Viena, 17 de agosto de 1786
Ni Joseph Anton ni Geytrand soportaban el calor y la luz del verano. Con las cortinas corridas, el despacho del conde de Pergen permanecía en la penumbra.
—Ignaz von Born ha depuesto las armas —afirmó Geytrand esbozando una sonrisa.
—¿Ha… dimitido?
—Mejor aún, abandona su logia y la francmasonería. Nuestro principal adversario ha sido vencido, no volveremos a oír hablar de él. Felicito al señor conde por esta victoria decisiva.
—¡No corramos demasiado! ¿Cómo un francmasón de esa envergadura renuncia a practicar la iniciación?
—Nuestra campaña de calumnias y una conspiración interna han acabado con Von Born. Al no gozar ya de la estima general, ha llegado a la conclusión de que no conseguiría convertir la Gran Logia de Austria en una institución importante y un centro espiritual. Vista la actitud de José II, las logias están condenadas a restringirse y a resultar sólo, ya, espíritus inofensivos. ¡Comprendo la decepción y la desesperación de Von Born! En vez del gran templo que esperaba levantar, sólo queda un campo de ruinas. Nuestro largo y paciente trabajo ha dado sus frutos.
—Recibirás una buena prima, Geytrand, pero sigo escéptico. Es imposible admitir que Von Born ya no tenga actividad masónica alguna.
—Se encerrará en su laboratorio alquímico y perderá la razón buscando la Gran Obra.
—Estoy convencido de que animará una logia secreta. Helo aquí, pues, en la clandestinidad y, por ello, más desconfiado que nunca y más difícil de controlar.
—Le hemos propinado golpes tan violentos que no va a recuperarse.
Y su salud declina.
—¿Ha dimitido también Mozart?
—No, que yo sepa.
—Ignaz von Born en el exterior de la francmasonería, en contacto con los alquimistas y los rosacruces, y su discípulo en el interior. El primero seguirá formando al segundo, que, por su parte, actuará en su lugar aplicando sus directrices: ¡ése es el plan! La guerra no ha terminado, mi buen Geytrand. Esos francmasones tienen siete vidas, como los gatos.
Esa misma noche, Joseph Anton supo que Federico II de Prusia había muerto. Europa, inquieta, se preguntó qué orientación iba a tomar aquel reino, provisto de un poderoso ejército.
Viena, 23 de agosto de 1786
Reponiéndose difícilmente de la decisión de Ignaz von Born y de las terribles consecuencias que ésta implicaba, Wolfgang sólo había compuesto el alegro de una sonata para piano a cuatro manos[116], que permanecía inconclusa. Luego vertió su angustia en un cuarteto de cuerda[117], moldeando una obra sombría, rechinante, nerviosa, casi desprovista de melodía. El alegreto inicial era sólo tensión, el minueto de una lamentable pesadez, el interminable adagio expresaba lamento y dolor; el alegro final, la irritación de una fiera enjaulada. El editor Hoffmeister no ganaría una fortuna publicando aquel grito propio de un alma desgarrada.
—Un primo de Salzburgo pregunta por ti —lo avisó Constance, preocupada al ver a su marido presa de un comienzo de depresión.
—¿Cómo se llama?
—Gilowsky, un médico que tal vez pueda ayudarte.
—Hazlo entrar.
Exuberante, el facultativo halagó a Mozart como si fuera su mejor amigo.
—¡Salzburgo te echa en falta, mi querido Wolfgang, y se felicita por tu gloria! Te has convertido ya en el más ilustre de sus hijos.
—¿Por qué deseabais verme?
—Tú, que has hecho fortuna, ignoras sin duda que un buen hombre como yo, a pesar de consagrarme a los enfermos, se gana muy mal la vida. Puesto que paso por unas pasajeras dificultades, me preguntaba si no podrías prestarme una pequeña suma… Digamos cien florines. Me sacarías de un mal paso y tu bolsa apenas lo advertiría.
Wolfgang cedió. Gilowsky no era el primero que le pedía dinero prestado, y no sería el último que no se lo devolviese.
Ruán, 26 de agosto de 1786
—Bienvenido, hermano —le dijo a Thamos el Superior de los templarios escoceses, encargado de instalar en Francia un nuevo Gran Capítulo—. Vos procedéis de Oriente; nosotros, de Heredom, la montaña a cuyos pies tomó cuerpo la primera logia masónica, mucho antes del golpe de fuerza, en 1717, de los masones ingleses. ¡Ahora pretenden dirigirlo todo! Heredom es también el nombre de los herederos encargados de recoger el mensaje de los últimos templarios refugiados en Kilwining, pequeña ciudad del condado de Ayr.
—¿No reconocéis pues la Estricta Observancia?
—¡Supercherías! Un Superior desconocido será sin duda conquistado por nuestra acción.
Siempre atento al menor impulso iniciático, Thamos esperaba que la nueva estructura fuera portadora de esperanza.
Ante el enunciado de los principios, se desilusionó.
La piedra angular se llamaba Jesucristo, hijo de Dios, en quien los francmasones depositaban toda su confianza. El sistema de los altos grados sería pues caballeresco y cristiano, análogo a la Estricta Observancia y al sistema de Willermoz.
Viena, 30 de septiembre de 1786
El 28 de agosto y, luego, el 22 y el 23 de septiembre, se había representado de nuevo en el Burgtheater Las bodas de Fígaro. Sin provocar entusiasmo, la ópera seguía seduciendo a una parte del público vienés. Saliendo de su abatimiento, Wolfgang compuso doce variaciones ligeras[118] y relajadas que Hoffmeister integraría en sus Cuadernos para piano.
Y, sobre todo, a cambio de 119 florines, había enviado al príncipe de Fürstenberg las seis obras encargadas, a saber: tres sinfonías[119] y tres conciertos[120]. Desgraciadamente, al ilustre personaje no le gustaba la música de cámara y no deseaba una entrega anual y regular.
Aquella puerta se cerraba. Decepcionado, Wolfgang no obtenía pues la tranquilidad material que tanto deseaba y debía ponerse a trabajar de nuevo, dando aburridas lecciones y conciertos en los que era preciso encantar al público.
Viena, 18 de octubre de 1786
Hacía frío y nevaba. Pero a Wolfgang le importaba un pimiento aquel invierno tan precoz, y sólo pensaba en Constance, que paría tras un apacible embarazo.
—Es un varón —anunció la comadrona—. La madre y el hijo se encuentran bien.
Wolfgang se sintió feliz teniendo en sus brazos al pequeño Johann Thomas Leopold, cuyo padrino sería el masón Johann Thomas Trattner, editor, impresor y librero, como lo era ya de Karl Thomas, que muy pronto cumpliría los dos años y estaba encantado de tener un hermanito.
El pájaro Star saludó el feliz nacimiento con una serie de gorjeos que, sin embargo, no proporcionaron al músico tema para un concierto.
Constance estaba radiante.
—¿Has sufrido mucho, querida?
—¡Nuestro hombrecito deseaba tanto venir al mundo y hacer felices a sus padres! El dolor se ha olvidado, ahora sólo queda la felicidad.