Enemigos íntimos
He visto en alguna parte esa penetrante mirada rosa. Fue una de las primeras criaturas que nos saludó a Jeb y a mí el año pasado cuando descendimos por la madriguera del conejo.
—Cornelio Blanco —mascullo. Morfeo parece tan nervioso como yo ante la aparición de la criatura de las profundidades. Lo que significa que no es uno de sus polizones.
El verano pasado, Cornelio me juró lealtad a mí y a la Reina Granate como consejero real. Podría estar aquí para advertirme de que algo va mal en el reino Rojo. Tal vez ha asustado a mamá y esa es la razón por la que ha roto el espejo.
De repente, agradezco que el jueves sea el día en el que papá hace inventario semanal en el trabajo. No llegará a casa hasta después de las siete. Puede que, con ayuda de Morfeo, solucione este lío antes de que regrese; y no hablo sólo del espejo…
Jen entra apresuradamente con un botiquín de primeros auxilios y corro a ayudar a mamá a vendarle la mano, sin quitarle ojo al armario. Cornelio se esconde más al fondo, como si hubiera adivinado que lo han pillado. Las astas alcanzan las perchas y se mueven haciendo ruido.
Jeb mira hacia el lugar de donde procede el sonido agarrando la palma de mi madre mientras se la vendo.
—¿Habéis oído…?
—Puedo llevarla —interrumpe Morfeo, aplastando los trozos de cristal bajo sus botas mientras se acerca a la cama. Le ofrece una mano a mamá—. Alyssa y yo te llevaremos a que te pongan puntos.
Jeb sacude la cabeza y se levanta.
—No, creo que es mejor que conduzca yo, ya que tú tienes problemas con eso. Dame las llaves, Mort —le pide Jeb.
Mamá se recupera de su estado ausente, se levanta y se queda a mi lado.
—Alyssa puede conducir. —Le pasa el pañuelo manchado de grasa y sangre a Jeb—. Gracias a ambos por todo lo que habéis hecho pero Mort es como de la familia. Él se encargará de todo.
La facilidad con la que miente me desconcierta. Ella y Morfeo deben haber estado unos minutos juntos antes de que llegásemos. Es la única manera de que esté al corriente de nuestra tapadera.
La mirada dolida de Jeb me llama la atención y me da una punzada en el corazón. Si supiera la verdad… Lo mucho que mamá odia a Morfeo y lo duro que es para ella fingir lo contrario.
—Claro, no queremos molestar. —Jeb coge el kit de costura de su hermana después de que ella recoja sus cosas.
Los guío hasta la puerta de entrada rápidamente, inquieta por dejar a mamá a solas con nuestros visitantes del otro mundo, aunque empiezo a sospechar que está menos intimidada de lo que pensaba.
Jenara le quita el juego de costura a Jeb y sale al porche.
—Tengo que cerrar Hilos de mariposa pero puedes traerme el vestido después. Sólo me llevará unos minutos.
Asiento, deseando poder volver a ponerme el vestido algún día.
Jen me aprieta la mano en actitud relajada.
—Sé que estás preocupada por tu madre pero su mente es fuerte; si no fuera así, no la hubieran dejado salir del psiquiátrico. Ha dicho que, ha sido un accidente, estoy segura de que dice la verdad. Todo irá bien, ¿vale? Mándame un mensaje o llámame si me necesitas.
—Gracias. —Le devuelvo el apretón de manos, afectada, aunque ella está muy lejos de saber cuáles son mis verdaderas preocupaciones.
Después de que su hermana se vaya, Jeb me rodea con los brazos y me acerca a él.
—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? El coche de Mort no es fiable.
Estudio la vena palpitante en su cuello y la presiono con la yema del dedo para sentir su pulso acelerado.
—No es el coche de lo que no te fías. Es de él.
—No tenía derecho a hablarle así a tu madre. Es un imbécil irrespetuoso.
Pensaste lo mismo la primera vez que lo conociste, quiero confesarle. Duele demasiado no poder compartir esos recuerdos con él…
Obligo a las palabras a salir a pesar del nudo que tengo en la garganta.
—Me encanta que te preocupes pero te prometo que estaremos bien. Llamaré a mi padre para que se reúna con nosotros en urgencias, ¿vale?
