Viena, 19 de diciembre de 1785
En adelante, La Esperanza de Nuevo Coronada[82] y La Verdad[83] serían las dos únicas logias de Viena reconocidas por el poder. Cualquier otra asamblea masónica sería considerada ilegal y sufriría las iras de la policía y la ley.
La Beneficencia se reunió en el grado de Compañero para debatir su porvenir.
—No tenemos elección —afirmó el Venerable Otto von Gemmingen—. Hay que aceptar las exigencias del emperador.
—Los archivos de nuestra logia han sido sellados —reveló el Secretario—. De hecho, La Beneficencia ya no existe.
—Sólo nos queda decretar su disolución —decidió el Orador, en una atmósfera fúnebre.
—Si llegamos a eso —declaró un joven Maestro—, abandono la francmasonería. Deseaba vivir un ideal de libertad, no bajo el yugo de un déspota.
—No debemos ser tan drásticos —recomendó Otto von Gemmingen—. Tenemos que aprender a utilizar la nueva estructura.
—Con todo el respeto, Venerable, el emperador no se detendrá en su camino. Tras esta reorganización, llegará el aniquilamiento.
—No lo creo, hermano. José II no es precisamente un inquisidor. Sólo quiere controlar los movimientos ideológicos para evitar perturbaciones perjudiciales para la sociedad. Si continuamos siguiendo el camino de la Virtud, ¿qué podemos temer?
—¡Precisamente! Muy pronto los francmasones serán considerados individuos peligrosos.
Tras algunos debates, encendidos a veces, el Venerable decretó la desaparición oficial de La Beneficencia. Sólo veinte hermanos, entre ellos Otto von Gemmingen y Mozart, se afiliaron a La Esperanza de Nuevo Coronada. Los otros dimitieron.
—¿Quién será el Venerable? —preguntó Wolfgang.
—El barón Tobías von Gebler.
El autor de Thamos, rey de Egipto, el tema iniciático que lo obsesionaba desde hacía tantos años.
Entristecido por ver cómo tantos hermanos abandonaban la Orden, Wolfgang seguiría el consejo de Thamos y no los imitaría.
En compañía de Von Gemmingen y de los demás miembros de la ex Beneficencia que se adherían al nuevo sistema, acudió a la última Tenida de La Verdadera Unión, cuyos archivos habían sido igualmente sellados. También allí, los debates fueron intensos, y el resultado idéntico: disolución de la logia y la marcha de numerosos hermanos.
Un único consuelo: el Venerable de La Verdad sería Ignaz von Born.
Viena, 20 de diciembre de 1785
Por primera vez desde que acumulaba informaciones sobre la francmasonería, Joseph Anton corrió las cortinas de su despacho.
Un pálido sol invernal iluminó el expediente Mozart, que estaba consultando para recordar ciertos detalles. Hermoso final de año, puesto que el emperador propinaba personalmente un duro golpe a la institución masónica, severamente encuadrada ahora.
¡Qué fabuloso resultado tras tantos esfuerzos y decepciones! Lanzándose, casi solo, a aquella difícil cruzada, Anton no pensaba obtener tan pronto un éxito de semejante magnitud.
De hecho, la francmasonería aún no quedaba prohibida, pero perdía cualquier libertad de movimientos. Sólo subsistían dos logias, tan atestadas que muy pronto se verían ahogadas por el número, incapaces de trabajar correctamente. Sería necesario introducir algunos espías.
Tras el último informe de Geytrand, más de la mitad de los hermanos habían decidido abandonar la orden, que había quedado más debilitada aún con la discusión de numerosas personalidades. Minada desde el interior, rodeada por todas partes, ¿no estaría la francmasonería condenada a muerte?
—¡Excelentes noticias, señor conde! —exclamó Geytrand, con un nerviosismo desacostumbrado—. Los rosacruces acaban de desaparecer.
—Explícate.
—Los dirigentes han ordenado la suspensión de todas las asambleas, grandes o pequeñas. Es una medida temporal pero, según un informador creíble, los adeptos no volverán a reunirse en Viena. Las decisiones del emperador los asustan, ninguno desea terminar sus días en la cárcel. Podemos considerar, pues, que la capital se ha librado de ese movimiento ocultista. Permitidme que os presente mis felicitaciones, señor conde.
Viena, 23 de diciembre de 1785
En el Burgtheater se representaba Esther, un oratorio de Dittersdorf, en beneficio de la Sociedad de Músicos. En el entreacto, Wolfgang tocó su nuevo concierto para piano[84], concluido el día 16, y que le serviría en tres academias por abono, reuniendo a ciento veinte oyentes. Así terminaría con el apuro económico por el que estaba pasando.
Al atacar el alegro inicial, Wolfgang era presa de contradictorios pensamientos. Pensaba en el primer aniversario de su iniciación a la francmasonería y a los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro, superados tan rápidamente, para descubrir un camino sin fin. Pero ¿cómo olvidar que la poderosa logia La Verdadera Unión acababa de ser disuelta y que el decreto imperial ponía en peligro la obra de Ignaz von Born, aunque en apariencia continuara siendo la figura principal de la francmasonería vienesa? Sin duda alguna, José II le hacía pagar sus prácticas alquímicas y lo obligaba a doblar el espinazo.
Amplio, solemne y teatral, el alegro de aquel vigesimosegundo concierto evocaba Las bodas de Fígaro. Retomaba algunos temas antiguos y establecía una especie de balance, al tiempo que dejaba abierto el porvenir. Wolfgang, dueño de su arte, tomaba distancia.
Concediendo un papel importante a los clarinetes, de acuerdo con los deseos de su hermano Anton Stadler, Wolfgang ponía de manifiesto la dimensión masónica de la obra. A la serenidad del primer movimiento, que trataba la paz de espíritu del iniciado, le sucedía una meditación en la que aparecía la duda, trágica a veces, indispensable para la vigilancia y la toma de conciencia de las dificultades del camino. Luego seguía un camino de una triunfante alegría que disipaba toda hostilidad.