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Viena, 28 de diciembre de 1785

De modo que ya sólo quedan dos logias en Viena —advirtió Joseph Haydn—. Y me han inscrito, por las buenas, en el registro de La Verdad, sin preguntarme mi opinión. El golpe de fuerza del emperador y el de la administración masónica me parecen igualmente inaceptables.

—¿Acaso no conviene, ante la adversidad, luchar con la mayor energía? —preguntó Wolfgang.

—¡Ésa es una actitud de hombre joven y vigoroso, querido Mozart! Yo he pasado toda mi vida buscando un mínimo de libertad. A mi edad, esperaba descubrir en la francmasonería una serenidad perfecta; y he aquí que esa respetable orden se encuentra en plena tormenta. No tengo el menor deseo de participar en esa guerra, cuyo vencedor es conocido de antemano.

—¿Acaso pensáis dimitir? —se preocupó Wolfgang.

—Me dispensan de las aportaciones y gozo de permanentes excusas dado lo alejado de mi domicilio, pero ésas no son razones suficientes para seguir perteneciendo a una logia a la que no voy a acudir.

—¿No preferís pensarlo un poco más?

—No, Mozart. Esta historia acabará mal y quiero preservar mi independencia. Espero que no me lo reprochéis.

—¡Claro que no! Muchos hermanos comparten vuestro punto de vista y abandonan la francmasonería. Vuestra decisión no cambia en nada nuestra relación de amistad.

—Me siento feliz por ello, Mozart, muy feliz.

Viena, 2 de enero de 1786

Mientras que una nueva representación de El rapto del serrallo había tenido lugar la víspera, Constance cantaba la primera melodía de la condesa de Las bodas de Fígaro, para gran satisfacción de su hijo y del pájaro Star. Se había aprendido de memoria todas las melodías, y participaba así en la composición de aquella luminosa ópera, que rayaba en la perfección. La música de Mozart disipaba la fatiga y las negras ideas, borraba las mil y una preocupaciones de la cotidianidad, y regeneraba el alma.

El trabajo con Da Ponte iba a las mil maravillas. El abad proponía un texto, Mozart lo modificaba en función de las exigencias de la música y del ritual iniciático subyacente, cuya existencia el libretista ni siquiera imaginaba. Muy orgulloso de su poesía, se empeñaba exclusivamente en el brillo del lenguaje y la rítmica de la réplica, algo que convenía perfectamente al compositor.

Entre ambos no había ni el menor choque. Da Ponte aceptaba las reglas del juego fijadas por Mozart, apreciaba la rapidez de su ingenio y su increíble capacidad de trabajo. El músico, preciso y sin mostrarse nunca ambiguo, se comportaba como un verdadero patrón.

Viena, 6 de enero de 1786

Joseph Anton y Geytrand establecían un primer balance.

El decreto de José II había provocado un increíble seísmo. Puesto que el número máximo de hermanos por logia se fijaba en ciento ochenta, y el de las logias se reducía a dos, Viena ya sólo contaría con trescientos sesenta hermanos, debidamente fichados y controlados.

—Las dimisiones han sido masivas —señaló Geytrand—. Unos hermanos están asqueados, otros temen problemas. La hermosa fraternidad de los francmasones se hace añicos a marchas forzadas. Vuestro trabajo de zapa fue notable, señor conde. El emperador comprendió el peligro y ha tomado las decisiones adecuadas.

—De todos modos, subsisten dos logias y numerosos espíritus subversivos a los que nada intimida. Lo que no mata al adversario lo hace más fuerte, mi buen amigo, Ignaz von Born sigue siendo el maestro espiritual de los francmasones, y no es un hombre que dé marcha atrás.

—La divulgación de sus prácticas alquímicas le ha hecho mucho daño. Ocultista, mal marido, mal padre… Su brillante estatua de hombre íntegro comienza a desmoronarse. Ningún individuo, por fuerte que sea, sale indemne de una campaña de calumnias bien llevada y, además, ¿no parece abusivo el poder de Von Born? Debemos seguir arruinando su reputación, tanto en el interior como en el exterior de la francmasonería.