Jeb no responde y no parece inclinado a irse.
Desesperada por volver con mamá y curarle la mano, le digo lo único que sé que hará que se marche.
—¿No tenías que reunirte con el chico de la revista? Tenía que hacerte unas cuantas preguntas más, ¿no?
La expresión de su cara coincide con la manera en que me siento: dividida.
—Infórmame sobre cómo evoluciona tu madre. Llámame. No me mandes mensajes. Quiero escuchar tu voz.
—Lo haré. —Empieza a marcharse pero lo agarro del brazo—. Gracias por estar aquí, por ayudar.
—Siempre estaré ahí para ti. —Me lanza una mirada que me derrite los huesos y me da un beso de despedida.
No he terminado de cerrar la puerta cuando mamá entra exaltada en la cocina.
—¡Y no me vuelvas a tocar! —grita en dirección al salón.
Cuando pasa por mi lado, desenrolla la venda de la mano y su palma ya está curada.
Morfeo entra en la cocina por el lado de la sala de estar.
—Te has vuelto una mocosa desagradecida, Alison —dice sin ni siquiera mirarme—. No voy a quedarme quieto mientras uno de los míos se desangra hasta morir.
Lanza el sombrero a la mesa. Los rayos de sol se filtran por las ventanas y su forma de criatura de las profundidades es intensa bajo la máscara del cuerpo de Finley. Sus alas son largas e imponentes, los tatuajes de sus ojos son oscuros y las joyas pasan del rojo al negro.
—Allie podría haberme curado —repone mamá.
Me sujeto al marco de la puerta y los analizo. Me quedo estupefacta al ver a mamá trasladando las galletas de las rejillas hasta los recipientes con una espátula, como si lo que ha ocurrido en la última hora fuera algo de lo más normal.
¿Por qué no está alucinando por la presencia de Morfeo? ¿No debería preguntar por qué él y Cornelio estaban en mi dormitorio en vez de protestar por su mano curada? O mejor aún, ¿no debería contarme dónde ha estado y dónde ha escondido mis mosaicos?
Mamá chupa el chocolate derretido de su dedo y señala a Morfeo.
—Ya no es como en el pasado. Soy mayor y más sabia. Ya no necesito tu ayuda.
Sus ojos son más azules que nunca y tiene las mejillas encendidas. Irradia fuerza y energía. Morfeo consigue sacar a la superficie algo que siempre ha estado ahí, como hace conmigo. Me pregunto qué hubo exactamente entre ellos, me gustaría saber si alguna vez le dijo que la amaba como me lo ha dicho a mí. Tal vez sedujo a todas mis antepasadas.
El mero pensamiento me revuelve el estómago.
—No me necesitas, ¿no? —Se acerca a mamá pero no tanto como normalmente hace conmigo. Es como si estuviera respetando los límites de su burbuja. Coge rápidamente una galleta del recipiente y se sienta en el borde de la mesa con una floritura fantasmal de alas—. Bueno, supongo que tienes razón. Es cierto que le das buen uso a mi información. Te dije lo de sus mosaicos para que los escondieras, y que estuvieran a salvo. Entonces me dice Alyssa que le pediste al profesor incompetente que los mostrara en público y dejara tres de ellos expuestos. Yo diría que necesitas mi puñetera ayuda. —Se mete un trozo de galleta en la boca para darle énfasis.
—Espera un momento. —Entro en la cocina con la cabeza dándome vueltas—. ¿Fue Morfeo quien te habló de mi obra de arte? ¿Sabías que estaba aquí? Creí que te estaba protegiendo… y resulta que tú me escondías cosas.
Con los labios apretados, mamá coloca el molde de las galletas en el fregadero y abre el grifo del agua.
—Si la serie no está completa, no son de utilidad —contesta respondiendo a Morfeo pero ignorándome a mí—. Me encargué de los tres que tengo. Los puse a buen recaudo. Donde ninguna criatura de las profundidades, como tú, se atreva a tocarlos.
Sus palabras me recuerdan lo que vi en el espejo.
—¿Esa es la razón por la que entraste por el espejo… al lado de ese puente de hierro? ¿Llevabas mis mosaicos en la bolsa?
Mamá se vuelve hacia mí con el ceño fruncido.
