Don Giovanni, acto segundo: La aparición del Comendador y el juicio
Don Juan abre la puerta de la sala del banquete y la estatua del Comendador asesinado cruza el umbral —dijo Thamos—. «Me invitaste a cenar contigo, recuerda, y he venido.»
—«Nunca lo hubiera creído, reconoce el compañero, estupefacto, pero haré lo que pueda.» Dominando sus emociones, contemplando sin estremecerse al Hombre de piedra, ordena a Leporello que ponga otro cubierto. Y el Primer Vigilante exclama, no sin razón: «¡Todos estamos muertos!»
—Por lo que al Comendador se refiere —afirmó Thamos—, pone fin a cualquier intento de mundanerías. «No se nutre con alimentos mortales quien se nutre con alimentos celestiales. Otras preocupaciones más graves que ésta y otras voluntades me han traído aquí. Me invitaste a cenar, ya conoces ahora tu deber. Respóndeme: ¿vendrías ahora a cenar conmigo?»
—El Primer Vigilante intenta, en apariencia, proteger al Compañero alegando que… ¡no tiene tiempo! Pero uno y otro conocen una de las leyes principales de la iniciación: la reciprocidad. El iniciado que ha invitado a lo invisible a manifestarse no puede eludirlo. A pesar del consejo de prudencia de Leporello, don Juan da muestras de un valor alimentado por la Fuerza. «Firme es mi corazón en mi pecho, afirma, no tengo miedo, iré.»
—Las declaraciones de intenciones no bastan —concretó Thamos—. Ha llegado el momento de llevar a cabo el acto ritual al que la ópera nos conducía. «Dame la mano como prenda», ordena el Comendador.
—Por lo general, esta costumbre permite a dos Hermanos reconocerse como tales —precisó Wolfgang—. Pero el Comendador encarna el más allá. De modo que don Juan, que no ha vacilado, siente un frío glacial.
—«Arrepiéntete y cambia de vida (exige el Hombre de piedra). Ha llegado tu último momento.»
—«No, no, no me arrepiento, ¡aléjate de mí!», responde don Juan Tres veces más, pronunciando así cinco negativas, el Número de su grado, provoca el juicio. La tierra tiembla, brota el fuego, un coro que surge de las profundidades afirma que todo aquello representa muy poco comparado con sus faltas y que existe un mal mucho peor.
—Don Juan sufre un verdadero suplicio, le laceran el alma. Conoce la angustia y el terror, se hunde luego en la Tierra-Madre, donde queda sepultado. ¡Qué diferencia con el perdón que la condesa concedía a su predecesor, el Conde de Las bodas de Fígaro! Aquí, nos encontramos al final del Compañerismo, tras la traición del Compañero y el asesinato del Maestro de Obras. Ningún perdón puede ser concedido, el Fuego de la transmutación debe consumar su obra.
—El mal mucho peor que evocaba el coro —añadió Wolfgang— sería la cobardía del Compañero, incapaz de llegar al final de su camino. En ese caso, su andadura terminaría en la nada, y el Fuego sería destructor.
—Queda por concluir el ritual y cerrar los trabajos. Aparece el Cinco, y el Primer Vigilante comunica a Ana, Octavio, Elvira, Masetto y Zerlina que don Juan se ha marchado muy lejos. El Hombre de piedra ha venido a buscarlo, un demonio se lo ha tragado de un bocado. No queda nada del Compañero. O ha sido totalmente destruido o ha pasado a otro universo, el del Fuego sagrado, que, purificándolo, le ha abierto las puertas de la Maestría.
—No puede hablarse de bodas, puesto que no hemos abordado todavía el grado supremo —indicó Wolfgang—. Ana pide a Octavio que espere un año, Masetto y Zerlina se limitan a cenar en su casa en buena compañía, Elvira terminará sus días en un convento. Por lo que a Leporello se refiere, seguirá cumpliendo su función de Primer Vigilante, puesto que se dirige a la posada para encontrar allí un mejor dueño, es decir, otro Compañero digno de acceder a la Maestría.
—Según Masetto, Zerlina y Leporello, bien informados, don Juan estaría junto a Proserpina, la diosa de los Grandes Misterios de Eleusis, y Plutón, el dios benéfico del mundo subterráneo, dispensador de toda suerte de riquezas. Dicho de otro modo, la operación alquímica ha tenido éxito y el Fuego secreto ha creado un nuevo Maestro.
—Los cinco, sin embargo, acabarán con la viejísima canción —declaró Wolfgang—. «Éste es el final de quien ha hecho el mal. Y la muerte de los pérfidos es siempre semejante a su vida.» Si la transmutación fracasaba, el mal, por su parte, no tendría más éxito.
—He aquí una de las obras más grandiosas nunca consagradas a la muerte iniciática —afirmó Thamos—. Pocos seres advertirán su alcance real, pero tu música mágica le hará atravesar los siglos.
—¡Debe hacerse un trabajo considerable, y el tiempo apremia!
Viena, 29 de septiembre de 1787
Del 25 al 28 se había celebrado, en Salzburgo, la subasta de los bienes de Leopold Mozart. Puesto que Nannerl se había decidido, por fin, a enviar a su hermano los mil florines previstos, era preciso encontrar, a toda prisa, un medio de recogerlos, pues Wolfgang y Constance debían partir hacia Praga el 1 de octubre.
—Confiemos esta suma a mi hermano Puchberg —propuso el compositor—. Es un comerciante honesto y hábil, nos la entregará a medida que vayamos necesitándola.
—¿Estás realmente seguro de él? —se preocupó Constance.
—Del todo.
—En ese caso, viajaremos juntos. Tranquilízate, nuestro pequeño Karl Thomas estará muy bien cuidado.
—Estás encinta de seis meses, querida. ¿No deberías quedarte en casa?
—Deseo asistir al estreno de Don Giovanni. Todo lo que he oído hasta el momento me fascina. Y te ayudaré a resolver los mil y un problemas cotidianos. Así terminarás tu ópera sin ningún apremio exterior.
Wolfgang estrechó con ternura a su esposa entre sus brazos.
—¡Tu decisión me colma de alegría! Ya sabes hasta qué punto me eres indispensable.
Praga, 5 de octubre de 1787
Acompañados por Gaukerl, encantado de participar en aquella nueva aventura, los Mozart se alojaron en la posada Los Tres Leones de Oro, donde la comida era excelente.
Al caer la noche, mientras Constance descansaba, Wolfgang fue a pasear a su perro. Thamos lo alcanzó muy pronto.
—Nuestras precauciones no eran inútiles: te siguen desde Viena, tres coches se han relevado. Valía más que ningún hermano viniese a recibirte. Sin duda, los dignatarios de la logia La Verdad y la Unión son ahora vigilados. Organizar las Tenidas secretas exigirá la máxima prudencia, pero lo lograremos. Esta misma noche avisaré a nuestros hermanos. No debemos mantener contacto alguno en tu posada, donde, sin duda, se aloja algún chivato.
—Me instalaré en la villa Bertramka, la hermosa propiedad de mis amigos Duschek, que esperan mi visita. Reciben a numerosos artistas de paso y allí no temeré presencia policíaca alguna.
—Excelente idea.
—Además, tendré tranquilidad absoluta para terminar Don Giovanni.
—Habría querido añadir dos o tres escenas, pero el plazo es demasiado corto. ¿Estás satisfecho con el trabajo de Da Ponte?
—En cuanto llegue a Praga, le pediré que modifique varios detalles.
La tensión de Wolfgang era perceptible. El egipcio debía protegerlo de las amenazas que gravitaban sobre él.