Viena, 3 de mayo de 1786
Nada es más importante que tu salud, querida mía —le dijo Wolfgang a su esposa, tomándola tiernamente en sus brazos.
—Estoy de maravilla y nuestro pequeño también. ¿Estás satisfecho de la representación de anoche?
—Músicos y cantantes estuvieron excelentes, y el público atento. Ahora, Las bodas seguirá su destino.
—¿No hay nada a lo que se haya opuesto el emperador?
—Nada. Puesto que todo está a punto, ya no tengo la menor inquietud y puedo confiar mi obra a otro director de orquesta. Nos hemos merecido un largo paseo por los jardines del Augarten.
Tras muchos meses de trabajo incansable durante los que Wolfgang no se había concedido el menor respiro, Constance recuperaba un marido atento y amoroso.
Viena, 4 de mayo de 1786
—A pesar de la dimisión de Tobias von Gebler, la logia La Esperanza de Nuevo Coronada no renuncia a reclutar a nuevos adeptos —deploró Geytrand—. Organiza conferencias para los francmasones y los simpatizantes con el fin de devolver cierta esperanza a los hermanos y asegurarles una mejor formación.
—Agitación interna y estocada al agua —afirmó Joseph Anton—. Me preocupa más Las bodas de Fígaro.
—No es un triunfo, las críticas son malas y el emperador deplora que los cantantes sean apagados por la orquesta.
—¡Cómo la mayoría de los espectadores, no ha entendido nada! A Mozart se le prohíbe componer para su logia, por lo que transmite el mensaje iniciático por medio de su obra. Esa ópera no se parece a nada de lo ya existente. ¿Sabes por qué, Geytrand?
—La música no me interesa demasiado, señor conde.
—¡Escucha la de Mozart, es una arma temible! Esas Bodas no son teatro ordinario, sino un ritual cuidadosamente velado. He descubierto cien detalles significativos.
—¿De qué servirá eso, puesto que el público lo ignora?
—La magia no pasa por la razón. ¿Qué francmasón comprende realmente los rituales y los símbolos? Analizar, diseccionar, explicar… ¡Son callejones sin salida! He aquí el genio de Mozart: no se dirige a sus hermanos ni a los profanos, sino al alma del universo, y derrama ondas luminosas que pueden llegar a todos los seres y orientarlos hacia la Luz de la iniciación. Nunca acción alguna fue más subversiva ni más peligrosa.
A Geytrand le hubiera gustado pensar que su patrón estaba loco. Iniciado antes de su traición, sabía que Anton no se equivocaba.
Viena, 9 de mayo de 1786
El 3 y el 8 de mayo, Las bodas de Fígaro se había representado de nuevo en el Burgtheater, bajo la batuta del director Weigl, obligado a aceptar los bises de varias melodías.
Antonio Salieri, al borde de un ataque de nervios, protestó ante el emperador.
—¡Majestad, esta situación no puede durar! El propio arte de la música es puesto en entredicho.
—Pero ¿por qué?
—Esos bises de varios conjuntos de Las bodas de Fígaro, rompen de un modo intolerable el desarrollo de la acción. Si esa práctica se tolera, ni el compositor, ni el libretista, ni los intérpretes trabajarán de modo satisfactorio.
—¿Qué proponéis?
—Que se prohíba formalmente esa lamentable desviación.
—De acuerdo, Salieri.
El músico, reconfortado, propinaría un nuevo golpe a Mozart. En el futuro, el público se vería obligado a refrenar su entusiasmo.
Brunswick, 9 de mayo de 1786
Arrellanado en un sillón, febril, con los huesos doloridos, el duque Fernando de Brunswick, Gran Maestre de la Estricta Observancia, se aburría viendo caer la lluvia.
Templario, rosacruz de Oro, iluminado y francmasón, ya no creía en el porvenir de la orden de la que era, aún, el jefe. ¿Por qué no había escuchado al Superior desconocido, aquel egipcio llegado de Oriente, en vez de organizar un convento inútil y poner su confianza en Willermoz, aquel místico francés?
Éste nunca le enviaría los rituales prometidos y destinados a regenerar la francmasonería. Engañado, a Femando de Brunswick le había faltado vigilancia, virtud fundamental recomendada, sin embargo, desde que se daban los primeros pasos por el camino de la iniciación.
¿Qué quedaba del esplendor de la orden templaría que debía reinar sobre Europa? Las logias y los hermanos desertaban, abandonando una estructura vacía.
—El príncipe Carlos de Hesse desea veros —lo avisó su secretario.
El duque de Brunswick no podía despedir a su adjunto, cuyas convicciones permanecían intactas.
—Gran Maestre, el porvenir se anuncia risueño.
—¿Por qué tanto optimismo, hermano?
—Porque el propio Cristo me ha comunicado la virtud mística de las palabras pronunciadas durante la Cena. Nuestro camino ya está trazado: regresar a nuestros orígenes cristianos, restaurar la Iglesia secreta de Juan y transmitir la verdadera enseñanza de Jesús. Sólo la Estricta Observancia cumplirá esta misión.
—Está exangüe, Carlos.
—¡Sólo en apariencia! Gracias a nuestra fe inquebrantable, reanimaremos los ardores desfallecientes, y centenares de hermanos extraviados se unirán a nosotros.
—Que Dios os ayude.
—¿Me autorizáis a actuar en vuestro nombre?
—Tomad la dirección efectiva de la orden y salvad lo que pueda ser salvado. Yo necesito reposo.
Viena, 24 de mayo de 1786
El día 10, una nueva representación de El rapto del serrallo en el teatro de la Puerta de Carintia y, esa noche, el Burgtheater acogía Las bodas de Fígaro. A pesar de la maledicencia de Antonio Salieri y sus amigos, la fama de Mozart no parecía menguar. Aunque no se trataba de un gran éxito, y pese a la hostilidad de la crítica, la ópera seguía en cartel.
Durante una Tenida secreta en casa de la condesa Thun, ésta dio calurosamente las gracias al compositor.
—Vuestros personajes femeninos son una maravillosa expresión de la Sabiduría. Indisociables, la condesa y Susana dirigen la acción y devuelven la vida a la iniciación femenina. He aquí un paso decisivo hacia un renacimiento sin el que nuestro mundo seguirá degradándose.
¡Queda tanto por hacer!
—Poniendo a la condesa Rosina en la cima del ritual, habéis cambiado el eje del pensamiento. Esta visión modificará profundamente nuestras sensibilidades y las de los iniciados por venir. ¡Por fin una auténtica esperanza! Cuando la condesa canta y concede su perdón, la sabiduría se hace amor.