Imágenes hechas añicos
El corazón me late tan rápido como las alas de Chessie cuando veo a mamá en el espejo.
—¿Cómo has llegado ahí? —pregunto a sabiendas de que no puede escucharme ni verme. Acaricio la llave de mi cuello; podría jurar que sólo teníamos una. ¿Es posible que Roja le haya tendido una trampa para atraerla?
Pego un grito ante el mero pensamiento.
Pero cuando vuelvo a echar un vistazo, me doy cuenta de que mamá no parece disgustada ni asustada. Lleva una bolsa de lona muy grande al hombro; la que utilizábamos para meter las toallas, las palas de plástico y los cubos para irnos de picnic al lago. Eso era cuando era pequeña, antes del psiquiátrico.
Me encantaban esos picnics…
Se dirige hacia el puente con paso firme. Está tramando algo. Algo que quiere hacer. Cuando la forma resplandeciente de Chessie aparece a su lado y se posa en las asas de la bolsa, mamá ni siquiera se sobresalta, como si lo estuviera esperando.
Esto es demasiado. No me importa dónde están; tengo que entrar y ver qué está pasando.
—Deséalo con todo el corazón —me digo—. Después, atraviesa el espejo. —Elevo la bota, meto una pierna en la fría brisa del otro lado y se me entumece el cuerpo cuando alguien gira el pomo de la puerta de mi habitación.
—Al, ¿por qué has cerrado la puerta? —dice Jen desde el otro lado—. Jeb está aquí y está cabreado. Taelor lo llamó al trabajo. Él y M están la entrada…
No. No puedo ocuparme de eso ahora. Tengo que ver lo que mamá está a punto de hacer.
—¡Estoy ocupada!
—¿Ocupada? —chilla Jen desde el otro lado de la puerta—. ¿Me estás tomando el pelo? ¡Jeb va a matarlo! Tienes que salir, ¡ahora!
—Mierda —mascullo. Como si mi falta de concentración lo hubiera desencadenado, el portal se ondula como si fuera agua llenando un cubo. Si voy a pasar a través de él, tiene que ser ya, antes de que se cierre. Lucho contra mí misma, desesperada por resolver el misterio de mi madre pero con la sensación de que mi vida me empuja a marcharme.
La vacilación me hace perder la oportunidad. El falso líquido se vuelve a convertir en cristal reflectante. Me libero un segundo antes de que se cierre, alejándome de mi madre y de todos los secretos que esconde.
No pierdo el tiempo en quitarme el vestido ni la tiara. Cuando salgo apresuradamente al pasillo, Jen me pregunta sobre lo que sucedió en el instituto. No tengo ni idea de qué contestar, así que paso por su lado y salgo corriendo por la puerta de entrada hasta el césped, esperando un baño de sangre.
En vez de eso, los chicos están de pie a la sombra del capó del coche de Morfeo. Ninguno de ellos se da cuenta de que tienen público.
Jeb debe haber venido directamente después de la entrevista. Todavía lleva la ropa de la sesión de fotos: vaqueros negros, polo negro de punto de manga corta que se le pega al cuerpo, camiseta burdeos de manga larga debajo y corbata de diseño japonés situada donde se abren los botones.
—Así que, ¿dejó de funcionar en un tramo de la calle? —pregunta sin alzar la vista.
Morfeo asiente con la cabeza.
—De hecho, se detuvo en un lugar bastante inoportuno.
Frunzo la boca ante el eufemismo.
Jeb apoya los codos en la carrocería del coche y toca el motor.
—No estoy seguro de cuál es el problema. Este modelo tiene una correa serpentina individual para todo, así que si falla, el motor se detiene, pero si eso hubiera pasado, habría sido casi imposible hacerlo funcionar de nuevo. —Revuelve la correa, llenándose la mano de grasa—. Aunque está un poco gastada. Vas a tener que cambiarla pronto.
Morfeo le da golpecitos al ala del sombrero mientras reflexiona.
—Me lo temía. ¿Qué hay que hacer para que funcione?
Se me bloquea el aire en los pulmones. Debería estar aliviada de que no se estén matando pero mi mente no da para más. Con mi madre en el espejo, son demasiadas cosas raras al mismo tiempo.
