Viena, 24 de marzo de 1786
Tras haber acompañado a su amiga y cantante Josepha Duschek en su academia del día 14, en el Burgtheater, y dar su cuarto concierto de abono el 17, Wolfgang estrenó, en el quinto, su nuevo concierto para piano[102].
¡Qué increíble contraste con la serenidad del anterior! Naturalmente, estaba la angustia de la guerra y la incertidumbre sobre la representación de Las bodas de Fígaro, que seguía prevista, sin embargo, para comienzos del mes de mayo. Pero lo que el Gran Mago quería expresar superaba, con mucho, esos pasajeros dramas. Esta vez, tocaba el aspecto trágico de la Maestría y las pruebas impuestas a quien quería salir vivo del fuego destructor.
La dureza del comienzo del alegro plasmaba las dificultades que tenía el postulante para encontrar el camino que llevaba al corazón del templo. Vigilancia y Perseverancia lo ayudaban a superar los obstáculos sin perder su entusiasmo inicial. Ningún ataque erosionaba la verdadera juventud, la del alma. A los violentos golpes del destino, el iniciado respondía con la firmeza de su andadura. Ni éxtasis ni beatitud, sólo un Cuerpo a cuerpo con las tinieblas.
Tras aquel duro combate de incierto resultado llegaba el largueto, una marcha lenta y solemne hacia el templo. Perdida en la inmensidad del tumulto profano, la vocecilla del deseo iniciático conseguía, sin embargo, hacerse oír y, por tenue que fuera, atravesar las negras nubes. No, la tumba de Maese Hiram no estaba definitivamente perdida. Gracias al viaje ritual, los hermanos encontraban el lugar del misterio donde la muerte se transformaba en vida.
Entonces estallaba la feroz alegría del alegreto final, afirmación de esa voluntad, pura y recta, que nada alteraba. Y aquella alegría no era ya de este mundo.
Viena, 6 de abril de 1786
Algunos días después de la Tenida oficial de primer y segundo grado del 30 de mayo, los maestros de La Esperanza de Nuevo Coronada se reunieron en la Cámara del Medio para hacer balance. Sólo brillaba la estrella de la Sabiduría.
El Venerable Tobias von Gebler, encorvado y muy pálido, no ocultó su amargura.
—Hermanos míos, somos estrechamente vigilados y no tenemos la menor posibilidad de crecer. Nuestra orden se reduce, hoy, a dos logias.
—De todos modos, celebramos unos ritos que nuestras investigaciones nos han permitido profundizar —recordó Mozart—. Los tiempos nos son hostiles, pero tal vez el porvenir sea más risueño.
—Lo dudo.
La víspera, Wolfgang había participado en una Tenida secreta en casa de la condesa Thun, en compañía de Thamos, Ignaz von Born, Anton Stadler y Hatzfeld. Gracias al estudio del Libro de Thot, regresaban a las fuentes de la iniciación masónica. Hacer que la Tradición reviviera en el seno de La Esperanza de Nuevo Coronada era una imperiosa misión.
—Nuestro primer deber consiste en obedecer escrupulosamente al emperador y en apoyar sus necesarias reformas —declaró el hermano Angelo Solimán—. Gracias a su protección, nuestra orden subsiste y no cae en cenagales como la alquimia o las ciencias ocultas.
—¿Es eso una crítica a nuestro Venerable hermano Ignaz von Born? —preguntó Wolfgang, indignado.
—José II, y nadie más, debe fijar el marco de nuestras actividades y marcar los límites que no deben superarse. Quien quisiera ignorarlo en nombre de una supuesta libertad, sería un insensato y un rebelde.
Viena, 7 de abril de 1786
—La Tenida de Maestría de La Esperanza de Nuevo Coronada fue bastante tormentosa —le dijo Geytrand a Joseph Anton—. Algunos hermanos están completamente de acuerdo con las decisiones del emperador, otros protestan.
—¿Tienes los nombres de los contestatarios?
—Claro, señor conde. Angelo Solimán se mostró provocador para producir sus reacciones.
—¿Hay algún cabecilla?
—Sin duda alguna, Ignaz von Born. En su ausencia, su principal discípulo ha tomado el relevo.
—¿Mozart?
—Eso es.
—¡Hace mucho tiempo que desconfío de ese agitador! Por fortuna, sus últimas producciones tienen menos éxito. Comete torpezas que aumentan el número de sus detractores.
—Sin embargo, se anuncia la representación de Las bodas de Fígaro —deploró Geytrand.
—Por una parte, el triunfo no está asegurado; por la otra, Antonio Salieri, celoso del talento de Mozart, intriga entre bastidores para cortar de raíz esa obra. El tipo es hábil, taimado y tozudo; sin que lo sepa, se convierte en uno de nuestros mejores aliados. Si logra destruir la carrera de Mozart, ese maldito francmasón volverá a su Salzburgo natal y ya no tendrá influencia alguna.
—Haré correr todos los rumores que se me ocurran sobre él —prometió Geytrand—. Vida disoluta, varias amantes entre las cantantes, embriaguez, gastos desmesurados… Numerosos melómanos quedarán escandalizados.
—Según los últimos informes, el Venerable Tobias von Gebler parece cada vez más despechado.
—Teme la permanencia de las corrientes esotéricas, de los rosacruces disfrazados y demás templarios enmascarados. No aguanta nada referente al ocultismo, y se reprocha no conseguir acabar con la mala hierba. De hecho, busca un motivo para dimitir y no seguir aguantando el peso de una función que ya no soporta.
—¡Un nuevo drama masónico en perspectiva! Eso debe alegramos.