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Viena, 1 de febrero de 1787

Joseph Anton, conde de Pergen, debería haber saboreado varias noticias excelentes.

En primer lugar, Leopold-Aloys Hoffmann, ex Secretario de la desaparecida logia La Beneficencia, que, a causa de su pereza y su incompetencia, había hecho retrasar la iniciación de Mozart, se lanzaba a una encarnizada lucha contra los últimos Iluminados. Él, el hermano Sulpicius, publicaba panfletos anónimos hostiles a sus amigos y acababa de arruinar su reputación.

Además, Hoffmann, profesor de literatura alemana y secretario del Venerable Otto von Gemmingen, conocía perfectamente los engranajes de la francmasonería y podía, pues, vender a Geytrand informaciones de primera mano. Luego, los dos patrones[131] de la Rosacruz de Oro, tan implantada en Berlín, imponían el silanum general, dicho de otro modo, la extinción total y definitiva de su orden.

Amedrentados, temiendo la desgracia y sus terribles consecuencias, preferían suspender sus actividades y volver al redil. Dispersos y desorientados, sus adeptos abandonaban sus prácticas o se refugiaban en unas logias, amenazadas a su vez.

Agonizando los Iluminados y aniquilados los rosacruces, con la francmasonería vienesa reducida al mínimo y severamente enmarcada, Joseph Anton realmente tenía motivos para alegrarse.

Sin embargo, en cuanto Geytrand llegó, le hizo la pregunta que lo obsesionaba:

—¿Has encontrado el rastro de Mozart?

—Reside en Praga, donde sus Bodas de Fígaro triunfan.

—¿Quién lo ha invitado?

—La aristocracia local y algunos entendidos.

—Dicho de otro modo, unos francmasones.

—No necesariamente… En Praga, Mozart es mucho más popular que en Mena.

—¡Pura cortina de humo! —exclamó Anton sacando de sus archivos la delgada carpeta consagrada a la francmasonería praguense.

—No controlamos las logias locales —reconoció Geytrand—, y mis informadores no me parecen muy serios.

—Sabemos que La Verdad y la Unión acoge a algunos iluminados y no comunica todas las fechas de sus Tenidas. ¿Por qué, salvo que lleve a cabo actividades subversivas? Y Mozart se verá allí, lejos de miradas indiscretas, con sus hermanos.

—¿No le concedéis demasiada importancia, señor conde?

—Von Born desaparece, trabaja en la sombra y prepara a su discípulo, Wolfgang Mozart, para sucederlo. El emperador aprecia su talento y no lo considera un conductor de hombres ni una cabeza pensante de la francmasonería. ¡Yo, sí! ¿Acaso no es un director de orquesta, dotado de tanto poder que consigue hacer que toquen juntos individuos del todo distintos, opuestos incluso? Mozart será el Gran Maestre de una francmasonería esotérica y un militante infatigable. No le importan los honores, el reconocimiento de los bien pensantes y el poder constituido. Además, es un verdadero creador capaz de transmitir la iniciación. Ocupémonos de Praga, Geytrand. Quiero saberlo todo sobre la actividad real de sus logias.

Praga, 6 de febrero de 1787

Desgraciadamente, aquella encantadora estancia concluía. Además de su éxito musical y del fervor popular, tan alentador, Wolfgang había participado en varias Tenidas de calidad. Las investigaciones sobre el simbolismo de los elementos y, más particularmente, el Fuego, permanecerían grabadas en su memoria. La tradición alquímica de Praga no era ilusoria, y el compositor percibía mejor, ahora, las diversas fases de la Gran Obra expresadas por los grados masónicos.

Pero era preciso regresar a Viena, donde aquel día volvía a representarse El rapto del serrallo, y Wolfgang escribió rápidamente seis danzas alemanas para orquesta[132] que se interpretarían durante los bailes del Reducto.

Tras haber dado el abrazo fraterno a todos los francmasones de la logia La Verdad y la Unión, todavía tenía que acudir a una cita.

El director de teatro Pasquale Bondini lo recibió con gran amabilidad.

—Vuestras Bodas de Fígaro son un triunfo, señor Mozart. ¡No hay ni un solo praguense que no tararee sus melodías! Tengo que haceros una proposición: ¿aceptaríais componer una gran obra, que podríamos montar este otoño, por la suma de mil florines?

A Wolfgang le costó contener la alegría.

Quedaba un punto espinoso.

—¿Habéis elegido un libreto?

El director pareció asombrado.

—¡No se impone un tema a un músico de vuestra envergadura! Es bien sabido que habéis colaborado mucho en el texto de las Bodas, oficialmente firmado por Da Ponte, un hábil artesano muy apreciado por el emperador. Naturalmente, sois del todo libre para escoger vuestro libreto, y yo no intervendré en modo alguno.

Wolfgang creía estar soñando. ¡Decididamente, Praga adoptaba el aspecto del paraíso!

—¿Aceptáis mi propuesta, señor Mozart? —se inquietó Pasquale Bondini.

—La ópera estará terminada para el mes de octubre.

El director exhibió una amplia sonrisa.

—¡Qué maravilloso regalo! Cuando Praga lo sepa, la impaciencia no dejará de aumentar.

Constance terminó de preparar el equipaje mientras Wolfgang paseaba a Gaukerl en compañía de Thamos.

—¿Te satisfacen las condiciones de nuestro amigo Bondini?

—¡Vos sois el responsable, naturalmente!

—¿No te había dicho que Praga iba a ser una etapa decisiva?

—Voy a escribir la segunda ópera ritual y a retomar a mis personajes donde los dejé.

—Fígaro y el conde Almaviva ya son sólo uno: el Compañero francmasón en todo el poder de su grado. Y llega la hora de afrontar su propio destino, frente a la Maestría.

—Debemos encontrar una historia excelente que sirva de soporte a la revelación de este misterio, sin traicionarlo.

—¿No te ha impresionado una de las obras de Molière?

—No me gusta demasiado su comicidad. Sólo un texto ha conseguido llamarme la atención: Don Juan. Shakespeare habría dado su verdadera dimensión a esa existencia atormentada.

—¿Y no te corresponde llevar a cabo esa tarea?

Wolfgang se detuvo. Sintiendo que estaba produciéndose un importante acontecimiento, Gaukerl miró a ambos hombres, uno tras otro.

—Molière utilizó un mito tratado, antes que él, por numerosos autores —añadió Thamos—, y Da Ponte los desvalijará sin escrúpulos añadiendo, bajo tu control, su pizca de pimienta. La elección de los personajes será esencial, y la disposición del ritual no se anuncia fácil.

—El poder de don Juan, su voluntad de conquista, la aventura del Compañero, su encuentro con la muerte… ¿Seré capaz de dominar tantos elementos?

—Tus Hermanos así lo creen —respondió Thamos.