Me vuelvo para mirar a Jen cuando se coloca a mi lado.
—Dijiste que estaban peleándose —mascullo.
Se encoge de hombros.
Morfeo debe haber mantenido su juramento y haber suavizado las cosas con Jeb de algún modo. Lo que me deja espacio para preocuparme por mamá. Con los nervios de punta, vuelvo a encaminarme hacia casa.
Jenara se aclara la garganta.
Me giro y me veo encerrada en las miradas de Jeb y Morfeo.
Se quedan ahí, mirándome embobados durante lo que parece una eternidad. Con la tarde ya cayendo, el sol calienta las capas de tela hasta que pica. Con ese silencio sepulcral soy dolorosamente consciente de la ausencia de los susurros de los bichos. Una vez más, parece que han abandonado su posición. Últimamente o se quejan de las flores o simplemente… se callan.
Jeb cierra el capó del coche. Me muerdo el labio cuando acorta la distancia entre nosotros, limpiándose la grasa de las manos en un pañuelo que saca del bolsillo.
—Guau. —Me recorre el cuerpo con la mirada, después clava sus ojos en los míos y me transmite un mensaje más bronco y hambriento que nada de lo que me haya dicho en voz alta: Tengo tantas ganas de tocarte que duele…
Su repaso nunca había sido así de intenso. Mis piernas se vuelven de plastilina.
Me coge la mano forrada de encaje y tira de mí para abrazarme.
—¿Cómo se supone que voy a esperar hasta después del baile si te vistes así? —susurra en mi oído y después me da un beso en la sien.
La sensación me deja sin aliento. Ojalá pudiera disfrutarlo. Miro por encima del fuerte hombro de Jeb y pillo a Morfeo contemplándome. Se quita el sombrero y el brillo de sus ojos negros me dice que también aprueba lo que ve.
Frunzo el ceño y le grito con mis ojos: ¡Deja de perder el tiempo! ¡Saca a mi madre del espejo! ¡Encuentra a Roja para que podamos enviarla de vuelta!
—La perfecta novia hada —dice Morfeo, dejando claro que esta vez no puede escuchar mis pensamientos—. Lo único que te falta son las alas.
Los brazos de Jeb se tensan a mi alrededor. Ahí está la tirantez que esperaba ver entre ellos cuando salí. Ambos se están comportando lo mejor que pueden pero la paz se podría acabar en cualquier momento.
Jenara se mueve y me bloquea la vista de manera que no veo a Morfeo.
—Hablando de alas… Señor entomólogo, tengo una pregunta de disfraces para ti sobre el vestido de Alyssa. ¿Qué te parece si pillamos unas galletas y hacemos una lluvia de ideas?
Morfeo la sigue, lanzándome una última mirada sobre su hombro.
En cuanto se van, Jeb susurra:
—Pensaba que nunca se irían. —Después se inclina y me besa.
Me aparto y avanzo hacia la puerta.
Frunce el ceno y me sigue.
—Estás molesta porque no te he recogido en el instituto. He pedido una pausa en la entrevista para poder venir aquí. Tengo que volver a reunirme con el reportero más tarde para contestar las últimas preguntas. ¿Eso no cuenta nada?
Su expresión herida me hace un nudo en el estómago.
—Sí. Quiero decir, no, no estoy molesta. Pensaba que tú estabas molesto. Jen dijo que Taelor…
—Mort me ha aclarado las cosas —Jeb guarda el pañuelo.
—¿Mort? ¿Te permite que lo llames así?
—No le he pedido permiso.
Inclino la cabeza ante la idea.
—Así que, ¿todo bien entre vosotros?
—Me mandaste un mensaje en el que decías que habíais tenido un «encuentro». Así que cuando Mort dijo que quería poner celosa a Taelor fingiendo que le gustabas y que ella exageró los detalles porque el plan falló y le fastidió… Bueno, su explicación encaja. Aunque es una lástima que se haya creado una enemiga con Tae. No es una chica con la que quieras enemistarte.
