosa en riesgo sin pensárselo dos veces si con ello consigue lo que quiere. Alzo la vista y me enfrento a su mirada.

—Gánate mi confianza.

—¿Cómo? —pregunta.

—Diciéndome la verdad. ¿Qué ocurrió entre tú y mi madre? ¿Has seducido a todas las mujeres Liddell? ¿Les has dicho las mismas palabras bonitas que me has dicho a mí? —Retuerzo las piernas bajo mi vestido, sintiéndome pequeña y vulnerable por preguntarlo.

Morfeo aparta rápidamente algunos cristales con la bota y se arrodilla. Me cubre la mano con la suya.

—Sólo he conocido a tres generaciones de mujeres Liddell. Contando las de Londres, ha habido unas veinte. La mayoría de ellas eran ajenas e inalcanzables, no escucharon la llamada de las profundidades. Las otras no eran lo bastante fuertes para hacer frente a su linaje sin perder la cabeza. En cuanto a Alison, ella y yo fuimos compañeros de negocios. Nunca ha habido nada más entre nosotros. Sólo hay una Liddell a la que deseo, sólo una que se ha ganado mi eterna devoción. —Desata el lazo de mi codo y me quita el guante—. Sólo una fue mi amiga más fiel… la que ocupó mi lugar y se enfrentó al ataque que estaba destinado a mí.

Contengo la respiración cuando recorre las cicatrices de la palma de mi mano con su dedo anular.

—Pero no sabía lo que hacía —insisto—. Sólo era una niña ingenua que quería proteger a su mascota.

—No lo creo. —Me cubre la mano con la suya—. El sacrificio es algo que hay en ti. Tu madre quería la corona por el poder pero tú te enfrentaste a las pruebas del País de las Maravillas para salvar a tu familia; al igual que te enfrentaste al zamarrajo por Chessie; y después a Roja… te enfrentaste a Roja, sola, por Jebediah. ¿No puedes enfrentarte a ella una última vez conmigo a tu lado por el País de las Maravillas?

Intento liberar mi mano pero me la aferra con más fuerza.

—Por favor, basta.

—Nunca va a bastar —insiste, guiando mi palma a su pecho para que pueda sentir el fuerte latido de su corazón—. No me detendré hasta que reines en la corte Roja para siempre, hasta que vuelvas con nosotros al lugar donde perteneces.

—No pertenezco allí.

—Sí que perteneces allí, por quién eres, por lo que eres. Una mitad rebosa de curiosidad hacia lo oscuro y un apetito fiero por lo disparatado pero la otra mitad es fantasía y luz, llena de valor y lealtad. —Se muerde el labio inferior, un gesto tan rápido que me pregunto si lo habré imaginado—. No hay nada que pueda romper las cadenas que has puesto en mi corazón porque tú eres el País de las Maravillas.

La profundidad infinita de sus ojos es, al mismo tiempo, amenazadora y serena. Luces destellan en los cristales que rodean sus pies, moteando su rostro como si estuviera envuelto en estrellas. En algún lugar, hay un recuerdo de él así: un niño encantador sentado bajo las constelaciones del Reino de las Profundidades y diciéndome lo mismo: Eres el País de las Maravillas. Eso es lo que eres; acéptalo y podrás gobernar nuestro mundo

Tanto el recuerdo como este momento están vivos y me rozan el alma, que arde tanto que podría quemar, aunque la sangre se me hiela.

—Alyssa —murmura Morfeo—. Fuimos niños juntos. He esperado tu regreso durante más años de los que hace que te conoce tu caballero mortal.

No puedo volver a mirarle otra vez… No puedo enfrentarme a él o a la tentación que ha despertado. Quiero dejarme llevar, aceptarlo a él, al País de las Maravillas y a sus simpáticas aunque macabras criaturas, quiero apoderarme de toda la belleza y el poder desquiciado que me espera allí y no dejarlo escapar jamás.

Pero eso no está bien. Ese no es el futuro que he planeado. Pertenezco a Jeb y a la gente que quiero, pertenezco a este lugar.

Aparto mi mano de la de Morfeo. Sólo el zumbido del acuario y el sonido de las burbujas subiendo por el filtro rompen el silencio.

Morfeo suspira.

—Ya está bien de indecisiones. Es hora de que nos vayamos al País de las Maravillas.

—No me iré hasta que encuentre la forma de decirle a Jeb la verdad —digo—. Quiero que mi futuro con él se base en la confianza y la honestidad. Tiene que saber por qué me voy… dónde estoy y cuándo vuelvo.

El ceño de Morfeo es suave pero tenaz.

—Ya has esperado demasiado intentando ignorar lo que está pasando. Si Roja no está todavía aquí, no tardará en llegar y todos los mortales a los que amas estarán en peligro. ¿Es eso lo que quieres?