—Ah. —Morfeo nos mira a una y a la otra—. Alison fue al puente de Ironbridge, ¿no? Una estrategia brillante, largarse a Londres así.
Ironbridge, el puente de hierro… Morfeo me dijo una vez que las criaturas de las profundidades tenían aversión al hierro. De alguna manera deforma su magia, aunque nunca me ha dado más detalles.
—Es la única forma de mantener los mosaicos a salvo —dice mamá como si me estuviera leyendo la mente.
—Claro —se burla Morfeo—. ¿Visitaste tus lugares favoritos de Ironbridge? ¿Cogiste el tren y reviviste algunos recuerdos perdidos? —Entrecierra los ojos—. Esa es la razón por la que rompiste el espejo. Para tapar tus huellas.
Centra su atención en las sartenes del fregadero.
—Si pudiera cerrar los portales que van y vienen del País de las Maravillas —dice entre dientes, más para ella que para nosotros—, lo haría. Así Roja y todo aquel que quisiera hacerle daño a Allie se quedaría varado en el Reino de las Profundidades. Justo como debería ser.
—Como si fueras a dejar que eso ocurriera. —Morfeo se vuelve a poner el sombrero—. Hablas de nosotros como si fuéramos una especie diferente pero somos iguales. Fieros… manipuladores… con un toque de locura. Tú eres más criatura de las profundidades que humana, Alison. No podrías manejar el hecho de no tener un camino de vuelta al hogar al que pertenece tu corazón.
Cierro el recipiente de un golpe para captar su atención.
—¿Podría decirme alguien qué está pasando?
Silencio. Mamá friega los restos de las galletas horneadas con una esponja. El agua y el jabón la salpican a ella y al recipiente.
Morfeo se limpia la boca con la esquina del mantel.
—Alison te ha engañado para que pienses que es una florecilla indefensa pero es todo fachada, Alyssa. Tu madre es despiadada y habría sido una espectacular Reina Roja. De hecho, ella quería esa corona rubí. Estuvo muy cerca pero conoció a tu padre… y no pasó las pruebas. Si eso no hubiera ocurrido, nunca se habría dado por vencida y jamás se habría quedado en el reino humano. —Su mirada se centra en mi rostro con las joyas de color negro como el azabache—. Y tú, queridita, nunca habrías nacido.
Siento la lengua pegada y dura como una piedra. Y todas las preguntas están debajo. Vuelvo a la entrada donde las sombras ofrecen consuelo para poner distancia entre las horribles acusaciones de Morfeo y yo.
No. Mamá no puede haber querido ser reina. Eso significaría que sabe la verdad, que todo lo que hablamos la noche que llegué del País delas Maravillas, los tiernos momentos que compartimos en el psiquiátrico cuando le dije que nuestra familia no estaba maldita, fue una farsa. Significaría que ha estado fingiendo no tener ni idea de nada.
Si ese es el caso, ¿sobre qué más ha estado mintiendo?
Me llevo la mano a la boca. Morfeo intenta separarnos. No lo voy a permitir.
—No —digo—. Tú… —señalo a Morfeo—. Me dijiste que era la primera desde Alicia en entrar por la madriguera del conejo.
Levanta un dedo.
—No, no. Lo que dije fue que eras la primera desde Alicia lo bastante astuta como para descubrir la madriguera del conejo sin ayuda y saltar por ella. Yo guié a tu madre hacia la madriguera del conejo y ella me permitió que la bajara. No era tan ingeniosa como tú. Creo que a la larga fue su perdición. Eso y su falta total y absoluta de lealtad.
Mamá frunce el ceño.
Contengo un sollozo.
—Pero la Hermana Uno, aquel día en el cementerio… dijo que era la primera en llegar tan lejos para alcanzar la corona.
La mirada entre mamá y Morfeo está cargada de comprensión.
—¿Tal vez porque tu madre nunca llegó tan lejos? —Morfeo ofrece la respuesta en forma de pregunta. Una señal segura de que esconde algo.