—Dímelo a mí —respondo entre dientes, retomando el paso por el césped con Jeb a la zaga—. Deberías escuchar lo que va diciendo por el instituto.
—Bueno, me ha dicho que lo aclarará todo mañana. Sea un viejo amigo de la familia o no, Mothra no tiene derecho a utilizarte así.
Se me paralizan los pies y todo el cuerpo ante el apodo. Jeb no puede estar empezando a recordar la habilidad de Morfeo de convertirse en mariposa. Técnicamente no estuvo en el País de las Maravillas como para poder acordarse de eso. A menos que mamá tuviera razón en el hospital cuando dijo que nadie sale del País de las Maravillas indemne. ¿De alguna manera su subconsciente recuerda algo que se supone que no experimentó?
—¿Cómo lo acabas de llamar? —pregunto con la voz temblorosa… esperanzada.
—Mothra[1] —responde—. Ya sabes, el archienemigo de Godzilla. Porque el chico es un friki de las mariposas. —Me ofrece una sonrisa pícara—. Vamos, ¿no has visto su sombrero y su coche? Las puertas parecen polillas cuando están abiertas.
—Es cierto. —Claro que no lo recuerda. Mis pensamientos vuelven a mi madre y a sus secretos—. Deberíamos entrar para que pueda cambiarme.
—Espera. —Jeb me coge la mano y me hace girar haciendo que el dobladillo de pétalos de flores susurre. Cuando vuelvo a estar frente a él, sacudo la cabeza—. Mort tenía razón. Eres como un hada en su noche de bodas. Déjame disfrutar la fantasía un poco más. —Su ruego es tan dulce como la seda y casi puedo sentirlo en la piel. Me besa la mano enguantada.
Nos detenemos donde acaba el césped, justo antes del primer escalón del porche. La risa de Morfeo llega a través de la puerta. El sonido hace que la expresión de Jeb pase de admiración a ira.
—Cuando he llegado estaba dispuesto a matarlo. —Sigo su línea de visión hacia su motocicleta aparcada al azar en la pendiente de la entrada. Ni siquiera ha perdido tiempo en bajarle el caballete—. Lo he puesto contra el capó amenazándolo con hacerle otra cicatriz en la cara.
Es raro ser finalmente el centro de toda la atención de Jeb, pero ahora yo soy la que está dividida. Una parte de mí me empuja hacia casa y la otra me mueve hacia él.
Jeb me alcanza la mano y se la lleva al pecho.
—Me ha dicho que podía hacerle lo que quisiera a su cara. Sólo insistió en que no le hiciera nada al coche. Es lo único que tiene de su padre muerto. —Jeb recorre el encaje que me envuelve la cintura con el pulgar—. Le he visto las cicatrices, Al. Esos tatuajes no pueden esconderlas. ¿Sabías lo de sus intentos de suicidio?
Asiento, reacia a alentar su pena por Morfeo pero consciente de que no puedo explicarle que esas cicatrices pertenecen a otra persona.
Jeb le echa un vistazo al coche de Morfeo.
—Me ha dicho que su padre murió odiándole y que la razón principal por la que vino a Estados Unidos fue para conocer a tu madre, para intentar ver a su padre a través de otros ojos, para hacer las paces con sus recuerdos. —Cuando Jeb me vuelve a mirar, su expresión está llena de empatía y me da un vuelco el corazón. Es injusto que Morfeo explote las debilidades que ni siquiera Jeb sabe que tiene, pero no tengo derecho a juzgarlo porque yo también soy una mentirosa y me aprovecho de la vulnerabilidad de los demás—. Así que mientras sea respetuoso contigo —dice, ajeno a mi agitación interior—, haré todo lo que esté en mi mano para respetarle.
Su tono es tenso y a la vez apenado, pero está bajo control. Se ha esforzado mucho para no ser violento como su padre y estoy orgullosa de él porque, a pesar de todo lo que le hizo su padre, se ha convertido en un hombre honesto y compasivo. Nunca me he sentido más indigna de él.
