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Viena, 25 de abril de 1787

Mozart acaba de trasladarse a un apartamento más modesto —le dijo Geytrand a Joseph Anton—. Como no ha logrado organizar un solo concierto durante la temporada musical, sus ganancias se han reducido mucho. Así pues, se ha visto obligado a dar lecciones. Sin embargo, compone una nueva ópera para Praga cuyo libretista será el abad Lorenzo da Ponte.

—¿Con qué tema?

—La historia de don Juan, de su pasión por las mujeres, de su crimen y su castigo.

Joseph Anton se rascó la barbilla.

—Mozart utilizará esta vieja fábula para transmitir una enseñanza masónica, como en Las bodas de Fígaro. De nuevo Da Ponte será sólo un instrumento inconsciente en sus manos. ¿Has obtenido alguna información sobre las logias de Praga?

—Mis sabuesos no dan con ello, y sólo he conseguido informaciones oficiales sin el menor interés.

—¡Los francmasones de Praga no pueden formar un bloque impenetrable! Esfuérzate y descubre alguna grieta.

Viena, 27 de abril de 1787

Tras una Tenida secreta dirigida por Ignaz von Born durante la que Wolfgang le reveló cómo avanzaba Don Giovanni, el Venerable escribió algunas líneas en el álbum del compositor: «¡Dulce Apolo! Tú que donaste a nuestro Mozart tus procedimientos y tus Números para que él donase, a cambio, de una lira soberana, sones que la mano y el espíritu desean agudos o graves, rápidos o lentos, armoniosos o disonantes, fuertes o débiles, y que se acoplan sin ofensa alguna para el oído, haz que el número de cada día fasto y la Armonía de una suerte benevolente estén de acuerdo con la música elegida por su lira[144]

Fortalecido por ese esencial aliento, Mozart fue a casa de Lorenzo da Ponte, que había leído el libreto de Bertati y el Infierno de Dante. Se impregnaba así de la atmósfera de su futuro texto.

—A mi entender, el personaje central no es don Juan, sino el Comendador —le dijo a Mozart—. El drama se produce a causa de su asesinato. ¡Y qué golpe teatral cuando lo hagamos regresar del más allá! Sobre todo, no debemos olvidar el aspecto cómico. Gracias a Leporello, divertiremos al público. De modo que llamaremos a esta historia dramma giocoso, «drama jocoso».

Wolfgang no puso objeción alguna, pero transmitió todas sus exigencias a Da Ponte.

Encantado de recibir un guión ya elaborado y algunas acertadas réplicas, Da Ponte ya sólo tendría que bordar, atribuyéndose lo esencial del trabajo.

—Por la mañana —indicó—, escribiré para la próxima ópera de Martini, leyendo a Petrarca; por la tarde, para la de Salieri, con la ayuda del Tasso; y por la noche, para vos, consagrándome a don Juan.

—¿No corréis el riesgo de agotaros y caer enfermo? —se preocupó Wolfgang.

—Tengo mis secretillos —le reveló el abad—. Me siento a la mesa hacia medianoche, con una botella de tokay a la derecha, una petaca llena de tabaco de Sevilla a la izquierda… y una joven alemana de dieciséis años al alcance de mi campanilla. Tiendo a abusar un poco de esa campanilla cuando siento que mi flujo se seca o se enfría. Esta jovencita me trae algunas veces una taza de café, otras sólo su hermoso rostro, siempre alegre y sonriente, remedio perfecto para serenar el espíritu fatigado y reanimar la inspiración poética.

Aunque no aprobase en absoluto los métodos de su libretista oficial, Wolfgang se sintió más tranquilo.

Viena, 16 de mayo de 1787

Preguntándose por la gravedad del camino que seguía al componer Don Giovanni y liberando así aspectos secretos de los grados de Compañero y de Maestro, Wolfgang se puso frente a sí mismo y a sus deberes de Maestro masón. Escribió el quinteto de la muerte, en sol menor[145], que plasmaba su renuncia a varias ilusiones de la existencia terrenal, como la voluntad de poder de don Juan, la afición al éxito de un brillante pianista llamado Mozart o el deseo de seducir de un compositor del mismo nombre.

Esa liberación no se consumaba sin un desgarro, del que esta búsqueda interior, de intensidad casi inaguantable, se hacía eco.

Enfrentándose a don Juan, atreviéndose a abordar el asesinato del Maestro de Obras, describiendo la aventura iniciática del Compañero, Wolfgang revivía esos momentos temibles, etapas hacia la Luz.

Viena, 26 de mayo de 1787

Mientras el abad Lorenzo da Ponte daba los últimos toques al libreto del acto primero de Don Giovanni, Wolfgang se relajó componiendo varios Lieder, cancioncillas en las que se alternaban un humor más bien rechinante y una controlada tristeza.

Die Alte[146] ponía en escena a una vieja de obligada voz nasal que afloraba los buenos tiempos y dirigía una desensartada mirada al presente. La melodía, obsesiva y repetitiva, no carecía de elegancia, como si aquella pirueta pudiera hacer olvidar la crueldad del destino. Die Verschweigung[147] era sólo un divertimento en comparación con Das Lied der Trennung[148], que evoca la angustia de los ángeles con una nobleza característica del alma del músico.

Al despertar aquella mañana en una de las habitaciones de la mansión de los Jacquin donde había pasado la noche tras una Tenida secreta con algunos Maestros, Wolfgang escribió una breve romanza, «Als Luise die Briefe»[149], describiendo el final de una pasión y la conquista de la paz interior, cuando una mujer quemaba las cartas de un hombre que la había amado y traicionado.

En el desayuno, Wolfgang ofreció el manuscrito a su Hermano Gottfried von Jacquin.

—Puesto que el Lied ha sido compuesto en tu casa, te pertenece.

Con la mirada, Von Jacquin descifró la partitura.

—Estoy conmovido, tan conmovido… ¿Avanza tu gran ópera?

—Don Juan no es un Compañero fácil. Traiciona, mata y se resiste a las advertencias del cielo. Pero no pierdo la esperanza de terminarlo.