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Las bodas de Fígaro, cuarto y último acto

El día de su trigésimo aniversario, Wolfgang trabajó con Thamos en la última parte de aquella primera gran ópera ritual en la que se entrecruzaban los sutiles juegos del Aprendizaje y el Compañerismo.

—Fígaro cree haber vencido al conde y poder celebrar su matrimonio con toda tranquilidad —sugirió Thamos—. Pero el poder de su adversario permanece intacto. Y el Compañero, ávido de conquistas, espera incluir a Susana en su cuadro de caza. Ignora que la Sabiduría, en su doble forma de la condesa y de Susana, aplica su estrategia.

—El último acto comienza cuando ha caído ya la noche y con la única melodía de toda la ópera en tono menor[87] —indicó Wolfgang—. En unos pocos compases, Barberina, muy enojada, nos dice que ha perdido el alfiler que servía de sello a la nota destinada a hacer caer en la trampa al Compañero. Le revela a Fígaro que debía entregársela al conde de parte de Susana. Y ese «sello de los pinos» suponía, pues, el consentimiento de la muchacha al deseo del señor.

—Bajo esos pinos se encontraría, pues, la tumba de la fidelidad —comentó Thamos—. Y ese alfiler evocará, para los adeptos del Arte real, la espina de acacia vinculada a la palabra perdida[88].

—Considerándose traicionado, Fígaro declara: «Estoy muerto», como si se identificase con Maese Hiram. Marcelina da un buen consejo al Aprendiz, que actúa de modo confuso y quiere quemar las etapas: «Calma, calma y más calma aún. El asunto es serio, hay que reflexionar.»

—Como todo Aprendiz en un momento u otro de su recorrido —precisó Thamos—, Fígaro ya no escucha. En vez de callar y permanecer atento, habla y cree saberlo todo.

—Marcelina, que sabe inocente a Susana, la advierte de la turbación de Fígaro, que tiene la intención de vengar a todos los maridos. La «madre» del Aprendiz evoca los felices matrimonios celebrados por la naturaleza, la amistad del macho cabrío y la cabritilla, la paz que reina entre el corderillo y la corderilla. Incluso las bestias feroces dejan en paz y libertad a sus compañeras. Sólo los hombres tratan a las mujeres con crueldad y perfidia, pues el macho humano es un opresor y un ingrato. ¡Y le doy por completo la razón a Marcelina! Mientras nuestro mundo no haya restaurado la dignidad de la mujer permitiéndole que siga su propio camino iniciático, el nuestro estará incompleto.

—Tus Bodas serán la primera etapa de ese largo camino —observó Thamos—. ¿Y quién advertirá que este simbolismo campestre procede del Zohar, el libro fundamental de la Cábala? De modo que las cabritillas son los discípulos del maestro encargado de inculcar la Sabiduría[89].

—Volvamos a la hermosa Barberina, que se encuentra en un tupido jardín donde se levantan dos pabellones. Al oír que se acerca alguien, murmura: «¡Estoy muerta!», y huye hacia el pabellón de la izquierda. Fígaro, con una linterna y vestido con un manto, intenta penetrar las tinieblas. Y entonces choca con su padre, Bartholo, con Basilio y con un grupo de trabajadores.

—¡Hermosa designación para los hermanos de la logia!

—Tras haber divisado a Barberina, el Aprendiz toma la dirección de las operaciones. Puesto que intentan engañarlo, demostrará su valor. Ordena a los «trabajadores» que no se alejen y acudan a su señal. ¡El Maestro, ahora, es él! Basilio y Bartholo, Oficiales de la logia, se quedan solos y estudian el caso Fígaro como es debido, con ocasión de un eventual paso de grado. Y sus opiniones divergen. Según Bartholo, tiene razón al rebelarse. Según Basilio, tiene el diablo en el cuerpo y debería aceptar sus sufrimientos, tan comunes. ¿Acaso no es, en este mundo, siempre peligroso el trato con los grandes? Cuando se les da cien, sólo devuelven noventa, y cada vez ganan.

—Basilio[90] ofrece una revelación fundamental acerca de la vestidura iniciática que nos permite abandonar nuestras ropas profanas y convertimos en hermanos en el camino del conocimiento —prosiguió Thamos—. «En estos años, en los que poco cuenta el razonamiento, yo también tenía ese fuego, fui ese loco que ya no soy. Pero, con el tiempo y los peligros, llegó Dama Paciencia, que arrebató de mi espíritu los caprichos y la susceptibilidad. Me llevó cierto día a un pequeño abrigo y, de la pared de aquella apacible morada, arrancó una piel de asno. “Tómala, querido hijo”, dijo antes de abandonarme y desaparecer. Permanecí en silencio contemplando aquel regalo. El cielo se ensombreció y rugió el trueno. La lluvia comenzó a crepitar, mezclada con el granizo. Tuve la fortuna de encontrar un abrigo que me envolviera en la piel de asno. Calmada la tempestad, doy sólo dos pasos cuando una horrible fiera se yergue ante mí, muy cerca, casi tocándome, con las fauces ávidas… ¡No tengo esperanzas de salvarme! Pero el repulsivo olor de mi manto corta de tal modo el apetito de la bestia que, desdeñándome, regresa al bosque. Así, el destino me dio a conocer que, con una piel de asno, se puede escapar de la vergüenza, de los peligros, del deshonor y de la muerte.»

—¿Cómo explicar mejor la importancia de nuestro delantal de iniciados? —preguntó Wolfgang—. ¡Hay tantos hermanos que sólo ven en él una vestidura anticuada!