Me llevo su mano a los labios y beso el tatuaje dela muñeca que sobresale de la manga. ¿Qué pensaría de mí si supiera lo falsa que soy ahora? Me siento tan lejos de él en este momento como si fuera yo la que está al otro lado del espejo observándolo desde la otra parte del mundo.
—Oye… —libera la mano y me lleva al porche. Él todavía está en el césped y nuestros ojos se encuentran al mismo nivel—. Estás muy callada. Si tuvieras algo que contarme sobre esa historia, me lo dirías ¿no?
Hay más. Tengo que averiguar por qué mi madre está en el espejo y tengo que derrotar a una reina mágica psicótica… lo que ocurre es que no sé cómo decírtelo.
Se me saltan las lágrimas.
El ceño de Jeb se convierte en una mueca.
—¿Por qué lloras? ¿Tae tenía razón? —Sus ojos echan chispas—. ¿Ese estúpido te puso las manos encima? ¿Te besó?
Maldita sea.
—No, no pasó nada. Es sólo que tal vez entiendas cómo me siento por lo de Ivy. Por qué me siento insegura.
Entrecierra los ojos.
—Eso es totalmente diferente.
Desvío la mirada hacia las hebillas de las botas, me apresuro a decir lo correcto, a arreglar esto para poder volver corriendo a mi habitación y solucionar lo demás.
Jeb entra en el porche.
—Al, son negocios. Eso es todo y ya le he dicho que sí.
Mi expresión pasa de la preocupación a la indignación.
—Pensaba que íbamos a hablarlo antes.
—Vuelve a Tuscany esta tarde y no regresará hasta fin de mes. Tenía que darle una respuesta antes de que se fuera. Esto es por nosotros, ¿no te das cuenta? Servirá para pagar nuestro primer año en Londres y algo más. Es dinero real, demuestra que no soy un perdedor.
—Por supuesto que no eres un perdedor —reprimo el sollozo que me sube por la garganta—. Eres el artista con más talento que he visto.
—Tú también tienes talento —dice Jeb, acercándome hacia él para mirarme—. No más lágrimas, ¿entendido?
Me sorbo la nariz.
—Pero estás cansado de pintarme. —Qué patética soy. Mamá está en algún lugar al otro lado del mundo y yo estoy aquí llorándole a mi novio porque no soy su modelo.
En este momento, Jeb es lo único estable que me queda en el mundo y estoy a punto de alejarme de él aunque sea lo último que quiero hacer.
—¿Cansado de…? —Arruga las cejas—. ¿Estás de broma? Nunca me cansaré de pintarte. Este vestido. —Acaricia las perlas y lentejuelas deslizándose por mis costillas— me inspira una nueva serie de cuadros: Luz de luna seducida por la novia de las hadas. La comenzaremos después del baile.
Bien. El baile inexistente. Me muerdo el interior de la mejilla para evitar gritar.
Jeb flexiona las rodillas de forma que mi frente toca la suya.
—Estoy ansioso por… ya sabes —dice rozándome la piel con el dedo bajo el tirante del hombro, dejándome un cosquilleo en la piel—. Esta noche iré al estudio de arte que Ivy ha alquilado. Tiene un loft. Estoy pensando que tal vez sea un lugar perfecto para tener un poco de intimidad después del baile.
Pero no estaré aquí, me duele decirlo.
La puerta de entrada se abre y evita que suelte toda la verdad.
—Hola, tortolitos —bromea Jenara. Le ofrece a Jeb una galleta y nos examina como si estuviera sintiendo que ha interrumpido algo—. Lo siento, pero la madre de Al está aquí.
—¿De verdad? —pregunto.
—Sí, está dentro. Estaba en el patio trasero trabajando en el jardín y no sabía que estábamos aquí.
El pulso de mi cuello golpea más rápido de lo normal. Debe haber vuelto a través del espejo. Tengo que averiguar dónde estaba.
—Espera… ¿La has dejado a solas con él?
Jenara se limpia las migajas de los modernos y rasgados vaqueros con la mirada confusa.
—¿Con quién, con M? Se fue derechito al baño antes de verla.
Un gran estrépito seguido del grito de mamá hace añicos la tranquila tarde. Me coloco la cola de la falda en el brazo y corro por el umbral con Jen y Jeb pisándome los talones.