—No tendría importancia —respondo—. La Hermana Uno siguió de cerca mi progreso durante todo el tiempo que pasé en el País de las Maravillas, porque si pasaba las pruebas salía ganando. Habría hecho lo mismo con mamá. No. —Dirijo las siguientes palabras a mamá—. Tú nunca has estado allí. Pensabas que los Liddell estaban malditos. No sabías la verdad, no sabías para qué eran las pruebas. No hasta que te lo dije, ¿verdad, mamá? ¿Verdad?
Ella se seca las manos con un trapo y se dirige hacia la puerta.
—Allie —dice cuando pasa por el umbral—, deja que te lo explique.
Morfeo la sigue con una mueca en los labios.
—Le debes algo más que una explicación. Le debes una disculpa por engañarla durante todos estos años.
—¡Tú eres el único que puede hablar de engaño! —exclama mamá furiosa.
—¿Perdón? —En un rápido movimiento lleno de gracia, Morfeo la lleva a la pared sin ni siquiera tocarla. De nuevo, mantiene esa distancia entre ellos, una línea invisible que no cruza—. Me culpaste a mí por empujar a Alyssa al País de las Maravillas y por el desorden de su vida pero eres tú la que le dio la espalda a sus compromisos. Hiciste una elección consciente de que afectaría al futuro de cualquier hija que Tommy-luz y tú tuvierais. Ya es hora de que lo admitas.
En la penumbra, el cabello rubio platino de mamá brilla y se retuerce como rayos vivientes de luz de luna, tan evocador como cuando las plantas de nuestro jardín lunar se agitan con la brisa. Le estoy prestando tanta atención a ella que no me doy cuenta de lo que sucede con Morfeo hasta que gruñe.
Parece que las mariposas de las alas del sombrero han resucitado. Le quitan el sombrero y se ve obligado a saltar para cogerlo. Las comisuras de los labios de mamá tiemblan, luchando por ofrecer una sonrisa petulante.
Está manipulando sus alas.
Contengo el grito que lucha por salir, incapaz de negar lo que veo frente a mí: la magia de su interior que pensaba que nunca había salido a flote está viva porque ha estado en el País de las Maravillas… y ha vuelto.
Recuerdo que la primera vez que vi las flores gigantes del País de las Maravillas mencionaron que me parecía a «ya sabes quién». Siempre creí que estaban hablando de Alicia o, tal vez de Roja, pero no era así. Estaban hablando de mi madre.
Presiono la espalda contra la pared con tanta fuerza que me duelen los brotes de las alas.
—La escritura emborronada en el libro de Alicia en el País de las Maravillas —digo, casi en un susurro—. Morfeo no la desdibujó, fuiste tú. No querías que averiguara que habías estado allí.
Morfeo vuelve a ponerse el sombrero. Se apoya contra la pared a unos centímetros de mí con el talón de una bota reposando en el rodapié.
—Tu madre quería colaborar conmigo desde el principio, cuando tenía trece años y escuchó la llamada de las profundidades. Ansiaba desesperadamente el poder de la corona. Todo lo que tenía que hacer era encontrar una forma de superar las pruebas imposibles del decreto del Rey Rojo. Así que, durante tres años, trabajé en una ruta de obstáculos alternativa para pasar los requisitos jugando con las definiciones que él había escrito, consiguiendo su aprobación en cada paso…
—¿Ibas a dejar que la Reina Roja viviera en ti? —interrumpo, mirando a mamá con incredulidad.
—No exactamente —dice Morfeo con brusquedad—. A diferencia de ti, Alison planeaba usar su deseo, tal y como le ordené, para desterrar a Roja del País de las Maravillas para siempre. No estaríamos en este lamentable aprieto si hubieras elegido hacer lo mismo en vez de salvarla insignificante vida de tu novio mortal.
Quiero arañarle las joyas que tiene bajo los ojos por decir eso pero no puedo moverme.
Morfeo hace un gesto con la mano.
—Ya no importa. El error fundamental lo cometí yo por no contar con su juramento sobre su vida mágica para terminar lo que empezó. Alison es una traidora. Se echó atrás porque conoció a tu padre. Aunque hay algo revelador en la manera en que ha guardado todas las reliquias familiares tomando las precauciones necesarias para que nadie más pudiera seguir las pistas que yo le di. Tal vez quería otra oportunidad para, algún día, intentar conseguir la corona.
—Esa no es la razón, Morfeo —sisea mamá—. Y lo sabes.
Se encoge de hombros.