—El jardín donde proseguirán los trabajos alquímicos hasta medianoche está bajo la responsabilidad del Primer Vigilante, Antonio. Lo ve y lo sabe todo, pues bebe el rocío celestial, el propio secreto del jardín.

—He aquí a nuestro Fígaro lanzando una gran tirada contra las mujeres infieles: «Todo está listo, pronto será la hora», declara. En aquella oscura noche, Susana lo atormenta mucho. ¡Qué locura confiar en las mujeres! Sin embargo, son diosas y hechiceras, pero también cometas que brillan para cegar y rosas con espinas. ¿No carece de piedad su corazón? Fígaro no dice el resto, pues todo el mundo lo sabe.

—Beaumarchais hacía que su personaje declamara una sátira política. Tú muestras el extravío de nuestro Aprendiz, que se equivoca de blanco y se expone, así, a no celebrar nunca sus bodas.

—Cuando él se esconde para sorprender a Susana y al conde, Marcelina le dice a ella que su prometido se ha ocultado y puede, pues, oír, aunque no ver, a causa de la oscuridad. En alta e inteligible voz, la condesa anuncia que se retira, tras haber intercambiado sus vestidos con Susana Convertida en la condesa, Susana canta un himno al amor puro, más allá de las pasiones humanas. La tierra, el cielo, la noche y el silencio son sus aliados. Llama a su amado, sin nombre, para coronar de rosas su frente.

—El Aprendiz vive entonces el secreto de su grado —afirmó Thamos—, siempre que identifique esta Sabiduría de la que ha estado a punto de alejarse para siempre. Ignorando si duerme o está despierto, se siente turbado por la llegada de Querubín, que cree reconocer a Susana cuando se trata de la condesa. Esa irrupción del deseo no fijado aún puede comprometerlo todo y producir un caos.

—Calificado de «pajarero»[91], el conde persigue a Susana. Da Ponte se divertirá escribiendo escenas breves, llenas de malentendidos. Querubín quiere besar a la condesa, a la que toma por Susana, pero Almaviva se interpone, y recibe el beso. Creyendo golpear a Querubín, abofetea a Fígaro. Y el conde, creyendo cortejar a Susana, se dirige a su esposa.

—De pronto —prosiguió Thamos—, la condesa ve brillar unas antorchas. El fuego va a disipar las tinieblas. El conde intenta arrastrarla hacia uno de los pabellones, y «no es para leer que deseo entrar allí», advierte.

—La intervención de Fígaro lo obliga a alejarse. Disfrazada de Susana, la condesa entra en el pabellón. «Todo está tranquilo y apacible (estima nuestro Aprendiz). La bella Venus ha entrado con su apuesto Marte; como un nuevo Vulcano, podré atraparlo en mis redes.» Y helo aquí ante la condesa, cuya voz es la de… ¡Susana! Finge entonces cortejar a Rosina, y recibe una serie de deliciosos bofetones, pues su prometida estigmatiza su infidelidad. He aquí el verdadero despertar del Aprendiz. Restablecida la verdad, Susana y Fígaro cantan juntos: «Paz, dulce tesoro mío, paz, tierno amor mío.»

—Deplorando estar desarmado, el conde llama a su gente para que comprueben que la condesa le engaña con Fígaro y que merece un castigo ejemplar.

—¿Cómo se atreve el Compañero a proyectar en la Sabiduría su propia traición? —preguntó Wolfgang.

—Vanidad, pasión y deseo de poder individual desembocan en este resultado. Blandiendo antorchas, los iniciados asisten a la venganza del Compañero. Salen de un pabellón Querubín, luego Marcelina y finalmente Susana, con las ropas de la condesa.

—Ella implora su perdón y todos se arrodillan, implorando con ella.

—«¡No, no lo esperéis!», interrumpe, implacable, el Compañero. Se niega cinco veces, de acuerdo con el Número de su grado.

—La condesa sale del otro pabellón y quiere arrodillarse también. Pero el conde no se lo permite. «Espero obtener su perdón», dice ella. El conde, estupefacto, no sabe ya qué pensar[92]. En ese instante lleva a cabo el gesto justo, con la verdadera nobleza de un iniciado rogando a la Sabiduría que lo absuelva.

—«Soy más clemente que vos, responde ella, y os lo concedo.»

Cuando Wolfgang tocó la melodía prevista para ese punto culminante del ritual, donde la condesa recreaba un momento de perfección. Thamos se estremeció. Retomando un tema ya utilizado en el solo para voz de bajo de Thamos, rey de Egipto, escrito en 1779, Mozart rayaba en lo sublime[93].

—Ampliaré la declaración de la condesa desarrollando una polifonía a cinco voces, Número del Compañero —añadió Wolfgang—. Y el coro se compondrá de diez participantes, es decir, dos veces Cinco, así exaltado para significar el final del Aprendizaje y la consumación del Compañerismo.

—Los deseos han sido purificados —advirtió Thamos—, y un amor verdadero transforma al Aprendiz en Compañero. Los poderes están ahora en su justo lugar.

—El ritual termina en armonía —dijo Wolfgang—, y la comunidad entera celebra ese momento excepcional: «Así, todos estamos contentos. Esta jornada de tormentos, de caprichos y de locura, sólo el amor podía terminarla con júbilo y alegría. Esposo, amigo, a bailar, a jugar, encended hogueras de gozo y, al son de una alegre marcha, corramos todos a celebrarlo.»

—Sin embargo —terminó Thamos—, se trata sólo de la primera etapa. En realidad, las bodas alquímicas se han anunciado, pero no se han celebrado. El Compañero debe encontrar ahora la puerta de la Maestría y afrontar el Fuego.