—Queda Mozart… Joseph Haydn ha dimitido, él no.

—¿Por qué os inquieta ese musiquillo?

—¡Porque el emperador lo protege! Por muy francmasón y discípulo de Von Born que sea, tiene derecho a escribir Las bodas de Fígaro y transmitir las enseñanzas iniciáticas utilizando la ópera.

—No se atreverá —estimó Geytrand—, y se limitará a un amable divertimento comparable a El rapto del serrallo.

—He leído el texto de ese divertimento, y ya incluía una llamada a la libertad, cuando Mozart no estaba aún iniciado. Las bodas de Fígaro será la obra de un maestro masón. ¿Cómo va a ser inofensiva, sobre todo apoyándose en un tema tan provocador?

El argumento turbó a Geytrand.

—Si Mozart da un paso en falso, será abucheado por el público vienés y nunca más podrá componer ópera.

—¡Dios te oiga!

Viena, 10 de enero de 1786

Vicecanciller y Venerable, a regañadientes, de la nueva logia La Esperanza de Nuevo Coronada, Tobias von Gebler había encargado a Mozart dos obras para la Apertura y la Clausura de la Tenida inaugural sobre unos poemas[85] que no corrían el riesgo de escandalizar al emperador.

La Apertura[86] recomendaba a los hermanos deshacerse en transportes de júbilo y en cantos de alegría, puesto que la benevolencia de José II los había apoyado de nuevo, a ellos, en cuyo pecho brillaba una triple llama, la de la Sabiduría, la Fuerza y la Armonía, y cuya esperanza permanecía intacta.

Y el coro insistía: «Unamos nuestros corazones y nuestras voces para cantar este himno a José, al Padre que ha estrechado nuestra unión. La beneficencia es el más hermoso de los deberes. Él nos vio practicarla con ardor y nos ha coronado con su amante mano.»

—Nos dan de patadas en el culo —observó Wolfgang—, y encima tenemos que dar las gracias.

—No andas del todo equivocado —reconoció Thamos—, pero sigamos el juego. El hermano tenor rinde luego homenaje a nuestros predecesores, que nos enseñaron la rectitud y la fraternidad. Por lo que se refiere al segundo y último coro, éste evoca nuestra ferviente aspiración a elevamos hacia ellos.

—Me gusta la conclusión: «Con triplicadas fuerzas (referencia a nuestros tres grados, a nuestras Tres Grandes Luces y a nuestros Tres Grandes Pilares), dediquémonos a asuntos de gran importancia y acallemos ese alegre canto.» Dicho de otro modo, dejemos de incensar al opresor y ocupémonos de la iniciación.

—Como tú haces, un texto puede leerse de distintos modos, incluso un panegírico oficial.

—El poema de Clausura de los trabajos no carece de interés —reconoció Wolfgang—. El solista da las gracias a nuestros «nuevos maestros», es decir, Ignaz von Born y Tobias von Gebler, por su fidelidad, y les pide hagan avanzar constantemente por el sendero de la virtud, que es rigor y respeto por la Regla, para que cada uno de los hermanos se alegre de la cadena de unión. Ésta los vincula a seres mejores y dulcifica el cáliz de amargura de nuestra existencia. Luego, invoca de nuevo a nuestros Maestros para que nos eleven, con las alas de la verdad, hasta el trono de la Sabiduría, para alcanzar el santuario y mostramos dignos de la corona de los iniciados. Por lo que se refiere a la verdadera beneficencia, consiste en expulsar de nosotros mismos cualquier aspiración profana.

—El coro de los hermanos pronuncia dos veces un compromiso esencial con nuestros Venerables —advirtió Thamos—: «Por este sagrado juramento, prometemos solemnemente, también nosotros, trabajar como vosotros en la construcción del gran edificio.»

Edificar el templo… Contribuyendo a la obra con su música, Wolfgang respetaba la palabra dada. De modo que se puso a trabajar con su habitual entusiasmo y la certeza de que La Esperanza de Nuevo Coro nada tendría, por lo menos, un hermoso nacimiento.