—Podríamos preguntarle a Cornelio. Él estaba allí.
Sacudo la cabeza.
—¿Dónde está Cornelio? —Con todo el lío, me he olvidado de que se ha quedado solo en mi habitación.
—Lo he dejado atado —responde mamá—. Tus anguilas lo están entreteniendo. Terapia de electrochoque. Una condena por el papel que desempeñó el verano pasado.
Doy un grito ahogado ante su crueldad y me dirijo hacia mi habitación pero Morfeo me bloquea el paso.
—Está bien —me asegura, colocando una mano en mi hombro—. La electricidad no afecta a los de nuestra especie.
Lo aparto de una sacudida.
—Bueno, ¡pero puede que mis anguilas no lo estén! —grito—. ¡Tienen que estar aterrorizadas! —Morfeo y mamá me miran como si estuviera perdiendo la cabeza. Si es así, ellos son los únicos culpables—. Saca a Cornelio y dile que exijo saber por qué está aquí.
Morfeo alza las cejas; después, con un brillo en sus ojos, se quita el sombrero y hace una reverencia.
—Como desee, su majestad. —Le lanza una mirada cargada de significado a mamá—. Por una vez podrías intentar contarle a tu hija la verdad. ¿Pudiste descifrar alguno de los mosaicos antes de esconderlos?
Mamá se encoge de hombros con una expresión amarga en el rostro.
—Comparte lo que viste junto con todo lo que has estado escondiendo. Alyssa no sobrevivirá al ataque de Roja a menos que sepa la verdad. —Morfeo me lanza una última mirada con las joyas parpadeando del color gentil de la compasión, acto seguido se recoloca el sombrero. Las botas resuenan por el suelo de linóleo.
Una vez que la alfombra del salón camufla las pisadas, presto toda mi atención a mi madre, esperando una explicación.
—Los mosaicos —espeto, aunque no es lo único que quiero que me responda.
Ella me devuelve la mirada, una desconocida.
—Sólo tuve la oportunidad de descifrar uno. Había tres Reinas Rojas luchando por la corona rubí y la silueta de otra mujer mirando desde detrás de una pared de enredaderas y sombras, alguien comprometida con el resultado… alguien que tuvo una gran participación en todo ello. Vi sus ojos con claridad. Tristes, penetrantes. Tenía prisa. Sólo tuve tiempo para eso.
Ha habido tres Reinas Rojas desde el último verano: yo; Granate, a la que designé la tarea de gobernar en mi ausencia, y la propia Roja.
Eso deja abierta la incógnita de la cuarta jugadora, la de las sombras.
Mamá observa mi expresión cuando me devano los sesos pensando en las posibilidades. Su ceño se suaviza y vuelve a parecerse a la mujer que alguna vez conocí: la que me hacía polos de gelatina cuando me dolía la garganta; la que me daba besos en las heridas y me cantaba nanas; la que se había confinado en un psiquiátrico para salvarme del País de las Maravillas.
Pero la madre que recuerdo no se parece en absoluto a ella. El cabello de esta madre todavía brilla, su piel refulge como nieve bajo la luz de las estrellas. Esta madre… esta criatura de las profundidades… es una extraña para mí.
—Estuviste en el País de las Maravillas —digo con voz temblorosa.
—No es como él ha explicado, Allie —murmura—. Borré las pistas de las páginas, pero fue porque conocí a tu padre y quería ponerle un final definitivo a la búsqueda. —Retuerce el trapo entre las manos—. Estaba tratando de decidir qué hacer con las reliquias familiares. Por eso las escondí. Simplemente no podía tirarlas. Tenía que averiguar cómo arreglarlo para que ninguno de nuestros descendientes terminara en el País de las Maravillas.
Su respuesta resuena apagada en la pequeña entrada. Sus palabras envían una sensación fría y crepitante a mi espalda.
—Sabías lo de las pruebas. Peor aún, las causaste. Por tu culpa Morfeo ideó todas esas locuras que hice en el País de las Maravillas. Todo para que pudieras ser reina y después lo dejaste en la estacada y me convertí en tu sustituta.
Mamá retuerce el trapo con más fuerza.
