Praga, 8 de octubre de 1787
Da Ponte estaba al borde de un ataque de nervios.
—Estoy abrumado de trabajo —le dijo a Mozart—. Salir de Viena ha sido una especie de hazaña.
—Desgraciadamente, no puedo concederos el menor descanso. Deseo que hagáis algunas modificaciones.
El abad no protestó. Conociendo al compositor, sería inútil. Más valía escuchar sus observaciones y satisfacerlo en la medida de lo posible.
—¿Sabéis que el ilustre Casanova se encuentra en Praga? Resuelve algunos problemas referentes a la aparición de su novela, Icosameron. Sin duda asistirá al estreno de una obra titulada Don Giovanni. Semejante título le atraerá. Como es un fanfarrón, afirmará que su disoluta existencia nos ha servido de modelo.
—Parecéis conocerlo bien.
—Antaño teníamos trato. Ese mal escritor, desprovisto de cualquier talento, se atrevió a criticar públicamente mis poemas. De modo que nuestro enfado es definitivo. Bueno, me instalaré confortablemente y tomaré la pluma.
Da Ponte tendría el vino y el tabaco que quisiera, pero no la joven sirvienta de su devoción.
Praga, 14 de octubre de 1787
Una jornada de pesadilla. En primer lugar. Da Ponte, reclamado en Viena por Antonio Salieri, había abandonado Praga a toda prisa. Si debía escoger entre el poderoso Salieri y el modesto Mozart, no tenía duda alguna. El propio Wolfgang procedería a las últimas modificaciones del libreto.
Luego, el compositor debía limitarse a una compañía mediocre, formada por cantantes perezosos, de insuficientes cualidades vocales. ¡Y la diva local acababa de ponerse enferma! Vistas las dificultades técnicas de la partitura, iban directos a la catástrofe.
La única solución era retrasar el estreno de Don Giovanni y sustituirlo por una representación de Las bodas de Fígaro, tan apreciada por los praguenses.
Wolfgang escribió a su hermano Gottfried von Jacquin que estaba furioso y que todo se retrasaba. «Debo consagrarme a demasiada gente y muy poco a mí mismo», confesó, indicando así que no podría asistir a la Tenida y actuar con sus hermanos praguenses, tantas preocupaciones tenía y tanto trabajo para evitar un estrepitoso fracaso.
Por fortuna, Constance lo tranquilizaba y lo calmaba.
—No he ahorrado penas ni esfuerzos para llevar a cabo algo excelente —le confió con hastío—. Se equivocan cuando dicen que mi arte es fácil. A nadie le ha costado tanto como a mí estudiar composición[164]. ¡A causa de esos imprevistos enojos, no he escrito todavía la obertura!
—Todo irá bien, estoy segura.
Gaukerl asintió con un alegre ladrido.
Praga, 26 de octubre de 1787
¡Por fin un ensayo que casi se aguantaba! A fuerza de persuasión e indicaciones precisas, Wolfgang conseguía sacar a los cantantes de su molicie y hacer que se interesaran por la compleja obra que iban a estrenar ante un público impaciente por descubrir la nueva ópera de Mozart.
Dado el nivel de los intérpretes, Wolfgang no obtendría la perfección, pero no podía dejarlo pasar todo, especialmente la incapacidad de Zerlina para soltar un grito de espanto al final del primer acto, cuando don Juan intentaba poseerla y provocaba, así, la aparición de las tres máscaras que lo acusaban de crimen y le anunciaban un justo castigo.
La frágil muchacha sólo emitía un trino desprovisto de emoción y absolutamente ridículo. A pesar de su paciencia y sus explicaciones, Wolfgang no lograba más que un lamentable resultado.
Cuando Zerlina recuperaba el aliento, él se deslizó a sus espaldas y la tomó por el talle.
Asustada, ella gritó.
—¡Eso es, por fin lo tenéis! —exclamó el compositor, encantado.
Praga, 27 de octubre de 1787
La antevíspera del estreno de Don Giovanni, cuya fecha se había fijado definitivamente, Wolfgang cogió con dulzura las manos de su esposa y la miró fijamente a los ojos.
—Sólo me queda esta noche para escribir la obertura de la ópera, el copista vendrá a buscar la partitura a las siete. No escucho sucesivamente las partes de la orquesta, sino todas juntas, y seguramente no tendré tiempo de anotar cada detalle. Sin embargo, dirigiendo, lo recordaré. Prepárame un ponche, querida, y cuéntame historias divertidas para mantenerme despierto mientras mi pluma corra por el papel.
Constance utilizó todo su repertorio.
—No avanzo con bastante rapidez —deploró Wolfgang, agotado.
—Duerme un poco —le recomendó ella—. Te despertaré dentro de una hora.
Le concedió dos, pues lo veía al límite de sus fuerzas.
A las cinco de la madrugada, volvió a la tarea y terminó una tumultuosa obertura en la que se enfrentaban la Fuerza del Compañero y la verdadera potencia, la de la muerte iniciática, paso obligado hacia otros Misterios. Llevar a cabo esta mutación, cambiar el estado del ser, ver el Fuego sagrado más allá del fallecimiento… El Conjunto del drama ritual que don Juan iba a vivir era evocado allí.
A las siete, como estaba previsto, el copista fue a buscar el manuscrito.
—Me las arreglaré con mi partitura de director, incompleta aún —le dijo Wolfgang a su esposa—. Y debo hacerte una última confidencia, a ti, que tanto me ayudas y conoces la importancia de mi compromiso masónico: he escrito esta ópera para mí y mis amigos[165].
Praga, 29 de octubre de 1787
Don Giovanni o «el libertino castigado», drama jocoso en dos actos[166], se estrenó, aquella noche, bajo la dirección de Mozart.
Numerosos hermanos del compositor estaban presentes y cada uno de ellos apreció la magnitud iniciática de aquel ritual cantado.
La sala, atestada, ofreció un triunfo a Mozart, y el propio Casanova aplaudió a rabiar. Para los praguenses, el verdadero subtítulo de la ópera seguía siendo El festín de piedra, celebración del más allá, hecho visible y confrontado a la naturaleza humana.
Thamos dejó que durante toda la noche resonara en su interior la increíble música de Mozart. Ni una debilidad, ni una nota de más, una absoluta precisión de las situaciones, una transposición de los símbolos a los personajes que permitía a cada espectador tener su propio nivel de escucha… Dominar hasta ese punto su arte y su facultad de expresión era algo milagroso.
Y ésa era sólo la segunda etapa del recorrido que llevaría a Mozart a modelar la iniciación del mañana.
¿Cuántas logias percibirían la importancia del ritual formulado por el Gran Mago? ¿Cuántas de ellas modificarían su visión del Compañerismo para darle su verdadera dimensión simbólica?
Hoy, tal vez ninguna. Por lo que al porvenir se refiere, éste se veía cada vez más negro. Pero Mozart continuaría trazando un camino de luz. ¿Acaso no atravesaba la muerte? ¿No hacía renacer el Fuego secreto?
Un solo justo, decía la Tradición, y el mundo se habría salvado.