Gimo y entierro la cara en mis manos.

—Por supuesto que no —respondo entre mis dedos.

—Es hora de que des un paso adelante y seas la reina. Roja no puede ganar —insiste Morfeo—. Esta vez no es un juego, es a vida o muerte.

Esta vez no es un juego.

Esta vez.

Dejo caer las manos al borde de la cama y me pongo en pie. Morfeo sigue mi ejemplo, desconcertado. Aunque apenas le llego al pecho, una oleada de resentimiento me hace sentir más alta, como si midiera al menos un palmo más.

—Si para ti la última vez fue un juego, para mí fue a vida o muerte. —No puedo contener un gruñido—. Tú y mamá me habéis metido en esto. Vosotros deberíais tener la magia suficiente para luchar contra Roja. ¿Por qué es responsabilidad mía tirar por la borda todos mis planes y volver a arriesgar mi vida?

Su humor cambia de amable a temible en cuestión de segundos. Me agarra la barbilla para que sólo pueda mirarlo a él. Su tacto me sorprende porque las manos de Finley no son suaves y etéreas como lo son normalmente las de Morfeo. Son callosas y humanas, igual que las de Jeb.

—Eres tan responsable como nosotros —espeta Morfeo—. Por no seguir mis instrucciones al pie de la letra. Elegiste escuchar sensiblerías mortales antes que el ingenio de las profundidades. El mismo error que ella cometió cuando eligió a tu padre. Me decepcionaste una vez, Alyssa. No te atrevas a hacerlo de nuevo.

Libero mi barbilla.

—¿Yo te decepcioné a ti? —Estoy harta de su arrogancia—. Deberías irte. Ya estoy cansada de mirarte a la cara.

Sonríe con un destello malicioso en sus dientes blancos.

—Querrás decir la cara de Finley.

Me encojo, pensando una vez más en el chico humano atrapado en el País de las Maravillas.

—Vete —insisto—. Quiero que te vayas antes de que llegue mi padre.

Como Morfeo no se mueve, vuelvo a darle vida a los auriculares para que le golpeen las botas.

Este los aparta de una patada.

—Qué falta de imaginación, queridita. Tendrás que hacerlo mejor si quieres derrotarme, y esas tonterías ni siquiera harán mella en la armadura de Roja.

Tiene razón pero estoy agotada emocional y físicamente. El dolor sale del corazón y recorre todos mis músculos, huesos y sangre.

—Necesito tiempo para pensar, para descansar —susurro. Sin más revelaciones, sin más discusiones—. Vete y no me visites esta noche en sueños.

Morfeo se enfurruña y se dirige hacia la puerta.

—Como si pudiera hacerlo con este cuerpo.

Casi está en el pasillo cuando le agarro del codo.

—¿Qué quieres decir?

Se tensa contra mis dedos y se gira.

—Mis poderes pierden intensidad al esforzarse por retener el maldito aspecto de Finley. No he estado en tu mente, ni en tus sueños desde que estuviste inconsciente en el agua.

—Mientes.

Me rodea, le da un golpe al marco de la puerta con la mano y me aprisiona entre él y la pared.

—¿Qué te hace pensar que he estado en tus sueños? —Aparto la vista de las siniestras facciones de sus ojos, las joyas brillan de un color amarillo anaranjado como varas de oro, la sombra de la aprensión.

—En primer lugar porque me enviaste el payaso al hospital.

—Ya te he dicho que yo no te he enviado ningún juguete.

—Pero ha estado en todos los sitios en los que tú has estado. Estaba en el espejo del instituto, agitando ese globo de nieve del recuerdo de la Tienda de Excentricidades Humanas. Además de eso, está la espada de sangre con la que soñé, la que tenía tus huellas dactilares por todas partes.

Morfeo se inclina.

—¿Has soñado con tu sangre? ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque ya lo sabías. —Me clavo las uñas en las palmas con ganas de estrangularlo.

—No, Alyssa. No lo sabía. Ese sueño podría ser simbólico, implantado en tu mente por la magia de la corona. Puede que tu sangre sea usada como arma… posiblemente contra ti.

—No. Dijiste que Roja no puede utilizar mi sangre porque no es humana.

Con la mandíbula apretada, Morfeo aprieta el marco de la puerta.

—¡Eres la criatura más irritante que he tenido la desgracia de conocer!

Agacho la mirada hacia mis botas. Siento un cosquilleo en la oreja cuando atrapa el mechón de cabello rojo y tira de él para que le preste atención.

Se le suaviza la expresión.

—Ni una sola vez he afirmado ser digno de confianza —dice con total naturalidad—. Pero hay algo que puedo decir con toda sinceridad. Siempre te he empujado a dar lo mejor de ti.

Me enfurruño.

