Viena, 8 de enero de 1787
A las cinco de la madrugada, justo antes de partir hacia Praga, Wolfgang abrió el álbum de recuerdos de su hermano y primo político Franz Edmund Weber[127], actor, músico y regidor. Escribió en él unas líneas: «Sed aplicados, huid de la ociosidad y no olvidéis nunca. Vuestro primo que os ama de todo corazón», y puso tras su firma un triángulo con el vértice hacia abajo y tres puntos. Los francmasones que leyeran ese texto verían en él otra formulación de dos virtudes fundamentales de la iniciación, la vigilancia y la perseverancia.
Luego, se reunió con los miembros de la expedición, más o menos despiertos, comenzando por Anton Stadler, instalado ya en el coche. Constance se había asegurado de que una nodriza se ocupara bien del pequeño Karl Thomas, a quien no quería imponer las fatigas de semejante viaje. Joseph, el criado de los Mozart, comprobaba el equipaje, y el perro Gaukerl, encantado de participar en la aventura, correteaba alrededor de su maestro.
—Había soñado con Inglaterra —le reveló Wolfgang a Thamos—, pero será Praga.
—Allí te aguardan importantes revelaciones.
—¿El tema de la segunda ópera iniciática?
—Hablaremos de ello en la logia. No puedes imaginarte hasta qué punto nuestros hermanos praguenses están contentos de recibirte.
Praga, 11 de enero de 1787
Satisfecho del apacible viaje, durante el que Gaukerl se había mostrado ejemplarmente bueno, los viajeros llegaron a Praga a mediodía y se instalaron en la posada de Los Tres Leones de Oro. Luego Wolfgang, Constance, Anton Stadler y Thamos fueron invitados a almorzar en casa de un aristócrata, y saborearon una hora y media de música.
Tras haber paseado a Gaukerl, visiblemente satisfecho con el albergue y la comida, Wolfgang comenzó una carta a su suegra y fue interrumpido, a las seis de la tarde, por Thamos, acompañado por el conde Joseph Canal, de cuarenta y dos años de edad y consejero imperial secreto.
—Hermano Mozart, te presento al hermano Primer Vigilante de la logia La Verdad y la Unión, que se encarga de la instrucción de los Compañeros.
Los dos francmasones se dieron un abrazo fraterno.
—Es una alegría y un honor recibiros en Praga —dijo el conde Canal, conmovido—. Hemos previsto varias Tenidas de trabajo, pero esta noche os reservo una sorpresa. Iremos al baile semanal del barón Bretfeld, y la música que escucharéis no debería disgustaros.
De hecho, Wolfgang quedó pasmado.
En exceso fatigado, ni bailó ni bromeó, alegando su «estupidez nativa», y se limitó a observar con satisfacción el profundo placer que tanta gente sentía saltando a su alrededor a los sones de su Fígaro, transformado en otras tantas danzas y contradanzas.
—Aquí sólo se habla de Fígaro —le reveló el conde Canal—; sólo se toca, se silba, se canta y se tararea Fígaro; sólo se va a la ópera si representan Fígaro y otra vez Fígaro.
Praga, 13 de enero de 1787
La víspera, el conde Thun había ofrecido hospitalidad a Mozart y, mejor aún, había puesto a su disposición un excelente pianoforte, utilizado de inmediato para acompañar un trío humorístico[128].
Aquella mañana, a las once, el padre Karl Unger, director de la Biblioteca del Clementinum y del seminario abrió sus locales para Mozart. Hablaron poco de religión, pues aquel padre era el Segundo Vigilante de la logia La Verdad y la Unión y quería mostrar a su hermano varias obras de simbolismo y esoterismo que lo harían relamerse.
Luego, los dos francmasones almorzaron en casa de su hermano, el conde Canal, en compañía de Thamos. Los praguenses explicaron a Mozart cómo funcionaba su taller y le propusieron un programa de Tenidas durante las que celebrarían ritos desarrollados y profundizados gracias al egipcio. Después, estudiarían aspectos fundamentales de cada uno de los tres grados, como el pensamiento temario, el Arte del Trazo y el mito de Maese Hiram.
—No olvidéis que vuestro viaje tiene un objetivo musical —le recordó a Mozart el conde Canal—. Para tranquilizar a la policía imperial, apareceréis varias veces en público. Esta noche, asistiremos a la representación de una ópera de Paisiello.
Por lo general, Wolfgang escuchaba las obras de los demás compositores con atención y recordaba los pasajes importantes, que podían alimentar su propia inspiración. Pero aquel Paisiello era tan soso y aburrido que no dejó de discutir con sus vecinos, procurando mantenerse despierto.
Praga, 15 de enero de 1787
Wolfgang escribió a su hermano Gottfried von Jacquin una carta masónica cifrada, en la que relataba sus actividades en Praga. En ella expresaba también su nostalgia de Viena y, sobre todo, de la casa de los Jacquin; dicho de otro modo, de las Tenidas secretas durante las que trabajaban sin preocuparse por los espías del emperador y del arzobispo.
La víspera, Wolfgang había tenido el gozo de encontrarse con Ignaz von Born, a quien veneraban los hermanos de la logia La Verdad y la Unión. Bajo su dirección, se empeñaron en precisar el contenido de los Misterios de Osiris, del que dependía lo fundamental del simbolismo masónico. Una vez desembarazada de los parásitos y los oropeles con que le ocultaban unas lamentables desviaciones, la iniciación reaparecía con toda su potencia.
Se abría una inmensa tarea. Wolfgang no ignoraba las dificultades ni los peligros, pero ¿acaso no había ido a Praga a buscar las fuerzas necesarias para llevar a cabo su tarea?
Praga, 20 de enero de 1787
Espectador, el 17, de una soberbia representación de Las bodas de Fígaro, Wolfgang había dado, el 19, una academia en el gran teatro. En el programa, la Sinfonía en re[129], en adelante bautizada como «Praga», y tres improvisaciones. Durante la última, un admirador gritó: «¡Fígaro!» De inmediato, el pianista se lanzó a una serie de endiabladas variaciones sobre la famosa melodía del final del primer acto[130], «No irás más, mariposita enamorada, a merodear noche y día en tomo a las hermosas cuyo descanso turbas», provocando así el entusiasmo del público.
Aquella noche, el delirio llegó a su apogeo, pues el propio compositor dirigía Las bodas respondiendo a las expectativas de un público apasionado, consciente del inmenso privilegio que se le concedía. ¡Ver a Mozart animando personalmente su obra maestra, qué felicidad!
Acercándose a su trigesimoprimer aniversario, Wolfgang se encontraba en la cima de su gloria y de su potencia creadora. Se negaba a dejarse embriagar por aquella maravillosa estancia, en la que todo parecía fácil, y se preparaba para afrontar una temible prueba.
Una prueba cuya naturaleza le revelaría Thamos durante una de las Tenidas de la logia La Verdad y la Unión.