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Viena, 16 de noviembre de 1787

Mozart acaba de regresar a casa —le dijo Geytrand a Joseph Anton—. En Praga, su Don Giovanni tiene un franco éxito, a pesar de la crítica. He aquí el libreto, señor conde.

—¿Actividades masónicas?

—Mozart participó en la Tenida del grado de Aprendiz de la logia La Verdad y la Unión, el 10 de noviembre. Según ciertas indiscreciones, no se pronunció palabra subversiva alguna.

—¿Disponemos, por fin, de un informador serio?

—Desgraciadamente, no; pero sigo buscando uno. No es fácil acercarse a los praguenses, y a los hermanos de esa logia menos aún. Un paso en falso lograría que se encerraran más todavía en sí mismos. Sin embargo, he puesto en marcha una red de observadores. Poco a poco, van recogiendo información.

—¿Y los resultados del seguimiento de Mozart?

—Nada apasionante. Trabajó mucho y pasó la mayor parte del tiempo en el teatro o en su habitación de hotel. Lo perdimos de vista algunos días, cuando se instaló en el campo, en casa de sus amigos Duschek.

—¡Todo eso huele mal! —afirmó Anton—. Praga es un nido de francmasones que guardan las apariencias para poder celebrar mejor Tenidas secretas. ¿Acaso Mozart no intenta convertirse en su emisario en Viena?

El conde de Pergen leyó el libreto de Don Giovanni con extremada atención, y sus temores se confirmaron. Mozart no era un músico como los demás. A través de sus óperas, transmitía una visión iniciática cuya magia alcanzaba incluso a los profanos.

Joseph Anton, que conocía muy bien los rituales masónicos, quedó maravillado ante la habilidad del compositor, que utilizaba del mejor modo el talento de Da Ponte. Mozart no se limitaba a evocar las ceremonias, los símbolos y la ciencia de los Números, sino que ¡los prolongaba! Ofrecía a los adeptos del Arte real una nueva formulación, destinada a enriquecer los rituales. Era imposible, ya, percibir los secretos del grado de Compañero sin haber escuchado Don Giovanni.

¿Hasta dónde llegaría Mozart?

Viena, 1 de diciembre de 1787

Para aliviar más aún las cargas del alquiler, y a pesar del estado de Constance, cuyo feliz embarazo llegaría pronto a término, los Mozart se trasladaron para instalarse en el 27 de Unter den Tuchlauben[169], en el centro de la ciudad, en una calleja estrecha cerca del famoso Graben, siempre tan frecuentado. Era el décimo apartamento vienés del compositor; estaba bastante bien situado, pero carecía de encanto. Constance y el pequeño Karl Thomas se acomodaron a ello, Gaukerl tomó posesión de un confortable sillón.

Su primer visitante fue el barón Gottfried van Swieten.

—¡Una noticia excelente, Mozart! Y otra menos buena…

—Comencemos por la excelente, para soportar mejor la otra.

—Tras la muerte de Gluck, el autor de Orfeo y Eurídice, acontecida el 15 de noviembre, su puesto en la corte fue declarado vacante. Varios dignatarios y yo mismo hemos solicitado al emperador que no lo suprima y lo atribuya a un músico de fama y de incontestable talento. Hemos convencido a su majestad de que os nombre músico de cámara imperial.

—¿Y la menos buena?

—El salario, mucho más bajo que el de Gluck, que cobraba dos mil florines. A causa de la situación política y económica, José II reduce todos los presupuestos, salvo el del ejército. Cobraréis ochocientos florines al año, y vuestro trabajo consistirá sólo en componer música de danza.

—Estoy obligado a aceptar, aunque sea demasiado para lo que hago y demasiado poco para lo que puedo hacer.

Un puesto oficial en la corte de Viena… El sueño de Leopold se hacía realidad.

Viena, 27 de diciembre de 1787

Durante el parto, Wolfgang hizo balance de aquel año agotador.

La muerte le había arrebatado a su padre, a su hermano Hatzfeld, al médico que lo trataba y a Star. Esa muerte era el tema central de Don Giovanni, no desde el punto de vista humano, sino iniciático. Como su héroe, llegaba a la cima de su poder buscando, en lo más profundo de sí mismo, la música capaz de expresar semejante prueba.

Desde su regreso de Praga, sólo había compuesto una fútil canción[170] divirtiéndose con el tiempo que se desmadejaba. Seguía representándose El rapto del serrallo, pero no Las bodas de Fígaro. Dicho de otro modo, no debía molestar a nadie y tenía que limitarse a divertir al público vienés.

Sin embargo, perseveraría.

Gracias a Don Giovanni, Wolfgang franqueaba una etapa importante, la de la ofrenda de su propio poder al Fuego de la iniciación. No abandonaría el camino que trazaba día tras día, desde su encuentro con Thamos, y se dirigía a Egipto, a la comunidad de los sacerdotes y sacerdotisas del sol.

Su amigo y hermano Joseph Haydn batallaba en su favor, escribiendo sin dudar al presidente del Alto Tribunal de Praga: «Me estremezco al pensar que un ser único como Mozart no esté todavía contratado por una corte imperial y real.» A pesar de la pertenencia masónica del compositor, José II reparaba, parcialmente, al menos, esa injusticia.

Praga… Qué maravillosa tentación, qué acogedora ciudad, qué estuche dorado. Pero era aquí, en Viena, donde libraba su combate junto a los Jacquin, a Stadler, a Von Gemmingen y a otros hermanos que rechazaban la dictadura del materialismo e intentaban preservar la iniciación.

—¡Tenéis una hija! —anunció la comadrona—. Es maravillosa, y la madre no ha sufrido.

Wolfgang besó a Constance, sonriente, y contempló con emoción a su cuarto hijo, Theresia[171], cuyos primeros gritos daban testimonio de sus ganas de vivir.

—Qué hermosos cabellos —observó Constance—. Será una muchacha muy hermosa.

Impresionado, Karl Thomas no se atrevía a acercarse al bebé.

—¿Será buena conmigo?

—Claro —respondió su padre.

—Entonces, la protegeré.

—Será tu deber de hermano mayor.

Gaukerl apreciaba, con ojos demos, la llegada de aquel nuevo miembro de la familia Mozart. ¡Cuántos juegos y caricias en perspectiva!

—Bauticémosla sin tardanza —rogó Constance.

—La señora Trattner llevará a Theresia a la pila bautismal de la iglesia de San Pedro —decidió Wolfgang—. Una niña… ¡Qué felicidad!