—Sí, aunque eso signifique que acabe muerta.

Sacude la cabeza.

—Eso no es así. Nuestros destinos están unidos. Esa es la única verdad que permanece en el tiempo. Tiene sentido que quiera verte triunfar.

Liberando mi cabello, empujo su pecho con un puño.

—Nada sobre ti o sobre el País de las Maravillas tiene sentido. Y la «única verdad duradera» es que la vida era mucho más fácil cuando había olvidado tu enorme ego y que ese otro mundo existía.

Un temblor le recorre los rasgos, primero de forma frágil y después severa. Sus músculos tiemblan bajo la camiseta, trasmitiendo una sensación de hormigueo a través de mis nudillos.

—¿Quieres que deje de existir?

Antes de que pueda responder, da marcha atrás y lanza el sombrero. Después se quita el chaleco y la camiseta y los tira a mis pies. Una vez que se ha deshecho del colgante y los brazaletes, se queda ahí frente a mí sólo con los vaqueros y las botas.

El pecho de Finley y los abdominales están curtidos, bronceados y llenos de cicatrices. Otro tatuaje, una bandera pirata, cruza sus pectorales, pero nada de eso me impide ver la suave piel de porcelana de Morfeo.

Lo miro con cautela.

—¿Q-q-qué estás haciendo?

—Despejando el camino para mi enorme ego. —Sus largas piernas acortan el espacio entre nosotros. Me agarra la muñeca.

Me retuerzo para liberarme pero me alza a ras de la pared, mi barbilla casi toca la suya.

Trago y le aguanto la mirada, empujándole los fuertes hombros.

Él se inclina como si fuera a besarme.

Me pongo tensa.

—Morfeo, no.

Él vacila, maldice y luego me baja. La red y el satén del vestido están atrapados entre él y la pared. Cuando finalmente mis pies tocan el suelo, el vestido se amontona alrededor de mis muslos, mostrando mis piernas desnudas más de lo que me gustaría. Me bajo la tela, ruborizándome.

Sonríe y arremeto contra él dándole una bofetada en su cara petulante. Sin perder el equilibrio, me deja a un lado y termina en el centro de la habitación.

—Te sugiero que te quedes donde estás, su Majestad —dice antes de que pueda moverme de nuevo—. No te gustaría quedar atrapada en la línea de fuego.

Sus dedos se convierten en orbes de luz cuando eleva las manos. Filamentos eléctricos de color azul alcanzan cada esquina de la habitación. El cristal del suelo tintinea y salta como si un terremoto estuviera sacudiendo la casa. Mis anguilas se esconden en su cueva y Cornelio gimotea en el armario.

La sombra de las alas de Morfeo se eleva detrás de sus hombros, después lo envuelve cual flor nocturna que se cierra cuando la luz del sol no alcanza sus pétalos. Rápidamente se ve rodeado por una nube, densa como la niebla y perfumada de humo de narguile con suaves rayos azulados.

En un abrir y cerrar de ojos, sus alas se materializan y cortan la bruma cargada de humo para después volver hacia atrás y mostrar su verdadera identidad: perfecto, tez pálida, tatuajes que parecen una máscara, curvos como hiedras bajo sus ojos. Las joyas con forma de lágrima parpadean brillantes y deslumbrantes en un haz de todos los colores, tantos estados de ánimo que no se pueden leer.

El cabello corto de Finley se transforma en una maraña de cabello azul que le llega a los hombros, descuidado por el resplandor de la magia que todavía emana de los dedos de Morfeo. Las alas se extienden majestuosas tras él, pero también de forma intimidatoria.

Ha desaparecido todo rastro de Finley. Es Morfeo en carne y hueso.

Me apoyo contra la pared y noto que los brotes de mis alas ansían unirse a él en su metamorfosis. Los tatuajes se han desvanecido de su antebrazo y su marca de nacimiento resplandece en un azul suave con bobinas mágicas retorciéndose como una serpiente.

Me tiemblan las yemas de los dedos al recordar el modo en que la toqué el verano pasado… la forma en que me curó.

Con una gran floritura, apaga los pulsos eléctricos de sus manos.

—Vamos a ver cómo te va sin mí —su voz es descarnada y ruda—. Apuesto a que antes de salir del instituto mañana, estarás de rodillas rogándome que vuelva. —Lanza las llaves del coche sobre el sombrero y otras piezas de ropa.

Se transforma en una gran mariposa y se eleva en el aire. Su voz resuena en mi cabeza:

No te buscaré en tus sueños ni esta noche ni ninguna otra. Ahora tendrás que encontrarme. Estaré escondido entre los recuerdos perdidos. Duerme profundamente, querida.

Entonces, con un revoloteo de alas, sale por la puerta y desaparece de mi vida tan rápido como irrumpió en ella.