Morfeo está en la puerta de mi habitación, mirando hacia el interior con una expresión estudiada. Paso por su lado en dirección a mi madre de forma cauta. Ella está de rodillas en medio de un montón de cristales que brillan en el suelo. Mi espejo yace a su lado, un marco de madera vacío.
Mamá mete un colgante en la chaqueta de su chándal y eleva su mirada hacia mí. Ni siquiera puedo formar las palabras para preguntarle dónde consiguió la llave. Parece muy pequeña y frágil dentro de ese chándal. El sol se refleja en los fragmentos rotos que la rodean, salpicando la tela negra con puntos centelleantes de luz.
Me pongo en cuclillas con cuidado de no cortarme.
—¿Estás bien?
Esconde un brazo tras ella.
—Estaba intentando mover tu espejo… Se golpeó con el vestidor y se rompió —observa al público—. Es culpa suya.
Al principio pienso que se está refiriendo a Jeb hasta que entra Morfeo.
—Eso es una condenada mentira —dice Morfeo y se sienta en la cama—. Rompiste ese espejo antes de que saliese al pasillo. Diría que fue a propósito aunque no puedo imaginar el motivo.
—Oye… —Jeb es el siguiente en entrar y le dirige a Morfeo una mueca irritada pero con cierto desconcierto—. Muestra un poco de respeto.
Morfeo le devuelve la mueca y se levanta, de manera que están cara a cara.
—Una persona debe ganarse mi respeto.
Jeb compone una mueca de desprecio.
—Estás empezando algo que no puedes terminar, chico-mariposa. Aquí eres un invitado, no lo olvides. —Lo empuja, ajeno a las sombras de alas que se elevan tras su oponente.
Mamá jadea, prueba de que puede ver las alas, de que sabe que nuestro invitado no es quien finge ser. Sospecho que lo ha sabido desde el momento en que lo vio en la puerta de entrada.
Jeb se arrodilla y toca el brazo escondido de mamá.
—¿Puedo ver su mano, señora Gardner? —Ahora su voz es mucho más suave.
Como si estuviera en trance, mamá le ofrece la palma. La sangre sale de un corte que empieza en la base de su dedo anular y termina en el meñique.
Se me hace un nudo el estómago.
—¡Mamá, estás herida!
Jen chilla, cubriéndose la boca. No le importa estar veinticuatro horas viendo un maratón de películas sangrientas pero no puede soportar la sangre real. Le recuerda a escenas de su infancia.
—Voy a traer vendas. —Temblando, se dirige al baño.
—Va a necesitar puntos —le dice Jeb cuando la ayuda a levantarse y la dirige hacia mi cama. Le envuelve la mano con el lado limpio de su pañuelo. Ella parece anestesiada y me duele todo el cuerpo de la preocupación. Empiezo a recoger los fragmentos de cristal.
Debería quedarme a solas con ella, consolarla, presionar mi marca de nacimiento con la suya para curarla pero, ¿cómo me deshago de todos ellos? Aprieto los dedos con fuerza alrededor del cristal que sostengo en un intento por controlar la loca vida que me rodea.
Morfeo se hace a un lado y le vuelve la espalda a Jeb y a mamá cuando se sientan. Agarra un Kleenex de mi vestidor y me ofrece el pañuelo, señalando mi mano con su barbilla.
La sangre emana de la curva de mis dedos y salpica los fragmentos que hay a mis pies. El índice me escuece. Lo giro encontrando un pequeño corte. Debo haber agarrado el cristal demasiado fuerte. Envuelvo el dedo con el Kleenex para detener el flujo y evitar manchar los guantes con la sangre.
Me quedo sin respiración cuando vuelvo a mirar al suelo. La sangre salta de un cristal a otro, como si fuera un guijarro brincando por el agua, dejando atrás finas rayas. Cuando acaba, el resultado de todas las líneas es una flecha roja que señala hacia el armario.
Dejé la puerta entreabierta cuando saqué las botas antes. A través de la rendija, capto un movimiento procedente del interior. Dos brillantes ojos rosas me miran desde las sombras.