—Ideamos el plan antes de que hubieras nacido, Allie. Yo… no sabía que pasaría todo esto…
—¿En serio? —Las palabras salen en un tono alto y amargo—. ¡Te estás desviando del tema! ¡Has estado en el País de las Maravillas y nunca te molestaste en decírmelo! Viviste lo que yo viví. ¿Tienes idea de cuánto necesitaba saberlo? ¿Saber que no estaba sola?
Su expresión muda y se queda en silencio hasta que me dan ganas de zarandearla.
—¿Por qué no me lo dijiste aquella noche en el psiquiátrico cuando me desahogué contigo? —Los sollozos que estoy conteniendo se apilan uno encima del otro y mi garganta me duele más que cuando tenía el tubo de la respiración asistida—. O antes que eso. Si hubieras sido honesta desde el principio cuando averigüé que podía escuchar a los bichos y a las plantas… —Suelto un sollozo. Se rompe en dos—. Lo podría haber cambiado todo. El País de las Maravillas no estaría en peligro porque yo no habría ido para ponerlo todo patas arriba.
Mamá se aferra al trapo como si fuera una cuerda de salvamento.
—No eres tú la que ha causado todo esto. Es Roja.
—Pero yo la liberé —gruño—. Y por eso, es mi responsabilidad arreglar las cosas.
—Cariño, no… —Deja caer el trapo y extiende la mano hacia mí.
Al estar atrapada en la esquina no puedo escapar, así que en vez de eso, aparto su mano.
—Allie, por favor… —se queda sin habla.
Su voz herida apenas se escucha, lo único que veo es a una traidora. Los lirios de la habitación del hospital se referían a mamá. Ella es la que me iba a traicionar de la peor forma posible.
—Eres increíble —digo con los dientes apretados—. Planeaste arreglar las cosas por todos nosotros, ¿no? Tú, a la que le asusta todo lo relacionado con el País de las Maravillas. Tú, la que pensaba que nuestra familia estaba maldita hasta que te dije lo contrario. Tú, la que ha entrado por mi espejo hoy con una llave que has estado escondiendo, no durante meses, sino durante años. ¿Por qué? ¿Porque querías volver atrás algún día y ser reina? ¿Al menos pensabas decírselo a papá antes de dejarlo?
Abre la boca para responder pero sigo hablando antes de que pueda hacerlo.
—Todo este tiempo que has estado riñéndome por la ropa y el maquillaje… no era porque parecía demasiado alocada o poco recatada, era porque me parecía mucho más a una criatura de las profundidades y te recordaba todo lo que perdiste, ¿verdad?
Se sorbe la nariz pero no contesta.
—Me machacaste una y otra vez sobre la idea de que no querías que cometiera los mismos errores que tú… enamorarme demasiado joven y perder la oportunidad de ser artista. No podía entender por qué no intentaste volver a empezar ahora que estás fuera, por qué no intentaste hacer la carrera que siempre habías querido, pero nunca se trató de la fotografía. Papá te retuvo de ser reina y ahora yo tengo la corona. Realmente debes estar molesta con nosotros.
—No, Allie…
No la escucho. No puedo escuchar más mentiras.
—¿Cómo puedes guardarle rencor a alguien tan increíble como papá? Te fue fiel durante once años. Estuvo a tu lado y esperó a que te pusieras bien. Todas esas noches sentado a solas en el salón… suspirando por su esposa… mirando las estúpidas margaritas que escondían todos tus secretos. Él se merecía la verdad, mamá. —Se me escapa otro sollozo—. ¡Los dos la merecíamos!
Las lágrimas recorren su cara bajo la débil luz.
Se fue al psiquiátrico para protegerme cuando era una niña, esos recuerdos amenazan con calmar mi furia pero, ¿cómo puedo saber verdaderamente por qué hizo lo que hizo? Tal vez, simplemente no quería que fuera yo quien se convirtiera en reina en vez de ella y esa es la razón por la que intentó romper mi conexión con el País de las Maravillas. Tal vez es ella la del mosaico, la de las sombras, observando y esperando su oportunidad para robar la corona.
La floreciente desconfianza reprime cualquier rastro de compasión y lanzo el insulto más cruel que puedo pensar.
—Ya no sé quién eres pero sí sé una cosa: eres más mentirosa de lo que Morfeo ha sido jamás.