Viena, 28 de enero de 1786
Durante una Tenida del primer grado, los francmasones de La Esperanza de Nuevo Coronada tuvieron el privilegio de escuchar dos nuevas obras del hermano Mozart, una marcha tocada por dos cors de basset y un fagot[94] y un adagio para cinco clarinetes[95]. Entre los intérpretes estaba Anton Stadler, que proseguía sus investigaciones sobre las posibilidades, no explotadas aún, de ese instrumento, sobre todo en las tonalidades graves.
Profundas y meditativas, ambas composiciones se adaptaban a los rituales y permitían a los iniciados percibir significados ignorados hasta entonces. La música de Mozart, en efecto, ponía de manifiesto la importancia de cada gesto llevado a cabo en la logia y de cada palabra pronunciada.
—¿Cómo agradecértelo? —le preguntó en un aparte el Venerable Von Gebler.
—¡Sobre todo, sin agradecérmelo! ¿Acaso no debe cada hermano dar lo mejor de sí mismo?
Tobias von Gebler parecía molesto.
—El emperador desea que nuestra logia, al igual que La Verdad, trabaje con el máximo de discreción. Ahora bien, tú eres un personaje público. Tus creaciones pueden disgustar, a la vez, al soberano y a algunos hermanos, pues comienzas a adquirir demasiada importancia. Las malas lenguas temen que nuestras Tenidas se transformen en conciertos a tu gloria.
—¡No es ésa mi intención!
—No debes exponerte demasiado, hermano. El emperador puede utilizar cualquier pretexto para restringir más aún nuestras libertades. El propio Ignaz von Born no se encuentra ya en posición de fuerza. De acuerdo con las instrucciones del poder, debo reducir nuestros gastos de funcionamiento y la intervención de la música. Evita, pues, componer para las logias.
El golpe fue duro, pero Wolfgang seguiría transmitiendo el pensamiento iniciático en sus demás obras, comenzando por Las bodas de Fígaro, y sin olvidar las composiciones instrumentales[96].
—¿Por qué quieren asfixiamos así, Venerable Maestro?
—Oficialmente, el emperador predica la austeridad, la principal virtud, a su modo de ver. Y la música haría en exceso atractivas nuestras asambleas.
Viena, 30 de enero de 1786
—Los Venerables Von Born y Von Gebler aplican al pie de la letra las consignas del emperador —dijo Geytrand a Joseph Anton—. Von Gebler parece abatido y desalentado.
—¿Y Von Born?
—Ni iniciativa fuera de lugar ni declaración intempestiva. El asunto del laboratorio alquímico lo ha hecho entrar en vereda.
—El triunfo me parece demasiado hermoso para ser cierto. ¿Has obtenido informaciones acerca de eventuales Tenidas secretas?
—Desgraciadamente, no.
—Sin embargo, estoy convencido de que se han producido. ¿Qué se saca de la vigilancia de Von Born?
—Nada apasionante. Lleva una vida ordenada y recibe muy poco. El empleo de su tiempo se limita al trabajo científico y a sus actividades masónicas.
—¿Lo vigilan permanentemente tus hombres?
—Me falta personal cualificado, por lo que forzosamente se producen algunos fallos —reconoció Geytrand.
—Entonces, Von Born los aprovecha. Vistos los ataques de los que ha sido víctima, forzosamente desconfía mucho más. Ni Mozart ni él han caído aún en desgracia. El emperador incluso, acaba de encargar, al músico una obrita que se interpretará en Schönbrunn. Los francmasones siguen siendo influyentes, Geytrand, y esas dos logias serán bastiones difíciles de destruir.
Viena, 7 de febrero de 1786
Tras haber reanudado las clases de composición que daba a Attwood, su alumno inglés, Wolfgang compuso rápidamente un corto Singspiel en un acto, El director de teatro[97], según un libreto de su hermano Stephanie el Joven.
Aloysia Lange, la Cavalieri y el tenor francmasón Adamberger representaron aquel pequeño drama en la Orangerie del castillo de Schönbrunn, en presencia del emperador José II y de algunos huéspedes de renombre, su cuñado, el duque Alberto de Sajonia-Teschen, gobernador general de los Países Bajos austríacos, y su esposa, la archiduquesa María Cristina.
Estaba feliz de cobrar la suma de cincuenta ducados, la mitad de la cual se atribuía a Salieri por su producción, Prima le música e poi le parole, que seguiría a la de Mozart, autor de una vigorosa sátira del mundo artístico.
Encargado de montar un espectáculo en una ciudad difícil —a todas luces, Salzburgo—, un infeliz director de teatro debía llevar a cabo una delicada elección entre dos cantantes, tan vanidosa e irritable la una como la otra. A Frau Herz, «Señora Corazón», reina de las sopranos que cantaba una lánguida melodía, su rival, Fräulein Silverklang, «Señorita Timbre de plata», replicaba con un rondó muy vivaz. En cuanto al tenor Vogelsang, «Señor canto de pájaro», intentaba en vano calmar a las dos adversarias. En vez de un apaciguamiento, se producía un entrecortado trío, lleno de nerviosas vocalizaciones. El empresario conseguía restablecer una especie de armonía en un vodevil final, más rechinante que alegre.
La obrilla obtuvo diversidad de opiniones, y algunos cortesanos no vacilaron en murmurar que, por medio de aquella mediocre fábula, Mozart criticaba al emperador y a su corte. No esperaban semejantes burlas de parte del amable músico.
Sin embargo, no se dictó prohibición alguna y, el 11 y el 18, se representaron en el teatro de la Puerta de Carintia las obritas de Mozart y de Salieri. Algunos francmasones consideraron, también, que el bosquejo de su hermano era ambiguo y perjudicaba su reputación.
El arzobispo de Salzburgo no fue el último en alegrarse de ello. ¿Por qué el emperador encargaba música a un notorio francmasón? ¡Tal vez aquel incidente le sirviera de lección al monarca!